No sólo sus primeras lecturas lo acercan a los autores galos
del siglo XVIII, sino también sus estudios universitarios los desarrolló en las
universidades más progresistas y, por ende, más afrancesadas de la España de
entonces.
Donoso recibió lecciones de francés desde muy joven [1] , perfeccionándolo
luego durante sus diversas estadías en Francia a partir de 1840. Al margen de
esta circunstancia, un joven ávido de lecturas, como lo fue siempre Donoso, no
podría estar ajeno al poderoso influjo cultural que desplegaba por entonces
Francia, no sólo en su vecina España, sino, en mayor o menor medida, en todo el
mundo occidental. De esta influencia transpirenaica, como casi todos los de su
generación, bebió el joven Donoso sus primeras ideas políticas, incomprensibles
si no se tiene en cuenta el devenir vanguardista de los acontecimientos
políticos franceses. No me refiero en especial a la trascendente revolución de
1789, ni a la consiguiente expansión napoleónica, sucesos que a pocos europeos
o hispanoamericanos pudieron dejar de afectar de algún modo, sino a la política
francesa que se desarrolló a partir de la Carta de 1814, que acompañó el
interrumpido reinado de Luis XVIII, y al de su sucesor Carlos X; a los intentos
involucionistas de éste, y a su final anticipado por la llamada revolución de
julio, que dió lugar a una monarquía burguesa encabezada por Luis Felipe de
Orleans. Por último, al devenir de ésta a través de sus distintos ministerios.
Fueron éstos los acontecimientos que marcaron el entorno de
la juventud de Donoso Cortés. Sus estudios y sus análisis y, como consecuencia,
sus pensamientos políticos de entonces estuvieron fuertemente influenciados por
la apasionante realidad política de Francia. Esta se convirtió así en estadio
avanzado del desarrollo político europeo, guía previa y, por ello, modélica y
aleccionadora de la situación española, que a través de la guerra de la
independencia, las Cortes de Cádiz, el regreso del rey "deseado",
pasando por el trienio liberal, la "invasión" de los cien mil hijos
de San Luis, la férrea restauración de Fernando VII, el Golpe de Estado de
1832, y el Estatuto Real, para detenernos sólo aquí, demuestran un paralelismo
demasiado evidente y deudor de los sucesos franceses.
Desde hacía tiempo la "luz" venía de Francia y
Donoso estuvo siempre alerta para recibirla. Si la revolución del 48 o la
posterior llegada al poder de Luis Napoleón se consideran indispensables para
entender al último Donoso, este papel en su juventud lo desempeñará la
revolución de julio y la monarquía de Luis Felipe. Siempre fueron francesas las
fuentes básicas en que se inspiró su pensamiento aunque las filtró con las
peculiariedades propias de su estilo y de su genio. Liberales doctrinarios
sucederán a las lecturas clásicas de la Ilustración. Contrarrevolucionarios
franceses como de Bonald, de Maistre, o el romántico Chateaubriand, influyeron,
antes de lo que comúnmente se cree, en el pensamiento del extremeño.
Si el pensador español recibe con avidez las nuevas
tendencias intelectuales que surgen allende los pirineos, también, siguiendo el
tópico ilustrado, considera a España vacía de filosofía, no sólo en su tiempo,
lo que en parte es correcto, sino, y recojo sus palabras, "siempre es
cierto que en la península española jamás levantó sus ramas frondosas a las
nubes el árbol de la filosofía" [2] .
Su formación afrancesada le aleja del conocimiento de la filosofía española,
con gravedad de los pensadores escolásticos del siglo XVI, Suárez, Mariana o
Vitoria, en alguno de los cuales sólo se interesó durante los años finales de
su vida. La causa del influjo galo la debemos encontrar también en su propio
tiempo, la primera mitad del siglo XIX; "de ese maestro soy
plagiario" [3] ,
replicará con orgullo y desdén, a aquellos que tildan de afrancesadas sus Consideraciones
sobre la diplomacia, acometiendo luego en contra del estilo desfasado de puristas,
"que imitan más o menos al de los escritores del siglo XVI, sin saber que
cometen un anacronismo" [4] . Donoso
no dejó nunca de sentirse español, pero, como vemos, su formación y su
circunstancia le otorgaron una clara disposición receptiva de las principales
corrientes del pensamiento galo: "la dote con que me envanezco es un amor entrañable
a mi país, y la debilidad que publico es mi inclinación irresistible, instintiva,
por la Francia" [5] .
La confesión fue sincera. De ambos sentimientos dio copiosas
pruebas durante toda su vida.
Si bien pudo conocer el pensamiento liberal inglés, el
utilitarismo de Bentham y quizás el conservadurismo de Burke, como también la
corriente idealista que con fuerza surgía en Alemania, estas fuentes fueron por
lo general secundarias dentro de su pensamiento y recibidas, si no conocidas, a
través de obras principalmente francesas. Por ello señaló que M. de Staël,
Cousin y Constant, tres autores ya leídos por Donoso, "fueron los que
principalmente hicieron conocer a la Francia los sistemas filosóficos de la
Alemania" [6] y,
probablemente, a su vez, por esa vía los conoció él mismo.
Comprendiendo la fuerza de este influjo cultural galo, es
como mejor podemos valorar sus constantes reflexiones en torno a los vaivenes
políticos de Francia, en estos primeros años de actividad publicista,
relacionados con la Carta de 1814 y la revolución de julio de 1830.
En este artículo describiremos la conexión intelectual del
español con un sistema, para con él dar, mediante la adopción del principio de
la soberanía de la inteligencia, una respuesta global al problema político que
planteó el desmoronamiento del Antiguo Régimen en gran parte de Europa. Esta
relación esta fundamentada en el ideario que en su día había inspirado la Carta
francesa de 1814, y que luego volvió a replantearse con la monarquía
luisfelipista. Es decir, en la acción ideológica que llevó a cabo el grupo, más
que partido, conocido como liberal doctrinario, que en torno a Royer-Collard
reúne, entre otros, a Guizot, Víctor de Broglie, Barante, y Pierre F. de Serre;
todos destacados intelectuales que ingresan en la política en una época
compleja y de constante agitación, en busca de una línea conciliadora entre el
antiguo y el nuevo régimen, propiciando el justo medio que sin retornar al
pasado, logre acabar con los excesos provenientes de la revolución.
Donoso, en 1834, denota ya una marcada y evidente
inspiración en el grupo al que nos acabamos de referir. Aquel año, el joven
intelectual español se queja amargamente de que el principio victorioso de
julio de 1830, es decir, el de los doctrinarios, el de la inteligencia, no haya
sido extendido desde Francia hacia el resto de Europa. Ello se lo imputa a la
política internacional no intervencionista que ha impuesto la Santa Alianza a
Luis Felipe de Orleans y que no disgusta a algunos de los propios doctrinarios,
que la considerarían propicia para una mayor consolidación de la frágil situación
francesa. Donoso, por el contrario, pretende hacer ver el supuesto papel
histórico que corresponde al país galo en la expansión por Europa del principio
de la inteligencia. Para el extremeño, la revolución de Julio debió de tener el
carácter de "una revolución en las ideas" [7] y Francia, por
someterse a los dictados de la Santa Alianza, habría renunciado a su misión. No
es, sin embargo, filantrópica y desinteresada la posición de Donoso, sino más
bien un llamado a sus vecinos a intervenir en apoyo de la causa liberal en
España, acuciada por entonces en la guerra contra el carlismo. Con esta
intención plantea que el gobierno francés debe encabezar una guerra en el
extranjero que le permitiría exteriorizar el espíritu revolucionario, sacarlo
de sus fronteras, ya que, de otro modo, pugnaría internamente por destruir la
propia nación francesa. Para Donoso la revolución fue, en 1830, una respuesta
al intento de restauración que encabezó Carlos X, por lo tanto la estima como
una "revolución inmensa, poderosa, que debió presidir la
regeneración del mundo... pero que se está devorando a sí misma por no haber
tenido la conciencia de su poder y el sentimiento de su fuerza" [8] .
El espíritu revolucionario es disolvente en la situación que
aqueja a Francia, ya que se expresaría en contra de la monarquía orleanista,
instauradora del principio de la inteligencia; por el contrario, ese espíritu
es positivo en España, ya que, mientras el carlismo se mantenga en armas, es
decir, el absolutismo [9] se
plantee como una alternativa de poder, la posibilidad de un regreso al Antiguo
Régimen es, a diferencia de Francia, aún factible.
Al año siguiente vuelve el extremeño a referirse a la
revolución de julio en términos incluso de mayor admiración, en contraste, esta
vez, con la cruda situación española que califica, expresivamente, como un
"combate de pigmeos que luchan en una tierra movediza" . La
revolución de julio, en cambio, "ha saludado al pueblo rey que hizo en
tres días la obra de tres siglos y se reposó después majestuoso y sublime"
[10] . Está aquí el valor
que Donoso reconoce en esta hora a la conocida como revolución de 1830: produjo
rapidos avances y reformas, acabó con la tentación absolutista y, de forma
simultánea, ha dominado el inicial espíritu revolucionario disolvente, al
defender sus justas conquistas. En el fondo, se está valorando la significativa
situación por la cual los doctrinarios se han hecho con los frutos de la
revolución y, al mismo tiempo, la han logrado encauzar y dominar. Es en estos
años cuando aparecen con énfasis, en el pensador español, los aspectos
positivos de las revoluciones, en la medida en que hayan sido guiadas por la
inteligencia. En el caso de julio de 1830, la revolución significaría la
encarnación momentánea de la inteligencia en todas las clases sociales,
conformando así el pueblo una existencia excepcional (así lo será también su
soberanía), que se diluirá luego, en tiempos normales, al retornar la
inteligencia a las clases medias.
El propio Donoso no esconde en sus Lecciones de derecho
político su seguimiento del ideario doctrinario al citarlos para afirmar el
principio de la soberanía de la inteligencia, incluso en tiempos de revolución,
y más aun cuando salen en defensa de la revolución de julio, legitimada por la "falta
de inteligencia" demostrada por la restauración de Carlos X, como por
la conducta, "prudente y entendida" [11] , que la revolución
adoptó tras la victoria. Este es el ánimo que habría acompañado al sector
moderado en el golpe de 1832 en La Granja. Pero más allá de la utilidad que le
pueda prestar para legitimar la situación española, de los doctrinarios
franceses recoge Donoso la idea maestra de su esquema político de entonces la
soberanía radicada en la inteligencia y, aun más, un método de interpretación
de la realidad, un instrumento filosófico: el eclecticismo. Royer-Collard,
padre y, en sus inicios, primera figura del grupo doctrinario, conocedor de la
filosofía escocesa del sentido común, esbozó principios que, al dedicarse él
por entero a las actividades políticas, desarrollaría su discípulo Víctor
Cousin, incorporando influencia del idealismo alemán. Lo que propone Cousin con
su eclecticismo, ya en 1828, es encontrar la vía media, la selección de las
partes que se consideran verdaderas de cada sistema, en la creencia de que
ninguno de ellos era completo, y de que no existía tampoco ninguno
absolutamente falso. Como lo describe el propio Donoso, su pretensión "era
proceder, por medio del examen de todos los sistemas filosóficos, a la reunión
en un cuerpo de doctrina de todas las verdades exageradas o incompletas que
encerraban en su seno" [12] .
El espíritu de esta corriente del justo medio lo reconocía
emblemáticamente plasmado en la Carta francesa de 1814, que en lo político
buscaba cuidadosamente el objetivo de "hacer posible el tránsito al
Estado constitucional salvaguardando los derechos de la Corona" [13] . Por ello la Carta no
era una Constitución corriente sino, más bien, una concesión voluntaria del rey
que pretendería dar satisfacción a lo que fue considerado como una necesidad de
sus súbditos. La soberanía no está en cuestión, arranca la Carta de la
autoridad Real que, graciosamente, concede ciertas prerrogativas como,
históricamente, la monarquía tradicional pudo en su tiempo realizar análogas
concesiones. Los doctrinarios participaron directamente con esta fórmula,
colaborando desde la Cámara con el gobierno de Luis XVIII en una actitud de
orientación política que fue tornándose cada vez más crítica, a medida que el
régimen tiende hacia políticas restauracionistas. El régimen que emana de la
revolución de julio será distinto, como diferente será la nueva Carta, e
incluso la casa reinante. Ya no se trata de una mera concesión real, sino de
una aceptación del nuevo rey de jurar y observar una Carta. A Luis Felipe se le
llama por una necesidad superior, no sólo dinástica ni únicamente popular;
busca su reinado la combinación de ambos principios de legitimidad, originado,
como fue, por peculiares e irrepetibles circunstancias. De allí que su posición
representó finalmente una transición de uno a otro principio, diluyéndose la
nueva legitimidad y la posibilidad de la instauración de una nueva dinastía. [14]
Cuando Donoso se refirió al Estatuto Real, que en España se
estableció en 1834, calificándolo como un equilibrio entre el pasado y la
modernidad a través del principio de inteligencia, bien cabe aplicar también
esta inspiración a las Cartas francesas de las que venimos hablando. Fueron
estos documentos los que, en desmedro de los antecedentes constitucionales de
1791 en Francia y de 1812 en España, dan pasos seguros y no precipitados que
permiten la transición hacia un nuevo régimen que culminará, años después,
instaurando la soberanía popular. Donoso, en esta época, piensa aún en la
capacidad de contención del pueblo que suponen las clases medias, a través del
mecanismo electoral censitario, ya que, como veremos, jamás fue partidario de
la soberanía popular.
El anhelo de tranquilidad, tras decenios de enorme
agitación, la victoria de cierto ánimo de equilibrio, ante fuerzas radicales
desorganizadas, permitió que fueran los doctrinarios quienes se hicieran con el
poder tras los tumultos de 1830. Como lo ha descrito Ortega y Gasset:
"el grupo de Royer-Collard y Guizot fue el que primero
dominó intelectualmente los hechos, que tuvo una doctrina. Y, como es
inevitable, se hizo dueño de ellos" [15] .
El momento político les era de modo evidente favorable, y
supieron aprovecharlo. Su doctrina era precisamente la del justo medio, aquella
que no quería regresar al pasado, ni olvidarlo del todo. Que quería las
conquistas de la revolución, pero no sus desmanes.
En este período, que se extiende entre los años 1834 y 1837,
es cuando Donoso se muestra mayormente imbuido, decididamente influenciado por
una corriente específica de pensamiento, el liberalismo doctrinario. Lo acogió
globalmente con el entusiasmo y vigor propio de su carácter y al mismo tiempo
con cierto particularismo. Dogmatiza el principio doctrinario de la
inteligencia, convirtiéndolo, durante estos tres años, en una especie de panacea,
capaz de resolverlo todo y, sin el cual, nada podría entenderse correctamente
de la vida en sociedad. No obstante, el joven intelectual español asume el
doctrinarismo con peculiariedad propia, lo diferencia de los franceses su
consideración unitaria del poder y la consiguiente crítica a su pretendida
división; aspecto éste clave dentro de su pensamiento político, más allá de sus
años doctrinarios.
Existe innegable unidad en los escritos donosianos que van
desde 1834 hasta la última de sus Lecciones, en febrero de 1837. Dentro
del itinerario de sus ideas, lo considero un paréntesis, esencialmente marcado
por su dependencia ideólogica del grupo francés de Royer-Collard. Influencia
del liberalismo doctrinario, pudo muy probablemente recibir antes de 1834 y algo
después de 1837, pero en ningún caso determinante. Sólo entre aquellos años
Donoso se mostró consciente y convencido de la eficacia de su sistema basado en
la soberanía de la inteligencia. Antes o después, aparece difuso; sin
plantearlo con decisión, hacia 1832 o 1833, y, ciertamente, haciéndole
compartir con otros, desde 1837, el sitial director de la vida social, que en
su día le había atribuido en exclusiva. Ningún autor ha negado unidad a los
tres escritos claves de este paréntesis [16] ,
y así se entiende que hayan sido considerados como su apogeo doctrinario,
aunque se ha tendido en general a extender en demasía la fase liberal
doctrinaria, o mejor dicho, a no delimitarla con suficiente claridad.
Curiosamente, Joaquín Costa [17] ,
aún en el siglo XIX, con innegable acierto distingue estos escritos de los que
inmediatamente le anteceden y continúan. Coincido pues con Costa en ajustar la
fase doctrinaria al período 1834-1837.
Distinto es lo que acontece con el eclecticismo, ya que,
como método o filosofía, si bien Donoso lo critica con agudeza junto al
doctrinarismo durante 1838, posteriormente, en variadas ocasiones y con no
menos ingenio, lo continuará utilizando cuando las circunstancias se lo señalen
conveniente. Así, avanzados los años cuarenta, Donoso seguirá, con altos y
bajos, utilizando el método de interpretación ecléctico para enfrentarse a la
realidad de su sociedad, probablemente por carecer de otro método que lo
reemplace o, simplemente, porque es el que, en ocasiones, mejor le satisface a
sus propósitos político-publicistas. ·- ·-· -······-·
Gonzalo Larios Mengotti
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