El Gran Pum Así es como Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990, recomendaba a los hispano parlantes referirse al fenómeno astronómico del Big Bang, que todos en mayor o menor medida relacionamos con el origen del universo, y con el astrónomo Stephen Hawking, pero que casi nadie asocia con la Iglesia Católica. Esto ocurre no sólo por ignorancia, si no también por el abordaje laicista de la historiografía de la ciencia. Sirva como ejemplo el Año de la Ciencia en 1907, en el que el laicismo propugnó como única y máxima cota de desarrollo científico de nuestro país la creación de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, bajo la monarquía parlamentaria de Alfonso XIII, haciendo caso omiso de lo que antes y después hizo la Iglesia Católica en la institucionalización de la ciencia española con p.ej.- la creación de la Casa de Contratación ( primera institución científica europea) o, en pleno siglo XX, la puesta en marcha del CSIC, fundado por laicos católicos y científicos. Por hache o por bé, se procura transmitir que Iglesia y ciencia, o razón y fé, son incompatibles, ignorando o evitando transmitir el hecho cierto de que la práctica totalidad de los científicos de relevancia en la historia de la humanidad son creyentes, y de que la mayoría de ellos son católicos. En este 2009, declarado por Naciones Unidas Año de la Astronomia, veamos cómo lo anteriormente expuesto se cumple incluso en el desarrollo reciente de esta disciplina científica.
La teoría del Gran Pum fue enunciada por el físico y sacerdote católico Georges Lemaître (1894-1966), de origen belga, como respuesta a las evidencias de un universo en expansión: si el universo se expande, en algún momento ha de haber estado contraído. Tanto es así que debería haber un momento en el que hubiese existido lo que el denominó átomo primitivo. En 1927 publicó sus trabajos sobre el universo en expansión, y se los expuso a Einstein, que no le hizo ni caso: años más tarde reconocería su error. Entre otras cosas Einstein prefería un universo estable, no cambiante, e introdujo en sus expresiones matemáticas la denominada constante cosmológica, que terminaría por admitir como el mayor error de su vida. Sería Eddington, quien ha sido considerado como el astrónomo más famoso del siglo XX, con quien Lemaître desarrolló su carrera científica en el Observatorio Astronómico de Cambridge, quien le apoyara y divulgara su teoría del universo en expansión: en una conferencia dada en la Real Sociedad Astronómica en 1930 lanzó a la fama a su pupilo. El 9 de mayo de 1931 publicaría en la prestigiosa revista Nature – premio Príncipe de Asturias 2007 a la Comunicación y Humanidades- su artículo “El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica”, para explicar su teoría del Gran Pum y del átomo primitivo, que posteriormente desarrollaría en un libro titulado “La hipótesis del átomo primitivo”. Como desde el naturalismo materialista teorías como la del Gran Pum o la evolución se esgrimen por los laicistas cual pruebas irrefutables de la inexistencia de Dios –el único por cierto que estaba presente cuando ocurrieron los eventos teorizados- tendría sentido preguntarse ¿cómo conjugó Lemaître ambas facetas de su personalidad? ¿cómo es que no fue laicista?.
Lemaître, como tantos científicos de todos los tiempos, nunca tuvo problemas de incompatibilidades entre fé y ciencia. Llegó a declarar al New York Times que Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión. Siglos antes el científico católico Galileo Galilei se había expresado en términos similares.
Años más tarde dejaría páginas inolvidables sobre la compatibilidad entre ciencia y fé, en las que expresaba algo que se considera como una explicación parcial del hecho que haría entender porqué el desarrollo científico se ha dado en el mundo occidental mucho más que en el oriental, esto es, la matriz cultural cristiana, que creería en un universo explicable creado por un ser inteligente: El científico cristiano ... quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega no creyente. En efecto, ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple complejidad de la naturaleza en la que se encuentran sobrepuestas y confundidas las diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el creyente tiene la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la escritura subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y que por tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura de la humanidad. Estas palabras, fueron pronunciadas por Lemaître el 10 de septiembre de 1936 en un Congreso celebrado en Malinas.
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Alfonso V. Carrascosa
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