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La fe razonable y la razón creyente. Reflexiones en torno al número 42 de la Fides et ratio

por Arsenio Alonso Rodríguez

Arsenio Alonso Rodríguez de nuevo contribuye a nuestra revista Arbil con un breve pero sustancioso ensayo de contenido teológico. Se trata de un comentario sobre la razonabilidad de la fe a partir del nº 42 la Carta Encíclica de Juan Pablo II Fides et ratio.

La relación fe y razón, razón y fe tiene una importancia capital en la historia del pensamiento europeo. Si bien se mira, es la música de fondo de cualquier tema filosófico y teológico y está, cual clave hermenéutica, en la base de todos ellos. Como se sabe, la relación fe y razón es idéntica a la relación Dios y hombre. La concepción de aquélla relación viene determinada por la concepción de ésta y viceversa. Mantener en su integridad cada una de las dos partes sin diluir una en detrimento de la otra, manteniendo así una armonía fundamental, es la aspiración de fondo de cualquier teología que pretenda ser atendible y se quiera presentar con solvencia al menos en el pensamiento católico y, por extensión con mayor o menor gradación, considero que también en el cristiano.

Si precisamos los términos del binomio fe y razón destacamos lo siguiente. La razón apunta sólo al hombre, a su mera y exclusiva capacidad para inteligir la realidad y aprehender la verdad y por consiguiente a Dios mismo. A través de la creación, desde sí mismo y del mundo, la razón autónoma es capaz de ir a Dios, conocerle, saber si es (existe) y en cierta medida, qué es. En este sentido la razón no sólo es algo bueno sino, habría que decir, que lo es por ser signo eminente -al igual que la libertad, diría el Concilio Vaticano II-, de la imagen de Dios en el hombre. En este sentido, el fideísmo es rechazado como herético por excluir la razón y enfrentarla a la Palabra de Dios.

Si nos fijamos en la fe, el otro término del binomio, hay que advertir que no nos referimos al sentimiento antropológico de confianza, un sentimiento universal y necesario pero que, al fin de cuentas, es un sentimiento y actitud, notémoslo, que sigue sin salir del hombre y se agota en él. Lo que llamamos fe, sin duda alguna, presupone o forma parte de la estructura antropológica, pero va más allá, o si se quiere, no se agota en el más acá de la inmanencia. En otras palabras, la fe no es una mera fe fiducial ayuna de razón, pero tampoco es una fe filosófica que se mueve “dentro de los límites de la mera razón”, pues, como vemos, ambos modalidades de fe comienzan y concluyen en el hombre.

La fe del binomio que estamos indagando, hay que entenderla como el correlato de la Revelación (La Palabra de Dios). Fe y Revelación son dos correlatos de un único acto de encuentro Dios y hombre. Uno apunta al otro y por consiguiente no existe el uno sin el otro. Dios se comunica porque existe un destinatario capaz de oírle, de escuchar su Palabra (Revelación) y el destinatario que es el hombre, “responde a la Revelación de Dios con la obediencia de la fe, que consiste en fiarse plenamente de Dios y acoger su Verdad, en cuanto garantizada por El, que es la verdad misma”1.

El Dios que habla (Revelación) y la respuesta del hombre al Dios que habla (fe) se encuentran2.

Pero lo apasionante y misterioso es entender esa relación Dios y hombre, fe y razón manteniendo su “armonía fundamental”3 ¿Cómo llegar a pensar esa “profunda e inseparable unidad entre conocimiento de la razón y de la fe”4 ¿Cómo comprender que “una esté dentro de la otra y cada una tenga su propio espacio de realización”?5 ¿Cómo, en fin, atravesar sin naufragar “la evidente frontera entre la razón y la fe” y “desembocar en el océano sin límites de la verdad”?6.

La razón racionalista e idealista pretendió elevarse sobre sí misma sin la otra parte, esto es, excluyendo o degradando a segundo plano la Palabra de Dios. Palabra que era por definición constituyente de la relación y por consiguiente primera y fundante del hombre. La razón no admitió lo “inaudito y humanamente inconcebible”7 de la Revelación ni soportó su limitación constitutiva. No se percibió a sí misma como necesitada de verdad, y por consiguiente, paradójicamente, necesitada de más razón. Que la razón es más que la razón finita. Se creyó autosuficiente. Se cerró sobre sí misma en la mera inmanencia y absolutizándose se separó de la fe (Revelación), esa “gran amiga de la inteligencia”8.

El modelo racionalista dijo entonces: el Dios de la razón sí, el Dios de la fe no. Lo demás se siguió de lo anterior. Apareció a la conciencia de los hombres un Dios sin voz y sin rostro separado del mundo; y a un Dios sin mundo se siguió un mundo sin Dios. De ello se encargará el ateísmo militante del siglo XIX que llevará a las grandes persecuciones contra los creyentes en la primera mitad del XX. Ni Dios de la fe, ni tampoco el Dios de la razón, dirá ahora el ateísmo postulatorio.

Por último, a esta progresiva caída en tiempos, llegamos al hoy donde todos los analistas coinciden en identificar nuestro presente (europeo) como nihilista y el relativismo y escepticismo como sus señas de identidad.

Pero volvamos al tema de la relación fe y razón. El n. 42 in fine de la Fides et ratio recoge, a mi modo de ver, una intuición magistral que arroja claridad en torno a la armonía fundamental del conocimiento filosófico y el de la fe y que pide una densa y ulterior profundización filosófica. Dice así. “La fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda admite como necesario lo que la fe le presenta”.

“La fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón”. Se excluye así todo fideísmo o fundamentalismo religioso. No basta la sola fe, la sola acogida de la Palabra de Dios que no cuente con la inteligencia humana pues el destinatario de la misma debe inteligirla como verdadera y por tanto debe poder acogerla humanamente que es tanto como decir razonablemente. La fe no es razón, pero sin confundirse con ella no puede separarse de ella. La fe es pues, razonable. La ciencia teológica desempeña ese papel, el de ser la inteligencia de la fe.

Por su parte, “la razón, en el culmen de su búsqueda admite como necesario lo que la fe le presenta”. Obsérvese como exigencia y límite constituyen dos rasgos esenciales de la razón. El término empleado “culmen” acentúa por una parte, la radicalidad exigitiva de la razón en su búsqueda de la verdad, su deber sagrado y grave de llegar a la cima en la búsqueda afanosa de la verdad y al mismo tiempo, por otra, recuerda la frontera o límite constitutivo de la misma que no puede ya abarcar a aquello que le abarca pero que necesita para llegar a la verdad plena. Es entonces cuando la razón “admite cono necesario lo que la fe le presenta”. No como algo extrínseco a la razón de la que pudiera prescindir sino como algo en lo que le va en ello, por decirlo así, la vida misma, que es tanto como decir, la verdad misma; no como un complemento que meramente perfecciona sino por exigencia interna de la misma razón que desemboca inexorablemente en ella. Por ello, la auténtica la razón es aquella que descubre la necesidad de ser salvada por la misma razón divina. La verdad finita es verdad de Verdad infinita. Cuando la razón se encuentra con la Palabra se encuentra en su hogar, llega a la casa de donde venía. Cuando la razón divina, el Logos, la Palabra, acontece en la historia,- porque de acontecimiento histórico se trata y no de pensamiento o idea humana-, cuando ésta, digo, se derrama como gracia, luz y verdad en la historia libre de los hombres, la razón llegada a la autenticidad de sí misma y por consiguiente a su culmen, se arrodilla y adora. Cree.

Efectivamente, “Dios entra realmente en las cosas humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que El mismo salga a nuestro encuentro y nos hable. Por eso la razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella misma; razón y fe se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y misión”.9

En otro lugar, J. Ratzinger desde el punto de vista cristológico lo expresa de esta manera: “El Evangelio puede –más aún, debe- predicarse a los paganos, porque ellos mismos, en su intimidad, lo aguardan (cfr Is. 42,4). En efecto, la misión se justifica si los destinatarios, al toparse con la palabra del Evangelio, reconocen: `Sí, justo esto es lo que yo esperaba´”.10

Podríamos terminar diciendo esto. Puesto que la verdad es una y Dios es la Verdad misma cabe hablar de la santidad de la fe y la santidad de la razón; de Revelación sobrenatural y Revelación natural. Y porque la razón es una y de ella brota Verdad de verdad, luz de luz, cabe decir que la fe es razonable y la razón es creyente.11

·- ·-· -······-·
Arsenio Alonso Rodríguez

1 Compendio CIC, 25

2 Cf. Benedicto XVI: Exh. Ap. Verbum Domini, nn 6-28.

3 Fides et ratio, n. 42.

4 Ibid. n. 16.

5 Ibid. n. 17.

6 Ibid. n. 23.

7 Verbum domini, n.11

8 Cfr. Concilio Vaticano II, Mensaje a los hombres de pensamiento y de la ciencia.

9 BENEDICTO XVI.: Spe salvi, nº 23. Los subrayados son míos.

10 RATZINGER, J.: El elogio de la conciencia, Madrid, 2010, p 28.

11 TILLIETTE, Xavier: “la Encíclica y el aislamiento de la filosofía” en Rev. Española de Teología, vol LX, n2-4, 2000, p 179.

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