El
tema de la guerra que asoló a España durante los años 1936 a 1939
es, para mí y para muchísima gente, digno de dedicarle un estudio
profundo, pues no en vano la Historia es maestra de vida y, lo que es
peor, pude, perversamente manipulada, ser instrumento de los mayores
ataques a una nación y a sus nuevas generaciones, como lo está demostrando
la denominada “Memoria Histórica”, empeño de claros fines masónicos
y, por ende, antiespañoles y anticatólicos. No en vano, aquella no
fue, aunque muchos quieran ignorarlo, una simple y trágica contienda
entre españoles por motivos materiales y egoístas, fue un choque brutal
entre dos concepciones de enfocar la vida, en aspectos tan trascendentales
como la relación con Dios y la libertad, e incluso de la mera pervivencia
de España como nación
En
absoluto comparto tópicos como “todos perdimos aquella guerra”,
“nadie tenía la verdad y la razón”, “la verdad es la que dictan
las urnas”, “no hay guerras civiles justificadas”. Aquella guerra
fue profunda y fundamentalmente ideológica, y las ideas, como tantas
cosas, pueden ser buenas o malas. En la naturaleza, y en el plano
moral, existen los dos extremos y una amplia variedad de opciones entre
ellos. Por supuesto que ni todos los “nacionales” actuaron bien
y con móviles universalmente puros, ni los “rojos”, como ellos
mismo se autodenominaban, eran todos absolutamente perversos y seguidores
de ideas malvadas. Pero, en líneas generales, un bando sí tenía la
razón y el otro no, uno atacaba a la religión católica obsesivamente
y el otro la defendía, uno sentía pasión por España y el otro buscaba
un federalismo quebrantador de su unidad y un absoluto seguidismo de
la Internacional Comunista. Esto fue así, y no en vano las jerarquías
eclesiásticas de Roma y de España denominaron Cruzada a la contienda.
Y en cuanto a las guerras en general, pueden ser justas o injustas según
sus fines o sus medios, con independencia de que sea entre extraños
o hermanos, sin dejar de ponderar lo doloroso y trágico del segundo
caso.
El
caso de Sigüenza, ciudad medieval enclavada en la provincia de Guadalajara
a orillas del río Henares y al Norte de su capital, es muy significativo
y puede servir de ejemplo para entender lo que fue aquella guerra revolucionaria
a la que los desastrosos cauces de la reciente política española ha
puesto de actualidad.
Quien haya visitado esa bella ciudad, se habrá sentido transportado
a una que conserva gran parte de su glorioso pasado medieval y renacentista,
y a un paisaje lleno de sorpresas y belleza, habrá tenido ocasión
de aproximarse a su rica historia. Y, dentro de ella, quizás haya captado
retazos de lo que supusieron para la ciudad las guerras de que fue testigo
y parte, especialmente la Revolucionaria de 1936-39. Sin duda, los ecos
de esta última puede que sean los que primero lleguen al asombrado
visitante, cuando, a la primera aproximación al Castillo-Parador y
la Santa Iglesia Catedral, se haya percatado de las cicatrices que aun
conservan de esa época. Porque por Sigüenza pasó la Guerra con especial
intensidad durante los tres primeros meses de la guerra, para ser asidua
visitante durante los años siguientes. Y lo acaecido tuvo capital trascendencia
en su momento.
En
un corto tiempo y en una localización espacial bastante reducida, la
revolución se enseñoréo de la sede episcopal alcarreña, atrayendo
sobre ella la persecución religiosa y política y, salvando con su
desgracia, en gran medida, a Zaragoza, ciudad hacia donde deberían
haberse dirigido las milicias frentepopulistas. Pero,
dicho esto, no es el objeto de este libro, fundamentalmente de historia
militar, profundizar en los móviles de aquel conflicto. Aunque, obviamente,
no se pueden dejar de lado, pues el mismo fue, repito, esencialmente
una guerra revolucionaria, iniciada antes de 1934, entre los que querían
subvertir totalmente las esencias de España, con la religión católica
en primer lugar, y quienes se oponían a ello por idealismo y mera defensa
propia. Tampoco se pueden obviar las corrientes de pensamiento político
imperantes en aquellos momentos en el mundo, en gran medida reflejadas
en las españolas, ni los intereses estratégicos de las naciones hegemónicas
o vecinas, muchas veces a caballo de las ideas dominantes y siempre
atendiendo a sus seculares ambiciones.
Partiendo
de las vicisitudes de la defensa y ocupación de Guadalajara por los
“leales” a la República, así como de las esforzadas actuaciones
de la Columna García-Escámez desde su salida de Navarra y tras la
conquista del Puerto de Somosierra, la acción se centra en los pueblos
de los alrededores de Sigüenza y en las vías de comunicación que
enlazan Madrid y Zaragoza.
Además de una cruenta persecución, fundamentalmente religiosa (el
primer obispo martirizado en aquella auténtica Cruzada lo fue allí,
acompañado de 20 religiosos y 13 laicos incluidos en la causa de beatificación,
de un total de unas 65 personas -casi una por día de ocupación-),
en el ámbito meramente militar la guerra se enseñoreó durante dos
duros meses de la ciudad y sus alrededores, para luego ser invitada
bastante asidua durante casi dos años más. El combate en población,
los bombardeos y ametrallamientos aéreos (por parte de los dos bandos,
incluso con derribos de aparatos, algunos por artillería antiaérea),
el empleo de camiones protegidos, carros de combate y trenes blindados,
fue habitual en su entorno e incluso en su interior.
Pero, sin duda, el aspecto más característico fue la expugnación
de la Catedral, cuyos defensores quisieron emular en ella la gesta del
Alcázar de Toledo, sin conseguir resistir apenas una semana; no obstante,
durante esos días, tras ser abandonados por sus jefes y tener que batir
a cañonazos la Catedral, los frentepopulistas hicieron más bajas a
los atacantes que durante el asalto y ocupación inicial.
Es de resaltar que en las operaciones de la zona seguntina intervinieron
numerosos voluntarios, incluidos, en el bando nacional, falangistas
y las unidades de requetés que luego se transformaron en los Tercios
del Rey, Dª María de las Nieves, María de Molina, Valvanera y Burgos-Sangüesa;
en el bando contrario, además de una predominante columna anarcosindicalista,
estuvieron presentes otras de ferroviarios socialistas, “trosquistas”
del POUM y comunistas del Batallón Pasionaria, así como milicias
murcianas y dinamiteros extremeños. En el bando nacional se concedieron
9 Medallas Militares Individuales por las operaciones realizadas en
el verano-otoño de 1936 entorno a Sigüenza.
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José Mª Manrique Ficha
Sangre en La Alcarria:
Guerra en Sigüenza 1936-39
De: José María Manrique
García Editorial: Gallandbooks, Valladolid,
septiembre 2009 96 páginas formato 16x24;
125 ilustraciones en color y blanco y negro (108 fotos, 11 dibujos y
7 planos). ISBN 978-84-937266-3-8. PVP: 16 €.
ÍNDICE:
I
Sigüenza en 1936. II Las dos primeras semanas de ocupación.
III El primer intento de liberación. IV Los ataques a Atienza
y La Riba. V El Cerco y La liberación. VI La expugnación
de la Catedral. VII El Resto de la Guerra
Pedidos a:
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