Los alemanes, amantes
apasionados del orden y la reglamentación, al par que grandes inventores
de conceptos, poseen un vocablo que es difícil traducir con una sola
palabra al castellano: «Sprachregelung».
Sprachregelung
viene a ser una consigna -o mejor aún: una serie detallada de consignas,
instrucciones y reglas varias- acerca de qué palabras y qué estilo
debe emplearse para describir hechos, cosas, actuaciones, o situaciones
delicadas, y no aptas para quedar al arbitrio de las conceptualizaciones
populares más o menos irreflexivas.
Desde luego, la mayor
parte de los detentadores de poder que en el mundo han sido, han comprendido
intuitivamente, y sin necesidad de saber alemán, la utilidad de las
estructuras de consignas terminológicas. Pero debemos sobre todo a
los grandes totalitarismos del siglo pasado -el nacionalsocialista,
y el de los distintos regímenes comunistas- el haber explorado con
la profundidad que se merece la técnica y las posibilidades de la
Sprachregelung, obteniendo en no pocas ocasiones resultados muy
notables. La experiencia acumulada por estos regímenes nos permite
concluir que una adecuada elección de palabras y de estilo contribuye
decisivamente a resolver casi cualquier problema de conciencia, salvo
en el caso de personas recalcitrantes, que siempre serán las menos.
Traigo todo esto a
colación porque considero obvio que la proyectada incorporación de
las técnicas para la «interrupción voluntaria del embarazo» en los
planes de estudio de las carreras de medicina y enfermería, va a requerir,
por parte de los docentes y los autores de libros de texto el empleo
sistemático de los hallazgos realizados por los expertos totalitarios
de la Sprachregelung.
Pongamos un ejemplo
concreto: la enseñanza del método (muy frecuente) de aborto por legrado.
Para realizarlo es
preciso introducir en el útero un instrumento cortante llamado legra
o «cureta», que trocea la placenta y el embrión o el feto. Se requiere
cierta experiencia -que habría que transmitir a los alumnos- para
lograr que los trozos del cuerpo sean mínimos e irreconocibles antes
de ser extraídos del útero. Si la operación no se realiza con cuidado,
a veces pueden quedar miembros en el interior del cuerpo de la madre,
como la cabeza por ejemplo. O también pueden extraerse corazones palpitantes
o miembros de forma reconocible, que podrían dar lugar a pensamientos
no acordes con lo que se espera de un profesional de la interrupción
del embarazo.
Explicar bien todo
esto plantea, qué duda cabe, problemas de estilo y terminología mucho
más serios que los que ha habido que superar hasta ahora mediante la
acuñación de expresiones como por ejemplo «clínica acreditada para
la interrupción voluntaria del embarazo», o incluso «centro IVE»
para designar los mataderos infantiles existentes en nuestras grandes
ciudades. Los malabarismos realizados hasta ahora con el lenguaje eran
relativamente sencillos, en tanto que el asunto del aborto se trataba
a un nivel muy general.
Pero si se busca formar
profesionales de la legra, de la asfixia de fetos en partos prematuros
o de la minicesárea mortal, el esfuerzo terminológico e interpretativo
requerido va a ser mucho mayor. Por eso, y para evitar tensiones y dudas
desagradables en los alumnos que asistan a las futuras clases de técnicas
abortivas, sería muy conveniente que los docentes, y muy en primer
lugar los autores de los libros de texto, tengan en cuenta en su redacción
los logros y la sabiduría acumulada por los grandes aparatos de poder
del siglo pasado.
Un libro que podría
resultar de gran utilidad al respecto es «Las Fuentes del Holocausto»
del profesor Raul Hilberg, y en particular el capítulo tercero de esta
obra, dedicado al estilo que se encuentra en los documentos relacionados
con la gran operación del exterminio de los judíos en Europa. Estoy
convencido de que los pedagogos del aborto podrán hallar ahí soluciones
para muchas dificultades de expresión y transmisión de su temática.
Descubrirán, por
ejemplo, los efectos sedantes de la prosa administrativa, con sus fórmulas
aptas para descripción de cualquier contenido [ya sea el transporte
de «viajeros» en «trenes de recorrido no regular», o la «solución»
de las «cuestiones de intendencia relacionadas con la manutención
de niños judíos huérfanos»]. Se maravillarán de las facilidades
explicativas que se abren tras el hallazgo de una nueva palabra o un
símbolo para designar un contenido difícil [que lo mismo permiten
transformar en «protección» un arresto sin garantías que convertir
un listado de ejecuciones en una tarea administrativa ordinaria]. Aprenderán
la importancia del empleo correcto de adverbios y adjetivos [como «adecuado»,
«efectivo» o «no problemático»], así como el arte de tratar asuntos
muy concretos de forma muy indirecta, pero al mismo tiempo clara.
Sin embargo, es preciso
advertir que la adaptación de todas estas técnicas al asunto concreto
que nos ocupa no constituye una tarea mecánica. Por el contrario: requiere
la imaginación creativa propia de los poetas. Pues es a los poetas
a los que les corresponde inventar nuevos símbolos, imágenes, metáforas,
etc. que den contenido a lo que, de otro modo, no pasarían de ser fórmulas
retóricas inertes.
Lo que está
haciendo falta, pues, y con urgencia, es el desarrollo de una poética
del aborto, que proporcione a los docentes un fondo de recursos terminológicos
e imaginativos con los que puedan afrontar los retos planteados por
el avance de la legislación española.
Necesitamos una poética
del aborto. Ése es el desafío para la cultura de nuestro país en
un futuro próximo. Pero se trata de un desafío que puede encerrar
oportunidades inesperadas. Sobre todo teniendo en cuenta la profunda
sensibilidad de nuestro gobierno actual hacia el arte, y en particular
hacia los artistas. Hasta ahora, ha sido el mundo del cine y de la música
el principal beneficiado de esta sensibilidad. Pero con el giro educativo
de la nueva «Ley orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción
voluntaria del embarazo» podría estar llegando el turno de la lírica.
Poetas españoles,
no desfallezcáis: haced del aborto vuestro tema, y exigid vuestra parte
del pastel. ·- ·-· -······-·
Francisco José Soler Gil
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