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Afirmar la Fe

por Alejo Fernández Pérez

¿Qué clase de fe es la de esos católicos que prefieren morir antes que renegar de ella? Solo en el año 2.000 más de 160.000 personas murieron en el mundo- especialmente en el llamado "tercer mundo"- por llamarse cristianos, lo fuesen o no.

En todas las épocas, siglo tras siglo, la Iglesia católica ha sido siempre perseguida y combatida. Al mismo Cristo le clavaron en una cruz y murió en ella. Aún vivían los apóstoles cuando los fariseos, los romanos, y los adoradores de múltiples divinidades perseguían, encarcelaban y condenaban a muerte a los cristianos. Estos eran pocos, pobres, sin cultura, sin poder y en esas condiciones: ¡Triunfaron! La Iglesia florecía con la sangre de los mártires.

El mismo Cristo anunció lo que pasaría tras su muerte: "He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán;… El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mateo 10:16-22).

Para los primeros cristianos, el hecho del martirio era causa de bienaventuranza "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros" (Mateo 5: 11-12) y de hecho, muchos mártires respondían a su sentencia de muerte con un "Deo gratias" -"Gracias a Dios"-

De su generación Jesús decía: ”Esta generación mala y adúltera…”. Nuestra generación no es ni mejor ni peor. A nuestra manera seguimos crucificando a Cristo.

En el siglo XXI a los cristianos se les sigue matando, pero a muchos más se les impide vivir mediante procedimientos sibilinos. Robarles su fe es otra forma de muerte. Desde hace tiempo, a través de Internet, amigos hispano-americanos están embarcados como otros muchos en la defensa de la fe. Miles de sectas, cientos de ramas cristianas no católicas, organizaciones como al Nueva Era, la masonería, el sionismo, todas con mucho dinero y medios, parece que no encuentran más justificación para sus errores que atacar a la Iglesia católica con cualquier pretexto y ocasión. Mis amigos no tienen tiempo más que para rechazar esos ataques, pero ¿Es ese el camino?

Posiblemente dedicamos “excesivo” tiempo a combatir a los enemigos de nuestra Iglesia, algo que hay que seguir haciendo pero no podemos olvidar algo mucho más importante: ¿Qué religión, qué Cristo ofrecemos los católicos a los que no lo son? ¿Qué imagen damos de El? ¿Estamos bien formados y entrenados para estos combates?

Por ejemplo, entendemos que para vender fruta, el frutero tiene que dedicarse a algo más que atacar, defenderse y despreciar a los competidores. El éxito de su negocio estriba en ofrecer las mejores frutas, presentarlas con arte y limpieza, mostrar cara alegre, servir con agrado, y que los clientes noten que en ese puesto no se les engaña y se les estima. Y todo a un precio asequible. Si así lo hacemos estoy seguro que los clientes pasarán por delante de los otros puestos y vendrán derechos a nosotros. Sin duda, los católicos tenemos la mejor de todas las “mercancías”, pero ¿la presentamos y vendemos mejor que ellos la suya? ¿Vivimos de acuerdo con nuestras creencias? ¿Cumplimos nuestros compromisos? ¿ Qué imagen damos al exterior?

El católico dispone, además de la Biblia, de dos joyas de formación insuperables: El Catecismo de la Iglesia Católica -nueva edición- y el Concilio Vaticano II. En la página dos del Catecismo leemos: “(...) Para ello, el Concilio Vaticano II no debía comenzar por condenar los errores de la época, sino, ante todo, debía dedicarse a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. O sea mostrar una buena fruta. Unos renglones después Juan Pablo II remacha: El Concilio Vaticano II es el punto constante de referencia de toda mi acción pastoral,... Es preciso volver sin cesar a esta fuente. Quizá, para traducir esas directrices a la vida corriente de los cristianos, sean los laicos formados las personas más adecuadas. Su lenguaje, “no profesional” y su mejor conocimiento del mundo les acerca más y mejor a los que no pisan el templo.

El Cardenal Rouco, sin dejarse deslumbrar por el furor del laicismo de ZP , puntualiza: que el principal problema de la Iglesia viene de su debilidad interna (Fruta en mal estado?), y en que el núcleo de la misión de los cristianos consiste en comunicar a todos el amor de Cristo.

Lo que si es cierto es que en esta guerra, nuestras armas son las de siempre: el amor contra el odio y el rencor; los Evangelios que muestran la verdad y belleza de una doctrina insuperable; la cruz que conlleva seguir a Cristo; y, sobre todo, la oración perseverante a quien todo lo puede. También sabemos que esto no lo arregla más que el Espíritu Santo, cuando Dios quiera, y como quiera; pero exige para ello nuestra colaboración con oraciones, sacrificios, y “dando la cara”, sin escondernos cuando hay que combatir, empezando por nuestros propios defectos.

¿Por qué buena parte de los intelectuales, los universitarios, la juventud, los medios de difusión, los artistas y el "mundo de la cultura" están dando la espalda al cristianismo o lo atacan? ¿Por qué los políticos pretenden la destrucción de la Iglesia en todas partes? ¿Por qué Zapatero y su gobierno arremete como ningún otro contra la religión, el matrimonio, la enseñanza y cualquier otro valor cristianos?

Por lo mismo de siempre: porque Cristo no admite componendas, no se doblega, ni se vende ni se adapta a las cambiantes modas de cada momento. Porque el Evangelio es eterno y claro: nos dice lo que está bien o mal, lo lícito y lo prohibido. Porque nos resulta amargo vernos señalado por el dedo acusador de la Iglesia; en este caso, la víbora que llevamos dentro se retuerce y se vuelve contra quien la toca. Porque, decía Bernano, con la verdad como con el fuego no se juega.

El cristianismo es la antípoda de la Nueva Era, del Relativismo donde todo vale y lo bueno es lo que a le va bien a cada uno, y cada uno es su propio juez. Pero el camino del cristiano es áspero y de puerta estrecha. También porque de la enseñanza, de los medios de comunicación y de la cultura se han apoderado en buena parte, no los partidos que se ven, sino sectas secretas que utilizan a esos partidos como marionetas y que no son más que lobos disfrazados de corderos.

El Cardenal Rouco no ha renunciado a desvelar el trasfondo cultural de la mentalidad laicista, advirtiendo al gobierno que si bien se legisla desde el Parlamento, también se juzga, se piensa y se opina desde la sociedad, y la Iglesia es un sujeto activo dentro de ese cuerpo social. El protagonismo de la sociedad frente a un Estado pedagogo e invasor de las conciencias es uno de los elementos de esa “inteligencia” del momento presente, que ha demostrado el cardenal Rouco. Aquí se inscribe también el fuerte acento sobre la libertad de educación y sobre el valor social del matrimonio, cuestiones en las que la propuesta cristiana puede actuar, sumando fuerzas, como catalizador de una sociedad bastante adormecida.

Porque no se trata sólo de oponerse a un gobierno sectario, de rechazar ataques injustos y leyes nefastas sino, sobre todo, de plantar de nuevo la fe y la comunidad cristiana en el desierto que va extendiendo el nihilismo, y a ese fin deben someterse y ordenarse todas las estrategias. La sangre de tantos mártires no puede quedar estéril.

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Alejo Fernández Pérez

 

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