Introducción
Presentamos un nuevo ensayo que toca temas tratados en otro
anterior y que versa fundamentalmente sobre la influencia de Dios en la
constitución del Hombre. En el capítulo primero tocamos temas generales de la
Teoría de las Ciencias, especialmente en lo que se refiere a las relaciones que
ellas mantienen dentro del sistema total. En el capítulo segundo hablamos de la
autonomía de la realidad natural en cuanto que consideramos que esta tiene una
consistencia ontológica propia. En el tercero, intentamos mostrar la relación
condicionante que tiene el Absoluto o Dios en la constitución de las
Humanidades y las implicaciones de ello para las mismas, que son grandes y
fundamentales. Por último, en el cuarto hacemos algunas consideraciones finales
sobre estos temas y además someramente vemos las diferencias entre las
Humanidades y los otros saberes científicos en lo que se refiere a la relación
con el Absoluto.
Capitulo I: El sistema de las ciencias
Ya hemos hecho en otros ensayos la defensa de la
practicidad de la Filosofía, por ejemplo cuando planteamos la importancia de
las Ideas políticas en la determinación del marco normativo, jurídico que
envuelve y organiza toda nuestra vida. En efecto, no se puede considerar la
Filosofía como parte más alta o teórica de las Ciencias humanas como si
estuviese muy por encima de nosotros mismos en una dimensión o en un espacio
que no nos afectara. No se entiendo por ello que trabajarla sean lucubraciones
de teóricos que viven alejados de la verdadera concreción de lo real de tal
manera que la vida cotidiana y las preocupaciones de la gente, y las teorías
filosóficas vayan por caminos separados.
Por el contrario, las Ciencias Humanas y la Filosofía, que
las organiza, son máximamente prácticas. En este sentido, ya nos hemos referido
a la importancia de la Teoría Política, pero cabe mostrar otros aspectos en los
que la Teoría determina claramente la praxis de las Humanidades. Así, los
conceptos de la Psicología ofrecen tratamientos y prácticas que afectan al buen
vivir; las teorías pedagógicas influyen en la Educación; nuestros conceptos de
Cultura y Civilización influyen en la praxis de los estados y en la formación
de la opinión pública con respecto a problemas políticos de la máxima
importancia. Y así sucesivamente.
Pero, como veremos más detenidamente, parece obvio que la
posición que se toma en tornos a la cuestión de Dios y, por tanto, a la de la
religión son de la máxima importancia, que más allá de ellas no se puede ir,
puesto que como hemos indicado ello determina la misma constitución de la
realidad y por ello de las Humanidades. En efecto, no es lo mismo el paradigma
dominante en las Humanidades, que hace que éstas se construyan de espaldas a
Dios y la Religión que el paradigma alternativo, el cual las constituye con la
Religión como un elemento esencial. Ello es así porque el paradigma teológico
tiene unas implicaciones de religación que permite unas humanidades más
adecuadas y favorables al ser humano y más beneficiosas en sus aplicaciones
tecnológicas, en cuanto que verdaderamente mejoran radicalmente la condición
humana, en cuanto que están en la estela de la religación.
Pero este paradigma puede tener su origen en planteamientos
filosóficos metafísicos porque como hemos visto en otros ensayos la razón en
su mismo ejercicio se va preguntando por la racionalidad de lo real y sus
posibilidades. De este modo, cabe hablar sobre el tema de la totalización
racional de la realidad en cuanto que es el conjunto de lo real lo que puede
ser racionalizado. Por nuestra parte, aunque hemos visto que esta totalización
racional de lo real no es posible para una mente finita, sí hemos defendido que
dicha totalización puede ser realizada (no ejercida) postulando la existencia
de una Inteligencia capaz de ello y capaz por tanto de desbordar los modos de
pensar propios de las mentes finitas. Como pensamos que más allá de esta
racionalización no se puede ir y que ella engloba también a las categorías
puede ser afirmado que nos encontramos con una racionalización transcendental.
Pero, junto a esta racionalización totalizadora de la
realidad, al lado de esta racionalización transcendental son posibles otras
racionalizaciones en el campo de las ciencias, que así se añaden a la anterior,
a la total. De este modo, nos encontramos con racionalizaciones que son
parciales por lo que pueden ser llamadas racionalizaciones categoriales. De
este modo puede haber racionalizaciones parciales en el campo de la Física, en
el de las Ciencias Formales, en el de la Antropología incluso en cada una las
disciplinas y tecnologías científicas humanas. Aquí, entonces, en lugar de
hablar de totalización racional o racionalización completa, hablamos de
racionalizaciones categoriales o racionalizaciones sectoriales que abarcan
campos de la realidad natural divididos como partes que roturan un campo del
conjunto de lo real.
Lógicamente, en la medida que la compleción racional de lo
real se hace acudiendo al Absoluto, puede hablarse de pruebas de la existencia
de Dios; y según las distinciones que hemos trabajado hablaremos de pruebas
totalizadoras o transcendentales, y pruebas categoriales. De este modo, cuando
hemos estudiado a partir del problema de la existencia del mal en el mundo,
como se puede racionalizar el conjunto de lo real se entiende que la
racionalización es totalizadora. Consiguientemente, cuando a través de la
Historia, de la Antropología o de la Física se requiere como operación la
ampliación racional de estas categorías tenemos que entender que nos referimos
a pruebas categoriales de dicha demostración.
Así, hemos mostrado en el ensayo Razón y Realidad
que el problema fundamental que se le plantea a la misma posibilidad de
racionalización de lo real en el de la existencia del mal en el mundo, que hace
irracional en sí el propio mundo. En efecto, este problema se plantea para el
conjunto de lo real, para la totalidad de la realidad natural y, según hemos
visto, la razón no pudiendo renunciar en su mismo ejercicio al postulado de la
racionalidad del total de lo real, debe admitir sucesivas ampliaciones de la
realidad natural De este modo hemos defendido ampliaciones de la realidad
limitada del mundo natural cuales son la de la existencia de la Sobrenaturaleza
o la que cree en un futuro absoluto para los seres racionales finitos, para los
seres humanos.
Pero, según hemos visto, siempre queda un resto
irracionalizable para nosotros en el problema y ello hace necesaria la
ampliación de la realidad natural en una Inteligencia Suprafinita, en Dios. En
efecto a la luz de Dios queda racionalizado este problema, además de otros como
pueden ser el del origen y el del destino del mundo.
Por tanto, la racionalización de la realidad que se
efectúa defendiendo la existencia de Dios puede ser considerada una
racionalización absoluta o transcendental en la medida en que se efectúa para
el conjunto de la realidad y supera las racionalizaciones sectoriales o
categoriales, pues junto esta última racionalización existen otras que trabajan
una categoría o sector de lo real. Así, en otros ensayos hemos mostrado como se
racionaliza el campo de la Historia también a partir de Dios, es decir, en
cuanto que Él es el principio y fin en el que descansa el devenir de lo humano
en el tiempo. Así también, en otros trabajos hemos defendido que las Ciencias
Humanas quedan racionalizadas y bien aplicadas si tenemos en cuenta la
realidad del Absoluto. De este modo, por ejemplo, la Psicología.
En conclusión, ello se hace posible porque, como hemos
visto, en los intentos de totalización racional de la realidad natural siempre
queda un resto irracionalizable que hace necesaria la ampliación de ésta hacia
Dios, en última instancia. En este sentido, se comprende la existencia de una
Inteligencia Suprafinita capaz de racionalizar lo real natural más allá de la
constatada existencia del mal. Por ello, la racionalización de lo real que se
efectúa postulando la existencia de Dios, se debe considerar una
racionalización absoluta o transcendental en la que medida que ella es tal para
la totalidad de lo real y supera los sectores o categorías en los que ésta se
divide. Pero, junto a esta racionalización total o transcendental, cabe hablar
según estamos diciendo de racionalizaciones parciales en cuanto que se trabaja
sobre sectores o categorías de la realidad y que en sí mismas piden la
existencia del Absoluto.
Como consecuencia, puede afirmarse que las ciencias y las
categorías no constituyen campos cerrados sobre sí mismos, campos que no
ofrecen relaciones con Dios. Por el contrario, según vamos viendo, las ciencias
(categorías) experimentan una apertura transcendental, además de las
horizontales que hemos visto en otros lugares. Pero también hablamos de
apertura horizontal cuando se trata sobre las relaciones que guardan las
ciencias entre sí, las cuales se dan en determinados sectores de su
constitución. Así, por ejemplo, cuando hablamos de las relaciones que mantienen
la Psicología, la Filosofía y la Fisiología en tanto que, por ejemplo, los
diferentes sistemas filosóficos permiten una vida psicológica u otra, la cual
repercute favoreciendo unas fisiologías u otras.
Por la apertura vertical las ciencias se relacionan con
Dios en cuanto Él es su cúspide. De esta manera se puede hablar de apertura
teologal en cuanto que las ciencias están abiertas a Dios al mismo tiempo que
encuentran un principio que les permite dar razón de sí mismas y hasta cierto
punto establecerse. Así, por ejemplo, en la Historia cuando defendemos el Reino
de Dios o la Providencia como postulados que dan racionalidad a dicha ciencia,
tanto en la parte que podemos considerar científica como en la parte que
pensamos como filosófica..
Todo ello obviamente no significa que neguemos la Geometría
de las Ideas o su symploké (Platón) y, por ello, admitamos cualquier
tipo de relaciones, sino que únicamente expresamos que cabe hablar de dichas
relaciones según líneas concretas. En este caso la determinación de ello debe
ser hecha sobre el terreno sin que se la pueda anticipar. Ahí está parte de la
tarea del científico y del filósofo.
En este orden de cosas, parece claro que la ciencia
racionaliza sectores de la realidad pero no racionaliza totalmente el campo que
trabaja. De ahí que necesite la ampliación de este campo, labor que realiza la
Filosofía o parte alta de la Teoría en tanto que trabaja racional y totalmente
el campo, es decir, lo totaliza racionalmente.
Así, por ejemplo, cuando la Física hace teorías sobre la
Historia del Universo siempre queda una pregunta sobre el origen a la que la
propia ciencia no puede dar respuesta con los parámetros que maneja. A esta
pregunta sí da respuesta la filosofía con la defensa de la necesidad de la
Creación y la de un Absoluto creador (Dios).
De la misma manera, la Matemática resplandece en la belleza
de sus teoremas y construcciones y racionaliza el sector del número o el de los
cuerpos geométricos. Pero siempre resta la pregunta por la causa de la belleza
y armonía de sus formas, de sus teoremas. Por ello, también aquí, para una
racionalización completa es preciso reposar en Dios como causa última de lo
bello que existe.
También en el terreno antropológico nos encontramos con el
hombre como ser que tiene conciencia de su finitud y que desea la infinitud y
la vida eterna. Por tanto, también aquí nos encontramos con la necesidad de
postular un Absoluto que garantiza que las ansias del ser humano han de tener
sentido y racionalidad, por lo que en otra vida se debe realizar la eternidad
de la felicidad que busca. Ello significa que se debe creer en la existencia de
un Absoluto como causa de la compleción del orden natural que garantiza la vida
eterna y feliz para los seres racionales finitos.
De lo expuesto hasta aquí, se colige claramente que la
parte baja de la Teoría o científica y la parte alta o filosófica están muy
relacionadas de tal manera que la compleción racional de la ciencia exige la
Filosofía. Esta filosofía, en cuanto verdadera, puede ser calificada de
filosofía teológica, es decir, filosofía que defiende la existencia de Dios,
filosofía que apuesta por Dios. Así la adopción de la filosofía teísta tiene
resultados en la ciencia y las tecnologías derivadas de ella, de tal manera que
la correcta construcción de aquella, depende de la hipótesis teísta.
De esta manera, se puede determinar una Ortología (ciencia
de lo adecuado o correcto) para las Ciencias Humanas, pues puede afirmarse la
corrección de estas ciencias cuando están construidas desde Dios, es decir, si
se elevan desde la hipótesis teísta. Por ello, en la propia praxis, las
ciencias humanas obviamente tienen sus momentos normativos y tecnológicos y por
ello esta praxis solo será adecuada si se construye desde la existencia
de Dios y, como consecuencia, desde el hecho de la religación.
Consiguientemente, las construcciones agnóstica y atea de las ciencias no son
las más adecuadas, aunque no carezcan completamente de verdad y de efectividad.
Con respecto a ello, valga un ejemplo que tomamos de la
Psicología Evolutiva. Así, en el paradigma dominante, cuando esta ciencia
propone etapas para analizar el desarrollo de la persona humana descuida el
momento religioso. Olvida de esta manera la adecuación de la religión para un
correcto desarrollo de la personalidad y del hombre total. Es evidente que de
ello depende la adecuada práctica clínica, que lógicamente no es indiferente a
la religación de la persona, a su desarrollo religioso. Por consiguiente,
parece claro que la religiosidad forma un elemento central en la construcción
del cuerpo teórico de dicha ciencia humana, pues si pretende ser verdadera ha
de tomar la psique humana como un todo y abarcar el conjunto de sus
posibilidades de desarrollo.
Por todo lo dicho hasta ahora, nos parece que no se puede
encontrar una separación tajante entre ciencias y Filosofía, de tal manera que
se piense que la Filosofía opera por su cuenta y se asegure que de sus
resultados se concluye una crítica de las ciencias. Así, se consideraría que
las ciencias estarían en un primer mundo mientras que la Filosofía sería otro
género de realidad, otro mundo, un segundo mundo que existiría aparte de las
ciencias.
Antes bien, consideramos el mundo de las ciencias y el
mundo de la Filosofía como estrechamente relacionados y conectados, aunque
defendamos que la filosofía constituye la parte alta de la Teoría, de la Razón,
que por otra parte, como veremos, es única, indivisible e igual en todo lugar.
Como resultado de ello, la Filosofía tiene su influencia en
la constitución de las ciencias, pues como hemos señalado dependiendo de la
filosofía que se sustenta, las ciencias pueden cerrarse en un sentido o en
otro y, en el caso de las Ciencias Humanas o las Humanidades y sus tecnologías,
no solamente cerrarse sino también constituirse en un sentido o en otro. Así
por ejemplo, cuando decimos que la Idea de Dios puede ordenar completamente el
Arte, o que de la misma idea depende la misma constitución del Hombre. Por
ello, hablamos de una parte alta de la Teoría que englobaría la Filosofía
General y la Filosofía de cada Ciencia particular, y de una parte baja de la
Teoría que sería constituida por los desarrollos más propiamente categoriales,
propios, de cada ciencia concreta.
En conclusión, no puede concebirse tajantemente una
distinción entre un saber de primer grado, que sería la Filosofía, y un saber
de segundo grado (las ciencias), pues las dos partes de la Teoría (la Filosofía
y las Ciencias) están interrelacionadas y son solidarias, aunque a la Filosofía
corresponda la primacía de la crítica y la fundamentación.
En este sentido, puede asegurarse la unidad de la Razón en
cuanto que ciencias y filosofía se implican, por ejemplo, en cuanto que las
construcciones filosóficas influyen y condicionan la formación de las
Humanidades de modo que, dependiendo de la filosofía de la que se parte, se
construyen aquellas de una manera o de otra. Así, la parte filosófica y la
científica trabajan solidariamente dependiendo la ciencia de los resultados y
conclusiones de la Filosofía y dándose también la inversa por lo que la
relación es recíproca.
Por eso, estamos hablando de la Filosofía como parte alta
de la Teoría y de las ciencias como parte baja. Así, la Filosofía se apoya en
las Ideas más generales y abstractas (Platón), en tanto que las construcciones
científicas pertenecen a terrenos más concretos, menos abstractivos. Pero la
unidad de la Razón no está en entredicho pues estas dos partes que reconocemos,
mantienen relaciones claras de modo que no puede considerarse que por una parte
transite la Filosofía y por otra las ciencias. Por ello, las mismas
Humanidades no aparecen como independientes de la parte alta, de la Filosofía.
Como corolario de considerar la unicidad de la razón, se
entiende que la parte filosófica y la parte científica no se encuentran en
relaciones contradictorias sino que es una necesidad la posibilidad de la
armonización de las distintas partes con las que trabaja el sistema entero de
la Razón.
De todos modos, es preciso reconocer que la razón humana no
se organiza siempre de la misma manera. En efecto, en las Humanidades la
Filosofía es constitutiva y constructiva, puesto que de ella depende la misma
formación de aquellas; pero en otras ciencias como la Física o las Formales, la
Filosofía es completiva en tanto que realiza la compleción racional de las
mismas para dar razón de los interrogantes que dejan. También para la realidad
en su conjunto, entendida como una totalidad en cuanto que problema de la
Metafísica hemos mostrado que la Filosofía se organiza también completivamente,
es decir, se organiza buscando la compleción racional de la realidad natural y
de la realidad como todo, lo cual va realizando con las sucesivas ampliaciones
de lo natural (inmortalidad, existencia de Dios…).
Pero la consideración de la Metafísica como reina de las
ciencias se comprende, quizá, mejor por la vía negativa que positivamente.
Efectivamente, cuando desde la Metafísica se postula el ateísmo o su correlato
el materialismo, y se desciende de esta racionalización transcendental a las
categorías (racionalizaciones categoriales) nos encontramos con el hecho de que
estas alternativas unifican falsamente lo real, porque la falsedad desciende de
sus principios o premisas metafísicas (filosóficas) hasta las consecuencias
(científicas).
Así, por el contrario, cuando la vía de Dios no está
cegada, negada en la Metafísica porque se parte de la creencia, esta misma
racionalización transcendental también toma cuerpo en las ciencias, en las
categorías. Y no solamente como consecuencia propia de la racionalización
transcendental, sino también como forma de operar racional de las mismas
ciencias que, así, se muestran capaces de expresar en su misma construcción
racional vías de acceso particulares al Absoluto en racionalizaciones
sectoriales. La consecuencia de ello forma el izamiento de alternativas
sectoriales o categoriales más racionales y adecuadas que aquella que impulsa
el principio ateo, así como la propuesta de tecnologías humanas más
beneficiosas, entre otras cosas también porque están más cerca de aquellas que
son naturales y se conservan en el acervo de la tradición humana. En fin, ellas
también son metafísicas pero ascienden a la ciencia metafísica a través de la
compleción racional de su propio sector. De esta manera se adecuan más al ser
humano, necesitado de sentido transcendental.
Concluyendo con lo último y a modo de crítica general,
puede decirse que el ateísmo y el materialismo construyen una razón incapaz de
cumplir con el propio cometido de ella que es, evidentemente, dar razón,
racionalizar lo real tanto en un sentido sectorial como en el sentido
transcendental. Ello hace que las teorías que construye en las Humanidades no
son cabales, puesto que en ellas se parte de la negación de la posibilidad de
tener en cuenta como principio a Dios.
Por otra parte puede decirse, de manera general, siguiendo
la filosofía clásica, que la Metafísica como ciencia general de la realidad
parte de Dios y que el resto de las ciencias le están subalternadas.
Negativamente se dice que una metafísica atea obtura la posibilidad del
reconocimiento racional de Dios y obliga a las ciencias a constituirse según
este parámetro, lo cual hace que se construyan con un déficit de racionalidad
obvio.
Por tanto, la construcción de la Metafísica teísta
desbloquea la posibilidad de la construcción correcta de las otras ciencias,
especialmente de las Humanidades, aunque la realidad de Dios se prodigue en
todos los ámbitos de lo real autónomamente, también como principio de cierre
de construcción de los mismos tanto a nivel filosófico como científico.
Ello significa, según hemos defendido en otros ensayos, que
la Epistemología tiene posibilidades de construcción autónoma y que el
principio teológico es lo que le da coherencia y fundamento, significa también,
por ejemplo, que la Antropología y las disciplinas antropológicas también
tienen posibilidad de construirse y cerrarse sobre sí mismas con la razón
teológica.
Por otra parte, tampoco puede hablarse de cierre estricto
de las ciencias sobre sí mismas en sentido horizontal porque mantienen vínculos
recíprocos, entretejiéndose así en una symploké de líneas precisas que
es necesario explorar, aunque pueda hablarse de una razón unificadora en tanto
que Dios es la cúspide de la construcción racional. En este sentido es preciso
reconocer la posibilidad de la Teología Natural en tanto que ciencia filosófica
que versa sobre Dios y sobre los modos de manifestarse el Absoluto en los diferentes
campos filosóficos y científicos, así como sobre las pruebas que conducen a Él
y los atributos que le corresponden.
No obstante, tampoco puede ser considerada como una ciencia
completamente aislada o cerrada sobre sus propios razonamientos, pues se puede
hablar de la existencia de Dios y de las consecuencias que ello tiene desde
diferentes ciencias. Así, cabe recurrir a la Historia, a la Antropología, a la
Epistemología (como ya hemos hecho en otras partes). Por ello, puede decirse
que el Absoluto es el principio que abarca todas las ciencias y cierra la razón
tanto en un sentido especial (de cada sector) como en el sentido general.
Capitulo II: la autonomía de la Realidad Natural, y el
Absoluto.
Aunque la presencia de Dios es tal que lo determina
todo, puede afirmarse que la realidad natural goza de autonomía. Así es pues,
por ejemplo, antes de la Revelación abrahámica existía tal mundo natural como
mundo con el que el hombre se relacionaba mediante instituciones como las
tecnologías, las formas de relación social.
Pero también en la existencia de las diferentes ciencias se
comprueba la autonomía de la realidad natural como autonomía de las mismas
(contraponemos realidad natural a realidad sobrenatural). Efectivamente las
Ciencias Físicas, Químicas, Naturales y Formales tienen autonomía y existen de
tal manera que a un cierto nivel están cerradas sobres sí mismas, sobre su
misma inmanencia.
De este modo, por ejemplo, un teorema matemático parece que
se construye sobre la pura esencia, con sus términos, que guardan relaciones
específicas dando lugar a la construcción de verdades transcendentales, esto
es, innegables, absolutamente ciertas. O, tomando el caso de la Química, los
elementos están organizados de tal manera que la Tabla Periódica es
incuestionable. Por ende, no puede ser negada de ninguna manera la veracidad
de cada ciencia para el sector de realidad que trabaja.
Pero es desde esta autonomía desde donde cabe la
posibilidad de una teología ascendente que partiendo del mundo en su inmanencia
trata de llegar hasta la demostración de la existencia del Absoluto. Esta es la
manera clásica seguida egregiamente por santo Tomás de Aquino con sus clásicas
cinco vías, aunque cabe también transitarla en un sentido general cuando se
parte de la realidad del mundo natural, reconociendo su existencia y autonomía
pero también su incompleción, su insuficiencia.
Así, las Ciencias Formales piden la compleción de su campo.
En efecto, parece que las verdades que se alcanzan con sus demostraciones y teoremas,
que parten de evidencias anteriores, quedan cerradas sobre sí mismas y no
parece aconsejable plantearse la necesidad de una apertura transcendental. Pero
lo cierto es que el mismo concepto de verdad pide una explicación y ésta, según
hemos mostrado en otros ensayos, pide su asentamiento en una Verdad Absoluta,
porque, por ejemplo, en el caso de estas ciencias sus conclusiones pueden
parecer absolutamente verdaderas, pero cuando nos planteamos la pregunta de por
qué seres finitos pueden llegar a posiciones absolutamente verdaderas hemos de
concluir que existe un Absoluto que permite que los seres limitados puedan
alcanzar posiciones incondicionales. Ello significa que la Idea de Verdad en
cuanto posición absoluta, en cuanto perfección no puede venir de los seres
finitos que con todo son limitados sino que tiene que provenir de un ser
infinito, de un Absoluto como Descartes defendió.
Por otra parte, desde el mismo terreno que rotura la Idea
de Verdad puede plantearse que, como no se puede reconocer otro significado
coherente para esta idea que el de la adecuación de la mente a la cosa, ella
debe a su vez adecuarse a la Idea Absoluta de Verdad, que tiene que estar
necesariamente en un Absoluto, en Dios. Así lo hemos planteado y defendido en
nuestro ensayo El problema de la verdad.
Pero la relación entre Dios y la realidad natural no
solamente tiene un sentido ascendente que va del mundo natural, en su
incompleción, a la realidad divina, sino que transita también en la dirección
contraria, la que va de Dios al mundo natural. Quiere ello decir que Dios no
deja indiferente lo real natural sino que, por el contrario, lo transforma. Hay
en estos aspectos dos alternativas.
La primera de estas dos alternativas consiste en el camino
que hemos ensayado cuando hemos hablado de la autonomía de la realidad del
mundo natural y que llega a Dios en cuanto que dicha autonomía es insuficiente,
de manera que el mundo natural, lógicamente, pide la ampliación que exige un
Absoluto. La segunda de ellas, la que expuso S. Anselmo de Canterbury, parte
del propio concepto de Ser Absoluto, de Ser con todas las perfecciones y puede
aplicar sus conclusiones al mundo natural, ofreciéndole nueva luz.
Pero sea el que sea el modo de acceso al Ser Supremo, una
vez que se conoce su existencia el mundo natural queda completamente alterado
al ser iluminado por su luz y afectado por Él. Ello, como es lógico, se da en
todos los ámbitos de lo real natural y, por consiguiente, también en el campo
de las Ciencias, según estamos tratando. En este sentido, no se piensa de la
misma manera de un modo inmnanentista que de un modo transcendental, pues en
este modo último las mismas ciencias quedan ampliadas con el plus que aporta la
explicación que tiene en cuanta la existencia del Absoluto. Aquí , no nos
referimos solamente a esa parte alta de las ciencias cuya dinámica racional
lleva a Dios, sino al corpus científico propiamente dicho, que queda afectado
con las alteraciones que brinda la fe, la creencia, que así influye claramente
en lo que debe ser una configuración adecuada del ámbito científico.
Pero refiriéndonos al campo de las Humanidades lo dicho no
significa que no exista una autonomía relativa de lo real. En primer lugar,
porque, como es bien sabido, el ser humano existe con anterioridad a la
Revelación Abrahámica ; en segundo lugar porque existen legalidades que poseen
consistencia ontológica, como se puede ver en los ámbitos que trabajan las
Ciencias Humanas. Así, por ejemplo, puede asegurarse que estamos marcados por
unas leyes fisiológicas o que existe un desarrollo cognitivo natural en
diferentes fases o etapas, tal como muestra la Psicología Evolutiva lo cual, a
su vez, tiene implicaciones en la Pedagogía, que permiten mejorar el
aprendizaje.
Así pues, la autonomía de las realidades humanas es
innegable. Pero, aún así, dentro de esta autonomía la pregunta por Dios y la
afirmación de su existencia como respuesta son también posibles y exigidas por
estas realidades, como hemos visto. En este sentido, por ejemplo, se dibuja la
Antropología como ciencia. En efecto, existe una Antropología del ser
individual, una Antropología del ser social del Hombre y una Antropología del
desarrollo de la Humanidad en el tiempo.
Desde una Antropología individual se pueden distinguir
varios caminos conducentes al Absoluto. Así, hemos dicho que el ansia de
eternidad y felicidad que todo ser humano tiene, constituyen los elementos de
un argumento a favor de la existencia de Dios, pues de otra manera sería
irracional que tuviéramos estas disposiciones y que, sin embargo, ellas no
tuvieran un objeto apropiado. En este mismo terreno también hemos visto que el
hombre individual es un ser incompleto y que necesita de la compleción que lo
perfecciona. De este modo, se ve que es un ser que necesita una optimización
(psicológica, emocional y ética), que encuentra en su relación con Dios.
En este orden de cosas, desde las ciencias que estudian el
ser humano en sociedad pueden hacerse afirmaciones conducentes al mismo tema,
pues desde esta nueva perspectiva se puede hablar también de compleción
racional en Dios, de totalización racional específica. Así, la Filosofía
Política encuentra la totalización racional como ciencia en la Idea de Reino de
Dios, en cuanto que la exigencia de una sociedad perfecta, una sociedad en la
que se da el régimen político perfecto que además cumple con los fines
sobrenaturales del hombre.
De la misma manera también la Historia encuentra la
totalización racional en el Reino porque supone la eliminación de la
imperfección en el terreno del devenir, de lo que llega a ser. Efectivamente
ello supone la cancelación de la imperfección que supone el sufrimiento que se
registra en la entera historia de la Humanidad, otorgando lo adecuado a las
necesidades humanas cual es una vida eterna y feliz en la Gloria de Dios. De
este modo, en el Reino de Dios se superan las contradicciones que marcan la
historia, pues el Reino supone la perfección de los tiempos, la perfección de
la vida terrenal del hombre en la medida en que se habla de la perfección de
los tiempos en el peregrinar de la Humanidad en la Tierra. Así pues, mediante
la Idea de Reino de Dios se racionaliza la entera vida histórica del hombre.
En conclusión, no se puede describir el ser humano sin
tener en cuenta la pregunta por el Absoluto y la solución que se da a la misma
construye las ciencias humanas en una u otra dirección. Queremos decir que si
se quiere hacer teoría adecuada en las humanidades se ha de tener en cuenta la
compleja realidad que no puede prescindir alternativa teológica. Así, no se
puede fingir una ciencia de los hechos humanos y poner entre paréntesis a Dios
porque ello solamente es descripción de fenómenos que deja la respuesta
esencial sin solución, por lo que no da razón de la pregunta por el hombre y
lo humano.
En efecto, plantearse la neutralidad en el campo de las
Humanidades, ya implica una definición que consiste en afirmar que en el hombre
no es esencial la religación, la respuesta religiosa. Ello significa que de no
ser así las ciencias humanas están mal construidas. Es decir, si la pregunta
por Dios tiene una respuesta positiva en la religación la descripción de las
distintas partes de la realidad humana tienen que estar de acuerdo con esta
respuesta, pues de lo contrario se están construyendo en falso.
Como consecuencia, hemos de concluir que la respuesta que
demos en el campo de la Metafísica y de la Antropología General desciende de
tal manera que permite la construcción de unas Humanidades en un sentido o en
otro, de una manera adecuada o inadecuada.
Pero también se puede distinguir en el campo de las
Humanidades entre ciencias y tecnologías, pues una cosa es la descripción de lo
que objetivamente es el ser humano en sus diferentes realizaciones y otra las
técnicas que permiten mejorarlo u optimizarlo, individual o colectivamente. Así
pues, cabe una distinción del momento descriptivo y del momento normativo. Ello
significa que entre las ciencias humanas se da una distinción entre las
ciencias y las tecnologías que apoyándose en aquellas intentan actuar en la mejora
de lo humano. En este sentido, detrás de las ciencias hay implicaciones
prácticas a las que llevan sus actuaciones.
Ello es así porque lo que el ser humano ha de ser debe
ser está ligado a la comprensión adecuada de lo realmente es, de lo que es su
naturaleza, porque sus fines están inscritos en ella y violarla no es
consecuente. Así, por ejemplo, no es indiferente para la Pedagogía como ciencia
que estudia la educación y tiene unos momentos normativos para plantear la
optimización educativa integral de lo humano, la pregunta de si en la mejor
educación está incluida la educación religiosa. Efectivamente aquí no vale como
respuesta decir que depende de cada persona en particular porque existe una
objetividad que depende en gran medida de la respuesta metafísica y también
antropológica que se dé a los grandes problemas.
Capítulo III : La presencia del Absoluto en las
Humanidades.
Sin pretender ser exhaustivo vamos a exponer las
implicaciones y las variadas relaciones que se dan entre el Hombre y el Absoluto
implicando ello que las realidades antropológicas se construyen siguiendo
parámetros determinados de relación con Dios.
El hombre es un ser natural que cuenta con variadas
instituciones sociales. Por consiguiente el ser humano se encuentra en la Zoología
como un animal con características morfológicas y fisiológicas características;
pero, por otro lado, es considerado como un ser eminentemente social que tiene
instituciones propias que no comparte con ningún otro animal. De este modo, por
ejemplo, cuenta con una estructura familiar muy compleja así como con otras de
carácter político como el Estado o el Derecho. Por ello ha sido calificado como
animal político.
Es por otra parte, el ser que tiene la sexualidad más
compleja y de acuerdo con esta orientación ha sido calificado como mono
desnudo. Es también el animal que tiene el repertorio de juegos más variado del
reino por lo que ha sido calificado como homo ludens. También ha
desarrollado un cerebro manipulador de objetos y ha sido entendido también como
homo faber. En cuanto que ha desarrollado las manos autónomamente y les
ha quitado su función de locomoción, ha sido también comprendido como homo
erectus. Igualmente se ha dicho de él que no tiene naturaleza sino
historia, lo cual también es verdad.
De otro modo, es el ser de la Creación que tiene el
repertorio de comunicación no verbal mayor y ha desarrollado el lenguaje de
segunda articulación y por este último motivo ha sido considerado como homo
loquens. Pero también ha desarrollado un enorme repertorio artístico y en
este sentido ha sido entendido como hombre simbólico. Es, de otro lado, una
realidad cultural si entendemos que su repertorio de conducta ha sido
transmitido de generación en generación por la vía del aprendizaje. En fin, es
el animal neoténico por excelencia, pues es el que tiene proporcionalmente la
duración mayor de la infancia y el que tiene el mayor índice de cerebración de
todo el reino.
Estos rasgos, así como otros que no mencionamos, han
sido estudiados por las diferentes disciplinas antropológicas. Así la
Antropología Física se ocupa de las características anatómicas y fisiológicas
propias. De la misma manera, des estudio del Derecho y la Política se ocupa,
por ejemplo, la Antropología Política y la Filosofía Política. Del estudio de
la Cultura la Antropología Cultural y la Filosofía de la Cultura. Del estudio
de la psique la Psicología. De las características del hombre como ser religado
y religioso la Fenomenología de la Religión, las Ciencias de la Religión y la
Filosofía. Al estudio de las lenguas diferentes y del Lenguaje, se dedica la
Lingüística. Del hombre como ser histórico se ocupan la Escatología, la
Filosofía de la Historia y la propia ciencia de la Historia. Del aspecto de la
producción de bienes escasos, la Economía, La Filosofía del Arte, la Semiología
y otras se ocupan de los aspectos artísticos. Y así, sucesivamente en un gran
número de disciplinas.
Siendo todas las definiciones que acabamos de ver verdad,
parece también indudable, según hemos expresado en otros ensayos, que el hombre
es un ser que pide una optimización y que la encuentra especialmente en Dios,
en la religión. Es, por su parte, lógico que esta optimización en la religión
la encuentre el ser humano tanto a nivel individual como social. Así la
naturaleza humana, individual y social, queda atravesada por este núcleo de la
religión y, con ello, tocada y transformada por la realidad superior de Dios.
Esto ha sido así hasta tal punto que el hombre natural, sin religión es una
realidad que solamente en los últimos siglos aparece con el desarrollo del
ateísmo y el agnosticismo, especialmente en Europa, por lo que las definiciones
a que nos hemos referido más arriba pecan de inmnanentistas y no dan adecuada
cuenta de la realidad humana.
Por otro lado, de los desarrollos de los últimos tiempos,
se ve que la hipótesis del hombre natural, es algo que en lugar de estar al
principio está al final. Es claro que la realización del hombre natural, en sí,
abre la posibilidad del estudio de las legalidades humanas desnudas en sus
aspectos físicos o sociales. Pero con ello se ha producido cierta caída de lo
humano, pues, en efecto, lo mejor del desarrollo humano se encuentra cuando el
hombre se encuentra religado, incardinado en lo Absoluto. Por ello, podría afirmarse
que en el hombre en su estado óptimo, existen distintos niveles relacionados
entre sí, imbricándose los unos en los otros en una especie de pirámide en la
que la cúspide está formada por la religión como operativo de cierre ontológico
y gnoseológico.
Como consecuencia, se hace necesario que decline el
paradigma dominante en las Ciencias Humanas de nuestra época y que en su lugar
aparezca otro nuevo que incorpore la relación con el Absoluto como elemento
vertebrador de los diferentes aspectos y niveles de todas las realidades
antropológicas, construyendo así unas Ciencias Humanas nuevas. Es decir, que
puede asegurarse que no se pueden construir correctamente las Humanidades sin
tener en cuenta lo que el hombre es en las diferentes realizaciones o campos
temáticos en los que se desarrolla en relación con el Absoluto.
Así, en el campo de la Ética se puede ver como la
afirmación referente a la optimización del hombre por Dios es verdadera. En
efecto, podemos comenzar diciendo que la ley moral somete a nuestras
conciencias de tal manera que éstas están impulsadas a llevar nuestra
actuación, la actuación de los seres humanos hacia el bien. De este modo, puede
decirse que el primer principio de la ley moral es el que manda hacer el bien y
evitar el mal (Santo Tomás de Aquino). Pero se da por otra parte que no
alcanzamos la santidad, que es la adecuación al imperativo moral del obrar
(Kant), por el hecho de que nuestra naturaleza es limitada, de modo que el
hiato entre la ley moral nuestra naturaleza es insuperable. Pero existen
creencias que ayudan a que nos acerquemos lo más posible a la adecuación a la
ley y al imperativo moral por los que somos exigidos.
Así, la existencia de Dios y la religión no son
indiferentes para el reino de lo moral. Al contrario, ellas impulsan a nuestra
naturaleza a cumplir con el mandato moral. En primer lugar, lo refuerzan con el
concepto de pecado, pues la ley moral queda ampliada y elevada como ley
religiosa. Por ello nuestras faltas morales no son solamente éticas, sino que
también quedan referidas a Dios como Voluntad Santa que siempre quiere lo
bueno. En segundo lugar, de otra manera la creencia en Dios y la religación
impulsan el cumplimiento del deber, nos hacen más buenos. En efecto, la
creencia en un Dios de Amor, nos impulsa al logro de la mayor felicidad de la
que somos capaces y la felicidad no nos deja indiferentes porque el bien es
difusivo. Por el contrario, esta felicidad ayuda también al cumplimiento del
imperativo moral porque la felicidad propia busca la de los demás.
En conclusión con lo anterior, Dios nos hace mejores y
propicia el cumplimiento de la ley moral y el amor por lo bueno. Por ello puede
decirse que la religión aparece entonces como un deber moral en la medida en
que la religación nos hace mejores.
Por último, en este terreno aparece un nuevo argumento
teológico pues claramente puede verse que es irracional que estemos diseñados
para la religión y que, sin embargo, la creencia no tuviera su objeto, es
decir, que Dios no existiera. En este sentido, también la misma obligación de
creer es una prueba porque es así que no podemos evitar creer porque ello nos
hace mejores y creyendo seguimos más adecuadamente los mandatos de la ley
moral.
En otro orden de cosas, según hemos visto es desde la Metafísica
desde donde se opera el vaciamiento de la realidad de Dios del mundo,
descendiendo los postulados ateos al resto de las ciencias de tal modo que se
constituyen de unas maneras precisas. Ello vale para el campo de la Psicología
porque si se niega la existencia de Dios y ello se acepta sin más se construyen
unas Ciencias Psicológicas determinadas y no otras.
Aún con todo, merece ser resaltado que desde la misma
Psicología es posible levantar argumentos para mostrar la existencia de Dios.
En efecto, a todos nos consta por propia experiencia que deseamos la vida
eterna y feliz y como hemos visto más arriba sería irracional que, siendo
nuestra naturaleza así, no tuviera realidad la existencia de una vida tal. Por
ello, hemos de afirmar que efectivamente que alcanzaremos dicha vida. Pero
ello, supone la afirmación de una potencia tal que pueda alterar el curso del
desarrollo normal de la naturaleza y otorgárnosla. Ello, por tanto, equivale a
defender que Dios existe ( Kant) y que este dios es el Dios del Amor puesto que
no por otra razón que nos ama nos concederá la vida de la Gloria.
Pero conocer a Dios es amarlo. Parece claro que podemos
entrar en una relación de amor con Dios. Por tanto desde la Religión se
configura en primer lugar el hecho de que nuestra angustia queda muy atenuada
por la creencia en la vida eterna y, en segundo lugar, el hecho de que el deseo
que todos tenemos de ser amados, tiene su culminación en la relación amorosa
que se puede encontrar por medio de la Religión.
Por su parte lo dicho significa que el ser humano no es
pura realidad natural sino que registra una teleología inmanente, una dinámica
que le lleva a una ampliación en la Religión. Es decir, el hombre como ser
necesita completarse en la relación religiosa y por ello su psicología es
dinámica y no estática.
Por eso las construcciones de las Ciencias Filosóficas
impulsadas por las ideologías agnósticas o ateas son falsas en cuanto que no
describen verdaderamente lo que es la psicología humana. Así es porque
describen un hombre que no tiene la religación como un argumento esencial de su
dinámica natural. En este sentido el proceso es histórico y va desde la
Metafísica a la Psicología científica. Hay un primer paso que parte de una
teología natural que niega la existencia de Dios y después se pasa a pensar la
religión como alienación, para acabar considerando que el auténtico hombre se
describe psicológicamente sin la religación.
Pero el ser del hombre, según hemos visto, marca también
aquellos aspectos que lo completan y lo optimizan, por lo que las psicologías
de la inmanencia son incapaces de dar cuenta adecuadamente de aquellos y , por
ende, difícilmente pueden implementar medidas muy acertadas, si no producen,
incluso, medidas terapéuticas borrosas o dañinas. Así, por ejemplo, se pretende
que un componente de la salud psicológica es la felicidad y ello es verdad,
pero si erramos en la determinación de qué aporta la felicidad estaremos dando
falsas recetas que, en cuanto que olvidan la religación, en vez de optimizar y
enriquecer al ser humano lo que hacen es empobrecerlo y enfermarlo.
Queremos decir que desde el centro personal que constituye
la vida religiosa de la persona humana se ramifican o se especifican las
distintas facetas de lo humano y de las Humanidades, de tal manera que cabe
hablar de un núcleo de personalidad que debe construirse religiosamente porque
ello significa, entre otras cosas, estabilidad, felicidad y también moralidad.
En este sentido, no sería de extrañar que el gran aumento de las patologías psicológicas
en nuestro tiempo venga coadyuvado, si no ocasionado, por esa pérdida de
valores religiosos, pues el ser humano alienado de la relación religiosa se ve
afectado al estar fuera de su naturaleza.
Por otra parte, la Psicología desarrolla sus propias
tecnologías que tienen como fin la orientación de la mente. Así pretende
corregir los elementos defectuosos de las psiques individuales y en general
orientar el pensamiento. De este modo se configura la ciencia psicológica como
Ortopsicología, es decir, como Psicología que orienta y juzga sobre lo que es
adecuado para la mente humana.
Pero, por ello, se debe partir de una concepción que defina
correctamente lo que debe constituir la vida mental y así dibujar una teoría de
la salud psíquica. Pero, lógicamente, si esta Ortopsicología se construye como
psicología inmanentista que no tiene en cuenta que el hombre necesita de la
religación y que la felicidad, la virtud y la unificación pasan por una
correcta relación religiosa, con Dios, entonces se equivoca, pudiendo
lógicamente ser perjudicial como tecnología que enfoca mal lo que es la
corrección mental.
Así, por ejemplo, no se marcan los mismos objetivos en el
desarrollo de la personalidad y de la salud psicológica si se considera que la
culminación del desarrollo personal se encuentra en la religación, que si se
piensa que el hombre se agota en la inmanencia, creyendo que el ser humano se
agota en la finitud de este mundo. Por nuestra parte ello no significa negar
la autonomía de la naturaleza psicológica humana, pero esta misma naturaleza
que transformada en una dirección u otra, dependiendo de las alternativas
antropológicas de las que se parte a nivel filosófico, con las figuras
religiosas que implican.
En este orden de cosas, desde la rama psicológica de la
Psicopatología se intenta descubrir lo que constituye la enfermedad psíquica.
Pero se hace necesario tener en cuenta que la enfermedad y la salud son
conceptos correlativos de tal manera que no se puede definir la enfermedad si
no se conocen los parámetros de la salud. En este sentido, consideramos que el
concepto de salud debe ponerse en relación con el de felicidad porque el
sufrimiento siempre acompaña a la enfermedad.
De nuevo aquí nos encontramos con la falacia humanista que
intenta justificar lo que es el hombre sin tener en cuenta el aspecto de la
religación, en cuanto que pretende ofrecer una neutralidad que verdaderamente
no parte de una descripción cabal de la realidad humana, pues según estamos
viendo ésta se completa en la religión.
Quiere decirse que el concepto de felicidad no es neutral
porque la actividad psíquica está diferenciada en lo que respecta a dicho
concepto, pues no todo hace igualmente feliz. En este sentido consideramos que
lo que permite la vida feliz es esencialmente la religación en la esperanza y
la caridad, como virtudes teologales que son. Por ello, recomendar una vida
psíquica saludable pasa por la espiritualidad.
De esta manera, no nos parece que se pueda decir que lo que
hace feliz depende de la subjetividad de las conciencias porque la vida
religiosa en la esperanza y la caridad es objetivamente la que permite
optimizar la vida humana en la virtud y la felicidad. No es ello por tanto algo
que dependa de cada uno, algo que sea relativo. Es entonces, a partir de la
vida proporcionada por la teologalidad, como se puede definir el objetivo de
la felicidad que es la fuente de una vida sana en lo espiritual y en lo
psicológico.
Como consecuencia, en lugar de fingir que la religación es
algo subjetivo o que la salud psicológica se construye sin ella hay que aceptar
que la optimización psicológica del ser humano pasa por los caminos de la
espiritualidad. De lo contrario nos encontraremos con antropologías y
psicologías erróneas, inadecuadas.
Así pues, según los principios de la Psicología existe un
concepto de salud en el que ésta se plasma como optimismo, alegría, calma, paz
etc. Pero la Psicología falla cuando pretende fundamentar la salud sobre bases
agnósticas o ateas, pretendiendo que la religión es indiferente para la ella,
que ordena estos estados mentales como los saludables; falla en la
fundamentación de la salud psíquica.
En efecto, se puede asegurar que si todo acaba con la
radical derrota de la muerte no existen motivos para la alegría, el optimismo, etc.,
pues no se puede ser cabalmente feliz ya que ello no es consecuente con el
término de la vida. Por tanto, es natural que si la Psicología estatuye la
salud psíquica, como condición interna de su propia consistencia reconozca la
necesidad de que ella misma se encuentre ordenada a la religión, porque los
estados anímicos positivos responden a la vivencia religiosa en cuanto que en
las mismas creencias religiosas se encuentra la base y el fundamento sólido del
bienestar espiritual y psíquico consecuente.
Así por ejemplo, desde la Psicología Evolutiva se
caracteriza la vejez como una edad que presenta unas tendencias pesimistas y
depresivas y plantea diversas alternativas que intentan evitar estos estados
negativos. Pero en gran medida puede decirse que la depresión de la vejez es
natural. Es por ello lógico que en este estadio del desarrollo la religión sea
fuente de salud y bienestar, pues sus promesas consecuentemente vividas
erradican los males a los que nos vamos refiriendo.
En conclusión, la evolución personal depende de los valores
y las cosmovisiones metafísicas y religiosas que impregnan al ser humano. Así,
en nuestra sociedad inmanentista nos encontramos permanentemente rodeados de
estímulos que alienan de la vida religiosa de tal manera que la evolución de la
personalidad se da en una horizontalidad que enajena de todo sentido de
profundidad. La consecuencia son las personalidades habitualmente construidas
sin la dimensión religiosa, que evolucionan a lo largo de la vida sin dicha
dimensión. De esta manera, se encuentra alejada de los estímulos que de forma
natural dan sentido y alegría a la vida, cuales son la esperanza en un futuro
escatológico feliz y la experiencia del amor divino. Por ello, faltando estos
elementos la vida cotidiana pierde el sabor y cambia de color, pues estas
filosofías inmanentistas son incapaces de propiciar lo que en nuestra
psicología demanda de manera natural. En este sentido, puede decirse que estas
filosofías son objetivamente causantes de depresión y enfermedad en cuanto que
no se acoplan a las necesidades de la naturaleza humana.
Por ello, las psicologías de nuestra época contrastan
claramente con las del pasado, pues en el presente la sociedad vive en una gran
parte ajena a la religión mientras que en el pasado la religión era el medio
que unificaba las personalidades. En este sentido es una solución para gran
parte de la problemática actual la recuperación de la religión en sus elementos
positivos, aunque haya que descartar las adherencias negativas que de manera
accidental tiene.
Para terminar con esta parte, queremos decir que cuando
hablamos de tecnologías que intervienen en el desarrollo de la persona y de su
salud también parece necesario constatar que ello depende de las perspectivas
filosóficas. Ello se ve claramente en la Psicología pues desde la Teoría
Psicológica se considera como el correcto pensar depende de las concepciones
filosóficas que se sustenten, de esta Parte Alta de la Teoría que construye
según sus presupuestos las ciencias y las tecnologías humanas. En efecto, a la
hora de intervenir para mejorar la vida psicológica de las personas se darán
unas normas u otras dependiendo de lo que se crea en filosofía. Así, por
ejemplo, no es lo mismo ante una calamidad como puede ser la muerte de un familiar
próximo creer en la vida eterna que no creer, puesto que de ello dependen los
sentimientos y las emociones. Ocurre, pues, que nosotros también defendemos una
Ortología antropológica que se corresponde con una filosofía que ve en la
religión un elemento enteramente positivo, que sirve para el mejor desarrollo
de la vida humana.
Tratando de otra ciencia humana, podemos decir que la
Fisiología también intenta construirse como si la religación fuera un hecho
irrelevante para ella. Así describe unas objetividades que existen en sí, pero
que resultan afectadas por la vida psicológica. Por ello estas objetividades
quedan afectadas por la religación personal, pues el ser humanos queda
completado y optimizado en su relación con Dios, que es el fin al que tiende.
Así es. porque no se puede hacer una antropología adecuada sino se describe al
hombre como un ser que se realiza en la religación, como un ser que se optimiza
teologalmente.
Ello, como se sabe, tiene implicaciones fisiológicas pues,
como se sabe, la psicología guarda estrechas relaciones con la fisiología de
tal manera que ocurre que una vida psicológica positiva, en la que el bienestar
y la felicidad son cercanos, influye positivamente sobre la fisiología del
organismo. En efecto, como se sabe, los sentimientos y emociones positivas
hacen que el organismo funcione mejor y enferme menos. Y ya que la religación
potencia estas dimensiones positivas de la psique o las crea es natural que la
vida teologal influya sobre el cuerpo mejorando sus funciones.
Evidentemente, ello no significa que se nieguen las
legalidades objetivas del organismo despreciando una vida saludable según la
alimentación, por ejemplo, sino que subrayamos en esta parte del ensayo los
efectos positivos que debe tener para la salud la religión.
Por ello, sin comparamos a un ser humano sin Dios con un
ser humano en la vida teologal comprendemos la enorme riqueza que trajo al
mundo la Revelación en cuanto que permitió a la Humanidad la alegría, evitando
que se desplomara en la depresión y la angustia.
Así pues, hemos visto que desde la Psicología hemos
encontrado en que consiste la optimización humana en cuanto religación que por
la caridad y la esperanza se encuentra la persona unida a Dios; por la caridad
en cuanto recibe el amor de Dios y por la esperanza en cuanto que espera una
vida eterna y feliz en Él.
De otro lado, es natural que este núcleo de la religación
deba pasar a ser un objetivo pedagógico porque la Pedagogía es el arte de
optimizar el aprendizaje y para ello tiene que determinar sus objetivos. Por
ello, si se persigue el un desarrollo total y armónico de la personalidad el
elemento religioso se perfila como algo esencial.
Ello es así en dos sentidos: uno esencial y otro
instrumental. En sentido esencial entendemos que debe ser un objetivo de la
enseñanza en cuanto que se manifiesta como un aspecto necesario y fundamental
para una personalidad integral que debe estar vertebrada por la religión. En
sentido instrumental porque, como se sabe, una buena psicología influye positivamente
en todos los aprendizajes. Queremos decir que la psicología ofrecida por la
religión, que solamente puede aportar elementos positivos debe influir en el
aprendizaje de todos los saberes.
En este sentido, puede asegurarse que el agnosticismo o el ateísmo,
partiendo de una concepción general del hombre, se determina también en la
Pedagogía cuando concreta objetivos y métodos agnósticos para el aprendizaje.
En este sentido, el agnosticismo implantado en la Pedagogía también es
perjudicial para este aprendizaje en cuanto que la naturaleza humana necesita
de la compleción sobrenatural, de la compleción en Dios. Por ello, por el bien
del educando no se trata de sacar la religión de la escuela sino por el
contrario de meterla. Ello, en principio, por las propias razones pedagógicas,
aunque también tendremos ocasión de ver que también por razones puramente
científicas es conveniente que la religión entre en la escuela y en la
universidad.
Cambiando a la ciencia de la Historia, y partiendo una
metafísica agnóstica atea sería defendible que dicha ciencia pudiera
construirse adecuadamente sólo recurriendo a los datos inmanentes que aporta la
historiografía. Ello, según estas posiciones, sería neutral y verdadero y, de
hecho, muchas veces las Humanidades presentan este rostro, que pretende ser
amable, en el que Dios es arrancado de la ciencia como si fuera un tema
inesencial. De hecho, la construcción histórica que se hace sin el Absoluto
afirma que la realidad de Dios no es antropológicamente relevante para la
construcción de la ciencia del pasado y que ésta se puede construir de una
manera no teológica.
Aquí también puede partirse de la Metafísica y desde una
perspectiva teísta reconocer el aspecto teológico de la Historia como esencial,
en el sentido de defender que se debe hacer una historia en clave teológica, en
la que, por ejemplo, la mano de Dios aparezca como un dato hermenéutico
relevante. En este sentido, como hemos mostrado en Sobre la Historia, es
preferible construir el dato teológico en los propios hechos de la ciencia de
la que estamos tratando.
Por ello, pensamos que la razón aplicada a la Historia no
puede renunciar a la aplicación de aquellos presupuestos que hacen racional el
proceso histórico como conjunto. Como consecuencia, frente a la aparente
irracionalidad que muchas veces nos brinda el discurrir de la historia, se ha
de suponer que existe un sentido en el que todo ocurre para lo mejor y que
racionaliza el devenir. Ello significa defender la realidad de la Providencia
divina y este mismo postulado lleva a que se intente entender el proceso de la
Historia como proceso sagrado, que lleva consigo la intervención divina en los
tiempos. Por consiguiente, en esta búsqueda del sentido histórico se deberá
intentar ver la huella de Dios procurando descifrar el aparente azar y
deshacerse de la aparente arbitrariedad en la que parecen discurrir los hechos
históricos. De esta manera se engrandece el mundo humano en su peregrinar por
la Tierra.
Por otra parte, esta misma racionalización también se produce
cuando defendemos la realidad de un final feliz de la Historia que comprende la
negación de la muerte y el rescate del sufrimiento. Lógicamente ello supone la
intervención de Dios en el tiempo histórico para la construcción de los Nuevos
Cielos y la Nueva Tierra, pues el final feliz supone la irrupción del Reino de
Dios, que garantiza el término de nuestras principales limitaciones y en el que
podemos ver el Rostro divino.
Evidentemente, estas consideraciones nos hacen ver que el
planteamiento agnóstico imperante en la ciencia de la historia dan muy poca
cuenta de la racionalidad del objeto de estudio y que, por ejemplo, son
preferibles el tipo de teorías que representan san Agustín, Joaquín de Fiore o
el mismo Hegel en la medida en que hacen Teología de la Historia, pues según
hemos visto la cabal comprensión de la ciencia se hace con estas armas
intelectuales.
Por otra parte, tampoco desde la Economía se da una visión
acertada de los problemas antropológicos. En efecto, esta ciencia pretende tener
acotados los términos de sus constituyentes en la pura inmanencia de sí misma y
con ello cree describir el ámbito de las formas económicas. Pero consideramos
que se equivoca cuando pretende construirse exclusivamente como ciencia que
gravita exclusivamente en la inmanencia.
En primer lugar, porque este cierre de la ciencia económica
no es tal, pues de hecho la apertura ontológicamente constitutiva del hombre a
la transcendencia tiene unas repercusiones económicas en la medida en que la
religión aporta utilidad por la gran cantidad de bienes que produce y que dan
lugar a lo que en términos científicos se llama satisfacción. Por ello creemos
que los bienes que aporta la religión (alegría, consuelo, cariño…) tienen su
contrapartida en la economía, su incardinación en la ciencia económica pues,
según estamos viendo, llevan consigo utilidad y satisfacción.
También, por otro lado, el marco moral que es
imprescindible para la consecución de los bienes económicos queda reforzado por
la religión en la medida en que la misericordia es la virtud política que más
contribuye al logro de la paz y ella encuentra en la incardinación teologal su
máxima efectividad. Lo mismo pasa con el resto de las virtudes políticas más
importantes a las que nos hemos referido que facilitan una convivencia más
armoniosa y por ello permiten un mayor desarrollo económico.
Como consecuencia, puede afirmarse que la construcción de
la ciencia económica está desfigurada si la comparamos con lo que debería ser
la verdadera realidad de ella porque oculta en sus planteamientos teóricos los
factores religiosos que también aportan satisfacción y utilidad. Y una ciencia
que no reconoce los objetos propios de su campo no puede estar bien construida.
En este sentido la propia construcción inadecuada de la ciencia es un perjuicio
para el ser humano puesto que está bloqueando el acceso a los bienes
sobrenaturales y espirituales, más si tenemos en cuenta que sin la relación
religiosa estamos alienados, alterados e incompletos. Por todo ello se hace
necesaria una construcción teórica diferente y consecuentemente otras
tecnologías o ingenierías económicas que restituyan lo que ha sido enajenado.
En otro orden de cosas, en el terreno de la Política puede
decirse que en Occidente el sistema de las contradicciones políticas se
presenta en la dialéctica entre el postulado de la unidad de la razón del
hombre y la división entre alternativas políticas distintas.
Por su parte, esta división ha conducido a la guerra como
forma de resolución de las diferencias políticas en muchas ocasiones, y la
necesidad de evitar el extremo de la guerra ha conducido a la idea y a la
práctica de la tolerancia. Pero este concepto como forma de resolución de las
diferencias políticas deja las mismas sin resolver. Como consecuencia, se puede
asegurar que sigue la contradicción que hemos señalado entre la unidad de la
razón y la división de la comunidad política, a lo que se añade el problema de
que deslices determinados en el manejo de los conceptos a los que nos referimos
pueden conducir también al extremo de la guerra.
Teniendo en cuenta todo ello, hemos planteado como
alternativa una democracia dialógica que tenga como virtud central, en lugar de
la tolerancia, la misericordia o caridad política. Por medio de dicha virtud,
intentamos salir de nuestros planteamientos y convicciones, adentrándonos en
las razones del oponente político. Así, se posibilita la apertura de un diálogo
verdadero que conduzca a la unidad de criterio que hace imposible la guerra y
cancela la contradicción a que nos hemos referido. Se abre entonces por medio
de esta virtud el puro y verdadero diálogo político que tiende a llevar a la
unidad política de las sociedades.
En este sentido, parece posible plantear un razonamiento
objetivo y sin presupuestos que tenga a la caridad política o misericordia sin
implicaciones religiosas como virtud central. Parecería, por ello, que la
religión está de más porque se ha llegado por procedimientos puramente
racionales, objetivos e inmanentes a la alternativa de la misericordia y al
sistema político de la democracia consecuente, que la acompaña. Pero ello no es
así, pues el imperativo que acompaña a la misericordia se cumple más fácilmente
cuando ésta se implanta religiosamente.
Efectivamente, esto ocurre porque cuando el ser humano
siente el amor de Dios queda transformado haciéndose más bueno. Así es, porque
sintiéndose amados incondicionalmente por Dios se transforman los corazones en
el amor y el hombre se hace más capaz de amar y de ver al oponente como un
hermanos; y ello de tal manera que las posibilidades de diálogo y
confraternización aumentan de modo que se permite que el conflicto se
desbloquee, pues este es producto del egoísmo de persona o de clase que se
encarna en el vicio de la voluntad dogmática. Esto es así porque ésta se
concreta en el deseo incondicional de que nuestras posiciones sean las
verdaderas o las únicas posibles.
Así pues, el amor de Dios ejerce un poder benéfico sobre
nosotros, pues por la fuerza de éste siempre transforma haciendo mayor la misericordia
e impulsando el amor al prójimo. De esta manera, en política se aumenta la
comprensión, el entendimiento y el diálogo. Por todo ello, la religión sitúa al
ciudadano en mejores condiciones para cumplir con los imperativos políticos que
conducen a la democracia consecuente que, aunque se dibuje a nivel laico y
objetivo, alcanza su mejor momento cuando el ciudadano es también una persona
religiosa, una persona que está religada en el amor.
Como conclusión de lo expuesto, se ve que la Religión no
deja intacto el mundo de la Política sino que lo mejora, de tal manera que los
imperativos que la moral política manda, son cumplidos más efectivamente desde
una posición que recibe el amor de Dios, que puede transformarse en una
vivencia más intensa de la misericordia o caridad política. Ello lógicamente en
el terreno de una política dialógica no deja de tener sus frutos.
Por tanto, el agnosticismo y el ateísmo presentan un
déficit en el objetivo de la realización del bien político, pues la religión y
las actitudes que la acompañan no dejan indiferente el campo político en cuanto
a sus mejores posibilidades que se alcanzan con la virtud de la misericordia
política. En este sentido, puede afirmarse que se realiza una política
determinada desde el ateísmo y el agnosticismo, que objetivamente es inferior a
aquella que se debe realizar desde la creencia, dentro de las posibilidades de
una política democrática consecuente, pues la moral que impulsa la creencia se
muestra como la mejor.
Esto significa que también en la vía de la Política se
puede construir un obrar determinado diferente según las premisas de las que se
parta, y que la creencia y la religión aportan un plus que transforma para bien
todo el campo de esta parte de las humanidades, entendida especialmente desde
la política de la consecuencia. Lógicamente, en el momento de construir
teorías políticas a las que se construyan desde el punto de vista de la
increencia les faltará ese plus que, como hemos señalado, ofrece la religión,
que aporta un cambio de la perspectiva desde la que se hace el mundo político.
Es decir, que el campo de la Política tal como está roturado en nuestros días
depende de unas Ideas que solamente manifiestan la verdad y el bien político
parcialmente y de manera oblicua. Ello implica que el mundo político es visto
con un prisma que se traduce en una praxis que no lo desarrolla adecuadamente.
Por ello, la Religión también optimiza la teoría y la práctica políticas.
Así pues, como estamos viendo, tampoco aquí Dios y la
Religión dejan sin tocar el mundo político. En efecto, puede decirse que la
construcción del campo político se realiza de una manera o de otra según se
apueste por la increencia o por la religión, porque éstas tienen la capacidad
de incardinarse en este sector de las Humanidades y transformar su estado
actual de desarrollo y fundamentación. En efecto, como estamos viendo, de la
Religión y la Teología nace la idea de caridad; pero esta se puede trasladar
también a la Política de tal manera que es capaz de transformar todo su campo.
Esta transformación no solamente se da en el sentido teórico, sino que es
también capaz de posibilitar una praxis que puede instaurar una nueva
convivencia entre los hombres en cuanto que miembros de una sociedad política
y de una sociedad internacional de estados.
En otro orden de cosas, el Derecho como realidad
prescriptiva organiza según normas las sociedades humanas. No obstante, ello no
significa que su construcción se aparte de la ley general que estamos mostrando
en cuanto que también depende de la Filosofía y de la Religión, que juegan
funciones equivalentes en la medida en que son la razón general de lo real, a
lo que ordenan categorialmente.
Así, en las sociedades cristianas estamos en la tradición
que separa la Religión del Estado y ello depende de la idea general que se
mantiene en lo que se refiere al origen del poder o la soberanía, y al papel
que debe jugar la relación entre Dios y los hombres, o entre poder religioso y
poder civil. Pero en las sociedades islámicas la teoría es otra y el poder
civil y el religioso tienden a ser una misma cosa, pues se entiende que la
Soberanía de Dios no puede tener límites.
En este mismo aspecto, también puede verse la influencia de
estas partes superiores de la Teoría en niveles altos del Derecho, cuando
examinamos los cambios que acabaron con el Antiguo Régimen en Europa, que
trajeron las democracias. En este sentido, parece claro que no tienen las
mismas implicaciones jurídicas la teoría de la separación de los poderes del
estado o la de la soberanía nacional que la teoría jurídica y filosófica de las
monarquías absolutas.
Por tanto, se puede afirmar que de las ideas religiosas y
filosóficas desciende toda la construcción del Derecho. En efecto, no tienen la
misma legislación un estado ateo, un estado laico o uno confesional, ni aquélla
mana de la misma fuente.
En lo atingente a la Sociología el agnosticismo contempla
las instituciones sociales y los variados modos de la vida social como algo que
mana de la vida social y, al mismo tiempo, la configura. De este modo, entiende
que las instituciones religiosas y las variadas formas de la experiencia
religiosa se condensan en la sociedad como fenómenos exclusivos de la misma,
que tienen una etiología y un desenvolvimiento exclusivamente social. Pretende,
por tanto, la explicación de los fenómenos religiosos y su influencia con
premisas exclusivamente inmanentistas, intentando encerrar aquellos en los
circuitos de la ciencia agnóstica.
Pero con todas sus teorías olvida que la religión es la vida
del Absoluto en la Tierra y que las instituciones y la vida de la religión en
la sociedad son las vías por las que se comunica lo divino en la vida del
hombre, los canales por los que se insufla la vida divina en las sociedades
humanas. Por ello, esta vida divina no es algo indiferente o inmanente sino que
tiene su camino en las instituciones y modos de la vida que siendo sociales
permiten la comunicación del Absoluto en el mundo.
Pero esta comunicación no es un hecho que deje las cosas
intactas sino que por ella sopla la vida del Absoluto que insufla paz, alegría
y tantos otros bienes en la vida de los hombres. Con ello crea instituciones,
iglesias, arte, sacerdocio, vida espiritual, poesía, mística etc.
Lógicamente, la ciencia que se constituye sin tener en
cuenta la realidad verdadera del Absoluto no es verdadera ciencia pues se está
constituyendo sobre el falso supuesto de que se puede explicar la realidad
social sin Dios, cuando la realidad toda de la vida de la sociedad pide la
relación de la religación, en la que hombre y Dios entran en relación y de
donde resulta una inmensa riqueza para el ser humano.
Así pues, la sociedad se manifiesta en instituciones que
organizan la vida del ser humano en las diferentes culturas, pero en la medida
en que el hombre es un ser constitutivamente religado no puede fingirse
neutralidad religiosa, pues tanto si no tuviera instituciones religiosas como
teniéndolas es un ser afectado radicalmente por la realidad del Absoluto. Puede
decirse que en el caso grave de que el hombre llegara a carecer de
instituciones religiosas el perjuicio sería importante y la ciencia de la
sociología tampoco podría construirse verdaderamente en la inmanencia por el
hecho de que Dios afecta al ser humano totalmente. En este sentido, una
sociedad totalmente descreída tendría como característica fundamental el
alejamiento, la alienación del ser humano de sus características esenciales
puesto que el hombre es un ser constitutivamente religado. Sería, por ello, una
sociedad alejada de lo que constituye el recto ser de lo humano, ajena a lo que
se exige como adecuado para el hombre.
Por ello, también vemos que aquí el agnosticismo o el
ateísmo y las ciencias ateas o agnósticas que les corresponden son
perjudiciales en cuanto que se constituyen falsamente y además no permiten los
efectos beneficiosos y el enriquecimiento social que la relación con el
Absoluto en la religión establece y potencia. Pero además ocurre que la
constitución atea no describe al ser humano si no es como ser alienado de su
verdadera naturaleza, que se manifiesta, según vemos, como la de una realidad
que tiene como núcleo que la constituye adecuadamente la religación.
En conclusión, el hombre tiene una naturaleza esencial que
lo liga con la transcendencia lo cual hace que su realidad quede optimizada.
Si, por el contrario, construimos el ser humano sin esta relación lo que
únicamente se consigue es una caricatura de la esencia humana, pues tenemos
también una teleología, un reino de fines a los que no se puede permanecer ajeno
sin resultar dañado. Ello hace necesario que este carácter de ser religado se
deba plasmar en las instituciones sociales si no queremos construir sociedades
deshumanizadas, que nos dañan en lo personal y en lo colectivo.
Lógicamente de una teoría incorrecta se derivan tecnologías
inadecuadas de ingeniería social en las instituciones y dinámicas que
promueven, pues ellas al encontrarse separadas de la religión tampoco se
construyen correctamente, más si tenemos en cuenta que nos estamos refiriendo a
una religión esencial, una religión que ha eliminado las adherencias negativas
inesenciales.
En el orden de cosas de la Antropología General, según
hemos expuesto el hombre es un ser incompleto que para llegar a ser lo mejor
que puede ser necesita, valga la expresión, incorporarse al Absoluto.
En consecuencia, el problema que se plantea es el de cómo
conceptuar a las culturas que no han alcanzado la plenitud que supone esta
incorporación. En este sentido, puede afirmarse que todos los hombres tienen
la posibilidad de la incorporación, pero también que a veces no alcanza esto
que la naturaleza propia le pide en su desarrollo, por lo que esta naturaleza
no está plenamente acabada, no está llevada a su perfección, a su fin. Cabe
entonces hablar de una relación adecuada cuando se habla de las culturas y se
las clasifica y ordena, y se piensa que el hombre no es un ser acabado sino que
su acabamiento tanto en lo psicológico como en lo racional, en lo moral como en
lo espiritual se encuentra en Dios.
Desde esta perspectiva se plantea el problema de cómo
conceptuar las culturas no teístas. En efecto, desde posiciones relativistas es
posible pensar en una nivelación de todas las culturas y defender la igualdad
ontológica de todas las culturas. Pero nos parece más adecuado entenderlo todo
desde otra perspectiva pues pensamos que el teísmo es la alternativa que mejor
se adecua al ser humano. En consecuencia se debe pensar que los otros pueblos
deban incorporarse a esta altenativa.
Ello significa que no se puede pensar en una nivelación de
las culturas religiosas de la Humanidad, sino que el amor o la compasión de las
religiones superiores llama al espíritu misionero y a la incorporación de todas
las culturas a las superiores sin menoscabo alguno de los valores de los que
sean portadoras. Ello -dicho sea de paso- hace que tengan sentido las
distinciones en etapas del desarrollo histórico de la Humanidad como hizo la
Antropología del siglo XIX, aunque con los matices que se quieran señalar.
Como consecuencia, renovando también aquí nuestra
argumentación, hace que no se puede fingir una neutralidad axiológica,
ontológica o religiosa cuando se construyen teorías, pues como hemos dicho la
Parte Alta de la Teoría, la parte filosófica o religiosa condiciona y orienta
la construcción de las propias ciencias. Así en la Antropología Cultural no se
puede prescindir de las respuestas a preguntas tales como si existe Dios o si
se puede mantener una relación personal con Él.
Terminaremos este somero tratamiento de las Humanidades con
el campo del Arte. Igualmente, aquí también se puede ver palmariamente que la
producción artística depende de la Filosofía y de la Religión. Con respecto a
ello puede afirmarse que no es lo mismo defender la existencia de Dios y
comprenderle como el Bien Soberano que ignorarle, pues el Arte cambia según se
considere un instrumento para la adoración o se entienda que puede construirse
autónomamente de manera verdadera.
Un ejemplo claro de lo que estamos diciendo, es decir, de
cómo los planteamientos religiosos y filosóficos condicionan el mundo artístico
se puede observar en el Renacimiento en cuanto que punto de inflexión del arte
europeo. En efecto, es reconocido por la investigación que la revalorización de
la vida y el universo mundanos impulsó el arte en la dirección correspondiente.
Esto hizo olvidar la Weltanschauung teocéntrica de Edad Media.
Como es sabido, esta lógica culminará siglos después con la
construcción de un arte entronizado muchas veces como bien ontológico y
cultural supremo, habiendo olvidado completamente la fuente de inspiración
religiosa, o suponiendo ésta solamente como un leit motiv. Por ello no
nos parece el problema de la adecuación o no del arte abstracto el problema
central del arte de nuestro tiempo, sino que es la problemática surgida en
torno al olvido del Absoluto la que es crucial para entender el arte de nuestra
época. En efecto, sólo cuando el hombre se ha entronizado a sí mismo se puede
pensar el Arte como bien supremo.
De este modo, se dibuja también el problema de la
adecuación del arte a los objetivos estéticos que toman la forma de Canon. Cabe
en este sentido preguntarse si el canon religioso era el más adecuado o si, por
el contrario, lo es el de nuestra época, que está desteologizado. Nos parece
que la respuesta verdadera debe pronunciarse a favor del Canon Teológico, pues
se hace necesario comprender que la Suprema Belleza y la Suprema Verdad se
encuentran en el Absoluto. Por ello, tanto si se considera el Arte como
expresión de la Belleza como si se cree que es la manifestación de la Verdad se
ha de ver la coherencia de la vuelta del antiguo canon teológico, sin que ello
obviamente signifique el rebajamiento de las nuevas formas que aparecen en el
Renacimiento, sino más bien su incorporación al nuevo arte que tiene que venir
por pura necesidad antropológica. En este sentido, por ejemplo la nueva
valoración del mundo y de la vida que aporta el Renacimiento, pueden ser
incorporadas en el Arte, aunque no se pierda el postulado de que tanto el mundo
como la vida se validan en cuanto creaciones de Dios y se apoyan en la
verdadera realidad y en la verdadera vida, que manan de la fuente de la vida
del Absoluto.
En fin, sin pretender ser exhaustivos, con esto acabamos
el breve recorrido que hemos hecho estableciendo las relaciones que guardan las
Humanidades con el Absoluto, que son de una importancia enorme. Aunque también
es posible ensayar una vía parecida a la que hemos ensayado con otros campos
científicos y tecnológicos, hemos renunciado a ello porque no es parte del
tema. No obstante, brevemente valga de muestra la que ensayamos con la
disciplina filosófica de la Epistemología.
En lo atingente a ello puede asegurarse que la Idea de
Verdad es el concepto central de la Epistemología, pues una teoría del conocimiento
no puede construirse bajo ningún aspecto sin ella. Ahora bien, la teoría de la
verdad dice definición y ella no se puede definir transcendentalmente si no es
como adecuación de lo que se dice o de lo que se piensa a la realidad. En este
sentido, no puede concebirse otra idea coherente de verdad, pues es en todo
caso posible preguntarse si cualquier otro concepto de verdad es verdadero,
esto es, si responde a la adecuación de su realidad con respecto a lo que la
verdad sea.
Pues bien, como esta pregunta por lo verdadero del concepto
de verdad puede hacerse, es condición de nuestro pensar que exista una Idea de
Verdad que como tal no puede estar sino en Dios. En efecto, si preguntamos si
el concepto de verdad es verdadero tenemos que tener la referencia de una Idea
ejemplar que, estando en Dios, diga en que consiste el concepto.
Como consecuencia, según hemos visto en nuestro ensayo El
problema de la verdad, consideramos que se puede asegurar que en el campo
de la Epistemología también es necesario el Absoluto como realidad que funda el
principal concepto de esta ciencia. En este caso el papel que juega el Absoluto
en la ciencia de la Epistemología es el de ser realidad basal de toda la
construcción epistemológica. Ello significa que Dios es el lugar donde se
asientan las posibilidades del conocimiento. Así aquí, más que completar la
ciencia como hace en otras ocasiones, se muestra como fundamente y condición de
posibilidad de su construcción consecuente.
Capítulo IV: algunas conclusiones
Comenzamos señalando que existen en abundancia las
posiciones que pretenden que es indiferente para la construcción de las
Ciencias Humanas y de las Humanidades en general, el hecho de la religación.
Según ellas sería irrelevante para dicha construcción la vocación divina del
hombre y, por tanto, el hecho de que el hombre sea un ser religioso se situaría
entre paréntesis mientras se procede a la pura descripción del conjunto de los
fenómenos humanos.
Pero la decisión sobre el problema teológico del hombre no
es indiferente pues no puede fingirse neutralidad en el tema. En efecto, esto
no puede hacerse porque entonces se está tomando ya posición en lo que se
refiere al ser humano, pues para la descripción de las realidades humanas se
entiende que la realidad del hombre como ser religado es indiferente En
efecto, en este nivel se puede describir una fenomenología de los hechos
humanos, pero sin pretender hacer ciencia objetiva porque realmente no se
cuenta con una definición de lo humano. Ello implica que para la construcción
de las Humanidades la cuestión teologal es central, porque de la respuesta que
se de se derivará un concepto u otro de ellas y una construcción diferente de
cada una de ellas.
Con respecto a ello, hemos intentado mostrar en otros
ensayos que las relaciones entre la realidad natural y la Metafísica existen y
son de tal manera que partiendo de la realidad natural se llega a Dios. Por su
parte, la conclusión no deja indiferente el resto de la construcción científica
sino que transforma el concepto de realidad natural y por tanto las realidades
humanas. Así que, con una Metafísica teísta se pueden construir unas ciencias
antropológicas que tengan en cuenta la necesaria presencia de Dios en el hombre
Por el contrario, si se aceptan las construcciones metafísicas
del ateísmo no existe la posibilidad de una construcción correcta de las
Humanidades porque la Antropología que de ello se deriva impide el
reconocimiento de la presencia de Dios en el hombre, y también la posibilidad
de levantar argumentos antropológicos en defensa de la existencia de Dios, que
hacen que el ser humano no quede cegado a la transcendencia.
En otro orden de cosas, de la misma manera que las Ciencias
Físicas, las Químicas u otras producen sus tecnologías también las Ciencias
Humanas producen las que les son propias, las cuales llevan a una intervención
en las realidades humanas.
Así, los saberes psicopedagógicos tienen una intervención
directa en la Pedagogía y ésta en los sistemas educativos. De la misma manera,
la Fisiología sirven a los tratamientos médicos; las Ciencias Económicas son
muy tenidas en cuenta para la elaboración de las políticas económicas de los
estados. También el Derecho organiza la convivencia nacional e internacional y
los ideales artísticos tienen una influencia grande en el comportamiento humano
en la medida en que nos movemos en el ámbito de los símbolos. Y además, en
general, las filosofías que inspiran todas estas humanidades crean un mundo
propio.
Por ello, la crítica de las ideas dominantes, que configuran
los paradigmas científicos, es de lo más importante, pues de ello depende la
mayor o menor adecuación de estos paradigmas y sus tecnologías a las
necesidades humanas. Así, por ejemplo, no es lo mismo un derecho que reconoce
la religión como algo positivos que el derecho impulsado por las cosmovisiones
ateas, que persigue las religiones. En efecto, el primero será adecuado para la
optimización de los hombres, mientras que el segundo es claramente perjudicial,
más si la religión estuviera purificada de las adherencias que la desfavorecen.
Por todo ello, cabe hablar de Ciencias Humanas correcta
o incorrectamente construidas y como consecuencia de tecnologías adecuadas o
inadecuadas. Como consecuencia también en este terreno cabe hablar de Ortología
y de Ortociencia, en la medida en que los resultados están condicionados por
la presencia o la ausencia de lo sobrenatural y lo religioso en las
construcciones. Lógicamente, de esta construcción se derivan unas tecnologías
mejores que aquéllas de las que disponemos en el paradigma dominante de
nuestros días, porque éstas están construidas inmanentemente, sin ninguna
apertura a la Transcendencia y se basan, por tanto, en los modelos que en
Filosofía y Religión están marcando el ateísmo y el agnosticismo. Como
consecuencia, no solamente son inadecuadas sino que también construyen un tipo
de ser humano alienado de su verdadera naturaleza, de su patria. En este
sentido, no pueden fingir neutralidad porque con la mera pretensión de
describir el hombre en sus diferentes aspectos, lo están creando. Ello
significa que en sí mismas son antropogénicas y lo son fabricando, según el
paradigma dominante, un tipo de hombre inadecuado, en la medida en que también
está fuera de lo que su constitución natural le demanda.
Por ello, la constitución actual de las Humanidades está
realmente administrando el hombre de nuestra época y, como consecuencia,
imponiéndose sobre su experiencia. Así, por ejemplo, la Pedagogía científica
nace de las universidades e ingresa en las políticas educativas, afianzándose
sobre el prestigio con el que gana el asentimiento sobre sus administrados.
De la misma manera, por ejemplo, los saberes psicológicos
orientan nuestro comportamiento presentándonos la versión agnóstica de las
realidades de nuestra psique y por ello concibiendo la religión como algo
opcional, de cualquier manera irrelevante para nuestras conciencias. Algo
parecido podría decirse de todas las antropologías que presentan al ser humano
como un ser cultural, como homo ludens, como mono desnudo o parlante,
como ser simbólico, y olvidan que la realidad esencial del ser humano está en
el hecho de que no se perfecciona, no se acaba si no es en el Absoluto.
Como conclusión, puede decirse que las Humanidades son
saberes que también administran a los seres humanos sin que ellos intervengan
en dicha administración porque escapan a su control y por ello se imponen sobre
ellos. Ello da lugar a políticas que presentándose con el halo de lo científico
secuestran la naturaleza humana y controlan el propio ser del hombre, que así
está perdido de sí mismo.
Por último, queremos hacer una breve referencia a otras
ciencias distintas de las Humanidades. Así, en las Ciencias Físicas, Químicas,
Formales y las Ciencias Biológicas el concepto de Dios parece dejar incólume el
contenido interno de ellas, puesto que la parte científica parece poder
construirse con independencia de la realidad del Absoluto. Por ello, conservan
una gran autonomía. Pero ello no significa que Dios no juegue papel alguno en
estas ciencias puesto que las completa en su racionalidad, que está en sí
inacabada. Así, por ejemplo cuando nos preguntamos por el origen del Universo
aparece la idea de Dios Creador dando sentido a la Física o la Astronomía; o
así cuando nos interrogamos por el origen de la armonía y la finalidad que se
da en el mismo Universo, con lo que reaparece la prueba cosmológica para dar
razón o explicación de ello.
De manera diferente, como hemos tenido ocasión de ver,
se manifiesta la racionalidad de lo real en las Humanidades, pues en ellas se
da algo más que la compleción de la realidad que recurre al Absoluto. De este
modo, se da la influencia en la misma constitución de la ciencia puesto que la
Filosofía -la Parte Alta de la Teoría- tiene consecuencias en modo y forma
concretas en aquélla. En efecto, como estamos viendo la hipótesis de Dios hace
que cada ciencia humana en particular se constituya de una manera y no de otra.
De una manera adecuada y no de otra. Del mismo modo las tecnologías que
acompañan a esta humanidades tienen unos registros u otros, muy diferentes
entre sí.
En conclusión, parece que se pueden establecer diferencias
claras entre otras ciencias y las Humanidades. Así, mientras que en las
primeras la parte filosófica que les corresponde no altera las construcciones
de la parte científica, en las Ciencias Humanas la parte filosófica cambia la
constitución de la ciencia.
Por ello, puede afirmarse que en las Humanidades el
Absoluto tiene poder constructivo, lo cual significa que no supone lo mismo postular
una racionalidad atea que una teológica. Así por ejemplo, la Antropología
Filosófica que se construye bajo la premisa de que el ser humano es una
realidad religada, religiosa, no es la misma que la que se hace bajo la
suposición de que Dios no existe, pues en ésta, por ejemplo, es imposible que
el hombre pueda conseguir la optimización de su existencia, entre otras razones
por no estar adecuadamente comprendido.·- ·-· -······-·
José Pablo Noriega de Lomas
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