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Las macrovíctimas del terrorismo crean un nuevo sentido del vivir y del morir
por
Antonio Beristain Ipiña, S.J
Debido al reciente fallecimiento del P. Beristain S.J. amigo del Foro Arbil, con el cual colaboró en diversas actividades, publicamos uno de sus últimos trabajos que nos define la fuerza de su pensamiento y su autoridad en la Cátedra de Criminología.
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En la línea de eminentes
especialistas de las ciencias antropológicas, jurídicas, sociales y teológicas,
parece oportuno comentar por qué y en qué dimensiones las macrovíctimas del
terrorismo crean un nuevo sentido del vivir y del morir.
Recordamos cómo en el
campo de concentración Auschwitz, julio de 1941, los internos matan a un
soldado vigilante. Inmediatamente se les reúne a todos los internos y se ordena
que el último de cada diez dé un paso adelante, para ser torturados y
ejecutados. Uno de los señalados muestra un dolor extraordinario porque tiene
esposa e hijos. El que está junto a él, en el número 9, Maximiliam KOLBE, se
ofrece al capitán del ejército alemán para ser ejecutado en sustitución del
padre de familia. El capitán acepta y Maximiliam KOLBE, encerrado en la celda
de castigo, muere de hambre y de sed.
Algunas
personas, conocedoras de este acto heroico, aplicamos al santo polaco y a las
víctimas del terrorismo las cuatro preguntas fundamentales de Emmanuel Kant: 1)
¿Quiénes son hoy Maximiliam KOLBE? ¿Quiénes son las víctimas?; 2) ¿Qué pueden
saber las víctimas?; 3) ¿Qué hacer?; 4) ¿Qué esperar?
1) Diré ahora unas
palabras acerca de quiénes son las
víctimas del terrorismo. A continuación veremos qué saben, qué hacen y qué
esperan. La Criminología
nos enseña que, por desgracia, la sociedad desconoce (2ª victimación) a estas
personas en toda su dignidad, aunque ya han aparecido algunos libros que nos
informan de ellas, como el de Cristina CUESTA: Contra
el olvido. Testimonios de víctimas del terrorismo. Merecen un
calificativo muy distinto al tradicional de sujeto pasivo del delito o
damnificado; su nombre es distinto, más noble; su amplitud numérica mayor, y su
contenido más trágico. Así lo patentizan eminentes tratadistas. También los
miembros de la «Sociedad Mundial de Victimología» y, en lo fundamental, la Declaración de las
Naciones Unidas «Sobre los principios fundamentales de justicia para las
víctimas de delitos y del abuso de poder», de 29 de noviembre de 1985.
Por lo tanto,
actualmente, en vez de referirnos al «sujeto pasivo del delito», debemos
referirnos a la «víctima». Y, en el caso concreto del terrorismo, más que
hablar de «víctima», en singular, conviene hablar de «víctimas», en plural,
puesto que cada crimen terrorista causa varias víctimas: la directa y muchas
más indirectas.
Por desgracia, las
estadísticas empequeñecen la realidad. Si investigamos cuántas son las
víctimas del terrorismo en España, generalmente nos dirán que 817 asesinadas y
77 secuestradas. Estas cifras se refieren sólo a las víctimas directas, pero
olvidan las indirectas, que son más, casi inabarcables: sus familiares y
amigos, etcétera. Por lo tanto, conviene saber que todo delito terrorista
produce muchas víctimas, en plural; no una víctima, en singular. Y –lo
que nos interesa especialmente– conviene proclamar que todos los delitos
de terrorismo son de una gravedad trágica mucho mayor que los similares delitos
del mismo género (un asesinato terrorista es más grave que un asesinato). Por
eso, sus víctimas merecen el nombre de macrovíctimas. No se las puede
equiparar con las víctimas de cualquier otro delito (A. BERISTAIN, Victimología, nueve palabras clave, Tirant
lo Blanch, Valencia, 2000).
Los especialistas
investigan el perfil de ellas. Comprueban que sus gestos, sus palabras, son
venas auríferas que emanan significados metarracionales, hipersimbólicos. Son
pebeteros ígneos que nos regalan su luz y su calor; son agentes morales de la
convivencia más humana, rebosante de hospitalidad (Diego SÁNCHEZ MECA, Del egoísmo a la hospitalidad: Lévinas o la
intempestividad de un pensador judío, en Signa, Revista de la Asociación Española
de Semiótica, UNED, núm. 5, 1996, pp. 76 ss.), libertad y fraternidad.
2) ¿Qué pueden «saber» las macrovíctimas del terrorismo?
Nuestros pebeteros ígneos
saben y sienten que el ideal vale más que la vida. Saben y sienten el axioma
del filósofo Emmanuel LÉVINAS: «Mi responsabilidad por el otro se impone antes
que toda decisión, antes que toda deliberación. Es una pre-razón, una
cognición, anterior al comienzo, una obligación anterior al presente».
Si alguien nos dice que
él no se responsabiliza por las macrovíctimas porque vive ideales de más
importancia, respondámosle que se equivoca. Que la responsabilidad por el otro
no es un ideal, es un axioma incontrovertible, un absoluto independiente.
Nuestros
héroes saben y «sienten» con toda su corporeidad espiritual que muchos medios
de comunicación comentan estos temas en su sección de «Política», aunque, de
acuerdo con el filósofo lituano de la transcendencia, estas cuestiones son
pre-políticas y meta-políticas. Por lo tanto, en este campo todo ciudadano debe
considerarse liberado de las propuestas de su partido político, de sus
filósofos, de sus teólogos (es una clave pre-política, pre-filosófica y
pre-teológica).
Nuestros agentes morales
desplazan de su yo al «otro» el significado de la vida y de la muerte; la
ofrenda, la compasión. Recuerdan los sólidos argumentos del Papa Juan Pablo II,
en Loyola -Guipúzcoa- (1982), como en Madrid (2003), cuando expresó que «el
cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia frente
al odio y la muerte a todos los niveles». En sentido parecido podemos leer la
autorizada crítica a los que se callan, a los que con su silencio se hacen
cómplices y encubridores de atrocidades y de asesinatos y de silencios
consentientes, criminógenos: «Enfangados en la vileza de mirar a otro lado y
decir que no han visto nada». Ignorar lo que sucede es una frecuente y grave
tentación, como proclamaron trece intelectuales europeos y americanos en su
Manifiesto Ante las elecciones del 25 de
mayo en el País Vasco, aparecido en los medios de comunicación el 7
de mayo de 2003. SETIÉN puede escribir en su último libro que «el silencio ante
el terrorismo no significa siempre y necesariamente un modo de aceptación del
mismo». Pero, también puede escribir –y, que yo sepa, nunca lo ha
hecho– que el silencio ante el terrorismo implica una omisión totalmente
negativa de la moral elemental de todas las religiones, y es éticamente
reprochable, y quizás objeto de un delito a tenor de los artículos 1, 10, 11,
407, 408, 412, 450 del Código penal (1).
3) ¿Qué hacen las macrovíctimas del terrorismo?
Realizan una acción muy
compleja. Por una parte, dan la vida por la justicia y su fruto (la paz), y
por la libertad. Ellas dan su vida, algo así como Jesucristo, cuando dijo:
«yo doy mi vida por mis ovejas, nadie me la quita». Las macrovíctimas, sobre
todo las que han sido amenazadas previamente, dan su vida, puesto que no
abandonan el barco, y siguen viviendo como antes de haber sido amenazadas.
Pero, por otra parte, no
desean que les quiten la vida. Sería erróneo estigmatizar a las víctimas como
personas de poca autoestima, como personas alienadas. No debe interpretarse en
ese sentido el friso magnífico de OTEIZA, en Aránzazu: los apóstoles, como las
macrovíctimas, dan su vida por los demás pero tienen una autoestima muy grande,
quieren vivir. Por lo tanto, no se les puede acusar de victimismo. (Lo saben
especialmente sus escoltas, a los que manifiestan –y nosotros también
ahora– un muy merecido agradecimiento).
En la misma
cosmovisión de Amnistía Internacional, fomentan la urgente necesidad de evitar
la impunidad de los delitos terroristas. La necesidad de evitar que se presente
como solución fundamental el diálogo, como si sólo se tratase de un conflicto.
Como si los autores fuesen delincuentes de conciencia. (Éstos se autocuestionan
sus actos, sus infracciones. A veces con angustias. En cambio, los terroristas
no; sino que obedecen a sus jefes, ciega y tranquilamente, sin conciencia).
Algo
extraordinario hay que no hacen las macrovíctimas: El milagro de que
ninguna se haya tomado la justicia por su mano. Respetan la Justicia. Reconocen
que la solución fundamental del terrorismo no es el diálogo, sino la sanción
justa, humana y resocializadora, que ya desde el Derecho romano –que
quizá no ha afectado al País Vasco– es la piedra sillar, básica, de la
política; al contrario de lo que opinan numerosos profesores universitarios de la Comunidad Autónoma
Vasca.
¿Qué esperan las macrovíctimas?
Esperan, con sólidos
fundamentos, que el bien triunfe sobre el mal. Esperan, y alcanzan ya ahora, el
más allá del morir, una realidad más valiosa que la presente e inmediata.
Contra lo que
muchos opinan, las macrovíctimas no esperan la venganza, ni la indemnización.
Nada esperan para ellas egoísticamente. Sí esperan contribuir a crear un nuevo
e innovador sentido del vivir y del morir. Esperan la disminución del dolor y
del sufrimiento. Esperan la implantación de la justicia, que es camino de la
paz. Esperan la implantación de una convivencia nueva e innovadora. Esperan,
más que John RAWLS (Justicia como equidad),
promover y alcanzar la realidad utópica.
Esperan y
desean tener un rol social, un protagonismo, un estatus social… que nos
beneficiará. Sin embargo, muchas personas e instituciones se lo niegan. El
síndrome de Estocolmo les cierra los ojos a muchas personas bienintencionadas.
Por ejemplo, a quien escribe: «No hagamos de la condición de víctima un estatus
social y de su ejercicio un rol social». Y a quien afirma: «Las víctimas no
pretenden tener ningún protagonismo».
Guste o no guste, las
víctimas son protagonistas, y más aún que los políticos (A. BERISTAIN, Protagonismo de las víctimas de hoy y mañana.
Evolución en el campo jurídico penal, prisional y ético, Tirant lo
Blanch, Valencia, 2004). Sin duda, en un día no muy lejano conmoverán a Europa,
como indica el Manifiesto antes citado.
Antes de terminar, ¿Qué
debemos hacer nosotros?: Para dar voz a las macrovíctimas debemos erigir
monumentos elocuentes a su memoria, debemos crear canales institucionales que
les sirvan de foro público nacional e internacional, como exigía el Manifiesto Ante las elecciones del 25 de mayo en el País Vasco,
del 7 de mayo de 2003.
Podemos
recordar a Dietrich BONHÖFFER, con su compromiso contra el nazismo y su
colaboración con las víctimas. Frente a él, las iglesias alemanas se sometieron
al nazismo. Renunciaron a la defensa de la dignidad de los seres humanos por
mantener su estatuto privilegiado y librarse de la persecución nazi. Aceptaron
la protección del Führer mientras sus hermanos de la resistencia eran
detenidos, acusados de alta traición y ejecutados, como fue el caso de
BONHÖFFER. En un clima así –escribía Juan José TAMAYO-ACOSTA (Dignidad y liberación: Perspectiva teológica y
política, revista Concilium,
núm. 300, abril 2003, pp. 260 s.)-, y en medio de la incomprensión de no pocos
hermanos cristianos y colegas teólogos, BONHÖFFER convierte la colaboración con
las víctimas en el centro de la fe cristiana, de su vida, de su reflexión
teológica y de su ética. Por eso él, en su libro Resistencia y sumisión escribe: «La Iglesia sólo puede cantar
gregoriano, si al mismo tiempo levanta su voz a favor de los judíos», señalando
con el dedo acusador a la
Iglesia alemana instalada cómodamente en el sistema.
Concluyo. Debemos
agradecer a los miles de macrovíctimas directas e indirectas del terrorismo que
nos enseñan un nuevo sentido del vivir y del morir, nos enseñan a
responsabilizarnos del otro (como proclama LÉVINAS) y a hacernos cargo, como
escriben ELLACURÍA y SOBRINO, de las víctimas.
Son las personas más
dignas de nuestra sociedad, las más nobles. Merecen nuestra veneración, no
menos que Maximiliam KOLBE. Como las reliquias de éste se colocan en los
altares de muchas iglesias, así los recuerdos de nuestras macrovíctimas están
colocados en el centro de nuestros corazones. Y junto a su recuerdo, el
recuerdo de sus familiares y amigos… que cuentan con la gratitud de
todas las personas de buena voluntad en el mundo entero, hoy y mañana. Les
agradecemos porque hacen prevalecer el ideal paradigmático de que el otro, el
más vulnerado, es la clave de la nueva justicia, es el alfa y la omega de todos
los ciudadanos, de las instituciones políticas, pero también de las culturales,
económicas y, no menos, las religiosas.
Addenda: La
afirmación formulada en las líneas anteriores, de que el silencio ante un
delito grave se critica y condena en la ética de todas las religiones y que, a
veces, conlleva sanciones jurídico penales queda corroborada y robustecida en
la ponencia que el Presidente del «Instituto Borja de Bioética», Francesc Abel,
S.J., presentó en el VI Encuentro de Responsabilidad Sanitaria, en el que
argumentaba que «todo profesional sanitario tiene obligación de denunciar los
hechos ante un posible caso de maltrato a un menor... El médico que incumpla
este deber podrá incurrir en responsabilidad administrativa e incluso penal». Diario Médico, del 23 de mayo de 2003, p.
11. ·- ·-· -······-·
Antonio Beristain Ipiña, S.J
***
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