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Connaturalidad de la amistad de Jesucristo

por Octavio Rodríguez

Este ensayo ha formado parte de una propuesta de diálogo con personas que se desempeñan en diversos ámbitos. Pues en el campo eclesial católico, que es universal –y, por derivación, universitario– hay confluencia de inquietudes, de saberes, todos ellos unidos, como en manojo, en su fundamento: Jesucristo –camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6).

Cuando relacionamos datos del sentido común, de la ciencia y de la fe, nos encontramos con una limitación: quienes, de entre nosotros, hayan recibido formación filosófica –y teológica–, acaso se queden rezagados cuando se les pida su parecer en asuntos que involucren cuestiones científico-técnicas; por otra parte, cuando alguien dedicado a la investigación corriente se propone indagar filosóficamente sobre su ciencia, suele carecer de la formación requerida para este análisis. [1] Esto se trasluce, en la universidad, en dificultad de comprensión en el diálogo inter-facultades. La brecha se haría menor si, unos y otros, tuviéramos en cuenta, aun más, los datos de la experiencia humana común a todos. Así, a propósito de la integración entre fe y cultura, podríamos atender al consejo de San Ignacio, quien recomendaba seguir a los doctores positivos, a los escolásticos, a Santo Tomás y a San Buenaventura –pues se fundan en datos concretos de la Escritura y de la Tradición. [2]    

A lo largo de los siglos, se ha logrado perfilar una filosofía y teología cristiana, con formas y métodos característicos. [3] Papas de diferente procedencia y formación académica, nos han animado a seguir, en este empeño, a Santo Tomás. Sin embargo, cuando el tomismo pareció convertirse en doctrina oficial de la Iglesia, imperitos comentadores le dieron tintes autoritativos y apologéticos, ajenos a él; además, tendieron a reducirlo a manuales, en un sinfín de distinciones silogísticas. Se opacaba, así, su característica apertura a la realidad –a la verdad–, tan necesaria en el permanente diálogo contemporáneo; y se acabó por sepultarlo, como obsoleto. Ciertamente, Santo Tomás atendía a las concepciones de la ciencia de su época, hoy en gran parte superadas. Pero, él –a semejanza de Aristóteles– como buen indagador, seguiría entusiasta esta pauta:

«Cuando los hechos no nos sean conocidos de manera satisfactoria, y en caso de que algún día lo sean, habrá que fiarse más de las observaciones que de los razonamientos, y de los razonamientos en la medida en que sus conclusiones coincidan con los hechos observados». [4]

Esta disposición le permitía abordar fecundamente los versátiles enfoques de los investigadores en diversas áreas.

Santo Tomás, realista, asocia, también, nuestra relación con el Hijo de Dios con «cierta percepción y conocimiento experimental». [5] La figura de Jesucristo, en cada época, reclama atención. Ante Él, hay que asumir una posición, pues se presenta a sí mismo como salvador definitivo, frente a quien sólo cabe una postura a favor o en contra (cf. Lc 11,23) .

La vida es corta y tenemos que decidirnos personalmente y con la prontitud necesaria en asuntos vitales. La Providencia divina provee al respecto. ¿Podemos tener experiencia de amistad de Jesucristo? Se puede sostener que ha dejado velados los signos de su resurrección –a través de la fragilidad sacramental de la Iglesia– a fin de no ejercer coacción seductora y, también, como estímulo de nuestra ansia indagatoria –de modo que favorezca nuestra libertad de opción por Él. Respetuoso, se manifiesta y salva mediante la contradictoria Cruz (cf. 1Cor 1,18), en la Iglesia, por los sacramentos.

Su amor cierto se acompaña de donación y despojo de sí. Sus signos de amistad, por su Espíritu de amor, aportan –de modo adecuado a cada uno de nosotros, según el propio talante– suficientes elementos de discernimiento, para poder responder –cada uno si lo desea– su llamada a seguirle efectivamente –y, así, siempre mediante su Espíritu, conseguir la realización personal y comunitaria, para gloria del Padre. Cuando compartamos su cáliz, habremos superado la distancia escatológica que nos separa de Él (cf. Mt 20.22).  

Él mismo es causa y término de nuestra fe (cf. Hb 12,2). El surgimiento y progreso de nuestra amistad con Él sigue la dinámica de las amistades auténticas, en grado excelso. El amor cristiano es perfección del amor natural –presente en la creación. Santo Tomás, optimista esperanzado, descubre conjugados mundo presente y futuro, tierra y cielo, materia y espíritu, muerte y resurrección. Todo aunado en el Cuerpo místico de Jesucristo, en la Eucaristía: por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

El amor es guía de la fe; le da la orientación, coherencia y concreción; es principio de discernimiento que guarda de caer en superstición o en exageración delirante. [6] Al respecto, San Ignacio apreciaba aquella doctrina que condujese a «mover los afectos para en todo amar y servir a Dios». [7] Santo Tomás, por su parte, señala que, además del conocimiento teológico especulativo, existe el obtenido por connaturalidad, por afinidad­­ –cognitio affectiva. Son complementarios. Amamos según conocemos, y conocemos según amamos.

El aprendizaje y la enseñanza teológicos, discurren a la par con la adhesión amorosa, con la consagración a Dios. Una teología que impulse la comunión –la amistad– con el Hijo de Dios, con su Cuerpo eclesial, involucrará vitalmente . Cuando alguien recibe una primera instrucción cristiana, puede obtener, de inicio, algún conocimiento nocional; sólo percibirá su verdadero valor cuando –como catecúmeno– experimente la vida cristiana, en comunidad. La vida cristiana es amistad –de cada uno y de todos– con Jesucristo, en su Cuerpo místico, por el Espíritu. La fe está informada de amor. Se ha indagado bastante acerca del acto de fe y, acaso menos, del acto de amor concomitante, que se da por supuesto.

Nuestra estructura personal es relacional. Relación es religación, religión. La vocación humana es vocación de amistad con Jesucristo. Hemos de dejarnos animar por su Espíritu y progresar en su pesquisa y seguimiento: De hecho, le hallamos presente en nosotros y en el mundo. Su acción y sus signos están presentes en la trinitaria obra creadora, redentora y santificadora.

Ascendemos –en nuestra vida de relación– según los principios de relacionalidad –de razón y amor– presentes en todo ser, huella de la Trinidad. El lόgoς-agάpη­; inscrito en la creación señala a su Artífice. 

Mil gracias derramando,
pasó por estos sotos, con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura. [8]

Surcamos, pues, la escala del amor: Ascendemos, con Cristo, por su Espíritu, al Padre y descendemos, junto con Él, en su entrega por todos y todo. Nosotros –con toda la creación– somos asociados al misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Nos descubrimos, pues, capaces de conocer y amar. Atisbamos a la Trinidad presente en nuestra misma estructura personal. Cuando amamos a alguien, ascendemos, por el Espíritu de Cristo –inspirador de este amor–, y culminamos en la amistad de Jesucristo (cf. 1Jn 4,12); en la comunión de su Cuerpo Místico. [9]

Al tratar de la amistad de Jesucristo, conviene, entonces, en primera instancia , atender a nuestra condición creatural – que está a la base de la comunión cristiana. A este respecto, recordemos con San Pablo, que primero es lo vital y anímico ψυχικν); luego, lo espiritual (cf. 1Cor 15,44-46). Si queremos un enfoque orgánico, hay que tener en cuenta primero las determinaciones fìsico-síquicas propias del amor humano; pasar, luego, a su culminación en la donación recíproca amistosa, para culminar, al fin, en la amistad con el Hijo de Dios.

Paradójicamente, Él –y su Iglesia– ha sido acusado y condenado, en diversas ocasiones a lo largo de la historia, como extraño entorpecedor de la realización personal y social. No es así: El amor y la amistad de Jesucristo nos es connatural –lleva a las naturales potencialidades a plenitud superabundante, por participación en la vida trinitaria, mediante los dones del Espíritu –fe, esperanza y caridad.  

La experiencia de vida en y con Cristo no se limita ni a un vago sentimiento, ni a un conocimiento meramente nocional. Es vida relacional, vida de amistad; es la amistad suprema a la que se orientan las amistades humanas. Jesucristo ha dicho: «Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12,50; cf. Mc 3,35). Nos hacemos, pues, de su familia, connaturales. Santo Tomás empleó la categoría connaturalitas referida a nuestra vinculación con Dios, y relacionó el don del amor con la amistad.

Con respecto al proceso por el que llegamos a entablar amistad con Jesús, cada uno de nosotros puede hablar únicamente por sí mismo. Cada cual ha llegado a la vida cristiana de un modo que le concierne muy personalmente. Nos mueven, ante todo, nuestras propias experiencias, que son, en cierto modo, intransferibles. [10] Lo personalmente asentido es comunicable, más bien, en la medida en que mueva a otros a tener un recorrido personal –desde la experiencia al asentimiento– en el mismo sentido, a la misma interrelación.

Consecuentemente, este ensayo perfila una invitación, entre amigos.

·- ·-· -······-·
Octavio Rodríguez


[1] cf. Tresmontant, Claude. Ciencias del universo y problemas metafísicos. Barcelona: Herder (1978) p. 7-11.

[2] cf. Ejercicios espirituales. 363.

[3] cf. Nedoncelle, Maurice. ¿Existe una filosofía cristiana?. Andorra: Casal Vall (1958).

[4] De la generación de los animales. III, 10. 760b.

[5] cf. Summa Theologiae [30250] Iª q. 43 a. 5 ad 2

[6] cf. Vble. John Henry Newman. Oxford University Sermons: Sermon 12. Love the Safeguard of Faith against Superstition. [222] n.16

[7] Ejercicios espirituales . n. 363.

[8] San Juan de la Cruz. Cántico espiritual. n.5

[9] cf. San Elredo de Rieval. La amistad espiritual. 2.21

[10] cf. Vble. John Henry Newman. “Inference and Assent in the Matter of Religion”. In: An Essay in aid of a Grammar of Assent. [385-386, 409].



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