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La piedra de toque de los “Derechos Humanos”
por
Max Silva Abbott
La piedra de toque para saber a ciencia cierta quién defiende de verdad en los auténticos derechos humanos, es el estatuto del no nacido; o si se prefiere, si se admite o no el aborto, en cualquiera de sus formas.
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La idea de “derechos humanos” se ha transformado hoy en un lugar indiscutido de la cultura occidental, al punto que quien ose ponerlos en duda puede despedirse tranquilamente de estos atributos que se suponen universales.
De hecho, a tanto ha llegado su “popularidad”, que hoy se aboga activamente no sólo por un cúmulo aparentemente interminable de prerrogativas nuevas bajo su sombra, sino que cada vez es mas frecuente que en varios ambientes pretendan extenderse a seres no humanos: animales, plantas y entes inanimados, como los océanos, los ecosistemas o incluso la Tierra misma.
De hecho, hace unos cuarenta años, Michel Villey hablaba de una verdadera “inflación” de derechos, pues a fin de cuentas, sólo se ponía énfasis en la prerrogativa en cuestión (la facultad de exigir tal o cual cosa, por curiosa, descabellada o imposible que fuera), sin tener en cuenta quién debía ser el obligado a satisfacerla, si era realmente posible hacerlo y cómo, ni mucho menos intentar justificar su fundamento.
Así las cosas, resulta hoy bastante difícil no perderse en este verdadero maremagnum de declaraciones, aspiraciones, buenas intenciones, denuncias y demases, porque si bien a primera vista pareciera que todos hablan el mismo idioma, un poco de atención muestra muy a las claras que las palabras tienen significaciones no sólo muy distintas, sino incluso incompatibles en unos y otros casos. Basta ver lo que ocurre con términos como “salud” o “familia” para darse cuenta de ello. Y en realidad, no han faltado quienes sostienen que la primitiva Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU de 1948, ha sido sustituida por otras aspiraciones que poco o nada tienen que ver con su primitivo espíritu, aun cuando muchas veces se mantenga la nomenclatura.
Por tanto, ¿cómo distinguir la moneda auténtica de la falsa, la verdad de la ficción, el sentido común de la mera conveniencia política, económica o ideológica?
En realidad la respuesta puede no ser tan difícil. En efecto, en su primitivo espíritu, y que aún hoy se esgrime –al menos en teoría–, los derechos humanos: a) son ciertas prerrogativas que se tienen por el sólo hecho de ser miembro de la especie humana, sin importar ninguna otra característica o requisito; b) son anteriores a la ley y al Estado, o si se prefiere, no dependen de ellos para su existencia, debiendo limitarse ambos sólo a reconocerlos, no inventarlos; y c) que se poseen sobre todo cuando se está en una situación de desamparo o debilidad frente al poderoso que pretende abusar de su situación de ventaja.
Pues bien, a nuestro juicio, la piedra de toque para saber a ciencia cierta quién defiende de verdad en los auténticos derechos humanos, es el estatuto del no nacido; o si se prefiere, si se admite o no el aborto, en cualquiera de sus formas. Si los derechos humanos son lo que son, para ser auténticos, el derecho a la vida del no nacido no puede jamás sufrir merma alguna, no sólo porque no hay derecho superior a éste, sino además, porque aquí calzan perfectamente todos los atributos señalados anteriormente. Por eso, un dato fundamental es que los derechos humanos se tienen y deben protegerse de forma eficaz, precisamente en los casos de que “molesten” a los más poderosos, cuando “cueste” respetarlos. Por el contrario, pretender defenderlos sólo cuando resulte fácil, conveniente, o se amolden a los propios intereses es, simplemente, una mentira, o cuanto menos, un autoengaño. ·- ·-· -······-·
Max Silva Abbott
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