Tal vez como nunca, hoy requerimos de una ética objetiva. En efecto, mientras más avanzan las posibilidades humanas, más necesario resulta el parámetro ético, porque siempre estaremos utilizando nuestra libertad, cuyo uso no es para nada indiferente. Así, en virtud del enorme poder que están adquiriendo unos hombres sobre otros, requerimos razones para justificar por qué algunas acciones son correctas y otras no. Razones objetivas, fuertes, que cualquiera de buena fe pueda comprender, no meros caprichos, conveniencias o intereses.
En realidad, una ‘ética relativa’ es una absoluta contradicción, porque una medida –en este caso, la que califica los actos humanos de buenos o malos–, tiene que ser objetiva, pues una medida ‘relativa’ no mide nada. Con todo, lo anterior exige, en virtud de un evidente principio de justicia, acudir a la prudencia para su aplicación, a fin de tener en cuenta las circunstancias, todo lo cual incide directamente en la responsabilidad por los hechos cometidos.
Sin embargo, y tal vez como nunca antes, hoy carecemos de este baremo fundamental. En efecto, si para muchos ‘todo es relativo’ y cada uno tiene ‘su moral’, ¿de qué nos extrañamos ante los escandalosos, abusivos o incluso macabros usos que se están dando actualmente a la libertad?
En realidad, quien defiende a brazo partido una total libertad para realizar sus caprichos sin ser censurado por ello, no tiene legitimidad para extrañarse o incluso indignarse frente a lo que otros hacen, pues a fin de cuentas, su actuar ha partido del mismo principio: una completa autonomía moral, que en el fondo, convierte en supremo juez al capricho y la conveniencia. Por eso se insiste que la única manera de poder medir y, llegado el caso, criticar coherentemente la conducta propia o ajena, es acudir a un baremo objetivo, ese mismo que muchas veces el sujeto no está dispuesto a aceptar cuando se reprochan sus propias acciones en virtud de su maldad o bondad ínsita.
Tal vez una de las claves para comprender la absoluta necesidad de una ética objetiva, es que si todo depende del capricho de cada uno o de simples mayorías, todo queda entregado a su disposición. El problema, sin embargo, radica en que lo que es disponible para uno, lo será también para otros, lo cual impide que exista un punto fijo o inamovible. Por eso, desde estas premisas, no podemos pretender que cada cual sea dueño y señor para determinar según sus conveniencias lo bueno y lo malo, y al mismo tiempo, que los demás no puedan hacer otro tanto, incluso con uno mismo, llegado el caso.
Es por eso que una objetividad ética que forme el ‘ethos’ que respiramos, puede que a veces limite nuestro capricho, pero en el fondo, también nos protege.
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Max Silva Abbott
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