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Sentido metapolitico del nombre de Roma
por
Primo Siena
Algunas notas sobre el poder evocativo de la palabra
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Los semiólogos modernos se inclinan a negar el poder evocativo de la palabra considerada como un conjunto de signos que
no expresa ningún orden de conceptos universales, sino objetos circunstanciales. Por consiguiente, cuando desaparecen los
objetos que han sido expresados, las
palabras mismas quedan vaciadas de sentido: meros soplos que pasan en el caos en que vivimos y no vuelven.
Este es el caso del semiólogo italiano Umberto Eco -definido "brillante dilapidador de sacralidad" -
quien ha clausurado su famosa novela El
nombre de la rosa con la cita latina de un monje benedictino del siglo XII: Stat rosa prístina nomine; nomina nuda tenemos (Permanece la rosa original con el nombre; después
tenemos nada más que nombres).
Como observó en su tiempo Vintila Horia. se trata de un texto que insinúa el concepto medular del nominalismo
filosófico de Guillermo de Occam: los nombres, las palabras, son meras convenciones libres y colectivas que no logran apresar las esencias universales de los conceptos, ni acceder a las cosas individuales.
Umberto Eco sella así la posición relativista de la actual semiología avanzada.
En la vertiente opuesta se coloca, a su vez, el argentino de origen italiano Carlos A. Disandro, filólogo clásico, quien abre su áureo ensayo sobre El Reino de la Palabra afirmando que la palabra es una lumbre, una flama "cuyo órgano demiúrgico es el hombre" y que "se irradia en el lenguaje articulado y semántico".Entonces, si el semiólogo progresista vivisecciona la palabra vaciándola de su sentido evocativo, por el contrario el filólogo clásico recupera para la palabra su sentido metafísico: el
sentido del logos griego y del verbum
romano.
Las palabras por lo tanto ya no son nomina
nuda porque reasumen el
misterio semántico por el cual "los hechos tienen la significación que le atribuimos por la palabra y ésta es por ende iluminada por los hechos".
Mientras no se advierta esa honda significación del flatas vocis, del soplo de la voz -precisa Disandro- tampoco podemos
comprender la honda significación de los hechos.
Ahora bien, es evidente que para abordar convenientemente el tema
del sentido mistérico del secreto nombre de Roma, no podemos recurrir a la enseñanza
del semiólogo escéptico que vacía la palabra de su esencia despojándola de su
poder evocativo.
Debemos optar, necesariamente, por el magisterio del filólogo
clásico que recupera para la palabra su "son semántico" restituyéndola al lenguaje concebido como esencia física de la
historia y "fundamento metafísico del hombre".
En esta perspectiva el nombre de Roma recobra la riqueza evocativa perteneciente a la eficacia primigenia del
lenguaje sobre el cerro Esquilino, donde se lee una inscripción latina que afirma:
La "Mens Divina" ha escogido el lugar más propicio para
que la Urbs extendiera su dominio a todo el Orbis.
Un eco de esta inscripción se encuentra en el siguiente pasaje de la Vida de Rómulo de Plutarco (1,8):
"Roma no habría podido alcanzar tanta
potencia si no hubiera tenido, de algún modo, un origen divino que pudiera significar a los ojos de los hombres algo grande
e inexplicable".
El mito fundacional de la "Ciudad Eterna"
El origen misterioso de Roma radica en su mito fundacional donde historia y leyenda se entrelazan por medio de símbolos
y ritos.
El nacimiento de Roma está vinculado a la existencia de la ciudad de Alba Longa fundada por Ascanio, hijo del
príncipe Eneas >salido -por fortuna- vivo
de Troya después de su caída.
En Alba Longa -capital, en el siglo VIII antes de Cristo, de las comunidades pastorales y agrícolas de la volcánica llanura del Lacio- la princesa Rea Silvia, virgen consagrada a la diosa
Vesta, da a luz unos gemelos: Rómulo y Remo, hijos del
dios Marte.
El rey de Alba Longa, Amulio, encarcela a la princesa para castigarla de haber violado su castidad y ordena además que
los gemelos sean abandonados en la ribera del
Tíber para morir con la crecida del río. Pero los niños son hallados por una loba que
los ama manta, hasta que un pastor Jos lleva para su choza. Cuando llegan a hombres, los gemelos deciden fundar una nueva ciudad
sobre el Tíber y Rómulo traza los lindes de Roma,
después de una disputa mortal con el
hermano.
Esta narración de Tito Livio sobre el origen de Roma -cuestionada como fantasía arbitraria y supersticiosa por los
modernos historiadores progresistas- recobra su sentido
más profundo cuando es analizada
según el discernimiento simbólico practicado por la escuela metafísica del mito, puesto que - como nos enseña
Mircea Eliade - el pensamiento simbólico permite al hombre circular libremente a través de todos los niveles de lo real,
identificando, asimilando, unificando
realidades heterogéneas y aparentemente inconciliables".
La narración de Tito Livío, entonces, constituye el hilo áureo que amarra la historia a la leyenda y al mito: la primera
procede por el camino de la exteriorización de los
hechos y de los eventos históricos visibles; los segundos proceden por medio de
la interiorización de las fuerzas formadoras de imágenes
que constituyen las raíces invisibles de la historia.
En el nacimiento de Roma -según esta perspectiva- se condensan elementos de la mitología de la estirpe aria; entre
los cuales se destaca el "origen divino" del fundador de la Ciudad,
entrelazado con los temas de "los rescatados de las
aguas", del "lobo", de la pareja "antagonista" de los gemelos.
Emerge de inmediato en el mito fundacional de Roma, el principio de
"virilidad guerrera" implícito en el rango de "héroes divinos"
asignado a los fundadores de la Ciudad, en cuanto hijos de Marte y de una Virgen de Vesta (Rea Silvia).
De aquí que Roma sea definida en ciertas tradiciones de la era republicana, "hija de Marte", dios guerrero
misteriosamente asociado -en una
aparente contradicción- a una vestal, guardiana del fuego sagrado de la Vida.
Rómulo y Remo -"rescatados de las aguas"-
simbolizan al héroe dominador de
las aguas: expresión, a su vez, del fluir del tiempo; es decir del elemento fugaz, contingente, mortal de la vida.
Pero, según una antigua tradición védíca, sólo domina las aguas quien posee una dignidad divina.
Los gemelos -símbolos de la pareja antagonista –
representan al principio telúrico del kaos
encarnado por Remo (que intenta violar el limes
sagrado del pomoerium), opuesto al principio sobrenatural del kosmos restaurado por Rómulo
mediante un dramático fratricidio.
Esta lucha antagónica de los hermanos gemelos parece < además
la oposición entre el elemento solar de una espiritualidad olímpica y el elemento telúrico de una religiosidad pelásgica;
oposición que Roma resumirá en el imperium: síntesis entre el poder guerrero-aristocrático y elementos del
sacerdocio sagrado.
Animal consagrado a Marte-Ares, el lobo - rey de los bosques amparados
por el dios Silvano - es otro símbolo misterioso del origen de Roma.
Según Franz Spunda - autor de la novela Rómulus - la presencia de este símbolo en el nacimiento de Roma delinea la
evolución desde un dominio temporal (la loba) hacia un dominio eterno
(el águila), mediante una dinámica simbólica que culmina en la fulguración legendaria de Rómulo, sustraído por un
evento misterioso a la vida perecedera y restituido al cielo como dios
Quirino, después que el fuego de un rayo divino
ha deshecho el involucro mortal de su cuerpo.
Los símbolos de la Loba, del Águila, del Rayo divino están
vinculados desde el principio al fatum, al destino superior
asignado por la mens divina a la
Ciudad Eterna.
Al respecto
Franz Spunda ha clausurado su novela escribiendo:
"La divina fuerza romúlea traspasó en su estirpe; y en cada romano relumbró su espíritu de águila. Las retumbantes legiones
llevaron el águila hasta
los límites extremos del disco terrestre, así como la Sibila lo
había predicho entre el resplandor de las cenizas ardientes; hasta la irrupción de los verdaderos hijos de Roma en
el cerco aquilino. Pero Roma, la
ciudad de Rómulo, de varias formas siempre resurge desde sus cenizas, como si de su suelo brotara una
fuerza divina. La lucha por Roma será
siempre la lucha por el mundo .
Tradición religiosa de los romanos
La
historia cíe Roma presenta un desarrollo sui generis que descansa sobre una peculiar tradición religiosa
indo-europea.
Entre los romanos la divinidad tiene dos nombres: numen y
deus. La palabra numen
designa desde un principio la voluntad particular
del dios, y a partir de la época de Augusto, la misma palabra constituirá el nombre poético de la divinidad. El
vocablo deus - de transparente
origen indoeuropeo - indica a su vez la divinidad personal de la tríada arcaica Júpiter, Marte, Quirino,
que - según Georges Dumezil -
constituye la expresión romana de la doctrina teológica de las tres
funciones que sustentan todas las estructuras de
la sociedad romana: soberanía, fuerza, fecundidad.
La religión romana está constituida por un conjunto de creencias, ritos e instituciones que la vinculan estrechamente
sea a la vida doméstica como aquella pública de Roma
en toda su trayectoria histórica.
Dumezil destaca además una constante en la densidad religiosa romana, representada por Júpiter Óptimo Máximo:
divinidad central que detenta el dúplice
dominio de la soberanía: el celeste y el jurídico.
El homo romanas consideraba la religio como la vía
más adecuada para alcanzar una
perfecta conformidad con la voluntad divina que le permite manifestar
veneración y respeto a todas las tradiciones que lo conectan al mos maiorum, es decir a sus raíces ancestrales.
Los romanos perciben la dignidad religiosa de lo
"sagrado" hasta en la
naturaleza y denominan la tierra sacra parens porque - como bien destaca
Mircea Eliade - es sagrado todo lo que existe, todo lo que "es real”.
Con razón el tradicionalista italiano Attilio
Mordini escribiendo sobre el “sentido de Roma” (en la revista Pagine
Libere, agosto 1956), observaba al respeto: “La civilización
de Roma fue la primera en unir sacralmente, desde los orígenes, al combatiente
y el trabajador en el cives . Ya en el surco de Rómulo se encuentra el
presagio de Cincinnato y de otros innumerables que alternaron el arado con la
espada, la tierra con la cosa pública. El veintiuno de abril el sol hace su
ingreso en la constelación de Tauro, y el mito de Roma nos recuerda cómo el
arado de Rómulo fue tirado por dos bueyes y no por otros animales.
Simbólicamente el toro se vincula con el elemento tierra, y hacia la tierra se
nos aparece dirigida la civilización del pueblo romano, totalmente entregado al
tranajo y a la conquista”
Lo "sagrado" remonta al vocabulario del mundo indoeuropeo que desde la India, a través de los etruscos, trasmite la
palabra sakros a los romanos. A
lo largo de la historia de Roma, el vocablo sacer designa el conjunto de las relaciones entre el mundo de los
hombres con el mundo de los dioses y la escrupulosa
atención del civis romanus para
adecuar la voluntad humana a la divina.
Huguette
Fugier, después de haber investigado el origen y la trayectoria semántica del vocablo sakros, ha concluido que para
el hombre romano lo "sagrado" constituye la condición esencial para
organizar el mundo y situarse en su espacio.
En su investigación, Huguette Fugier ha encontrado que en la
historia de Roma el sentido de lo "sagrado" está corroborado semánticamente por los vocablos fas y nefas, el
primero con sentido positivo y el
segundo con sentido negativo.
En la lengua latina la palabra fas designa
todo aquello que se conforma a los preceptos
religiosos. Por lo tanto es faustus es decir: propicio, favorable) todo aquello que trae alegría y felicidad por ser conforme a la estructura religiosa,
fundamental y primaria, del
"cosmos". Por el contrario es ne-faustus (es decir
"negativo" porque trae
daño o riesgo grave) todo aquello que cae bajo la prohibición divina.
Por lo tanto estaba prohibido en el mundo romano ofrecer sacrificios a los dioses, administrar justicia o emprender
alguna actividad en los "días nefastos".
Huguette Fugier destaca además una significativa relación simétrica
entre fas y jus; pero mientras que el "jus" se separa en
jus divinum y jus humanum, el "fas" expresa siempre la adecuación
de las acciones humanas a los preceptos divinos en una constante aspiración hacia el orden universal.
Cabe aquí una observación: el vocablo "fas"
constituye también la raíz de la
palabra del latín clásico fascis (fascium en latín vulgar) que designa el símbolo romano del imperium.
El fascis romano, constituido por el antiguo símbolo del hacha
labris que domina las doce varas del haz (expresión de la esfera zodiacal) amarradas por una cinta roja - según Guido De
Giorgio - indica la inserción de lo espiritual y de lo
temporal sobre el tronco único de todas
las fuerzas tradicionales.
Ezra Pound a su vez percibe en el mismo
símbolo el equivalente semántico de la religio, es decir la expresión
del "re-ligare" en su sentido
sagrado y jurídico. En el ámbito sagrado, el hacha labris constituye,
en efecto el lugar emblemático donde confluyen el acto espiritual de la contemplación y el
acto temporal de la acción; mientras que en el ámbito jurídico, el fascio expresa la equidad entre la
realidad metafísica del hombre y
el vigor de la ley que regula las modalidades y la calidad de su accionar cívico-social, asignando a cada cual
lo propio (unicuique suum), porque el civis romanus puede vislumbrar en los demás aquello que falta a sí mismo para poder aspirar a
la universalidad del ser, participando de este modo de
la polifacética armonía del mundo.
En el haz de varas, el hacha labris constituye también el
punto de apoyo de dos cuñas: una
superior que representa el descenso de lo divino en lo humano, una inferior que representa el ascenso de lo humano hacia lo divino. El eje del hacha guarda, a su vez, el sentido misterioso del destino central de Roma velado en el templo del dios Jano.
El fascio resume, entonces, un simbolismo que re-vela
- en el doble sentido
de "esclarecer" y "ocultar"- una concepción cósmica existencia!
que aspira a la suprema armonía entre cielo y tierra.
La Re-velación mistérica del nombre oculto de Roma
Roma guarda en el misterio sacro de su nombre la re-velación de su destino desde el acto mismo de su fundación.
Ubicada en el centro del Lacio, la presencia de Roma está
ligada a la existencia del río Tíber
denominado antiguamente también Rúmon. El río, con sus alrededores, constituye el lugar de aquella
geografía sagrada donde Roma nace,
crece, triunfa sobre la Gens Itálica primero y después sobre todo el Orbe entonces conocido.
La similitud semántica del Tíber romano remonta a la raíz arcaica Tebe que corresponde a la Tebád del
texto bíblico (es decir: el "Arca"), como al Tibet sagrado que vigila los hielos del Himalaya; y nos vuelve al mismo tiempo a la solitaria Thebais helénica
donde se retiraban los eremitas para hundirse en la
meditación y la penitencia.
Según una interpretación corriente, el nombre de Roma procedería de Ruma: palabra que en el latín
arcaico designaba la mama de la mujer y, al mismo tiempo,
denominaba el cerro Palatino por su
semejanza con la forma del seno materno.
Vladimir Soloviev, en su magna obra Rusia y la Iglesia universal nos ofrece una
versión distinta, afirmando que si el nombre vulgar de Roma en griego significaba "fuerza", los ciudadanos
romanos leyendo el nombre de la Ciudad Eterna a la manera semítica (es decir, desde la derecha hacia la izquierda.) descubrirían
su verdadero místico significado: Amor.
Este verdadero significado guardaba el sentido futuro del destino de Roma, consistente en una transformación de
principios. La pietas - principal título de gloria de los romanos y fundamento
de su grandeza - constituía un sentimiento de
sincera religiosidad hacia dioses falsos. Roma por lo tanto
encontraría su auténtico destino sólo
cuando el imperio de la fuerza se transformara en imperio de armonía universal amparado por el principio de
Amor: nombre místico de la Ciudad
Eterna y esencia de la suprema Verdad sancionada en los alrededores de la Tiber-íade
evangélica por el único y verdadero Rex regum et Dominus dominantium.
De hecho, cuando la roca del Capitolio - Capitolii immobile
saxum - fue consagrada por la piedra bíblica, el Imperio Romano se transformó en el gran monte que, según la visión
profética de Daniel, se había levantado desde esta piedra. Ahora
bien, como observa al respecto el pensador italiano Silvano Panunzio, el mismo nombre del Capitolio está compuesto por la palabra latina Caput y por el vocablo griego Olos; por
lo tanto el nombre Capitolium en
su raíz semántica evoca también la palabra catholicus que a su vez
resume el sentido universal del hombre y
de la tierra.
Según una antigua tradición itálica, el Capitolium, representaría además simbólicamente la cabeza - el caput - del
Adán primigenio, es decir: del “Hombre
Universal".
En tal sentido el Papa León Magno - Pontifex
Catholicus - definirá después
Roma como "Caput Mundi": cabeza de todo el cuerpo del mundo.
Si la versión de Soloviev, como aquella de Panunzio, nos acercan a
la posibilidad de descifrar el significado
profundo del nombre de Roma, es - sin duda,
en mi opinión - Guido De Giorgio quien, en su obra magna La Tradizione Romana, nos ofrece la clave para abrir el
cofre simbólico que oculta el sentido metapolítico
del secreto nombre de Roma, guardado -según De Giorgio- en el templo romano de
Jano bifronte,
De Giorgio destaca, desde un principio, que Jano es un
dios exclusivamente itálico (nam tibi par nullam
Graecia numen habet). Un dios que por
su indeterminación permite cualquiera determinación y por lo tanto va concebido como el principio y el fundamento más profundo de la tradición romana.
La duplicidad de este dios -cualquiera sean sus formas (oriente-occidente; pasado-futuro; paz-guerra;
abertura-clausura; noche-día)- nunca
descompone la unidad substancial de su divinidad porque sus dos caras representan la equipolencia y equipotencia de los contrarios expresados en su invisible unidad divina.
Bastante poco se sabe de este dios Jano que, amparando en su ambivalencia el ciclo inicial y terminal de cada año y
de cada ciclo de la vida, representa la
universalidad dinámica del universo. Pero Guido De Giorgio cree que en el eje by frontal de este dios, está grabado el nombre secreto de Roma conocido exclusivamente
por algunos antiguos sacerdotes que lo podían
pronunciar sólo en ciertas circunstancias
y según ritos específicos.
Este nombre secreto sería aquel de la tercera cara de Jano que se
oculta entre las otras dos: nombre que hay que descubrir y a la vez re-velar como símbolo oculto de Roma
Invicta.
Grabado en la tercera cara invisible de Jano, el nombre oculto de Roma
resume entonces el punto crucial entre el Oriente y el Occidente que coincide
además con la intersección del eje
Nord-Sur: "centro estático en
la evolución cíclica entre la noche y el día. de Dios, entre el nacer y el morir de los mundos, mediador
entre la muerte y la vida, entre el tiempo y la eternidad"
En la interpretación de De Giorgio, el nombre oculto de Roma recoge el misterio de la transhumanación, en un rito de
pasaje, de muerte y resurrección desde una época a la otra: desde la
Roma idólatra nacida el 21 de abril del año 754
antes de Cristo, que prepara con la
universalidad del Imperio la Roma que renace el 25 de diciembre del año cero de la Pax Augustea, en el signo de la universalidad
del Dios verdadero que vence la muerte y afirma su inmortalidad.
Cuando la Pax Romana parece llegar a todos los pueblos recogidos en la unidad de su imperio, Rutilio Namaciano
anota: "fecisti patriam diversis gentibus unam" (De red.
suo I, 62-65).
Virgilio a su vez canta: "La edad de la profecía cumana por
fin se ha cumplirlo. He aquí que renace en su
integridad el gran orden de los siglos.
Regresa la Virgen, regresa Saturno y una nueva generación desciende desde las
alturas de los cielos: Iam nova, progenie coelo demittitur alto" (Églog. IV) .
El sentido metapolítico del nombre oculto de Roma se devela entonces por la fe positiva en el destino superior de la
Ciudad Eterna: aquella fe que induce a Constantino
Magno a escuchar - por instinctu
divinitatis- la voz del Christus, Sol
Invictus y a grabar su monograma en
el signum de sus legiones que en la batalla de Saxa Rubra abren paso a
la renovación del Imperio.
Hoy en día el Sol Invictusque resplandeció
sobre Saxa Rubra parece estar oscurecido
por el fulgor falaz de ídolos de barro. Las puertas del templo de Jano están nuevamente abiertas en estos tiempos de guerra interior y exterior y de convulsiones
últimas. Pero el hombre contemporáneo,
confundido por falsos maestros, no sabe penetrar el misterio metapolítico de la tercera cara del dios; y en las dos caras conocidas ya no vislumbra la fuerza dinámica y
creadora del universo. Sólo ve en ellas el espejo
donde se refleja la doblez embustera del
poder criptopolítico que domina tanta parte del mundo: un poder profano, impuro, antitradicional que, olvidándose del magisterio solar de Roma Caput Mundi, se
arrodilla ante un nuevo Becerro de Oro: emblema sombrío de la globalización de los mercados y del poder corruptor del dinero .
Al hombre tradicional contemporáneo, heredero del magisterio universal
de Roma queda todavía el extremo recurso de la fe antigua y nueva propiciada
por< la Ciencia Sagrada del verdadero Dios Uno y Trino, prefigurado misteriosamente en el rostro de Jano.
Sólo por esta fe
positiva, la Roma eterna podrá restaurar nuevamente la Pax Augustea de
la tradición hiperbórea.
Entonces las puertas del
templo de Jano serán selladas y su misterioso legado estará custodiado por
ángeles armados de espadas. ·- ·-· -······-·
Primo Siena
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