Como seres racionales, los hombres poseemos la capacidad de adentrarnos en la realidad de las cosas y hacerla nuestra, aunque se trate de un proceso lento y que nunca termina. Sin embargo, pese a que cada vez contamos con mejores instrumentos para escrutarla (desde artefactos hasta técnicas de indagación y procesamiento de datos), en no pocos casos, hoy se está produciendo un fenómeno lamentable: la cerrazón voluntaria a la verdad de las cosas.
En efecto, se está haciendo común que si por diversos motivos se descubre una realidad en la cual algunas o varias personas tienen intereses comprometidos o han sido afectados por ella, se la niegue, a veces violentamente.
Así por ejemplo, si se habla de los efectos negativos del divorcio, aquellos que de manera voluntaria o involuntaria los han padecido, suelen ofenderse, tomando esa información como un ataque personal, un reproche o incluso una estigmatización; y si se trata de una situación muy generalizada, el paso siguiente es negarle validez, considerar que es falsa. Y lo mismo puede decirse de un cúmulo de materias, desde falencias en la educación hasta las drogas, desde la conducta sexual hasta la obesidad.
De este modo, por esta vía se pretende o que nada ha pasado, o que se trata de una situación normal, casi creyéndose que con semejante actitud el problema debiera desaparecer por arte de magia; algo así como que la realidad dependiera de lo que nosotros estuviéramos dispuestos a aceptar de la misma.
Mas la realidad sigue estando allí, por mucho que no queramos verla. En consecuencia, mala política es aquella que busca ignorarla o justificarla en razón de tratarse de una situación común o que nos afecta directamente. De hecho, por este camino podría considerarse normal –o incluso inexistente– el estrés en una sociedad en que casi todos lo padecieran, o la corrupción si se convirtiera en la regla general.
En consecuencia, la realidad no depende de nuestro capricho, sino que de ella misma. Sin embargo, hay que diferenciar claramente el hecho objetivo del hechor, la situación misma de las eventuales responsabilidades a su respecto.
Mas lo anterior supone una actitud de respeto hacia la realidad, incluso de inclinación ante la misma. O si se prefiere, que si realmente estamos dispuestos a descubrir la verdad de las cosas, ella debe ser aceptada sin condiciones, guste o no guste, convenga o no convenga. No podemos cercenar o amoldar la realidad a nuestro capricho, hacerla depender de nuestros intereses, ni mucho menos, fingir que no existe porque incomoda. Tan radical es esto, que en caso contrario, es mejor no buscarla.
Es por eso que a fin de cuentas, no es tanto uno el que posee la verdad, sino más bien es la verdad quien termina poseyéndolo a uno.
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Max Silva Abbott
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