Estamos asistiendo a un cambio social sin precedentes en la historia. La cultura de la muerte está echando raíces en el tejido social de manera casi silenciosa. Que el aborto se haya admitido como un derecho de la mujer y un avance más de la sociedad del bienestar es una prueba de la anestesia generalizada de una humanidad que ha dejado atrás sus valores y camina sin rumbo, sin esperanza.
Los países ricos abortan libremente e imponen sus políticas demográficas a las naciones en vías de desarrollo a través de la “salud reproductiva” y las políticas de igualdad. Nada de esto hubiera sido posible sin los planes de acción acordados en las Conferencias de las Naciones Unidas y la IPPF, promotora del aborto para las menores sin consentimiento paterno e impulsora de la promiscuidad y la masturbación entre los niños. Todo ello, claro está, refrendado por gobiernos mal llamados progresistas.
El libro aborda de manera global el entramado de la cultura de la muerte con sus diferentes radios, y desvela los aviesos planes del feminismo de género y su pretensión de deconstruir la sociedad aboliendo la polaridad sexual y propiciando la destrucción de la familia y la dignidad de los seres humanos.
Tras publicar
Déjame nacer
, recibo abundante correspondencia de personas de todo el mundo manifestándome su grado de alarma por el cariz que está tomando la cultura de la muerte. A menudo me pregunto cómo hemos estado tan dormidos, cómo hemos podido permanecer impasibles mientras el enemigo trabajaba afanosamente. ¿Es tarde ya? ¿Es posible la esperanza? Sí, la hay; pero habrá que trabajar duro, sin descanso y desde todos los frentes: desde los púlpitos a los centros de enseñanza; desde las asociaciones de vecinos a los parlamentos. Y con todas las armas: la pluma, el micrófono, la cámara y la viva voz. Cada uno desde su tribuna o rincón. En el libro abordo el entramado social de la cultura de la muerte cuya consecuencia más atroz es el asesinato de un ser inocente, con premeditación, tortura previa y sin juicio. El aborto es la acción más abominable de cuantas puede cometer un ser humano. La aceptación social del aborto es lo peor que le ha sucedido a la sociedad del siglo XXI. Que un hecho tan deleznable sea considerado como un derecho de la mujer no tiene precedentes en la historia. Es cierto que siempre ha habido abortos, pero nadie jaleaba tal pecado y a nadie cabal se le hubiera ocurrido que una acción así podía ser considerada como buena y un logro de una sociedad avanzada. No lo es. El aborto, lejos de ser un avance de la sociedad del bienestar y una acción progresista, nos retrotrae a etapas de barbarie ya lejanas en el tiempo. El aborto es el genocidio del siglo XXI pero a diferencia de otros, ya juzgados, y de los que nos sentimos avergonzados, éste es legal, silencioso y cuenta entre sus defensores con una buena parte de la clase intelectual que a su vez coadyuva con la casta política de la izquierda en la retroalimentación de su “agitprop” rutinario.
Pero, ¿cómo hemos llegado al estado actual? ¿Cómo en un espacio tan corto de tiempo hemos interiorizado cuestiones que atentan contra el derecho natural y contra nuestra propia naturaleza? En el libro omito el análisis minucioso del proceso de descristianización que tuvo sus comienzos con la Ilustración, y parto directamente de los ideólogos de la cultura de la muerte, personas de gran relevancia intelectual dentro del pensamiento mal denominado progresista, que pasaron a la historia como iconos de la civilización. Reich, Kinsey, Mead, Sanger o Beauvoir abogaban por la eutanasia, la eugenesia, y el aborto como control de la población. Sus ideas –cultura de la muerte pura y dura—contaminaron el feminismo con ideas aviesas y falsas conductas naturales que, con el tiempo, forjarían a los nuevos líderes de la transgresión.
Feminismo de Género
Apoyado por el movimiento “queer” y el “lobby gay” o “rosa”, el feminismo de género es una ideología deformante y descabellada que atenta contra la propia naturaleza. Este conjunto de asertos contra-natura concibe la dualidad hombre-mujer no como una relación de amor sino como una lucha de poderes donde la mujer es una víctima del sistema patriarcal a través de los siglos. Este movimiento lidera en la actualidad el cambio social de inversión de valores. No se trata de un grupo desorganizado que grita y reivindica buscando titulares. No. Su método es manipulador y silencioso que utiliza eufemismos y disfraza sus acciones perversas de programas de acción contra la discriminación de la mujer. Kate Millet fue su principal ideóloga. La Ley de Violencia de género española –injusta e ineficaz a todas luces—está redactada de acuerdo a estas premisas.
El feminismo de género marca las directrices de la Federación Internacional de Planificación de la Familia (IPPF, por sus siglas en inglés), la mayor promotora de abortos del mundo, matriz a su vez de los centros de orientación y planificación familiar instaurados en todo el mundo, a donde acuden nuestras adolescentes y mujeres adultas a que les organicen su vida sexual, dentro de una línea hedonista y utilitarista. Esta ideología marca asimismo las pautas de las Conferencias de las Naciones Unidas. Los planes de acción acordados en los encuentros celebrados en los diferentes países tienen rango de leyes internacionales, y pretenden estar por encima de la soberanía de los estados. Y así es, de facto.
La ideología de género propone la abolición de la polaridad sexual, la instauración del sexo polimorfo (no dos sexos sino cinco), el aborto libre y gratuito, la desaparición del matrimonio, la familia y la religión, y que el Estado tenga la patria potestad de los hijos, arrogándose éste el derecho de educar-ideologizar en los ¿valores? del laicismo. Estos objetivos deben estar cumplidos para el 2015, según dejaron establecido en la Conferencia de Buenos Aires 30-15, celebrada en el 2007.
Las víctimas del aborto
En el aborto hay varias víctimas. La principal, sin ninguna duda, es el bebé que es privado de su derecho a la vida. Hay que añadir a esto el dolor físico que sufre el bebé abortado. Los expertos en dolor perinatal aseguran que el feto experimenta dolor, y aconsejan que en los abortos de más de 21 semanas EG se aplique a la madre anestesia general. Los colectivos proabortistas, sin embargo, prefieren desoír las últimas investigaciones y agarrarse a la ciencia rudimentaria y positivista que indica que las conexiones tálamo-corticales no se establecen hasta la semana 32 EG. Existen espurios intereses en que las mujeres –y la sociedad en pleno—continúen engañadas para poder seguir manipulando sus conciencias.
La segunda víctima es la mujer, que sufre una serie de secuelas, enmarcadas en lo que se ha dado en llamar Síndrome postaborto, un tipo de Síndrome de estrés post traumático. El Síndrome postaborto existe aunque no está categorizado, debido, en parte, a la presión de la industria abortista y de los colectivos proabortistas que presionan para impedir la publicación de especímenes en publicaciones científicas.
El aborto está relacionado con el suicidio, el cáncer de mama, la ruptura de pareja, los malos tratos y la adición al alcohol y a las drogas. Las mujeres que abortan también pueden sufrir otros trastornos como vómitos, fiebre alta, problemas gastrointestinales y alimenticios, hemorragias, infecciones, embolias, trombosis o esterilidad.
En los últimos años se han realizado estudios importantes que ponen de manifiesto las consecuencias del aborto. El doctor Joel Brind, profesor de la Universidad de Nueva York y director del “Breast Cancer Prevention Institute”, de la misma ciudad, manifiesta que los últimos estudios basados en datos biológicos y endocrinológicos revelan que hay una tasa elevada de cáncer de mama entre las mujeres que han abortado en el primer trimestre. Otro estudio dirigido por el citado doctor concluye que las mujeres que se habían realizado un aborto antes de su primer embarazo completo tenían un 50 por ciento más de riesgo de desarrollar cáncer de mama, mientras que en las que se lo practicaron después de haber dado a luz, el aumento era del 30 por ciento. Estos dos ejemplos son sólo una muestra. En el libro abundo sobre otros estudios realizados recientemente.
Ya han empezado a aparecer artículos pronosticando que en un futuro muy próximo las mujeres empezarán a demandar a los responsables de sus abortos, por las consecuencias que les han acarreado, de la misma manera que se hace hoy con las compañías tabaqueras.
No falta en el libro una relación de historias de mujeres que tras someterse a un aborto, lejos de sentirse liberadas, sufrieron en carne propia las terribles secuelas aludidas unas líneas más arriba. “Cada año, el 15 de mayo vivo el cumpleaños del hijo al que maté. Nunca he podido tener una auténtica paz, aunque luego he tenido tres hijos más”, manifiesta la protagonista de uno de los casos. Y es que, como dice el profesor Rilke, es más fácil sacar al hijo del útero que de la mente.
De la desgracia de estas mujeres, aparte de las leyes “progres” y el relativismo moral imperante, son culpables los aborteros que tan alegremente manejan sus instrumentos de tortura y muerte, y cuyas cuentas corrientes suelen crecer en proporción a su falta de escrúpulos para cercenar vidas humanas. Afortunadamente, de vez en cuando se produce el milagro y algún abortero se torna en defensor de la vida.
Testimonios de arrepentidos es el título de un capítulo que describe algunas de estas historias llenas de esperanza. Como la del doctor Nathanson, responsable de más de 50.000 abortos, que dejó de practicarlos cuando vio a través del ultrasonido cómo una bebita de diez semanas huía del instrumento asesino y se replegaba contra la pared del útero, su santuario. A partir de ese momento, el doctor Nathanson dedicó su vida a dictar conferencias, impartir cursos y a entrevistarse con parlamentarios para sacudir sus conciencias y convencerles de que el aborto es contrario al progresismo y que un Gobierno no puede promulgar leyes contra el derecho a la vida.
Algunas veces, el deseo de vivir es tan grande que ni las prostaglandinas ni las soluciones salinas son eficaces. En estos casos los bebés nacen vivos, aunque con unas deficiencias que los limitan el resto de sus vidas. El caso de Gianna Jensen es mundialmente conocido. A pesar de haber nacido con un kilo de peso y estar aquejada de varios problemas neurológicos está muy contenta de haber sobrevivido al aborto y es activista provida.
Aunque a lo largo de las páginas se van dando pinceladas de lo que considero deben ser los valores que deben regir la Cultura de la Vida, al final lo concreto en la propuesta de una vida ordenada y plena, permitiéndome incluso dirigir una carta a los políticos en la que les aconsejo que no se dejen manipular y presionar redactando y promulgando leyes contra la vida.
A pesar de la denuncia constante y del cuadernillo de fotos como colofón mostrando la cruda realidad del aborto, no es un libro derrotista. Muy al contrario, es un canto al orden natural, a la vida, al amor y a la familia.
El libro, transversalmente evangelizador, está escrito desde la fe y desde el convencimiento de que la vida humana, aparte de un bien jurídico y social es un don de Dios y hay que preservarla desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
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Magdalena del Amo
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