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Votaciones y consensos

por Max Silva Abbott

Una prueba más de que los consensos o votaciones sólo sirven o debieran servir para reflejar un estado de opinión (real o creado) pero nunca para crear la realidad a nuestro antojo, al menos en ciertos aspectos fundamentales.

Como parece ser una tradición, nuestros Moais (estatuas de la Isla de Pascua) estuvieron “a punto” de convertirse en una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, fruto de una elección popular planetaria hecha por millones de internautas, quienes manifestaron su voluntad en el ciberespacio.

Al margen de lo anecdótico del hecho, una situación como ésta puede ayudarnos a comprender la verdadera naturaleza y requisitos de una votación, o si se prefiere, de los reales límites de una opinión humana, en esta y en otras materias bastante más importantes. En efecto, en una época en que las decisiones mayoritarias y los consensos poseen un rango casi divino y para muchos son detentadores del criterio de verdad último respecto de lo que sea, no está de más repasar algunos presupuestos esenciales de una votación –que de tan elementales, se olvidan–, lo cual permite dar luz sobre esta ya confusa cuestión.

Veamos. Un primer requisito fundamental para que una votación o un consenso tengan siquiera posibilidades de ser válidos, es que ellos emanen de seres racionales como nosotros, porque hasta donde sabemos, sólo el ser humano es capaz de ponerse de acuerdo sobre diversas materias con sus congéneres. Parece de Perogrullo, pero creo que conviene recordarlo, por lo que se comentará en seguida.

En segundo lugar, y también resulta lógico, es que quienes voten tengan una mínima madurez para hacerlo, o si se prefiere, que su discernimiento se encuentre lo suficientemente desarrollado para poder emitir una opinión válida. En caso contrario, su opinión no tendrá ningún peso, porque aunque no se diga mucho, una votación o un consenso, no importa cuál sea la materia que se aborde, presuponen una mínima racionalidad de sus participantes; así, una votación o un consenso que dependieran del azar, de los estados de ánimo o de otros factores no racionales, no tendrían ningún sentido.

En tercer lugar –y nuevamente se trata de un requisito relegado usualmente a un sospechoso silencio–, es fundamental que quienes participen tengan un mínimo conocimiento respecto de la materia a tratar; es decir, que sepan a ciencia cierta y con propiedad, sobre qué están debatiendo, pues en caso contrario, y por muy racionales que sean los participantes, lo que resulte de este proceso tampoco tendrá ningún sentido.

Y en cuarto lugar (y sin perjuicio de otros requisitos), es fundamental que se reconozcan ciertos límites a los consensos o a las votaciones; esto es, que por su propia naturaleza, hay muchas materias que están más allá de ellos y para las cuales no tienen competencia, como por ejemplo, atribuir o quitar la calidad de persona a diversos seres humanos, pues son los consensos o las votaciones los que emanan de las personas y no la calidad de persona la que emana de estas manifestaciones de voluntad.

En consecuencia, respecto de la votación para determinar cuáles serán nuestras “Maravillas Modernas”, y por muy buenas intenciones que se tengan, en definitiva ella carece de validez, puesto que de los votantes, muy pocos poseen los reales conocimientos artísticos, históricos, arquitectónicos, etc., mínimamente necesarios para votar con propiedad respecto de esta materia. Y además, en muchos casos el resultado dependerá de los intereses de los participantes y no de criterios objetivos, de las campañas que se realicen para obtener votos, o simplemente de la cantidad de habitantes de cada lugar, lo que hace que la competencia sea completamente injusta.

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Max Silva Abbott



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