Cuando se habla hoy de un “proyecto museístico”, hay que echarse la mano a la cartera, claro que en este caso, y nunca menor dicho, es “con pólvora del rey”, la de los Ministerios de Cultura y Defensa, y además, y justo debajo, al corazón, preguntándose de verdad qué es lo que se pretende sobre lo que ya había antes sobre el tema.
De los costes reales no sabemos, pero lo más importante es que podemos temer que la vanidad creativa de arquitectos y mecenas, tan fructífera en la Historia del Arte, opere con cierta irreverencia cuando se proyecta sobre una obra ya existente. Las dos últimas décadas nos tienen vacunados con iniciativas en las que el continente pasa a ser protagónico sobre el contenido, lo que pudiendo ser bello en sí mismo, no es de recibo en cuanto se trate de un museo.
Tenía noticia del disenso sobre el proyecto, con firmas muy cualificadas, que creo recordar recogió el coronel retirado Flores Thies. Pero también he conocido a profesores universitarios implicados en la operación, al menos consultados, y al general director del Instituto de Historia y Cultura Militar, todos ellos admirables historiadores. Por eso quería juzgarlo en persona.
En mi impresión reconozco que mezclaré, eso sí, sin lugar a confusión, los datos objetivos con particulares juicios de valor. Será asistemática y apasionada, por apresurada. También cuento con que, con el tiempo, los visitantes que hayan conocido el antiguo Museo del Ejército en Madrid, y el Alcázar tal y como estaba, iremos siendo menos, y que la percepción del turista “virgen” de memoria en ese sentido no estará, en ese sentido, “contaminada”.
El nuevo Museo del Ejército de Tierra, dentro o prolongación del propio Alcázar, ocupa una superficie mayor a 8.000 metros cuadrados, el doble de la que había en Madrid, aunque los elementos expuestos resulten entre un quinto y un sexto.
En él se muestran las aportaciones militares al progreso institucional, social, científico y cultural de España, y en total cuenta con 20 salas de exposición permanente que albergan unos 6.000 fondos, organizados alrededor de la Historia de España, con Salas Históricas, Salas Temáticas y los Restos Arqueológicos del Alcázar.
El Museo del Ejército cerró su sede de Madrid en junio de 2005, salvo una exposición que continuó hasta 2007, y a comienzos de 2008 inició su traslado al Alcázar de Toledo donde abrió sus puertas el mismo mes de julio pero 14 años después de que el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, fijara esta nueva sede.
No se trataría, en ese sentido, y como explicación sencilla, de un “esconjuro” de viejos fantasmas desde la izquierda, o muy en particular de Bono. Se ampliaba así el espacio para el Museo del Prado, idea que procedía de antiguo, y que Aznar heredó de Carmen Alborch.
Es discutible que un cálculo inmobiliario deje a la capital de la nación sin un museo militar central. Bien que el Naval, esperemos que definitivamente, se salva. También la Armería Real, junto a Palacio, queda en su debido sitio.
Con el Museo del Aire se avecina otra amenaza; el Ayuntamiento de Getafe y el Ministerio de Defensa anunciaron a ‘bombo y platillo’ en 2007 la creación de la ‘Ciudad del Aire’. Un proyecto que integraría los fondos del Museo del Aire, el Museo Infante de Orleans y parte de las piezas que aportaría EADS-Casa –por su cercanía a la nueva ubicación-.
Según los planes iniciales, las instalaciones –diseñadas por el prestigioso arquitecto Norman Foster- estarían listas en 2011. El nuevo edificio estaría situado en los terrenos del polígono de La Carpetania, en Getafe.
Con los recortes presupuestarios provocados por la crisis, el proyecto –“muy ambicioso”, recuerdan algunas partes implicadas- ha quedado congelado, mientras que el vaciamiento del actual museo desde Cuatro Vientos debe seguir adelante. Comenzará en los próximos meses. El motivo, el cierre del aeródromo de Cuatro Vientos decretado por Defensa en 2007. Hasta ahora, todos los domingos, podía verse despegar de la pista madrileña a algunos de los aviones clásicos de la Fundación Infante de Orleans.
De forma provisional, las piezas del Museo del Aire comenzarán a ser transportadas hasta una zona que Airbus ha puesto a disposición del Ministerio de Defensa. Los aviones permanecerán allí hasta que se materialice el proyecto de Foster. Valioso material para dormir “el sueño de los justos”.
Volviendo al Museo de Toledo. Toledo es tan bonito, histórico y sugerente que no necesitaba más aportación de bienes venerables. Pero podría haber estado bien.
En el fondo creo que algo de revancha,-supongo que no tan evidente como el otro cercano y llorado caso de Montjuic-, ha conquistado los venerables muros. Más lo merecían los bravos milicianos de la bandera roja, que ofrecían galanamente su pecho a la ametralladora del cadete Milans y su servidor, Antonio Rivera, el Ángel del Alcázar.
Ahora quienes lo han conquistado son las escaleras mecánicas, los ascensores, las luces, el yeso, las proyecciones tridimensionales, las réplicas y armas de fantasía cuando en el sótano hay joyas únicas pero que han sido armas de verdad, la tienda de chucherías y unos guardias de seguridad y unas guapas azafatas…que mucho mejor fueran veteranos soldados del Ejército Español, con sus uniformes de diversos cuerpos como encarnación viva de lo que, de otro modo, puede ser sólo memoria muerta en maniquíes. No es éste un problema específico del toledano; los otros museos militares carecen también de lo que podría ser lo más barato e icónico que se me ocurre; un soldado o marinero a la puerta. No es posible que la privatización inunde todo, hasta la empresa de seguridad que lo es de la nación toda.
Volvamos al museo. La exposición permanente del Museo se articula en torno a siete salas de discurso histórico y otras trece temáticas, pero también hay una espléndida sala de exposiciones temporales, ahora bajo el título "Los Ejércitos antes del Ejército" recoge todo un periodo histórico que va desde la Prehistoria hasta el siglo XV, mostrando una etapa anterior a la aparición de los ejércitos permanentes.
Pese a que hay algunos errores menores detectados por eruditos diversos, y alguno que no necesita serlo; por ejemplo, el Museo comunica que en la IIGM combatieron más del doble de españoles en el bando vencedor que en la División Azul. La proporción real, tenga o no importancia dadas las peripecias del exilio derrotado, es 4x1, pero al revés. Pese a todo ello, la altura de los asesores en cuando a secciones cronológicas no es despreciable:
1.- Edad Antigua y en la Edad Media: Luis Suárez Fernández
2.- El Ejército en la época de los Austrias: Alcalá-Zamora y Queipo de Llano
3.- El Ejército del Siglo XVIII: Gonzalo Anes
4.- El Ejército en el Siglo XIX: Miguel Artola
5.- El Ejército en el Siglo XX: Espadas Burgos
Los diez almacenes de fondos, los cuatro talleres de restauración, el auditorio y el centro de documentación completan los contenidos de un Museo que también dispone de aula didáctica y demás servicios.
Un total de 157 personas integran la plantilla orgánica de este Museo, incluyendo 107 profesionales civiles, 36 militares y 14 efectivos de la Guardia Civil.
El Museo del Ejército cuenta con 10 almacenes para albergar los fondos museísticos así como cuatro talleres de restauración, que mantendrán en perfecto estado los 36.400 objetos que se reparten en la sede de Toledo y los depósitos realizados en otros museos militares, en unidades del Ejército de Tierra y en instituciones civiles.
Las previsiones apuntan a que el Museo recibirá 700.000 visitantes cada año en un edificio cuya historia también está presente, a partir de los restos arqueológicos hallados en las excavaciones de la zona norte, que documentan el enclave desde su origen a finales de la Edad del Bronce. José Ignacio de la Torre -arqueólogo, técnico en el Museo del Ejército y codirector de las excavaciones de Numancia-, es el responsable de esos trabajos.
Pero es que la Historia del Alcázar es la Historia de España en sí misma. Es la noche tormentosa del cuadro del Greco, la armonía perfecta en una fachada de cada estilo, la emocionante batalla que terminó con un lacónico guiño a la tradición cuartelera del “sin novedad en el Alcázar”.
Tolkien confiesa que se inspiró en él para alguna de las referencias de su inmortal obra fantástica. Sus piedras fueron llevadas como reliquias, incluso hasta Taiwan, mucho antes de que se repartieran las del muro de Berlín. Es cripta y panteón de sus defensores, altar de la Infantería, la mejor del mundo si la dejan. Es el único lugar en cuyas escaleras el señor de dos mundos se sentía emperador. El mismo que en estatua sobrevivió al durísimo cerco del cálido verano del 36.
Todo ese Alcázar, por dentro, lo busqué con ingenuidad y no lo logré ver. Por fuera parece vivo, como una piel de taxidermista bien rellenada. Por dentro, ha sido delicada, fría y calculadamente asesinado.
Debe estar por ahí la curiosa moto panificadora. Y se ha salvado in extremis el despacho de Moscardó, aunque descontextualizado y sin el recuerdo de su emocionante conversación telefónica con su hijo rehén.
Aparece como por ensalmo entre miles de metros de escayola blanca, dentro de la que se intercalan espaciadas vitrinas de aislados objetos, que casi lloran de soledad, pese a que en oscuros sótanos se ocultan espadas y banderas como para ocho nuevas cruzadas.
Los Museos pueden ser desde colecciones muertas hasta parques temáticos divertidos y juguetones. Las cosas siguen allí para el futuro. Las fortalezas se destruyen y se reconstruyen una y otra vez. Puede ser su sino. Pero las Patrias sólo mueren una vez ·- ·-· -······-·
Francisco Javier Díaz de Otazú
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