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Ir a la raíz de los males
por
José Fermín Garralda Arizcun
Por mucho que pase el tiempo, el faro de la verdad es inmutable, y las necesidades más profundas son idénticas, aunque cambien los accidentes y la forma de llegar al interlocutor. El Syllabus de Pío IX sigue en pie, y como tal lo muestra el Catecismo universal de la Iglesia Católica.
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El lenguaje dogmático es y debe ser fijo, mientras que el lenguaje pastoral
lleva el “deber ser” más al corazón. Afirmando ambos lenguajes, cada orador
tiene sus habilidades expositivas.
Decían que “en la época actual no es necesario ya que la
religión católica sea considerada como la única religión del Estado, con
exclusión de todos los demás cultos” (Syllabus prop. 77), y al fin
se constata que con UCD y el PP la religión católica ha ido sufriendo los
embates ya desde el Estado, ya –como consecuencia del ejemplo de las
instituciones públicas- desde las oligarquías sociales descreídas, todo lo cual
ha culminado con la política sectaria en el Gobierno de España, varias CC.AA. y
Ayuntamientos.
Decían que la neutralidad garantizaba la libertad, y con
esta falsa neutralidad, es decir, con la impiedad de poner a Dios, a Cristo y a
su Iglesia al mismo nivel que los errores, arrebataron a N.S. Jesucristo -a la Verdad, garantía de la verdadera libertad-, sus sagrados derechos, perdiéndose incluso para
el hombre la propia imagen del hombre, imagen visible de Dios invisible. ¿Queremos
ser felices y hasta prósperos?: pues es necesario mirar al Dios Encarnado y
dejarse mirar por Él.
Decían que una supuesta y falsa “neutralidad” garantizaba la
libertad, y ahora el Estado impone la EpC, que anula los derechos y la libertad
de los padres e hijos, de los profesores y centros educativos. De una falsa
e imposible neutralidad, se ha pasado a que el Estado opte por lo malo y lo
imponga a la sociedad.
Decían que “es de alabar la legislación promulgada en
algunas naciones católicas, en virtud de la cual los extranjeros que a ellas
emigran pueden ejercer libremente el ejercicio público de su propio culto” (Syllabus,
prop. 78), y ahora se aprecia que la avalancha de extranjeros acatólicos no
sólo rompe la unidad católica en la sociedad, sino que impone una mal llamada
“neutralidad” por la que se arranca de las escuelas, centros de sanidad, ayuntamientos
etc. los signos religiosos del Crucificado. Y además, no es difícil que los
acatólicos que llegan a tierras hispanas quiebren de diversas maneras la
comunidad cívica y la unidad de convivencia y legislación.
Decían que “es falso que la libertad civil de cultos y la
facultad plena, otorgada a todos, de manifestar abierta y públicamente sus
opiniones y pensamientos sin excepción alguna conduzcan con mayor facilidad a
los pueblos a la corrupción de las costumbres y de las inteligencias y propaguen
la peste del indiferentismo” (Syllabus prop. 79), y ahora el poder
civil prohíbe, legisla, y regula casi todo, asistiendo el ciudadano al
indiferentismo, al relativismo, y al nihilismo de las instituciones públicas,
lo que arruina la civilización occidental y la razón y ser de la Patria española.
Decían que “el Romano Pontífice puede y debe
reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización
moderna” (Syllabus prop. 80), entendiendo por tal los
sistemas inventados para debilitar y tal vez destruir a la Iglesia, y ahora se ve que la Iglesia y los cristianos son perseguidos por los que actúan
como si fuesen hijos de la mentira, que ayer aprovecharon el
igualitarismo para medrar ellos y perjudicar a la Iglesia, y ahora aprovechan el poder del Estado para expulsar a Ésta de la sociedad y
arrebatar la patria potestad de los padres, y hasta las conciencias de los
hijos con ese bodrio llamado “Educación para la Ciudadanía” (o la tiranía).
Estas cuatro cosas que decían y dicen ya fueron
rechazadas en el Syllabus. ¡Cuánta razón ha mostrado tener Pío IX!
Al liberalismo radical se ha llegado desde el liberalismo
moderado. La doctrina católica es el único valladar lógico y real ante los
errores liberales y socialistas. Dicho de otra manera, el liberalismo moderado
es la causa del liberalismo radical, y la separación de Iglesia-Estado,
rechazada mil veces por la Iglesia, es la causa de la inclusión de la Iglesia en el Estado ateo. Por eso, ambos errores –la separación e inclusión- sólo se pueden
corregir desde la unión Iglesia-Estado, al estilo y en la forma como siempre la Iglesia lo ha querido. Laicismo, laicidad, secularismo, todo es lo
mismo si supone una mayor o menor independencia de las criaturas
respecto a su criador y redentor, una naturalismo, una secularización.
¡Con razón Juan XXIII y Pablo VI ensalzaron la unidad
católica de España! ¡Cómo la echaría hoy en falta cualquier buen gobernante! ¡Cómo
la desearían hoy los laicistas aunque en un sentido inverso! Hoy día, al no
existir unidad religiosa, la unidad social y hasta política se resquebraja
llegando a extremos de verdadera degeneración en España. Legislar resulta muy
difícil. Tener un proyecto de bien común parece imposible. Siempre una parte se
impone a la otra. Y una imposición subjetiva siempre se ve por los demás como
opresión. Desde luego, cada vez es más frecuente que se quiera oprimir la
libertad de la Iglesia desde posiciones presentadas como objetivas aunque desde
luego sean muy erróneas. Por otra parte, una política de vuelo bajo transforma
los anhelos más nobles y elevados en una limitada perspectiva de aves de
corral, carentes de ideales y metas más allá de la propia utilidad inmediata.
¿No se echará en falta en España aquella unidad católica perdida en la ley de
libertad religiosa de 1967?
No es momento de lamentarse. Es indispensable conocer la
raíz de los males, que los católicos seglares denunciaron en la
clandestinidad eclesial allá en 1989. La Unidad Católica no pudo ser celebrada en la catedral de Toledo, pero lo fue en la cripta del
glorioso Alcázar sobre la quebrada del río Tajo. No dejaron otro remedio. Y
este remedio tiene el regusto de la gloria. Pues bien, conocida la raíz de los males, ¿qué lenguaje se utilizará para reconquistar la Unidad Católica? Empezaremos por el ¿queréis ser felices? ¿En qué os vais a agarrar para
poner fin a la disolución de la sociedad y del hombre mismo? ¿Quién es vuestro
Dios? ·- ·-· -······-·
José Fermín Garralda Arizcun
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