1. La T.V. comercial como proceso de McDonalización y su influencia en el desarrollo psico-afectivo del niño. El niño aprende contenidos por ósmosis, convierte lo virtual en realidad, lo vive interiormente y lo asume como parte del existir. Se encuentra inerme ante la avalancha diaria televisiva destilando e imbuyendo su mente de fútiles banalidades con primacía del discurso emocional sobre el racional. El feedback que externamente no existe, en el interior del niño, ávido de conocimientos se le descubre una constante retroalimentación, un continuo diálogo interior. Observa lo que ocurre a su alrededor, trata de controlar su entorno, acepta como tabula rasa ideas y absorbe contenidos acríticamente pues para que la inteligencia en su madurez funcione es necesaria la capacidad de abstracción, se tienen que establecer interconexiones con el sólido acervo cultural, que no se producen en el niño. La telebasura emitida siempre como único criterio de emisión los porcentajes en índices de audiencia, retrata en tiempo real comportamientos, fomentándolos por imitación, y dramatiza en clave emocional actitudes, a menudo lícitamente reprobables por ser escandalosas en los planos ético y moral. Promueven la procacidad, el exhibicionismo y la sensualidad que con frecuencia afloran de forma más o menos disimuladamente. Todo ello tiene en el niño un efecto decididamente desfavorable y dañino a la hora de modelar pautas de comportamiento, actitudes y normas de acción. Por su instantaneidad e incorporación de la audiencia de pleno en la comercialización de sus formas de participación, el espectador cree estar involucrado en el hecho mismo, y hace como señala Charo Lacalle (2001) al propio espectador co-autor. En esta pretensión subyace, inconscientemente para el propio consumidor de imágenes, su propio endiosamiento, pues se cree con plena libertad de elección. Perfectamente imbricados en estos programas, -e igualmente acentuando por un lado la búsqueda final como único objetivo perseguido de máximo beneficio económico de la televisión comercial, y por otro la depauperación de la dignidad humana, por su actual tendencia incitadora del consumismo desenfrenado con predominio del tener sobre el ser, y alejada del análisis especulativo fehacientemente fundamentado-; tenemos la publicidad, que ejerce en el niño, en grado de acentuación mayor, una función, como bien apunta Qualter (1994), de autoridad social indiscutible. Todas las estrategias y posibilidades publicitarias son utilizadas y trabajadas con profesionalidad exquisita por los gurús del merchandising. Un ejemplo es la técnica llamada product placement consistente en insertar productos reales en la ficción. Los protagonistas de la acción los consumen y se logra el disparo de ventas del producto publicitado. Estas técnicas y otras estrategias de persuasión subliminales, no nuevas en su utilización, pero sí generalizadas en estos últimos años, contribuyen a que en el niño, que a los 4-5 años empieza ya a distinguir la publicidad televisiva de los programas, pero nunca atisbar la intencionalidad manipuladora y persuasiva de la misma, se produzca cada vez más un retardo y retraso temporal en lógico escepticismo creciente que aflora ante la publicidad y que apunta Cavazza (1997) que se produce a los 7-8 años. El niño identifica la imagen que se ve en la pantalla con una realidad circundante de la vida misma, siempre estereotipada en su interior, y en la medida que desee lo que visualiza, así lo considerará placentero, pues es mero receptor pasivo, sin fondo psicológico suficiente para pararse a reflexionar lo que ve. Continuamente la televisión comercial provoca por medio de un estímulo concreto, actitudes e impulsos que conducen siempre –por lo menos eso es lo que el niño carente de discernimiento apropiado ve- a una meta prometida. El propio influjo de los programas y técnicas publicitarias televisivas llevan aparejadas consecuencias, mayores cuanto aumenta el número de minutos de consumo televisivo, que se traducen en todos los órdenes de la vida del niño: trastornos mentales psíquicos, incremento de estrés, empobrecimiento cognoscitivo (Sartori, 1998; Esparza, 2001), problemas de concentración lo que se traduce en el escaso rendimiento académico y la nula lectura, problemas comunicativos, problemas de aislamiento, falta de sociabilidad pues no dialoga con los padres ni busca interacción con otros seres humanos, ausencia de creatividad, pérdida de control de la imaginación, violencia creciente, o incluso incidencia en el cambio de hábitos alimenticios. La televisión comercial fiel a la maximización de la rentabilidad económica, lo que implica una reducción de costes por programa (Richeri, 1994:81) y la indagación en los programas de mayores posibilidades de segmentación de mercado, repetición y reciclaje. La búsqueda de la consecución de un amplio público lleva inevitablemente a varias consecuencias directas, todas demoledoras de un querido, exigible y armonioso desarrollo psico-social-afectivo del niño, como la postergación de exigencias deontológicas de calidad del producto final o que éste se perfila según se consume, siendo uno de los mayores activos de estos formatos y su principal valedor de legitimidad, aunque espuria. La red multimedia simbiótica producida por estos programas telebasura, incorporando participantes e involucrando audiencia con técnicas de participación del público, produce la ficción, y más en el niño, de una audiencia corresponsable, coautora, y soberana. Con todo, esta participación del público en los nuevos géneros de televisión comercial ha sido considerada por algunos autores como una forma de activismo social (Livingstone y Luna, 1994; Page, 1996; Pan y Kosicki, 1997), pero siempre están presentes potencialmente los riesgos de control, censura, manipulaciones audiovisuales, instrumentalización y trivialización. Con frecuencia la supuesta interactividad se convierte en un burdo negocio; las llamadas telefónicas, mensajería de móvil o contacto por Internet, sirven para aumentar los beneficios empresariales. Detrás del aireado “servicio positivo al público” no está más que el puro lucro. Por otro lado “la definición del público que hacen las televisiones comerciales es redundante con la falta de participación social del público” (Macé, 1997). Tramas, dramatización buscada a fortiori, sensacionalismo, escándalo, desenlaces previsibles, periodismo de crónica rosa y de la crónica roja sobre mundos marginales, o talk shows se entremezclan y complementan con sorpresas con el fin de captar la atención del espectador y de fidelizar audiencia en franja horaria, en sentido vertical, esto es, a lo largo del día, y horizontal, durante el curso de la semana. El desarme del niño ante lo presente es absoluto. Se presentan y comercializan como estrellas del celuloide famosos de nuevo cuño fabricados que la propia televisión ha creado y ella misma ha encumbrado. Ritzer (1996) constata esta McDonalización entendida como la organización racional taylorista de la vida cotidiana detrás del beneficio y bajo los ejes distintivos de eficacia concretada en el aumento de la productividad económica, cálculo que mide y considera la calidad por la cantidad de audiencia que supuestamente legitima cualquier contenido y por la rapidez de dar cumplimiento al deseo en la satisfacción –volvemos a los perros de Pavlov-, previsibilidad (Ritzer 1996:8) y control nulo salvo el omnipotente y decisivo dictado de la audiencia en sistémico y una ética subjetiva tomada como autocontrol particular con las consabidas apelaciones revolucionarias, siempre desde la asunción impuesta de un antropocentrismo inmanentista, a la igualdad, la libertad y la fraternidad. Tal cantidad de señuelos son absolutamente insalvables para un niño. Puede darse también en el niño y adolescente el efecto contrario al que apuntan tanto Priest (1996) como Macé (1997). Ambos constatan que los invitados a los talk shows y concursos adquieren un sentimiento de poder o capacitación, pues “nosotros hemos sido los escogidos”, son considerados “válidos” para poder aparecer en televisión. Lo normal es que se produzca en el niño el efecto de admiración social del líder creado y encumbrado por la televisión, con la consiguiente proyección e identificación, la imitación de modelos, tanto lingüísticos, modismos y modas; pero puede pasar también que el niño sienta una postergación, una merma de autoestima, por no ser “el elegido”. Cabe también el peligro real, algo más difícil en una audiencia más madura, de una alienación asumiendo roles concretos de participantes. El telesiervo y teleadicto pueden llegar igualmente a perder el sentido de la realidad al mostrársele sólo una realidad sesgada, una pseudorealidad, auto-referencial, que desemboca en más consumo televisivo y ocio estandarizado. La televisión popular se nutre y sostiene dos recelos o aprehensiones básicas en las sociedades postmodernas: la oposición a una sociedad de masas homogénea y estandarizada y el temor a un individualismo excesivo y a la anomia (Wolton, 1990:114). La telebasura se alimenta de estas ansiedades: busca el triunfo individual frente a un grupo. Si toda la televisión del niño se reduce a ver la televisión comercial, en la que la telebasura está inserta como pieza nuclear, se estarán “educando” consumidores de la publicidad, héroes por servidumbre y cultura popular estandarizada. 2. Forja del niño cara a una visión crítica de la T.V. Planteamiento de propuestas. Dos constataciones de la realidad televisiva presente del niño como telespectador son el excesivo consumo unido a contenidos inapropiados que provocan efectos adversos y dependencia de este medio; y que en este tiempo de consumo televisivo, el niño pasa mucho tiempo sin compañía. Hay que presentar buenas alternativas, como leer, jugar con amistades, deporte o desarrollar planes donde esté involucrada toda la familia, como realización de tareas conjuntas, tertulias, salidas o excursiones programadas. Es importante el crear hábitos ya desde la niñez. Precisa por ello el niño que le eduquen para “ver la televisión”; nunca utilizar ésta como niñera electrónica. Es en este sentido en el que la televisión pasa así a convertirse en un grave peligro para el niño en su desarrollo humano, psico-afectivo, moral y religioso. La educación en libertad de la higiene televisiva frente a la teleadicción depende de la voluntad, que hay que educar desde la infancia. La forja de la voluntad es un deber formativo de los padres dentro de la escuela de virtudes que debe ser la familia. Urge, por consiguiente, frente a la abrumadora mayoría de programas en la televisión actual que no tienen influencia positiva en el espectador, -con su énfasis en la violencia, el permisivismo sexual, el glamour, la frivolidad y la búsqueda implacable de acumular bienes y placeres efímeros,- una educación en tres vertientes: - fomentar el espíritu crítico de lo que se ve y a ello ayuda la selección previa de programas a visualizar;
- ayudar a descubrir al niño en una especie de mayeutica socrática los beneficios del voluntario ayuno televisivo; y
- un rearme moral y espiritual que cuaje y cimiente con solidez la personalidad y le aporte un sentido a la vida, que será en un futuro el dique, la barrera de contención más eficaz frente a la teleadicción.
Veamos cada una de ellas. Debe tenerse controlada la televisión y enseñar los padres a ver programas concretos, previamente seleccionados conjuntamente y dando razón argumental suficiente del porqué de esa elección determinada. Una educación no a ver la televisión a ver que ponen, sino a ver selectivamente programas. Dentro de la selección de la programación tenemos que dirimir tanto el consumo horario televisivo como el número de programas a mirar. Como regla general, la televisión no debería verse entre las comidas. Estamos inmersos en un estilo ajetreado y vertiginoso, un ritmo acelerado de vida, y en el que la comida es uno de los pocos momentos diarios en que toda la familia se junta. Son momentos en que se puede desarrollar una cálida y fluida conversación familiar, una ocasión maravillosa de compartir experiencias y de solidificar esa unión familiar. Debería limitarse en la familia el número de programas de televisión que se ven. Por lo común deberán ser educativos, o al menos entretenidos, de manera que resulten formativos. Y en la medida de lo posible, los programas seleccionados, verlos en familia. Ello contribuirá a mantener activo el espíritu crítico y abrir el diálogo sobre el programa. Tiene la familia que orientar al niño hacia la conducta ejemplar de personajes reales y hacer cuando sea preciso valoraciones de lo que aparece en la pantalla, pues el niño, como bien apunta Vallejo Nájera (1996) no está preparado para valorar en su justa medida cada imagen y esto puede crearle perplejidades y a adoptar como propios los juicios y opiniones que se emiten en el televisor. Por otro lado la televisión amortigua la escala de valores de los sucesos que presenta; todo en la televisión se pone en paridad de importancia. Debe mostrarse al niño a calibrar con objetividad y ecuanimidad la importancia de cada noticia. ¿Por qué ayuno televisivo? Justo Aznar, médico, cuenta a la periodista Carmen García Vaquero que en su experiencia la televisión deshacía el ritmo de la familia, dificultaba el diálogo con sus hijos. Incluso el mismo cuando llegaba por la noche cansado, lo único que le apetecía era sentarse en el sillón y poner el telediario nocturno. Un día decidieron Anita, su esposa y el, prescindir de la televisión. En su razonamiento a Carmen María afirma refiriéndose a la situación pasada: Si a las siete de la mañana salimos todos corriendo, no comemos juntos porque tenemos horarios diferentes y cuando llegamos nos ponemos delante de la tele, ¿cuándo nos conocemos? Creo que la tele tiene aspectos positivos pero mete en una situación en la que se debe elegir. Quizá esta decisión drástica que yo tomé no sea la mejor […] Nunca hemos reñido por este tema, no echamos de menos la televisión. El balance es positivo. La radio y los periódicos suplen la ausencia de la televisión. Continúa comentando Justo Aznar que de este modo consiguió que Belén, una de sus hijas, leyera doce libros desde que dejaron de ver la televisión hasta los exámenes de junio de ese año. Y en general constató una mayor unión familiar pues sencillamente se hablan, se mantiene tertulias y se cuentan cosas. Calculemos el número de horas que pasa la familia ante el televisor. A continuación piensa como podrías emplear constructivamente ese tiempo: el placer de la lectura (Pennac, 1999), deporte –recordemos el aforismo clásico Mens sana in corpore sano-, aficciones, escuchar y aprender música, obras de caridad. El rearme moral y espiritual, cuando no es desequilibrado, va siempre parejo a la apuesta decidida de entregar la propia vida en servicio al prójimo. Como afirmaba Auguste Comte “vivir para los demás no es solamente una ley del deber, sino también de la felicidad.” La educación familiar no consiste meramente en transmitir unos conocimientos, ni procurar los padres unos estudios para sus hijos, es templar el alma para las dificultades de la vida. Por ello señalamos tres concreciones del presente rearme: cultivo de la interioridad con recuperación del sentido de trascendencia (Pennac, 1999), desarrollo de valores y forja de virtudes. •- •-• -••• •••-• José Martín Brocos Fernández Referencias bibliográficas utilizadas Cavazza, Nicoletta (1997): Cominicazione e persuasione. Bolonia: Il Mulino. Cervera, José Antonio (1992): Claves para el hombre del siglo XXI. Madrid: Ppc. Chalvon, Mireille; Corset, Pierre; Souchon, Michel (1991): L`enfant devant la télévision des années 90. Paris : Casterman Chevalier, Eric et al. (1991): La relation enfant-television. Implications physiques, psychologiques, éducatives et sociales. Paris : Centre International de l`enfance Esparza, José Javier (2001): Informe sobre la televisión. El invento del maligno. Madrid: Criterio Libros Lacalle, Charo (2001): El espectador televisivo. Los programas de entretenimiento. Barcelona: Gedisa. Livingstone, Sonia; Luna, Meter (1994): Talk on televisión: Audience participation and public discourse. London: Routledge Macé, Eric (1997): “La televisión del pobre. Sociología del público participante: una relación encantada con la televisión”, en D. Dayan (Ed.) En busca del público. Barcelona: Gedisa, pp. 185-206. Page, Benjamin (1996): Who deliberates? Mass media in modern democracies. Chicago: The University of Chicago Press Packard, Vance (1991): The hidden persuaders. London: Penguin Pan, Zhongdang; Ksicki, Gerald M. (1997): “Talk show exposure as an opinion activity”. Political Communication, 14, 371-388 Pennac, Daniel (1999): Como una novela. Barcelona: Anagrama. Priest, Patricia J. (1996): “Gilt by association: Talk show participants`televisually enhaced status and self-steem”, en D. Grodin; T.R. Lindloff (Eds) Constucting the self in a mediated world. London: Sage, pp. 68-83. Qualter, Terence H (1994): Publicidad y democracia en la sociedad de masas. Barcelona: Paidós. Richeri, Giuseppe (1994): La transición de la televisión. Análisis del audiovisual como empresa de comunicación. Barcelona: Bosch. Ritzer, George (1996): La Mcdonalización de la sociedad: un análisis de la racionalización en la vida cotidiana. Barcelona: Ariel. Sartori. Giovanni (1998): Homo videns. La sociedad teledirigida. Madrid: Taurus. S.O.S. Familia (2003): La familia en peligro: amenazas y soluciones. San Fernando de Henares: Asociación “Europa del Mañana”. Vallejo-Nájera, Alejandra (1996): Mi hijo ya no juega, sólo ve la televisión. Madrid: Ediciones Temas de Hoy Wolton, Dominique (1990): Elogio del gran público. Barcelona: Gedisa El propio Pennac apunta como uno de las características negativas presentes de la sociedad la pérdida del silencio interior, el retorno a uno mismo, la no introspección en la propia realidad. |