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Cádiz y Juan Nicolás Böhl de Faber

por Adolfo Blanco Osborne

Del Neoclasicismo ilustrado al Romanticismo polifacético

Don Marcelino Menéndez y Pelayo, a quien mi abuelo, Rufino Blanco, su discípulo deferente, llamó príncipe de la erudición española, cuando habla de José María Blanco-White, en su "Historia de los Heterodoxos Españoles", nos lo define como el renombrado teólogo y exegeta de alma débil, pues bien, Blanco-White, a quien sus padres cuando era joven habían prohibido ir a la ciudad de Cádiz por considerarla una "moderna Babilonia", sentía que cuando se llegaba a la "Tacita de Plata" embarcado,       la impresión era de "ilusión mágica, una especie de Fata Morgana". [1] El clérigoWhite saldría en la fragata llamada "Lord Howard " desde Cádiz el 23 de febrero de 1810, abandonando nuestro país para llegar a Inglaterra por Falmouth donde más adelante se convertiría en el preceptor de Henry Fox, el hijo de Lord y Lady Holland, a quienes había conocido en España.

Doña Juana "La Loca" fue la culpable de la prosperidad gaditana, ya que en 1506 concedió por Real Cédula a su puerto el permiso para comerciar con el Nuevo Mundo. Desde entonces la ciudad de Cádiz ha tenido un desarrollo "in crescendo", que culmina con la obtención del monopolio del comercio con las Indias en 1717 otorgado por el Rey Felipe V, hasta la guerra de la Independencia, alcanzando su momento estelar con las Cortes de Cádiz en 1812. Para darnos cuenta de la importancia del tráfico comercial gaditano durante el siglo XVIII diremos que hasta el mismo Voltaire confió sus intereses económicos a la familia Gilli que procedente de Montpellier se instaló en el puerto andaluz en aquella época y cuya casa comercial quebró en 1786.

En las memorias de Raimundo de Lantery se dice que a su llegada a Cádiz en 1673, había 12 casas de comercio españolas y 27 genovesas. A finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII, se habían instalado en la ciudad diversas familias patricias genovesas como, los Franchi, los Soprani, los Doria o los Negrón y en el XVIII, vendrían a nuestra urbe, también desde Génova, los Micón, los Cambiasso y otros más. Sigue Raimundo de Lantery contándonos que por aquellos días existían en el mismo lugar  11 casas comerciales francesas, 10 inglesas, 7 de Hamburgo y 20 entre flamencas y holandesas. A Cádiz como ha dicho Retegui, la creó el comercio, la modeló el comercio y la enriqueció el comercio, pero también la hundió el comercio.

Antes de entrar a estudiar el neoclasicismo gaditano, período al que hacemos alusión en el título de esta conferencia, analizaremos el Cádiz barroco y rococó durante el siglo XVIII.Vicente Acero, el arquitecto gaditano, había proyectado las dos Puertas de la Mar y erigido dos altas columnas rematadas por los patronos de la ciudad San Germán y San Servando. Hacia 1700 y paralela a la intensa actividad comercial, se acentuará en esta plaza la actividad arquitectónica. Se construirán durante estos años: la Iglesia del Carmen, edificada entre 1703 y 1737, con sus blancas espadañas de "acusados perfiles que coronan una lisa fachada enlucida de agudo piñón y simple portada de piedra dibujando un arabesco sorprendente"; [2] la Divina Pastora y la Palma. En estos años se continúan las obras de la Catedral que fue proyectada por el citado arquitecto Acero Arebo y que de haberse construido según el proyecto "habría constituido una iglesia de un perfil totalmente excepcional, sobre todo en una ciudad marítima en la que dominan las casas de terrazas o techos planos con pequeños miradores prismáticos". [3] El exterior de esta Catedral es el que sufrió mayores modificaciones. Las torres que habían sido diseñadas con 100 metros de altura las transformó Torcuato Cayón, llevándolas a cabo con solo 55 metros. "Acero, cuya obra arrogante tenía aún el poder evocador de los     raros diseños capaces de dar un perfil pintoresco a un paisaje urbano, fue sin duda quien mejor conjugó lo cosmopolita y lo castizo, lo tradicional y lo nuevo". [4] También en aquellos años del siglo XVIII, se edifican en Cádiz, la Aduana, el Hospicio, la Puerta de Tierra y sobre todo la obra maestra del barroco gaditano: el Hospital de Mujeres o de Donas, obra inspirada por el canónigo Alejandro Pavía y que fue ejecutada por el arquitecto Pedro Luis Gutiérrez de San Martín al que se conocería con el sobrenombre de "Maestro Afanador" según documentó en su día la historiadora de arte María Pemán.

En Cádiz, ciudad de intensa actividad mercantil, se venía hablando desde finales del siglo XVII de la necesidad de llevar a cabo un hospital para mujeres, ya que las mismas morían en los portales de los edificios públicos, pero no sería hasta el año de 1736 cuando comenzaría a construirse, inaugurándose en 1749. La fachada del mismo presenta rica decoración de atlantes que nos recuerda la arquitectura manierista de Génova, ciudad tan vinculada a Cádiz y de donde era oriundo el canónigo Pavía. El patio del edificio presenta diversas influencias: italianas, por el solado de mármol blanco y gris; también holandesas, por el zócalo de azulejos de Delft; y, finalmente, un ambiente andaluz, por su estilo arquitectónico y el "vía crucis" de cerámica sevillana del siglo XVIII en paramentos horizontales. Elemento importante del hospital es su capilla de planta cuadrada con columnas a lo Brunelleschi, retablo mayor neoclásico dedicado a la advocación de la Virgen del Carmen y capillas laterales entre las que destacan una con un Nacimiento formado por imágenes de tamaño natural llevadas a cabo en los talleres sevillanos del siglo XVIII y otra con un espléndido lienzo del Greco La Visión de San Francisco y que perteneció al obispo Armengual.

Sin embargo, si hay que destacar algún elemento del Hospital de Mujeres es sin duda la escalera; de ambiente religioso, es de tipo imperial con seis tramos dobles. Se trata de un elemento vertical intercomunicado que primero nos desconcierta, nos oculta su verdadera identidad, para posteriormente invitar al espectador a subir, que lo hará cómodamente, llevado por la curiosidad hasta alcanzar la cúspide, en un espacio rematado por cúpula barroca. Es una escalera de gran dinamismo, que puede compararse con las más importantes de la Andalucía barroca como son la del Convento de los Terceros de Sevilla, ejecutada por Manuel Ramos entre 1690 y 1697, la del colegio de Santa Catalina de la Compañía de Jesús de Córdoba, llevada a cabo entre 1740 y 1750, la del Hospital de San Juan de Dios de Granada, de José de Bada de 1750, o la del Archivo de Indias de la capital hispalense, de Lucas Cintoria de 1787.

Si paseamos por Cádiz vemos que existen numerosos rincones y obras que conservan detalles de exuberante barroquismo pertenecientes a una escuela tardía de la segunda mitad del siglo XVIII cuyo mejor representante es el arquitecto Torcuato Benjumeda. Es la época de gran prosperidad económica de la ciudad, la de los gobernadores O'Reilly y Joaquín Fonsdeviela. Por aquellos años Cádiz es la ciudad elegante y cosmopolita por excelencia y en aquella urbe se vive el momento más brillante de su historia, pero como ha escrito el Doctor Marañón, "este que podemos llamar elegante cosmopolitismo de Cádiz, en la sutura de los siglos XVIII al XIX, era, desde luego, compatible con el esplendor de un fino tipicismo de la mejor calidad". [5] Insiste Marañón sobre ese carácter definiendo nuestra plaza como "la ciudad antipalurda por excelencia"; o como dijo José María Pemán, la ciudad española "de la gracia, la razón y la medida".

Cádiz tendrá numerosas calles estrechas que componen un trazado reticular, pero entre todas ellas destacan la calle Ancha y la calle Nueva. En esta última se habla, se murmura, se cotillea, pero por encima de todo se llevan a cabo los acuerdos comerciales, el "trato" como se decía en el argot comercial.

El Barón de Férussac, viajero francés que visitó la ciudad muy a principios del siglo XIX nos dice: "Cádiz, desde el punto de vista de las costumbres, del tono de sus habitantes, es totalmente diferente de todas las demás ciudades de España. La gran concurrencia de extranjeros que pasa temporadas en ella constantemente, la diversidad de origen de sus habitantes, han hecho esta ciudad enteramente semejante a las demás ciudades agradables de Europa. Efectivamente, desde el momento en que se llega a Cádiz, desde el interior de España,  se experimenta la misma sensación que si se hubiera abandonado el país; y si se llega del extranjero viniendo de Sevilla o de otra ciudad vecina parece que uno entra en otro país. De hecho, el contraste es llamativo; por otra parte los habitantes de Cádiz salen raras veces fuera de la ciudad para divertirse. Cádiz es para España lo que París para Francia, la sede del buen tono, el punto de cita para los placeres. Gusta la vida de sociedad, hay abundantes diversiones y el lujo llega allí a su mejor altura". [6]

Fue Ceán Bermúdez, el gran crítico de arte quien dirigió hacia Cádiz a Francisco de Goya cuando éste buscó la salud ante la recaída de su enfermedad en 1793, pues en esta ciudad y desde mediados del siglo XVIII existe una facultad de medicina, la primera que se creó en nuestro país y como anécdota diremos que en el mismo siglo tendrá una industria de aparatos quirúrgicos de medicina, fundada por monsieur Fabre, célebre cerrajero francés oriundo de Marsella, establecido en Cádiz hacia 1750, el cual envió a sus hijos a su ciudad natal para que se especializaran en el oficio paterno, haciéndolo con tal perfección que al mayor de ellos y a su vuelta a España el Rey le concedió una pensión mensual y el título de proveedor del Colegio de Cirugía de la Marina.

El genial pintor de Fuendetodos, acudirá a la ciudad de Cádiz y se hospedará en casa de Sebastián Martínez "para que el cuidado de la familia de este, el benéfico clima gaditano y los buenos médicos de la Facultad se aunaran a restaurarle. [...] Tuvo suerte, sin duda, con los excelentes médicos que le atendieron:  el famoso catalán Francisco Canivell y un italiano establecido en Cádiz, José Salvarezza o Selvareza. [...] " [7]

Sebastián Martínez Pérez natural de Treguajantes, aldea de la Villa de Soto en Logroño donde había nacido el 25 de Noviembre de 1747, se instaló en Cádiz hacia 1760 e ingresó en la Universidad de Cargadores. Nos dice al respecto Nigel Glendinning:

"[...] siendo hábil y capaz de comerciar y navegar a los Reinos de Indias a partir de entonces. Tres años más tarde se casó con María Errecarte y Odobraque. Gracias a la familia de su esposa, se encontró con parientes en el comercio de Indias y con un amigo de la familia, Juan Bautista de Oxangoiti (primo del escritor José Cadalso), que le facilitaban en cierto modo sus negocios. Empezó a enriquecerse muy pronto, y no tardó mucho en reunir una importante colección de cuadros y una biblioteca impresionante, señales de prosperidad bastante típicas entre los comerciantes gaditanos. Su galería no se consideraba la mayor de Cádiz en los años ochenta del siglo XVIII, cuando la Inquisición se quejó de las estampas y pinturas indecentes que le pertenecían y encargó dibujos de algunos de sus cuadros para instruir un expediente. A principios de los años noventa, en cambio, se reconocía la alta calidad de la colección, cuando Antonio Ponz, declarándose amigo de Martínez, dio noticias sobre ella y citó sus obras más importantes (Ponz [1772-1794] 1947, pp. 1587-1588). Vino luego a complementar este trabajo el Conde de Maule, en notas redactadas a finales del siglo aunque no publicadas hasta 1813 (Cruz y Bahamonde [1813] 1997, p. 227). El Conde, por cierto, dijo que era mui bueno el retrato de Martínez sacado por Goya de quien hai tres caprichos o sobrepuertas.

El gusto de Martínez era ecléctico en materia estética. Por una parte compraba estampas, libros, cuadros y objetos relacionados con las antigüedades clásicas, como las estatuas de bronce de Hércules y Neptuno encontradas en Sanctipetri, a poca distancia de Cádiz; las Vedute di Roma y las Antichitá romane de Piranesi; las Antigüedades de Herculaneo con su explicación; y libros de Winckelmann, Du Bos, Milizia y Mengs. También confirma un cierto apetito neoclásico la presencia en su colección de obras de Mengs, y, además, tenía bastantes pinturas de ruinas tan típicas del clasicismo dieciochesco. Pero el coleccionista apreciaba también el estilo naturalista de Murillo y Velázquez y abundaban en su galería las escenas de diversiones populares de autores de los Países Bajos e Italia. Para que no faltara la nota moralizante en estos temas de la vida cotidiana, tenía entre sus estampas las pinturas de Horgart (sic) tasadas en setenta y cinco reales, según consta en la partición de sus bienes hecha en Madrid en 1803 y en Cádiz en 1805, es decir, las obras grabadas de William Hogarth en alguna de las ediciones del siglo XVIII. [...]

         Goya pudo haber disfrutado de su biblioteca, lo mismo que de sus estampas y cuadros, cuando estuvo en su casa en Cádiz en 1793, para reponerse de la grave enfermedad que le dejó sordo. No cabe duda de que su colección era excepcional en Cádiz y que, como dijo Juan Agustín Ceán Bermúdez, se distinguía también de las demás del reino por el costoso aumento de diseños, estampas raras, modelos y libros de las bellas artes (Ceán Bermúdez 1780, I, p. XXI, n. 10).

 Su gusto fuera de lo común se expresaba también en la ropa que llevaba. En el retrato de Goya viste frac de seda con rayas, y dejó varias chupas, fraques y calzones de la misma tela en su testamentaría. Lucía asimismo la última moda europea, la llamada incroyable en Francia. El papel que lleva en la mano –color azul, como la seda de su vestido- puede ser carta o dibujo. Pero la nota armoniosa que el papel da en el conjunto del retrato refleja también la fina sensibilidad estética de Martínez. Hay que suponer, además, que aprobaba plenamente la técnica velazqueña, por no decir impresionista, con la que Goya desarrolla el diseño de las rayas, consiguiendo los efectos de la seda por medio del contraste entre las pinceladas que constituían las rayas y el tono de fondo. El mundo de los negocios parece lejos.

A principios de 1797, Martínez se trasladó a vivir permanentemente en la corte para desempeñar el puesto de tesorero general y consejero del rey. Pero se le jubiló a mediados de 1800, en consideración al notorio quebranto de su salud, y murió el 24 de noviembre de ese mismo año." [8]

En Cádiz y en aquella época se vivía una vida social refinada y culta. Como dice Antonio Alcalá Galiano:

"Una particularidad de la cultura gaditana en el ramo de adorno interior era el cuidado con que se amueblaban las habitaciones interiores, cuando en Madrid, el escaso lujo solía ceñirse a las salas y gabinetes de recibo. Los comedores gaditanos ostentaban, por lo común, mesas de caoba, allí entonces siempre maciza, teniéndose en menos el trabajo del enchapado. El servicio de cristal era curioso, y el agua servida a la mesa en botella blanca, en vez de echarla el criado en los vasos desde un jarro de loza basta, siendo la de los platos y fuentes toda inglesa de la llamada de pedernal, nombre que en nuestros días casi ha perdido. Así es que, trasladados a Madrid, los gaditanos hacíamos ascos, y no sin alguna razón, a varias cosas de la capital, lo cual hubo de durar aún hasta después de la guerra de la Independencia.

En el vestir era también esmerada la gente de Cádiz, pero había diferencia notable entre la del uno y la del otro sexo. Porque el traje de los hombres era, en la clase alta y media, el de los extranjeros, y particularmente el de los ingleses, y la clase baja, aunque usaba chaqueta, no vestía a la andaluza, y al revés, las mujeres, aún cuando no fuesen de majas –lo cual era diferente del vestir ordinario y no estaba en uso común-, sólo salían a la calle, necesitando para ello mudarse de ropa, con basquiña –cuyo nombre era el de saya-, mantilla y jubón (conocido este último con la palabra corpiño), todo lo cual hacía de las gaditanas criaturas –como diríamos ahora- especiales, a las cuales daba realce el pie pequeño, calzado con zapato corto y bajo, y al andar por las llanas y bien empedradas calles y plazas, el airoso talle y el gracioso contoneo.

Eran los gaditanos finos en sus modales, no al par con la gente cortesana, sino de una finura cual es la de las personas del alto comercio en pueblos donde el trato con los extranjeros de las naciones más adelantadas en civilización y cultura es frecuente. Algo y aún no poco tenían, con todo, de gente de provincia. Lo notable en Cádiz era que las clases bajas en su tono y modo apenas se diferenciaban de las altas, siendo corteses, y sobretodo cariñosas, y no manifestando en el trato con sus superiores ni humildad ni soberbia, como si un espíritu y práctica de igualdad social no dejase lugar ni a la sumisión ni a la envidia, o al odio por ella engendrado contra los favorecidos por la fortuna, a quienes tampoco consentía el uso que fuesen desdeñosos". [9]

Los burgueses gaditanos cultivaban la música y el coleccionismo, recopilando libros y formando bibliotecas que disponían en los elegantes salones de las casas. En la época que estudiamos destacaron entre las bibliotecas particulares la del citado Don Nicolás de la Cruz Bahamonde, Conde de Maule, en la cual se podían admirar, "treinta y tres retratos de personajes ilustres de la literatura, las ciencias y las artes. Presidía una medalla de pórfido del Creador. [...]

 Otra biblioteca importante de aquellos días es la de Domecq y Víctor, comerciante gaditano [...] Muy buena era también la librería del señor Cavallieri Pazos," [10] [...]

Entre las bibliotecas públicas: "Quizá las mejores fuesen las de los conventos de Santo Domingo y Capuchinos. La primera, según el Conde de Maule, contaba con valiosos ejemplares, como la "Historia del Marqués de Pescara", de Bernardo de Nápoles; la "Historia de España" de Garibay -edición de Amberes de 1576- y un Ambrosi Calepini de 11 lenguas, editado en Basilea en 1627. La de los Capuchinos, muy completa en obras de asunto religioso, poseía como piezas raras las "Actas Sanctorum de los Bolandos" y el "Atlas Mayor o Geografía Blabiana", en diez tomos folios." [11]

Las casas gaditanas, se estructuraban verticalmente girando su funcionalidad en torno al comercio que desarrollaban sus habitantes. Eran de un máximo de cuatro plantas. En la baja se situaban los almacenes, "dispuestos alrededor de un patio que nunca tuvo en Cádiz el significado que en otras ciudades de Andalucía, de servir de recreo o de cuarto de estar en los días calurosos. El patio gaditano, en la mayoría de los casos, era un lugar reservado para el trabajo de embaladores, cargadores, etc. [...] Esto explica el aspecto desolado, de sala de trabajo o continuación de la calle, que suele tener el patio gaditano, siempre que no haya sufrido modernas transformaciones, en contraposición con los de Sevilla y otras ciudades andaluzas, adornados con fuentes, macetas o arriates de flores". [12] El primer piso de las casas de Cádiz, se dedicaba a escritorio u oficina. Todavía hoy día, algunas veces, se utiliza el primero de estos nombres. "Solía este piso tener rejas, y sus pesadas puertas se cerraban con fuertes trancas de hierro. Hay que tener en cuenta que era el piso donde se guardaba el dinero, según la costumbre de entonces". [13] En la segunda planta de las casas se ubicaba la vivienda propiamente dicha. "Acostumbraba a tener los balcones abiertos, sin rejas, y posiblemente sin el complemento de madera y cristal que más tarde había de dar lugar a los típicos cierros de Cádiz. Si entonces existían, pocos habían de ser, ya que la particularidad de las fachadas gaditanas, según Alcalá-Galiano, estaba en los herrajes pintados de verde, que contrastaban con las blancas paredes. Era esta planta la más cuidada de la casa. Así lo demostraba su mejor solería, sus puertas de cristales defendidas por finas maderas, su cuidada viguería, etc." [14] En las casas gaditanas y en la tercera planta, habitaba la servidumbre. En la misma, se disponían los cuartos de plancha, el lavadero, etc. "Por último, la azotea, que cumplía con un doble fin: recoger y acumular agua en el aljibe y servir de tendedero". [15] Las casas se remataban frecuentemente por una torre-mirador. Estas se ejecutaban con fábrica de ladrillo, con entrelazos mudéjares y se cubrían con una cúpula de media naranja, decorándose con azulejos vidriados cuya policromía le daba un aire exótico y oriental.

Fue un gaditano, Don Francisco de Paula Micon, Marqués de Méritos, admirador de Joseph Haydn, quien encargó al músico austriaco la composición, que denominó "Las siete palabras de Cristo en la cruz", y que se estrenó en el Oratorio de la Santa Cueva de la Capilla del Rosario de Cádiz, que había mandado edificar Don José Sáenz de Santamaría, Marqués de Valde-Iñigo. Nacido en Veracruz (Méjico), realizó sus estudios eclesiásticos en la Compañía de Jesús. En 1781, con la ayuda del Conde de Reparaz, decidió ampliar la primitiva Cueva y reformar la Iglesia aneja del Rosario. La Santa Cueva es la joya del neoclasicismo gaditano y Sáenz de Santamaría encargó los planos de arquitectura al Académico Torcuato Cayón, que fallecería durante el transcurso de las obras, haciéndose cargo de las mismas su ahijado y discípulo Torcuato Benjumeda. Se accede a la Santa Cueva a través de un pequeño vestíbulo que sirve al mismo tiempo de rellano de la artística escalera de ascenso a la capilla alta, situada por encima del nivel de la calle, y de descenso a la capilla penitencial. La capilla baja o de la Pasión, es un espacio destinado a la oración en silencio y a la práctica de los ejercicios de la Pasión del Señor. Tiene planta basilical de tres naves. En el fondo de este lugar se dispone un estrado desde donde el sacerdote que dirigía espiritualmente a los fieles, llevaba a cabo las meditaciones. Se enfatiza la dramática presencia en el frontal del Calvario, esculpido por los italianos Gandulfo y Vaccaro. La superior llamada del Santísimo Sacramento, es de planta oval edificada sobre la iglesia subterránea, y en contraste con el ambiente ascético de la capilla anterior, destaca ésta por su riqueza, la selección de sus materiales y su cuidada decoración escultórica y pictórica. El altar principal se sitúa en el eje mayor de la elipse, presidiendo el espacio el monumental sagrario, con columnas corintias de planta en el interior y de jaspe en el exterior. Sobre el entablamento enriquecido con parejas de ángeles, se eleva la cúpula pintada por el italiano Antonio Cavallini y en los intercolumnios centrales de la capilla se disponen altorrelieves en estuco, representando las comuniones de los santos jesuitas Luis Gonzaga y Estanislao de Kostka, llevados a cabo por el artista Cosme Velázquez. Para esta capilla alta encargó su promotor cinco cuadros cuyos temas pretendían tributar los más reverentes cultos al Sacramento de la Eucaristía. Los piadosos que dirigían la Santa Cueva de la iglesia del Rosario se llamaban Regentes de la Esclavitud del Santísimo Sacramento y los temas que seleccionaría Valde-Iñigo serían, lógicamente, sobre asuntos eucarísticos. Los cinco lienzos se dispusieron bajo los arquitrabes laterales de la capilla, en los lunetos de los intercolumnios, tres de ellos de Francisco de Goya: La Santa Cena, La multiplicación de los panes y los peces y El Convite nupcial. Los dos restantes, Las bodas de Caná y El rocío del maná, se solicitan a otros dos grandes pintores del momento, el madrileño Zacarías González Velázquez y el valenciano José Camarón.  El conjunto fue colocado en la Santa Cueva antes de la bendición del santo lugar por el obispo de Cádiz, Don Antonio Martínez de la Plaza, el 31 de Marzo de 1796.

Otro insigne gaditano fue Don Gaspar de Molina y Zaldívar, Marques de Ureña, uno de los polígrafos más ilustres del neoclasicismo español. Hombre de culta y refinada educación, recibió sus primeros conocimientos en la ciudad de donde era oriundo, ampliándolos en el Seminario de Nobles de Madrid. "Conoció muy bien los autores de la antigüedad, así como las diversas disciplinas de la pedagogía humanística. Pero su formación no quedó limitada a estas materias. Además del griego y el latín estudió francés, italiano e inglés: Jorge III de Inglaterra quedó sorprendido de su dominio de este idioma. Se ejercitó en la música, el dibujo, la pintura y la matemática pura y mixta que en aquella época comprendía la dinámica, hidrodinámica, cálculo integral y diferencial, óptica, catóptrica, perspectiva y arquitectura militar, civil e hidráulica. Más tarde siguió en París un curso de física, química, mineralogía, metalurgia, cristalografía y medicina y se interesó también por la agricultura, comercio, navegación, industria y comunicación de Francia". [16] Entre las obras arquitectónicas del Marqués de Ureña, podemos citar la construcción del poblado de San Carlos en la gaditana Isla de León, comprendiendo estas obras la edificación de las casas del Capitán General y otros oficiales, así como una Academia de pilotos y un cuartel para cuatro mil soldados incluyendo en este lugar un puente para cruzar a la población. También entre los trabajos de este erudito artista se pueden contar los retablos para la Iglesia del Castillo y del Hospital del Puerto de Santa María. Cultivó la música y Ponz dejó constancia de sus extraordinarios laboratorio físico-químico, biblioteca y colección de plantas. Don Gaspar de Molina viajó entre 1787 y 1788 por las cortes europeas. Inmediatamente antes de emprender esta gira, publicó en 1785 sus "Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo", afrontándose por primera vez en España, nuevas inquietudes estéticas que ya habían analizado previamente Edmund Burk en Inglaterra (1757) y Kant en Alemania (1764).

 "[...] estos autores explicaban el poderoso impacto emocional de la Naturaleza salvaje, la oscuridad y la noche, las ruinas y los sepulcros en la vida y en el arte. Se establecían las relaciones entre lo infinito y las proporciones gigantescas, todo lo que es descomunal con respecto a número y espacio, y un sentido del terror capaz de desencadenar el más agudo deleite". [17] "Burk introduce un concepto que, en su formulación, habría de marcar decisivamente el gusto y la Teoría Estética de la Edad Contemporánea: el concepto de "Sublime", opuesto diametralmente al de "Bello". [...]  lo Bello admitía una aprehensión totalizadora e intelectual y producía una sensación serena. Pues bien, lo Sublime marca al sujeto con la sensación de inabarcabilidad y de infinitud, le obliga a utilizar su imaginación como vía de acceso a aquello que ni sus sentidos ni su mente pueden aprehender —resultante todo del desorden entre las partes del objeto estético (que impide una aprehensión racional) o de su vastedad (que lo presenta como no acabado a los sentidos) — .Y de esa impotencia de las facultades humanas nace una sensación de empequeñecimiento, de miedo o de terror. Si un jardín neoclásico es bello, el mar, las altas montañas o la noche son sublimes. La percepción de lo bello es clara y, a partir de cierto momento, puede darse por terminada; la de lo sublime es confusa o parcial y por ello puesta siempre en cuestión. Lo bello convence al hombre de su capacidad de dominio, físico y mental, sobre la naturaleza; lo sublime, de su inferioridad, debilidad, impotencia" [18]

Desde Hamburgo llegó a Cádiz por primera vez en 1785, a la edad de 14 años, Juan Nicolás Böhl de Faber, y ya de mayor, en carta a Antonio Alcalá-Galiano, le dirá "he pasado en Andalucía los felices años de mi mocedad. No es de estrañar que un alma tierna y sensible, como la mía, se aficionase tanto á las costumbres españolas, y se identificase de tal modo con las genialidades del país, las que en aquel entonces no se hallaban del todo desterradas á los Lugares, que vine á ser español de hecho, ya que no de cuna" [19] y en carta a su amigo el Doctor Nicolaus Heinrich Julius escribirá "Mi educación fue muy práctica, completamente irreligiosa y traté a gentes de esa clase. [...]"[20] Cádiz no le pareció al principio una ciudad muy atractiva; y en carta a su maestro el pedagogo Joaquín Enrique Campe le transmitirá "Mi vida aquí es monótona y se necesita paciencia para acostumbrarse a ella. Desde las 8 hasta las dos y media hay que estar en el escritorio, luego se almuerza. Luego se duerme la siesta, se deja uno peinar (ya se imaginará Vd. que me han obligado a ello) y a las 4 hay que volver al escritorio. De 6 a 8 paseo. Acto seguido viene mi profesor de español, de piano, etc., de modo que dispongo de poco tiempo para mí mismo. Algunas veces vamos a alguna reunión o al teatro, y así pasan los días. ¡Cuántas veces deseo estar ahí! En mi patria estoy entre parientes, amigos, en un clima de libertad religiosa; aquí entre personas que ven en cada extranjero no católico un hereje, donde hay que arrodillarse ante imágenes..."[21]

Pero poco a poco Böhl de Faber se irá enamorando de la ciudad, llegando a parecerle una de las más bonitas que había conocido hasta la fecha. "Las calles en su mayoría no son anchas pero sí muy rectas; adoquines a cada lado en grandes baldosas de piedra sirven a los peatones y todos los desperdicios van conducidos por el alcantarillado bajo tierra. Todas las mañanas se barren las calles y en el verano las riegan, en invierno la propia lluvia se encarga de limpiarlas, de forma que durante todo el año puede pasearse con medias blancas de seda sin mancharse, usándose botas solo por comodidad o por seguir la moda. Todas las casas son de piedra y generalmente adornadas con frontales de mármol. Las grandes rejas de hierro de las ventanas y azoteas suelen estar pintadas de verde formando así un bonito contraste con las blancas fachadas. Las plazas están empedradas con especial esmero y sirven en invierno para pasear y tomar el sol. La mayoría de las casas tienen una azotea para poder divisar la entrada y salida de buques. La vista desde una de estas azoteas presenta a la ciudad con un encanto especial, y tanto las múltiples torrecillas como las azoteas, adornadas con tiestos, donde las mujeres están ocupadas en sus labores, llenan el alma del espectador con visiones orientales. [...]"[22]

Después de regresar a su país en 1788 y visitar Inglaterra, Juan Nicolás Böhl volverá a Cádiz en 1791. Será entonces cuando el alemán conocerá a Frasquita Ruiz de Larrea, contrayendo matrimonio con ella, en la misma ciudad, en 1796. Doña Francisca Javiera, madre de Frasquita, ha de imponer sus condiciones, pues el matrimonio ha de ser efectuado por la Iglesia católica y los hijos que pudieran nacer serán educados según dicha doctrina.

Sin embargo, Böhl sigue sintiendo lógica nostalgia de su tierra y, ya casado, emprende con su mujer y acompañado de su suegra, nuevo viaje a Alemania pasando por Suiza. Frasquita fue feliz durante aquel viaje. "Ya mi fantasía veía realizados los sueños de mis primeros años, de mis días de amor [...] En nuestros paseos admirábamos las varias formas de las montañas, las fantásticas apariencias de las nubes que vagueaban a sus pies..... Llegó el invierno con todas sus frígidas bellezas y aún paseábamos. El sol solía herir con miles de rayos los cristalizados hielos, [...] los dedos tersos de la muerte parecían haberse asido de toda corriente vital. En esta gran ausencia de vida, el alma reconocía aquel Omnipotente Espíritu que en una perpetua rotación hace circular la vida y la muerte, para mantener el magnífico equilibrio. En esta sublime soledad, nació mi Cecilia."[23] Todo ello ocurría en el cantón de Berna, en el pequeño pueblo de Morges, el 25 de Diciembre de 1796. En aquel lugar vendrá a la vida Cecilia Böhl de Faber, que con el tiempo y en la república de las letras, llegaría a ser la gran novelista romántica que utilizaría el pseudónimo de "Fernán Caballero".

Pero volvamos a España y a Cádiz donde la pequeña Cecilia irá creciendo mientras su padre seguirá vagando por las etéreas regiones del espiritualismo filosófico y de la literatura, pensamientos, que el 30 de julio de 1813 cristalizarán en una conversión oficial al catolicismo romano. En el mismo año, escribirá a su amigo Julius: "He notado que es Vd. cristiano pero no he podido precisar cuál es su credo. Si es católico, se alegrará al saber que he renunciado hace unos días al mío, de acuerdo con el Concilio de Trento, y por lo tanto me he convertido al catolicismo".[24]

En este Cádiz que vamos conociendo, es donde Juan Nicolás Böhl comercia, llegando a ser cónsul de la Liga Hanseática en la ciudad gaditana.[25] También allí dedica parte de su tiempo a escribir, entre otras "Floresta de Rimas Antiguas Castellanas" y el "Teatro Español anterior a Lope de Vega", que publicó en Hamburgo.[26] Otros momentos de ocio los emplea en sus lecturas, coleccionando raros libros de nuestro Siglo de Oro. Pues bien, es en este lugar, aquí, en Cádiz, al iniciarse el siglo XIX, donde se vive el enfrentamiento servil-liberal. Discutir y polemizar es la ocupación más destacada de los gaditanos en aquellos días. Para comprender esta polémica debemos comenzar por un principio muy claro: "la minoría intelectual española, la conservadora y la progresista, la tradicional y la ilustrada, estaban de acuerdo, en que era necesario cambiar un sistema político que nos había llevado a los denigrantes años de Carlos IV. [...] La Inquisición, el Consejo de Castilla, las aduanas interiores, el Voto de Santiago, el Honrado Concejo de la Mesta, etc., eran rémoras que dificultaban el progreso que estos hombres veneraban".[27] La minoría ilustrada tenía un sentido de la vida muy diferente del que predominaba en nuestra nación. "una nueva visión de la vida hacía que aquellos intelectuales españoles se preocuparan de la enseñanza y de elevar el nivel cultural del pueblo y que considerasen imprescindible una división territorial más justa y una organización administrativa más racional. Todas las ansias de los hombres cultos de aquellos días se centran en una reforma: unos quieren que sea radical; otros, lenta y suave; muy pocos ven la solución en una república; los más, en una limitación del poder real. Hasta una parte de los llamados serviles ven esta necesidad de reforma, que para ellos ha de ser moderadísima".[28]

Los hechos se desencadenan precipitadamente y en nuestro Cádiz liberal Don Manuel José Quintana escribe en el "Semanario Patriótico": "Si alguno hubiera dicho a principios de Octubre pasado que antes de un año tendríamos la libertad de escribir sobre reformas de gobierno, planes de Constitución, examen y reducción del poder, y que apenas se publicaría escrito alguno en España que no se dirigiese a estos objetos importantes, hubiera sido tenido por un hombre falto de seso... Sin embargo, así es."[29]

Con una revolución lenta y nada cruenta se pretende reformar la vida política española y los jóvenes ocupan un lugar preferente en su proceso. En las provincias que se abren al mar predomina un sentimiento liberal, mientras que en el interior de la Península se impone una ideología mucho más absoluta, representada por los dueños de la tierra, es decir, la nobleza y las Ordenes Religiosas. La primera llamará "revolucionarios" o "jacobinos" a los reformistas, y la Iglesia argumentará en su defensa el principio de la religión. "Esto de vincular la religión a la política venga o no a cuento, es lo que ha hecho que todas las guerras civiles españolas hayan tenido un matiz religioso acusadísimo. [...] A Dios lo hacen patrimonio de partido, y, tarde o temprano, aquellos hombres de las Cortes del 12, que son fervientes católicos en su mayoría, terminan, después de 1814, apartándose de la religión; se apartan porque les han convencido que religión y rey son una misma cosa "[30]

En aquellos días podemos leer en el folleto "España vindicada en sus clases y autoridades de las falsas opiniones que se le atribuyen": "Oropeles modernos, invención francesa para deshacerse de toda autoridad y apoderarse de los bienes de la nobleza y el clero".[31]

En el "Censor General", órgano de los serviles, se escribe: "...el código de Alfonso X ha sido hallado conforme, hasta en las palabras, con el dado por Moisés a los judíos, siendo dolor que un pueblo católico abandone tan segura guía para irse en pos de Rousseau",[32] y en el mismo periódico leemos: "Si la soberanía reside en la Nación, cada particular individuo de ella es soberano; luego el hijo es soberano del padre, y los esclavos de sus amos; luego hay un número infinito de soberanos; luego ésta es una soberanía ridícula".[33]

Pero entre los gaditanos no existía un equilibrio de fuerzas. Los conservadores constituían una minoría que se situaban en los altos puestos del gobierno y de la sociedad española, pero la opinión pública se enfrentaba con aquellos; sin embargo, la mayoría de los habitantes de Cádiz en aquellos días eran partidarios de las reformas, siendo eso sí, católicos y monárquicos.

Es en la ciudad gaditana y entre 1814 y 1820 donde se produce lo que en España y en la erudición histórico-literaria se ha venido a llamar la controversia o polémica calderoniana. Se ha escrito al respecto: " [...] con poquísimas excepciones la tradición historiográfica española ha ignorado, desde el mismo siglo XIX, este episodio fundamental en la introducción en España del movimiento romántico, sin el que no es posible entender la significación ideológica que, mayoritariamente, tuvo en nuestro país el Romanticismo".[34] En este enfrentamiento literario, Juan Nicolás Böhl de Faber demostró una decidida significación ideológica, destacando: "[...] su defensa del drama calderoniano en cuanto reflejo de la organización sociopolítica de la España de los Austrias".[35] Por otro lado y en la orilla opuesta, los liberales Antonio Alcalá-Galiano y José Joaquín de Mora se sumergen en teorías literarias, entroncables con la preceptiva neoclásica. "Imbuído Böhl de Faber en las ideas de Lessing, de Herder y de los Schlegels[36] [los hermanos Guillermo Augusto y Federico], declaróse adalid de la empresa que tenía por término aplicar á la literatura hispana la reforma á que aquellos daban nombre en el Norte".[37] No olvidemos que es en la ciudad que nos ocupa, en Cádiz, donde encontramos por primera vez una posición en favor del Romanticismo. "Fue la controversia à que aludimos sobre si las reglas de la crítica llamada clásica debían servir de rigurosa norma para componer o juzgar los escritos, ó si al revés convenía alterarlas en gran parte, sustituyéndoles otras nacidas del estado de las sociedades modernas y originadas en la edad media, à las que comenzaba a señalarse con el título de escuela romántica, inventada por los alemanes."[38]

Böhl y los alemanes citados dieron a conocer nuestro teatro del Siglo de Oro, manifestando por Calderón un culto idolátrico, y "Mientras un alemán, esto es, un extranjero, se atreve a desafiar las iras de los más poderosos, con la noble idea de mostrar los tesoros que los españoles desprecian en el propio suelo y la miseria de los productos que de tierras extrañas importan, esos mismos españoles persiguen sañudos al que así procede. [...][39]

La "Crónica científica y literaria" fue el periódico que se publicó en Madrid desde 1817 a 1819 quien se hizo eco de las ideas de los partidarios del espíritu enciclopédico francés. Don José Joaquín de Mora era su editor y Don Antonio Alcalá-Galiano, colaborador circunstancial, sosteniendo ambos tensa polémica contra Böhl de Faber, el cual "se defendía ya en las columnas del "Diario Mercantil" de Cádiz ora en papeles sueltos y folletos. Aparecía en el estadio de los debates la "Crónica" con grandes pretensiones e imbuida en todos los prejuicios arraigados en la sociedad española más culta. Volteriana ó por lo menos partidaria de Destutt-Tracy y de Condillac en filosofía y con manifiestos resabios enciclopédicos, inclinábase, a la vez, en cierto modo, al movimiento intelectual británico de carácter economista; pero en literatura, sin carecer de gusto, la "Crónica" era pura y exclusivamente afrancesada [...]".[40] En aquellos años en Cádiz, el "Diccionario Manual", publicará que la Constitución de 1812, "era una taracea de párrafos de Condillac cosidos con hilo gordo".

"Sostenía o columbraba Böhl de Faber alteraciones más hondas. Su empresa propendía á un cambio total en la corriente del sentimiento, del gusto, de las ideas y hasta de las formas, anteponiendo lo espontáneo, popular y nativo, lo que fielmente se nutría en el genio nacional y lo iluminaba con vivos matices, a lo artificioso, siquiera fuera extremadamente artístico, a lo externo, aún viniendo acreditado con autoridades tan altas como las de Racine, Boileau, Voltaire y Laharpe". [...][41]

Aparentemente, la polémica calderoniana parecía una cuestión de gramática y literatura, pero en el fondo, y como se podía apreciar fácilmente, era un tema profundamente social y político.

Colaboró en la polémica con Böhl de Faber, José de Vargas Ponce, el marino gaditano, que se trasladará a Madrid para llegar a ser nombrado Director de la Real Academia de la Historia y a quien retratará Goya. Lady Holland, que lo conoció y trató, decía de él que poseía "mucha sal y una inclinación al sarcasmo", asimismo opinaba "era hombre de buen humor, espíritu despejado y gran facilidad de palabra".

La controversia literaria ha sido profundamente analizada por los eruditos Camille Pitollet en su libro "La querelle calderonienne de Johan Nikolas Böhl von Faber et José Joaquín de Mora, reconstituée d'après les documents originaux", publicado en París en 1909 y por Guillermo Carnero en el suyo titulado, "Los orígenes del Romanticismo Reaccionario Español: El matrimonio Böhl de Faber", editado por la Universidad de Valencia en 1978.

En Cádiz por lo tanto, es donde confluyen más aspectos fundamentales para desarrollar la historia del romanticismo español que no se darán en ningún otro lugar de nuestra península, no sólo por su importancia y trascendencia sino por su número y su significado. Pero el romanticismo gaditano será de tendencia profundamente liberal, ya que no olvidemos que es en Cádiz donde nace y se utiliza por primera vez en 1811 la voz de liberal, aplicada a un partido o a individuos en sentido político moderno.[42] También es en aquella ciudad donde se constituyeron en 1812 las primeras Cortes parlamentarias que simbolizaron la soberanía popular contra el despotismo absolutista, debiéndose ligar su promulgación al dinamismo de la sociedad gaditana y a la influencia de su comunidad de comerciantes en este proceso, ya que a principios del siglo XIX, Cádiz era la ciudad más cosmopolita y más liberal de España, siéndolo por la influencia de una elevada clase media ilustrada, y existiendo además en el mismo lugar un fuerte protagonismo de grupos mercantiles, mientras que en otros puntos españoles como Madrid, Sevilla o Málaga preponderaba el poder de la nobleza local.

Es en Cádiz y en aquellos días donde se desarrolla una intensa vida social, instituyéndose la tertulia a partir de la costumbre de visitar a las personas en sus casas. Los comerciantes y sus familias necesitan relacionarse continuamente sin rebasar los límites de la intimidad, y paralelamente a las reuniones entre miembros de un mismo sexo, en los cafés y en las boticas, nace en Cádiz un tipo concreto de tertulia, generalmente alrededor de una mujer con alta preparación cultural.

Varias de aquellas tertulias florecieron en la ciudad en la época que estudiamos. La más brillante resultó ser la de Doña Margarita López de Morla, hermana del que más tarde sería titulado Conde de Villacreces, y al que Alcalá-Galiano llamará "uno de los hombres más originales del mundo". Fue tan original Villacreces que llegó a ponerles a sus hijos nombres romanos, como Tello, Capitolino, Augusto, Melania, Justiniana o Elisa.[43]

El mismo Don Antonio Alcalá-Galiano, en sus "Recuerdos de un Anciano" nos describe la tertulia de la siguiente forma. "De muy diversa clase era la reunión, corta en número, modesta en la apariencia, pero un tanto rica por el valor de quienes la componían, que formaba todas las noches la sociedad de la señora doña Margarita López de Morla de Virnes, mujer de singular entendimiento e instrucción vasta, educada en Inglaterra, aficionada a estudios serios, de agradabilísimo trato, y hasta ajena de pedantería, [...]. A su casa llevaba Don Juan Nicasio Gallego el buen humor y chiste porque tanto se señalaba en el trato social. Quintana su tono severo y dogmático. Toreno sus calidades superiores de hombre, así como de talento e instrucción de mundo. Iba allí de cuando en cuando Argüelles, pero no ordinariamente, como los tres que acabo de nombrar. Iba allí el mucho después afamado Gorozarri, que en las Cortes de 1837 llegó a adquirir fama de necio y extravagante, y no sin razón, pero que había leído mucho, y que en 1810 y 1811, oscuro todavía, ya era notable por sus rarezas". [...][44] Bartolomé Gallardo, Martínez de la Rosa, Ángel Saavedra, Pizarro y el mismo Alcalá-Galiano, serían otros de los que pasarían por la calle del Camino donde vivían los Morla. Estos nombres nos dan idea de la altura de la tertulia que admiró el mismo Lord Byron.

Doña Margarita era realmente fea en honor a la verdad y tenía una de las colecciones de encajes más completas de aquellos tiempos. Los usaba para decorar sus cofias y poder así la insigne señora ocultar su fealdad. Fumaba con frecuencia puros habanos y se decía de ella que se parecía a la mismísima Madame Staël. La tertulia finalizó en el verano de 1811 cuando la señora de Morla retorna a Jerez para encontrarse con su marido y fue narrada magistralmente por Don Benito Pérez Galdós en sus "Episodios Nacionales", en el que se refiere a Cádiz, y en aquella tertulia donde Doña Flora y la Condesa Amaranta con otros personajes, circulan en animada charla por los salones   fernandinos, amueblados lujosamente según el gusto decorativo de la época.

Trágica suerte acompañó a Doña Margarita, ya que de tanto pensar llegó a perder la cabeza, abrazando las doctrinas de Fourier con tal pasión que se apreciaban en ella rasgos de locura. Hacia 1849 se desplazó a Madrid donde curó parcialmente, pero volviendo a trastornarse su cabeza, fue necesario trasladarla a Toledo donde poseía una casa, muriendo allí pocos días después de habitarla. Dice también Alcalá-Galiano: "En esto apareció una tertulia de igual naturaleza, pero en que predominaban opiniones diametralmente opuestas: la de la señora doña Francisca Larrea, mujer del ilustrado alemán D. N. Böhl de Faber, literato, buen escritor en nuestra lengua y apreciabilísimo, visto a todas luces. Su mujer, a quien acababan de dar licencia los franceses para pasar a Cádiz desde Chiclana, donde residía durante los meses primeros del sitio, era literata y patriota acérrima, pero de las que consideraban el levantamiento de España contra el poder francés como empresa destinada a mantener a la nación española en su antigua situación y leyes, así en lo político como en lo religioso, y aún volviendo algo atrás de los días de Carlos III, únicos principios y sistema, según su sentir, justos y saludables. Fui yo presentado en casa de la Sra. de Böhl; pero por mil razones no hube de agradarle, ni ella por su parte, a pesar de su mérito, se captó mi pobre voluntad. Lo cierto es que la ví una vez y después fue mi suerte (ya en 1818) entrar con ella y su estimable marido en agrias contiendas literarias, en que hubieron de injerirse con poco disimulo cuestiones políticas, no sin grande peligro mío en aquellas horas; acrimonia de que hoy me pesa al hacer a aquellos dos ilustrados consortes la debida justicia. [...][45]   Me acuerdo de que la señora de Böhl repetía con entusiasmo, mirándola como emblema de nuestro alzamiento, la siguiente décima, por cierto no falta de brío en la expresión o en el pensamiento, aunque incorrecta:

Nuestra española arrogancia
Siempre ha tenido por punto
Acordarse de Sagunto
Y no olvidar a Numancia.
Franceses, idos a Francia
Y dejadnos nuestra ley
Que, en tocando a Dios y al Rey
Y a nuestros patrios hogares,
Todos somos militares
Y formamos una grey

Aquí está compendiado el modo general de ver el levantamiento del pueblo español por un aspecto de los varios que presentaba, considerándole el único.

De estas doctrinas de sus padres, y más particularmente de su madre, saca las suyas que con tanto celo sustenta la afamada novelista, hoy viva, cuyo nombre en la república literaria es Fernán Caballero."[46]

Asistían a esta tertulia, antagónica de la de Morla, personajes del bando antireformista; Valiente, Ostolaza, Tenreyro. Sin embargo la tertulia de Doña Frasquita no tuvo nunca la importancia de la de la hermana del Conde de Villacreces.

Otra famosa tertulia gaditana de aquellos años fue la de la Marquesa de Casa Pontejos, donde acudían los aristócratas de la Corte que se habían refugiado en Cádiz, entre ellos Híjar, Salvatierra, Iturbieta y lógicamente Don Fernando de Silva, Marqués de Pontejos, casado con la dueña de la casa en donde se reunían los contertulios y donde se jugaba al monte, fea costumbre de la época.

Pero transcurrieron los primeros años del siglo XIX y el romanticismo; y después de aquellos tiempos de auge cultural, Cádiz entró en un sueño intermitente, pues la ciudad "sólo despierta de vez en cuando a una actividad vital, temporalmente, para luego volver durante largos períodos de letargo a quedar, según la visión que nos ofrece desde el aire, como flotando, dormida sobre las aguas".[47]

·- ·-· -······-·
Adolfo Blanco Osborne



[1] Blanco-White, José María, Cartas de España, Madrid, Alianza Editorial, 1972, introducción Vicente Llorens, pág. 40; nota 5, pág. 364

[2] Bonet Correa, Antonio, Andalucía barroca: arquitectura y urbanismo, Barcelona, Ediciones Polígrafa, 1978, pág. 124

[3] Ibíd. pág. 136

< [4] Ibíd. pág. 138

[5] Ramón Solís, El Cádiz de las Cortes, Barcelona, Plaza y Janés, 1978,  prólogo de Gregorio Marañón, pág. 9

[6] André d' Audebard, barón de Férussac, Notices sur Cadix..., citado por María Pemán Medina "Fernández Cruzado y su época" en Real Academia Provincial de Bellas Artes de Cádiz, Estudios sobre el pintor Joaquín Manuel Fernández Cruzado (1781-1859), Cádiz, 1983, pág. 45

[7] Nigel Glendinning, Goya, la década de Los Caprichos: retratos 1792-1804, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San  Fernando, pág. 24

[8] El retrato español: del Greco a Picasso, Madrid, Museo del Prado, 2004, págs. 360 y 361

[9] Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano, en Biblioteca de Autores Españoles tomo LXXXIII Obras escogidas de don Antonio Alcalá Galiano, Madrid, Atlas, 1955, pág. 4

[10] Ramón Solís,  op. cit. pág. 426

[11] Ibíd. págs. 424-425

[12] Ibíd. págs. 53 y 54

[13] Ibíd. pág. 54

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Mª. M. Virginia Sanz, "El Marqués de Ureña y el neoclasicismo gaditano", en Goya: revista de arte nº 151, Madrid, 1979, pág. 20

[17] Glendinning, op. cit. pág. 29

[18] Guillermo Carnero, Los orígenes del romanticismo reaccionario español: el matrimonio Böhl de Faber, Valencia, Universidad de Valencia, 1978, págs. 124 y 125

[19] Ibíd. págs. 69 y 70

[20] Ibíd. pág. 69

[21] Ibíd. pág. 70

[22] Antonio Orozco Acuaviva, La gaditana Frasquita Larrea: primera romántica española, Cádiz, Sexta, 1977, págs. 27 y 28

[23] Ibíd. pág. 37

[24] Carnero, op. cit. pág. 87

[25] Liga Hanseática, del alemán antiguo Hansen: asociarse. La Liga Hanseática fue una liga comercial que se constituyó a finales del siglo XII y principios del XIII por diversas ciudades de lengua alemana, principalmente Hamburgo, Lübeck y Bremen, estableciendo posteriormente relación comercial con otras ciudades europeas como Burdeos, Bayona, Marsella , Lisboa, Barcelona, Sevilla, Cádiz, Messina, Nápoles, etc. Esta liga se constituyó para ejercer un monopolio con objeto de evitar las invasiones de los piratas, especialmente de Gothlandia y Noruega. La Liga Hanseática decayó a principios del siglo XIX.

[26] Juan Nicolás Böhl de Faber, Floresta de Rimas Antiguas Castellanas ordenadas por don Juan Nicolás Böhl de Faber, de la Real Academia Española, Hamburgo, librería de Perthes y Besser, 1821 a 1825; Teatro Español anterior a Lope de Vega, Hamburgo, librería de Perthes, 1832

[27] Ramón Solís, op. cit. pág. 269

[28] Ibíd.

[29] Ibíd. pág. 270

[30] Ibíd. pág. 273

[31] Ibíd.

[32] Ibíd. pág. 274

[33] Ibíd.

[34] Carnero, op. cit. pág. 19

[35] Ibíd . pág. 31

[36] Se refiere a los hermanos Guillermo Augusto y Federico Schlegels

[37] Carnero. op. cit. pág. 37

[38] Ibíd. pág. 30

[39] Ibíd. pág. 38

[40] Ibíd.

[41] Ibíd.

[42] Véase Vicente Lloréns, Liberales y románticos, Madrid, Castalia, 1979, pág. 13

[43] Debo este dato a mi primo político Tello González de Aguilar, descendiente directo de Villacreces.

[44] Alcalá-Galiano, op. cit. pág. 76

[45] Ibíd. pág. 78

[46] Ibíd. pág. 78, nota.

[47] María Pemán Medina, op. cit. pág. 43



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