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La ACdP y los 70 años del C.S.I.C.

por Alfonso V. Carrascosa

Muchas son las ocasiones en las que los católicos hemos de escuchar que la religión y la ciencia, o la razón y la fe, son incompatibles. Sin duda, las que más duelen son aquellas en las que la persona implicada en tal denuncia es también católica. Un colectivo importante de españoles, nutrido en buena parte por éstos, es prácticamente el único reducto mundial en el que la leyenda negra de la Iglesia se mantiene viva: lo políticamente correcto, que para asuntos religiosos hunde sus raíces en la ideología laicista, es hoy garantía para introducirse en el star system de la intelectualidad.

Para dar cuenta de hasta qué punto la Iglesia se interesa por la ciencia, Juan Pablo II, dirigiéndose a investigadores y universitarios en el Jubileo del Mundo Científico, decía el 25 de mayo de 2000: “La Iglesia tiene gran estima por la investigación científica y técnica, pues "constituye una expresión significativa del dominio del hombre sobre la creación" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2293) y un servicio a la verdad, al bien y a la belleza. De Copérnico a Mendel, de Alberto Magno a Pascal, de Galileo a Marconi la historia de la Iglesia y la historia de las ciencias nos muestran claramente que hay una cultura científica enraizada en el cristianismo”. Este planteamiento se ha dado también en las realidades eclesiales, en algunas de manera notoria.

La Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), en la línea de lo que siempre fué su ideario, y abarcando todos los ámbitos de la vida pública, ha marcado en los últimos años una vía para reducir los efectos devastadores de tales tendencias que, a la postre, contribuyen a la descristianización de la sociedad española, mediante la conocida propuesta “Católicos en la Vida Pública”, que ha celebrado en 2008 su 10 aniversario.

Alberto Dagnino, actual presidente de la ACdP decía en la carta introductoria del documento conmemorativo “Que tu compromiso nos ayude a superar obstáculos” que “Su objetivo central es estimular la presencia activa de los seglares en la Vida Pública, compromiso y carisma esencial de la Asociación, con el fin de proclamar la belleza de la antropología cristiana, vehículo seguro para construir el bien común”.

Precisamente en este 2009, Año de la Astronomía, de Darwin …¡de mucha ciencia! – y en pleno año de san Pablo, apóstol de los gentiles y de la cultura- se cumplen 100 años del primer acto de imposición de insignias, momento en el que se materializa el compromiso asociativo de todo propagandista y, por tanto, el centenario de la ACdP. Por ello parece también muy oportuno reflexionar sobre la relación de la ACdP y la ciencia, y si la misma se ha materializado de alguna manera. Por no obstaculizar su carisma, la ACdP ha contribuido a construir el bien común desde siempre, y concretamente como vamos a ver, potenciando el desarrollo de la ciencia. Según Juan Pablo II, "La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" y "la historia es el lugar donde podemos constatar la acción de Dios a favor de la humanidad" (Fides et Ratio, Introducción),

En 2008 además se celebró el 75º Aniversario de la puesta en marcha por la ACdP de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU. Las iniciativas en pro de la cultura llevadas a cabo por la ACdP desde su fundación han sido además, el diario El Debate y su Escuela de Periodismo –la primera de España, fundada en 1926-, la Editorial Católica (EDICA), la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), el Colegio Mayor Universitario de San Pablo, y el Congreso y las Jornadas Católicos y Vida Pública, a los que me he referido antes . En el ámbito de lo sociopolítico, su actividad ha cristalizado en el Instituto Social Obrero (ISO), la Confederación Nacional Católico Agraria, la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos, Cáritas (la mayor ONG española),  Acción Popular, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), el Grupo Tácito, el Programa Esperanza 2000

En relación a la actividad científica de investigación, la propia Fundación Universitaria San Pablo-CEU es sin duda la más destacada aportación corporativa de la ACdP. A ella debería añadirse, en mi opinión, la labor de los propagandistas a nivel individual que, impregnadas del mismo espíritu, han alcanzado importancia crucial en el desarrollo científico español. Además representan una acción que, al no estar amparada por la institución, es más meritoria, ya que contribuye directamente a la vida pública sin, por así decir, apoyo institucional de la ACdP. Ningún ejemplo mejor ni más oportuno que el de la fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), llevado a cabo por el propagandista José Ibáñez-Martín hace ahora precisamente 70 años.

Ibáñez-Martín y la ACdP

Nacido el 18 de diciembre de 1896 en Valbona, donde dos siglos antes había nacido el Padre Piquer, fundador de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Obtuvo dos licenciaturas con número uno y premio extraordinario en la U. de Valencia: la de letras (1918) –sección historia-  recibiendo por ello la Gran Cruz de Alfonso XII,  y la de derecho (1920), iniciando posteriormente en ambas estudios de doctorado. Motivos familiares y el no tener mentor (“padrino”, para entendernos) le obligó a abandonar la realización de su doctorado  y a preparar oposiciones a cátedra de instituto (240 temas), que ganó con número uno en 1922, y ocupó en la Cátedra de Geografía e Historia del  Instituto Nacional de Enseñanza Media de Murcia, comenzando aquí su carrera política al año siguiente, como teniente alcalde, vicepresidente y presidente  de la Diputación Provincial, llegando con posterioridad a la asamblea nacional de 1927 a 1930. Volvió a obtener número uno al presentarse a la Cátedra de Geografía e Historia para el I. San Isidro de Madrid, se casó en 1930 con Mª de los Ángeles y Pérez Mellado, Condesa de Marín, y en 1933 consiguió ser diputado en las cortes de la II República por la provincia de Murcia en la lista de la Confederación Española de Derechas Autónomas (1).

En este último intervalo de tiempo fue cuando entró a formar parte de la ACdP. Concretamente el 30 de mayo de 1932 recibió, junto a otros diez propagandistas, la imposición de su insignia, de la mano de don Benjamín Arriba y Castro, que posteriormente sería obispo de Mondoñedo y arzobispo de Tarragona, en representación del obispo de Madrid, Monseñor Eijo y Garay, con quien tanta relación científica acabaría teniendo, como más adelante veremos. También recibieron la insignia Pedro Cantero, sacerdote que llegaría a ser obispo de Barbastro, y Luis Ortiz Muñoz (2).  Tras el inicio de la Guerra Civil, pudo evadirse de Madrid como refugiado en la legación de la Embajada de Turquía, ya que fue buscado para ser asesinado por los demócratas del Frente Popular (socialistas, comunistas y anarquistas principalmente), como tantos católicos en la época. Entre los intelectuales que abandonaron Madrid ante peligro inminente de sufrir acoso, maltrato o violencia física (incluída detención en Checa para robarle sus bienes y paseo con asesinato posterior), por ser católicos o simplemente burgueses, por los entonces supuestos progresistas, están Severo Ochoa (Premio Nobel de Fisiología o Medicina), la Escuela de Filosofía de Madrid completa - Ortega y Gasset, García-Morente y Ayala-, el Dr. Marañón, Menéndez-Pidal y tantos otros exiliados de la España republicana, donde comenzó realmente el exilio. Por su parte la ACdP sufriría persecución (3) en la que uno de cada 6 fueron asesinados. Angel Herrea pasó de la condena del levantamiento al acatamiento al poder constituído, como había hecho en la II República, por lo que fueron los propagandistas proscritos durante algún tiempo durante el franquismo.

Ibáñez-Martín fundador del CSIC

Con extrema habilidad, y poniendo en práctica todas sus dotes políticas, consiguió la promulgación del decreto fundacional del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuando los medios materiales eran imprescindibles para paliar los desastres de la guerra. Lo temprano y arriesgado de la propuesta ponen de manifiesto cómo Ibáñez-Martín tenía en mente desde tiempo atrás dar un impulso definitivo a la investigación científica española, y lo planteado por él mismo en el decreto fundacional y en la estructuración del CSIC, y los discursos pronunciados como presidente del mismo que lo fue hasta 1951, y después hasta su fallecimiento como Presidente de Honor, dan cuenta de hasta qué punto su fé católica, que vivió como propagandista, impregnaron toda su actividad en este campo de acción. Cierto es también que la inquietud por el futuro científico de España era compartida por catedráticos universitarios e investigadores, todos ellos católicos y científicos, tales como Miguel Asín Palacios, Juan Marcilla Arrazola, Antonio de Gregorio Rocasolano, Manuel Lora Tamayo… que terminarían colaborando en el CSIC con Ibáñez-Martín. De entre todos destaca por su importancia y estrecha actividad codo con codo en Burgos, antes de finalizar la Guerra Civil, y después a lo largo de toda su vida, de Jose Mª Albareda. Fue un eminente edafólogo-experto en la ciencia del suelo- dos veces doctor en ciencias, cuyo padre y hermano fueron asesinados por los demócratas del Frente Popular. Miembro del Opus Dei , huyó de España con san Jose María Escrivá de Balaguer porque los buscaban para asesinarlos, sería secretario del CSIC, y  terminaría ordenándose sacerdote, siendo después nombrado primer Rector de la Universidad de Navarra. Sin duda fue el más fiel colaborador de Ibáñez-Martín en la redacción de los planes y la puesta en marcha del CSIC, aun sin apenas experiencia política, y con una formación humanística muy inferior.

La Ley Fundacional del CSIC

Con fecha de 28 de noviembre de 1939, el B.O.E. publicó la Ley de 24 de noviembre de 1939 creando el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Dado que en el momento de su publicación Ibáñez-Martín es Ministro de Educación, y como acabamos de comentar es un humanista y político veterano, además de licenciado en derecho y filosofía y letras, es obvio que debe ser considerado el principal redactor de la misma.

En su preámbulo, refiriéndose a la etapa que el nuevo organismo abría se dice textualmente refiriéndose a cuál debe ser su fundamento:

“…Tal empeño ha de cimentarse, ante todo, en la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruída en el siglo XVIII. Para ello hay que subsanar el divorcio y discordia entre las ciencias especulativas y experimentales y promover en el árbol total de la ciencia su armonioso incremento y su evolución homogénea, evitando el monstruoso desarrollo de algunas de sus ramas, con anquilosamiento de otras”.

La clásica y cristiana unidad de las ciencias se deriva directamente de la creencia de Ibáñez-Martín, y de la Iglesia Católica, de que todas las ciencias han de conducir al conocimiento, y su poseedor absoluto es Dios –como desarrolla más adelante-, además de haber sido así el planteamiento seguido  por la mayoría de los científicos españoles hasta el siglo XVIII. Esto se deriva del pensamiento católico que cree que existe la verdad y que es alcanzable por el hombre, entre otras cosas porque Dios ama al hombre y ha querido revelársela. Además, esta certeza se considera origen de la llamada matriz cultural cristiana, en la que se ha desarrollado Occidente. En el discurso de clausura, Ibáñez-Martín diría cosas tales como:

“Concebimos, así, la ciencia española como esfuerzo de la inteligencia para la posesión de la verdad, como aspiración hacia Dios, como unidad filosófica, como realización del progreso. Es decir, necesitamos una ciencia de valor universal”. “Nuestra ciencia es exclusivamente para la verdad, la única que -al decir del Apóstol- nos hace libres y la que, llevándonos de la mano a la causa, altísima y primera, nos permite atisbar los secretos de la Divina Sabiduría”. “Sólo con esta premisa se comprende que la ciencia sea además para nosotros una aspiración hacia Dios. Queremos una ciencia católica, esto es, una ciencia que por sometida a la razón suprema del universo, por armonizada con la fe "era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9), alcance su más pura nota universal”.

Realmente la razón había renunciado ya en la época de la II República, como lo ha hecho en la actualidad, a la existencia misma de la verdad.

En el desarrollo de sus intervenciones llevó a cabo en varias ocasiones citas explícitas de los discursos de Pío XII que refiriéndose a Dios delante de la Academia Pontificia de Ciencias diría "a quien se elevan nuestros pensamientos y nuestros corazones en esta aula de las ciencias, porque aquel Dios que dirige el universo, el curso de los tiempos y los hechos alegres y tristes de los pueblos, es también el Señor de la ,Sabiduría...; Sol, que, en la infinita magnificencia de su luz, difunde y multiplica sus rayos, semejanza suya, en todos los campos de la creación. [Pío  XII, discurso a la P. Academia delle Scienze, 30-11-1941]...y  todos los hombres vuelvan a ser hermanos también en el amor y en la concordia, en la victoria del bien sobre el mal, en la justicia y en la paz”.

Felicitación de Pío XII

Todas las reuniones plenarias de años posteriores se iniciaron con una misa del Espíritu Santo, seguida un día más tarde por un funeral por los fallecidos en el transcurso del año, presididas la primera por Excmo . y Rvdmo. Dr. Eijo Garay, Obispo de Madrid-Alcalá, y la siguiente por otro obispo invitado, que solía variar de un año a otro. La clausura solía presidirla el Arzobispo de Toledo y Primado de las Españas, acompañado del Obispo de León y del Abad Mitrado de Silos.

En la Memoria de 1943 se recogen los documentos quizás más interesantes para valorar cómo se veía la labor realizada por Ibáñez Martín en el CSIC desde un punto de vista religioso. Sería el propio Papa Pío XII quien le dirigiría una carta diciendo lo siguiente:

Con singular benevolencia hemos acogido tu homenaje al enviarnos una hermosa selección de los notables trabajos publicados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, prueba palmaria, no solamente del ingenio español, sino también de los abundantes frutos ya recogidos, en la vida, todavía no larga, de tan benemérita Institución, llamada a contrarrestar el pernicioso influjo desgraciadamente producido en el campo del saber español por los sembradores de la mala semilla, y a sentar firmemente los cimientos de una restauración científica que restituya al pensamiento español su profundo y glorioso sentido tradicional y católico . Para  tal restauración has querido fundar, como elemento principal, este Consejo, a fin de que la ciencia española, siendo una aspiración hacia Dios, tienda a la verdad y al bien con la unidad de la filosofía cristiana y como medio de realización de progreso. Por eso en él habéis reconocido a la Sagrada Teología la primacía sobre las disciplinas del espíritu; por eso habéis resuelto dedicar un templo al Espíritu Santo, a fin de que en vuestros sesudos trabajos no os falten sus luces.

De todo ello damos gracias al Dador de todo bien, pidiéndole fervorosamente que este renacimiento cultural católico, de acuerdo con tus deseos y con los justos anhelos del ilustre Jefe del Estado, que te ha encomendado tan fundamental labor, acabe de penetrar completamente toda la vida y el pensamiento nacional, hasta eliminar definitivamente los restos de un pasado, cuya lejanía habéis de procurar que sea cada día más efectiva, con la solícita vigilancia y la prudente energía que tan grave negocio requiere; pues, como tú bien sabes, serán insuficientes todas las medidas de orden exterior, si la renovación no penetrase profunda y sinceramente hasta el fondo de las conciencias .

Al darte gracias cordialmente por tan valioso presente, pedimos al Señor, por intercesión del gran S. Isidoro de Sevilla, Patrono del Consejo, que derrame sobre él sus gracias más escogidas, para el mayor bien espiritual y material de la católica y queridísima España. Y como prenda de estos favores, en testimonio de Nuestro paternal afecto, te damos de todo corazón a ti, querido Hijo, al culto y benemérito sacerdote que has querido hacer portador del don, a todos los Vocales del Consejo y - a cuantos en él cooperan Nuestra Bendición Apostólica . Del Vaticano, 2O de mayo de 1943. Pius PP. XII.

·- ·-· -······-·
Alfonso V. Carrascosa

Bibliografia

1. José Ibáñez-Martín en el centenario de su nacimiento. J.A. Ibáñez-Martín coord. Ed. Fernando el Católico, Zaragoza, 1998].

2. Historia de la Iglesia Española 1931-1936. G. Redondo, Ed. Rialp, Madrid, 1993].

3. ACNDP y represión durante la Guerra Civil. Cristina Barreiro Gordillo Arbil nº 85 http://www.arbil.org/(85)cris.htm]



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