El Bien ha ganado al Mal
Cuando se empieza a hablar sobre alguna cuestión de
actualidad en la que medie una cuestión ética o moral, casi siempre, ante el
estado de las cosas en la sociedad actual, sobreviene una sensación de
desánimo, de abatimiento, de sensación de derrota. Parece que se trata de
hablar en el desierto, sin esperanza de ser oídos. Porque los que nos escuchan
son los convencidos, aquellos a quienes menos falta hace decir nada, mientras
que los que deberían escuchar nuestras ideas no quieren oír, o no les interesa
lo que tengamos que decirles.
Frente a esta situación de ánimo debemos recordar que el
Bien ya venció sobre el Mal, de una vez por todas y eternamente. Dios venció al
Diablo desde el principio. La batalla ya fue librada y se ganó. No cabe, por
tanto, el desaliento ni la tristeza. No cabe la derrota porque la victoria ya
se ha producido.
Al mismo tiempo, y de forma misteriosa, sin que lo podamos
entender, Dios quiere necesitarnos. Nos quiere cooperadores suyos en la
Redención y permite que libremos junto a Él esta batalla. Una batalla donde no
hay tiempo, donde no existe un principio ni un fin, porque es eterna, donde
existe sólo un Vencedor y un vencido.
Matrimonios inestables
En la sociedad en la que
vivimos nos encontramos con un creciente fenómeno de devaluación del
matrimonio. El matrimonio pierde valor entre los ciudadanos, no se respeta el
significado del matrimonio y casarse. Para unos es una simple formalidad que se
cumple por no alarmar a los familiares y padres. Para otros es un trámite
administrativo que regula el estado civil de las personas y les atribuye unos
derechos como esposos, como hijos o como familiares de alguien. Otro grupo
entiende que el matrimonio no tiene ninguna significación y no es más que una
simple situación del estado de las cosas: sirve para estar casado y presentarse
así en sociedad.
Pronto se llega a comprender que esta devaluación del matrimonio
deriva en situaciones de hecho en las que se instrumentaliza el matrimonio para
ponerlo a prueba y comprobar si sirve o no o, incluso, quien prescinde del
matrimonio mismo declarando su ineficacia real en el mundo actual donde
predominan las relaciones auténticas y verdaderas que se basan en el compromiso
exento de formas y de trámites oficiales.
Paradójicamente, junto a esta situación aparecen los que
quieren realizar una nueva definición del matrimonio para adaptarlo a
situaciones y finalidades de nuevo cuño que a primera vista repugnan a la
verdadera naturaleza humana. Se pretende explicar así el matrimonio homosexual
como una situación de convivencia oficial como si el matrimonio quedara
reducido a eso, a una cohabitación de dos personas.
Ante las ideas y los nuevos planteamientos se alzan los
hechos y las cifras. Sólo en los seis primeres meses de 2003 en Navarra se
rompieron tantas parejas como en todo el año 2001, es decir, 1.000 parejas.
Durante el año 2002, en Navarra se casaron 2.412 parejas y se separaron 1.500
parejas. La causa más frecuente es la inmadurez personal de los cónyuges: la
mujer busca un hombre ideal inexistente; y el hombre busca una mujer que se
parezca a su madre: «que le cuide y le mime».
En el año 2002, en España el número total de separaciones y
divorcios fue de 115.188, más del doble de los registrados en 1985. Uno de cada
cuatro matrimonios habidos en el año 2002 ha sido civil, y los matrimonios de
rito católico han supuesto el 99% de los matrimonios religiosos. Por otro lado,
los nacimientos habidos fuera del matrimonio han pasado de ser el 10% en 1991
hasta llegar al 21,4% en el año 2002.
Si se quieren... que se casen
El título hace referencia a todos los que piensan que el
matrimonio se funda en el amor de los esposos. Esto es verdad, pero no es toda
la verdad, o no es suficiente que los esposos se quieran para que se casen,
sino que hace falta algo más para que dos personas puedan casarse.
Que dos personas se quieran es un requisito necesario para
casarse, porque si no se quieren no se deben casar. Pero además de quererse
deben reunir otros requisitos. Así ocurre que cuando se celebra el matrimonio
no se pregunta a los novios si se quieren, esto se supone, sino que se les
pregunta si quieren casarse que no es lo mismo que quererse.
Si fuera suficiente con quererse para casarse no podríamos
negar el matrimonio entre un padre y su hija, o un hijo con su madre, o entre
un hombre y una niña menor, o entre un hombre y varias mujeres a la vez. En
todos los casos se quieren y quieren casarse, sin embargo, entendemos que
existen razones naturales y de orden social que justifican que esas uniones no
puedan ser un matrimonio.
Y es que los deseos, por el solo hecho de existir no se
convierten en derechos. Yo deseo fervientemente que me toque la lotería, pero
no tengo derecho a que me toque, ni me puedo ofender o sentirme discriminado si
no me toca la lotería. El amor es necesario para casarse. Pero no es
suficiente. Muchos jóvenes no lo entienden así y piensan que basta con quererse
para formar un matrimonio; que la ceremonia del casamiento sobra, porque ya se
quieren.
El amor no es suficiente. El matrimonio no es sólo una
ceremonia o un contrato, sino que es un acto de la voluntad de «querer
quererse», de darse al otro de manera total y para siempre. Es un compromiso de
amor. El matrimonio no se limita a que los esposos se quieran, va más allá y
los esposos se comprometen a quererse contra toda prueba y dificultad, por eso
aseguran su amor, porque se prometen fidelidad.
Los esposos no se casan mientras se quieran. El amor no es
un fin del matrimonio, será una de las causas del mismo, pero lo esposos se
casan para quererse, para ayudarse, para tener hijos. Por cierto, España en los
últimos seis años se ha convertido en el cuarto país del mundo con menos hijos
(por delante está Macao, Bulgaria y Letonia). Desde 1995 las españolas tienen
una media de 1,1 hijos (la mundial es 2,6 y la europea es de 1,5). La
verdadera razón no está en la economía, sino en la escasa esperanza de esta
sociedad en el futuro.
La cultura actual tiene como proyecto ganar dinero y ser
productivo y ahí no caben los hijos.
El matrimonio es una institución
Porque lo primero que nos debemos preguntar es ¿qué es el
matrimonio? Y la primera cuestión que se debe resolver es si el matrimonio es
un contrato humano o es más bien una institución humana acorde con la
naturaleza humana creada por Dios a su imagen y semejanza.
Si es un contrato humano su regulación, funcionamiento,
duración, cumplimiento, origen, fines y demás características dependerán de la
voluntad de los hombres. Pero no ya de la voluntad de los hombres expresada por
mayoría en un parlamento y sancionada como ley. No, ¿por qué? Si es un contrato
humano la voluntad que debe prevalecer es la de los esposos o contrayentes que
al casarse regularán su propio matrimonio y que hasta puede que no se parezca
en nada al matrimonio de sus vecinos. Incluso hasta sería posible que se
casaran sin casarse, sin ninguna formalidad, porque, para ellos, estar casados
es estar como están ellos, sin papeles y con amor.
Por el contrario, si el matrimonio es una institución, algo
establecido que nos viene dado y cuya regulación y funcionamiento es ajeno a la
voluntad de los esposos a los contrayentes les queda su voluntad para
adherirse, para decir que sí o para decir que no. Precisamente eso es lo que se
les pregunta: ¿queréis casaros...?, no se les pregunta ¿cómo va a ser vuestro
matrimonio? Antes de responder a esta cuestión debemos reparar que estamos
hablando de personas —hombres y mujeres— que son bienes en sí mismos, con
dignidad propia, que valen por ser lo que son, hijos de Dios a su imagen y
semejanza, y no valen por lo que tienen o poseen o conocen. No estamos hablando
de simples cosas, ni siquiera de animales de compañía, sino de personas humanas
que merecen un respeto y la unión de personas también debe merecerlo, no sería
lógico dejar su regulación al arbitrio de los particulares. No basta con que
sea querida, sino que debe ser adecuada a la naturaleza humana porque se va a
referir a personas.
El matrimonio como tal institución no es definido por ningún
hombre, ni por ningún poder o estado. El matrimonio viene definido por la
naturaleza humana que nos dice cómo es el hombre y cómo es todo lo que se
refiere al hombre. La propia naturaleza humana no queda a la elección de los
hombres o del poder estatal, sino que nos viene dada y lo único acertado es
conocerla y adecuarse a ella con el fin de evitar daños innecesarios.
Entonces, nos preguntamos ¿quién es capaz de regular el
matrimonio? Por lógica sólo será capaz el que ha sido capaz de crear al hombre
y a la mujer que es quien mejor conocerá al hombre. ¿Quién si no es su mismo
Creador? El matrimonio es una institución que escapa a la regulación del hombre
y que ha sido ordenado por Dios desde la creación del hombre. Responde al plan
creador de Dios y que, para los bautizados, es sacramento de la gracia de
Cristo. Por esto la Iglesia reconoce el valor sagrado de todo matrimonio
verdadero. El matrimonio es una institución creada por Dios cuando creó al
hombre. Así respondió Jesús cuando dijo al princpio no fue así (Mt, 19,
4-10) situándose por encima de las coordenadas de tiempo y lugar y cultura para
aludir a la propia naturaleza humana como referente del matrimonio.
El matrimonio se funda en la diferencia sexual y en la
vocación al amor que nace de ella, propio de la naturaleza humana. El
matrimonio es la expresión de la entrega recíproca de los esposos que lo
convierte en una verdadera comunión de personas y en el lugar digno para acoger
nuevas vidas. Es donde el hombre y la mujer encuentran la plenitud de su
realización como personas, y no en la profesión o el trabajo o fuera de la
familia.
Casarse es entregarse para siempre. En este sentido, es algo
tan definitivo como tirarse sin paracaídas: una vez que he saltado, no hay
marcha atrás. Cuando me caso, me tiro, me abandono en brazos del otro. Si el
otro me falla, me doy el gran batacazo. Esto será arriesgado, pero la verdad es
que el amor exige y necesita ese abandono en manos del otro .
El matrimonio como institución es una realidad anterior a
cualquier Estado, inscrita en la naturaleza de la persona como ser social.
Puede existir una sociedad sin Estado, pero no puede existir una sociedad sin
matrimonio. Las leyes justas deben reconocer las leyes de la naturaleza humana.
Serán justas si se ajustan a la dignidad de la persona, no son justas por el
mero hecho de haber sido aprobadas por la mayoría parlamentaria.
No pueden ser las mayorías o las encuestas los últimos
criterios para decidir lo que es bueno y lo que es malo, sino los criterios
morales objetivos, aceptados y aplicados por una conciencia recta.
El pluralismo en sí mismo no es una meta definitiva ni un
bien último. Desde el pluralismo todos debemos buscar la verdad. Si no es así
la democracia puede resultar insostenible y degenerar en una imposición de
mayorías fabricadas por quienes controlan y manejan los medios de
comunicación.
La democracia que no tenga en cuenta los valores éticos
inscritos en la naturaleza del ser humano termina por producir algún tipo de
totalitarismo, escondido o manifiesto, pero que termina por aflorar oprimiendo
al hombre.
Razones
De la naturaleza humana y de las características de la
institución matrimonial se pueden obtener algunas razones:
a) Razones de orden antropológico indican que la sexualidad
humana tiene unos profundos significados unitivo y procreativo. Esta es la
razón de la diferenciación sexual el ser hechos el uno para el otro y no
simplemente el uno junto al otro. Si el hombre es para la mujer y al
revés, es la unión del hombre y la mujer más trascendente que una simple unión
pasajera y también más trascendente que cualquier otra unión que no sea de un
hombre y una mujer para la procreación, como sería las uniones de compañeros,
de amigos, de colegas y hasta las de personas del mismo sexo. No basta con que
dos personas se quieran para que formen un matrimonio, sino que deben estar
abiertos a una nueva vida.
El matrimonio es el lugar de la vida humana y el lugar para
la vida humana y esto resulta así por la propia forma de ser del hombre, por su
realidad antropológica. Es necesario deslindar el matrimonio de las demás
uniones o asociaciones de personas, por lícitas que puedan ser algunas de
ellas, pero nunca serán un matrimonio.
Cuando dos personas se aman, saben que van a compartir toda
su vida, es un amor que, por su misma naturaleza, exige la unidad y la
indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca toda la vida de los
esposos .
De tal manera que si una persona le dice a otra que le ama, el mismo lenguaje
supone la expresión «para siempre», entregarse entero es dar la vida entera. Si
no es así, es que no se ha entregado la vida.
Es evidente que esta entrega total de la vida por amor es
muy arriesgado. Puede salir mal y no tendrá remedio, porque no existe camino de
vuelta atrás. Cuandos se ha entregado la vida ya no se recupera. Éste es el
consentimiento matrimonial por el cual los esposos se dan y se reciben
mutuamente: «Yo te recibo como esposo»; «Yo te recibo como esposa». Este
consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el
hecho de que los dos vienen a ser una sola carne.
Esta alianza matrimonial de índole natural es elevada por
Cristo a la dignidad de sacramento entre los bautizados (CIC can. 1055) que da
a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo ama a su Iglesia:
perfecciona el amor humano, reafirma su unidad indisoluble y santifica a los
esposos en el camino de la vida eterna.
Pero el hombre y la mujer son personas, seres libres de
hacer el bien o de hacer el mal. Ser fiel presupone ser libre y presupone
también que pudiendo ser infiel, por un acto de la voluntad, se entrega la vida
entera siendo fiel al amor matrimonial, como Dios es fiel a sus promesas,
recibiendo así el amor y la felicidad que sólo Dios puede dar.
Cuando no es así, sabemos por la fe que el desorden de la
infidelidad no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la
naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.
b) Existen razones sociales muy importantes y demostradas
por la historia de los pueblos que nos enseñan que el matrimonio es el embrión
de la sociedad y de las civilizaciones. Por un lado, porque el matrimonio es la
base de la familia que es la primera entidad social de los hombres, donde nacen
y viven, donde se forman entre sus semejantes, donde aprenden los valores de la
convivencia y de la vida social con los demás hombres semejantes suyos, donde
son queridos por sí mismos con independencia de sus dotes o conocimientos. Por
otro lado, porque qué es la sociedad sino la suma de las familias que la
componen. Bien se podría afirmar que no existen las sociedades sino las
reuniones de familias que comparten la misma cultura, el mismo idioma, las
mismas costumbres y modos de organizarse.
¿Sería posible una sociedad y una civilización sin familias
que lo formen? ¿Sería posible una familia sin un matrimonio entre hombre y
mujer, estable, duradero, abierto a la vida, procreador de nuevas vidas que
anuncian el futuro y la nueva generación social? No, no sería posible. Querer
llamar matrimonio a lo que no lo es y hasta querer regularlo como si fuera
posible inventar de nuevo el matrimonio no deja de ser una ilusión y una
pretensión irresponsable. Sería tanto como fabricar moneda falsa que devaluase
el valor de la verdadera moneda.
c) También existen razones jurídicas para defender el
verdadero matrimonio. El poder estatal no es soberano para definir la realidad.
La realidad le antecede y le limita al estado en el sentido de que no podrá
nunca inventarse la realidad, podrá reconocerla, aceptarla o negarla, pero
nunca podrá inventarla.
Además, habrá que tener en cuenta que si lo que realmente se
quiere es solucionar un problema jurídico de determinadas uniones de personas,
el derecho común ofrece soluciones jurídicas para tutelar situaciones de
interés recíproco entre personas, que, todo sea dicho, de siempre han existido.
Además el estado siempre podrá reconocer beneficios, asistencias, derechos y
deberes a cualquier relación que le parezca oportuno sin tener que encuadrarla
bajo la institución matrimonial. El ámbito jurídico es mucho más variado y
amplio que el simple cauce del matrimonio.
Matrimonio de homosexuales
El matrimonio es una institución que no depende de la
voluntad de los hombres, que ha sido creado por Dios y que depende de la
naturaleza humana. En la esencia de la institución matrimonial se encuentra que
es la unión de un hombre con una mujer, abierto a la vida y para siempre. Con
estas exigencias los homosexuales no pueden contraer matrimonio, porque son del
mismo sexo y porque no pueden engendrar nuevas vidas.
Esto no significa discriminar a los homosexuales porque no
se les deje casarse. No se trata de que no se les permita casarse es que no pueden
casarse aunque se les permitiera porque su unión no es un matrimonio por mucho
que quieran que lo sea.
El matrimonio es por esencia heterosexual. El simple deseo
no se convierte en derecho. Los homosexuales no tienen derecho a contraer
matrimonio entre sí. Dos hombres pueden ser buenos padres cada uno de ellos,
pero ninguno de los dos podrá ser una buena madre porque no es una mujer.
La realidad es la que es y se impone a los deseos. La
realidad es la naturaleza humana, esto es real, lo demás es pensado, deseado,
imaginado o inventado. La naturaleza humana se descubre, se acepta, se
reconoce, pero no se inventa. El que no se tenga derecho a algo no quiere decir
que sea injusto.
Lo prescrito por la ley no es la discriminación ¾es decir, la distinción¾, sino la discriminación injusta. Por lo
demás las diferencias o distinciones forman parte de la realidad. No es igual
estar vivo que difunto, o casado que soltero, o ser mayor que ser menor. Y estas
diferencia no son injustas, son reales. Algunas se solucionan con el tiempo,
otras no. La igualdad jurídica de la Constitución no significa que todos tengan
a la vez los mismos derechos, no son todos a la vez valencianos y navarros,
hombres y mujeres, pensionistas y trabajadores, etc.
Es necesario proteger a los ciudadanos contra toda
discriminación injusta, pero también es necesario proteger a la sociedad de las
pretensiones injustas de los grupos o de los individuos.
Y por todo esto no se discrimina a los homosexuales
cometiendo una injusticia con ellos, porque lo proscrito por la ley no es la
discriminación (distinción), sino la discriminación injusta. A los iguales hay
qua tratarlos igual y no distinguirlos, pero a los desiguales se les debe
tratar desigual y distinguirlos o discriminarlos, esto es lo justo. Y es que el
matrimonio es un derecho de la persona humana, no de los homosexuales, ni
tampoco de los niños, ni de otros grupos como se ha visto.
El activismo homosexual no quiere formar familias como las
demás, más bien lo que pretende es que todas las familias sean como las suyas,
para lo cual la clave es desmontar conceptos arcaicos y caducos como fidelidad,
monogamia, compromiso, fecundidad.
Parejas de hecho
También conviene separar el verdadero matrimonio de las
parejas de hecho o simples uniones de un hombre y de una mujer. Bastaría con la
sola denominación para entender que el matrimonio es más que una simple unión
de dos personas. El matrimonio tiene unos fines y unas características que lo
diferencian de las meras situaciones o estados. Entre no bautizados también se
diferencia porque el verdadero matrimonio aspira a formar una familia verdadera
y necesita el valor del compromiso de los esposos de mantenerse fieles a sí
mismos y a sus hijos. Para un hombre de conciencia recta tampoco es matrimonio
una unión de hecho donde no existe un compromiso esponsal.
Matrimonios maduros
Los matrimonios maduros y experimentados pueden ofrecer una
ayuda discreta, sabia y válida, no sólo para los hijos casados, sino también a
los nietos. Son parejas que tienen la capacidad de dar testimonio de la
hermosura y felicidad de la vida familiar, vivida en plenitud y según el plan
de Dios.
En la
actual sociedad española el cristiano coherente tiene que estar dispuesto a
padecer una cierta marginación social, cultural y hasta profesional y, en
consecuencia, tiene que estar dispuesto a renunciar a muchos bienes sociales y
económicos.
Nuestra humildad está en la fidelidad al mandato recibido y
la mejor misericordia es el ofrecimiento del evangelio de Jesús en su radical
originalidad y en total integridad.
El bien más grande que podemos hacer a nuestro amigo, a
nuestro vecino, es ayudarle a creer en Dios, ayudarle a descubrir a
Jesucristo, a verse a sí mismo como hijo de Dios y heredero de la vida eterna.
Los siete secretos de un amor para toda la vida:
1.
Busca siempre el segundo lugar.
2.
Sé generoso en tus halagos.
3.
En tiempos de crisis sed uno solo.
4.
Pasar mucho tiempo juntos.
5.
Creer siempre lo mejor del otro.
6.
Expresa tu amor frecuentemente y con creatividad.
7.
Hacer del matrimonio tu prioridad.
Matrimonio no es sólo vivir juntos uno con el otro. Sino que
matrimonio es vivir el uno para el otro.
·- ·-· -··· ···-·
Felipe Pou Ampuero
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