La conformación
de la mentalidad contemporánea: positivismo jurídico y dirigismo cultural en
los medios de comunicación social.
El positivismo jurídico y el dirigismo cultural impuesto en
medios de comunicación social son los instrumentos utilizados por las
corrientes ancladas en el inmanentismo antropocéntrico para crear un hombre
nuevo y una sociedad nueva, carente de una referencia moral
objetiva
El positivismo jurídico conforma la mentalidad contemporánea
pues difumina las nociones de bien y mal ligadas a la concepción antropológica iusnaturalista
de asunción de una verdad objetiva. La Moral rompe así con el Derecho
conduciendo a que una ley permisiva contra naturam, acentúa, fomenta y
desarrolla en la sociedad ese comportamiento ilícito, oscureciéndose tanto la
propia realidad ontológica como la búsqueda de un sentido pleno al desarrollo
vital humano (Sanahuja, 2003).
La ética se mide por las consecuencias dañinas, no por el
hecho de estar objetivamente mal. Lipovetsky (1994:15,31) apunta que:
Cuando se apaga la religión del
deber, no asistimos a la decadencia generalizada de todas las virtudes, sino a
la yuxtaposición de un proceso desorganizador y de un proceso de reorganización
ética que se establecen a partir de normas en sí mismas individualistas: hay
que pensar en la edad posmoralista como en un “caos organizador” (…) La era
moderna ha logrado imponer la idea de una vida moral separada de la fe, la
igualdad de principio, en materia de moral, entre creyente y no creyente; la
vida ética está abierta a todos, independientemente de las opciones metafísicas
(…) Con la difusión social de la moral autónoma, la cultura moral se ha
alineado con los principios de base del individualismo democrático
universalista.
El deber se transmuta en la paulatina asunción de los viejos
principios ilustrados de autonomía de la moral y la no aceptación de otras
disposiciones que las emanadas por la vía del consenso democrático (Schooyans,
2002). Con razón afirma Lipovetsky (1994:12) que “se ha puesto en marcha una nueva
lógica del proceso de secularización de la moral que no consiste sólo en
afirmar la ética como esfera independiente de las religiones reveladas sino en
disolver socialmente su `forma´ religiosa: el deber mismo”.
Concurre en la creación de esta nueva mentalidad mendaz y rupturista
el influjo unilateral de gran parte de los medios de comunicación social, en
particular la televisión, convertida por los fautores de esta mutación
copernicana del cuadro de valores transmitidos sucesivamente durante generaciones,
en el instrumento preferido de creación y asimilación de pautas y
comportamientos negadores del sometimiento de todo ente finito por ley natural
a Dios, y en el ariete de demolición de los fundamentos básicos de la cultura
cristiana de Occidente.
Ley positivista y dirigismo cultural en medios de
comunicación producen así una socialización teledirigida de comportamientos
contrarios al sistema educativo anterior llegando a conformar con la ruptura
del eslabón educativo, toda una nueva generación enraizada en una cosmovisión
esencialmente inmanentista. Lipovetsky (1994:49) señala que:
En pocas décadas, hemos pasado de
una civilización del deber a una cultura de la felicidad subjetiva, de los
placeres y del sexo: la cultura “self-love” nos gobierna en lugar del antiguo
sistema (…), las exigencias de la renuncia y austeridad han sido masivamente
reemplazadas por normas de satisfacción del deseo y de realización íntima, ésta
es la ruptura más espectacular del ciclo posmoralista.
El ataque, -promovido por grupos ideológicos rectores,
fuerzas económicas poderosas y centros de poder más o menos ocultos, coaligados
en contubernio con arreglo a sibilinas y arteras estrategias- es generalizado,
en todos los órdenes, facetas y parcelas de la vida; en el campo intelectual,
moral y religioso. Y es esta crisis de verdad (Juan Pablo II, 1994:13,5) la que
lleva a la ruptura interior del hombre, que conduce al deterioro moral y a la
decadencia generalizada de costumbres, y que trae como consecuencia el ocaso
irremediable de la cultura y la civilización.
El hombre masa entierra todo el rico legado cultural,
recibido y trasmitido de generación a generación. Como escribe Ortega (1998:133)
“lo característico del momento es que el alma vulgar, tiene el denuedo de
afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera”.
Se impone en un igualitarismo patológico la uniformidad
mental, la nivelación y homogenización de la cultura, alejada de la mentalidad
inducida por valores y criterios religiosos, como fenómeno de proletarización
de la sociedad.
Radiografía del proceso de creación del hombre nuevo forjado por el dirigismo
cultural.
Gutiérrez García (2001:510) apunta los pasos progresivos en
este calculado proceso envilecedor de la desculturación. Primero se disminuye
“el coeficiente intelectual” con la saturación de la percepción por los
sentidos, la educación laicista y la falsificación de la historia.
De seguido se aminora “el índice correcto de moralidad
objetiva” con la implantación ad nauseam de una antropología
inmanentista, por esencia permisiva por su relativismo intrínseco. Supone de
facto, día a día, la imposición a fortiori de una cosmovisión dominante
radicalmente anticristiana, el continuo sometimiento a la tortura del constante
lavado de cerebro por los perennes creadores y manipuladores de la opinión
pública, omnipresentes en todos los medios.
Este pensamiento único busca subvertir la civilización
cristiana y la misma ley natural. A base de repetición machacona de ideas en
los medios de comunicación, siempre en esta línea unívoca, y tengamos que toda
comunicación tiene una dimensión moral (Juan Pablo II, 2004:1,2), nuestro
criterio se va asemejando a lo postulado y las ideas son asimiladas casi sin
crítica, pues no hay tiempo para reflexionar por la vertiginosidad de los
sucesos como si de verdades objetivas se tratasen. Y así, poco a poco, vamos
cambiando nuestros criterios de comportamientos sociales, morales, éticos y
religiosos.
Promoción constante del materialismo hedonista, sensualidad
y frivolidad en diálogos, modos de vestir y de comportarse son un ingrediente
habitual. El tratamiento general de los temas es epidérmico preconizando lo
instintivo. Se hunden las virtudes cristianas, las verdades eternas, los
principios inmutables y los principios esenciales fundamentales. El sentido
moral de la vida muda en sinceridad en los sentimientos como el núcleo de la
conducta moral.
No ajeno a este provocado proceso de deterioro moral de la
sociedad se presenta la “neobabelización” del lenguaje (López Quintás, 1979,
1998, 2001). El lenguaje nos construye y muchos términos son ambivalentes. El
manipulador de manera astuta, envilece y rebaja el lenguaje difuminando el
significado propio al incorporarle acepciones equívocas siempre en sentido
unilateral de promover la asunción de conductas aberrantes. Aquí el
manipulador, que quiere vencer sin convencer cambiando subrepticiamente el
sentido de los términos, busca influir en los centros de decisión de las
personas. Tácticas paralelas que persiguen igual fin son el uso de expresiones
eufemísticas que enmascaren la realidad de la acción ilícita, v.gr.
“despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo” o “derecho a una
muerte digna” por aborto y eutanasia respectivamente; o la utilización de los
términos “talismanes”, con su poder de sugestión y seducción que llevan
implícitos (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:687-695; López Quintás, 2001;
Schooyans, 2002).
Un tercer paso busca eliminar de la sociedad el “elemento
religioso”, aduciendo que es algo que ha periclitado, una creación artificial e
incluso dañina para el progreso de la persona humana. Sí se acepta en la
sociedad un cierto deísmo, por esencia subjetivo, que enraíza con el racionalismo,
el librepensamiento y la propia Ilustración. Los principios deístas en un
primer momento fueron esgrimidos para lograr el cambio en las estructuras
políticas y religiosas, con la separación Iglesia-Estado y la libertad
religiosa. Con posterioridad las tendencias más liberales de las diferentes
iglesias unido a la progresiva asunción de una mentalidad democrática y de
tolerancia, en sentido permisivo, ha acentuado el deísmo. Consolidado éste, el
paso siguiente, evolución lógica del deísmo por otra parte, es el agnosticismo
o el ateísmo. Por ello constantemente se imbuyen en las mentes y en las almas prejuicios
a fin de abolir el Cristianismo, verdadero objeto de esta guerra contra Dios.
La temática de muchos programas televisivos ridiculiza a la
Iglesia Católica, directa o indirectamente. Hasta con virulencia, burdas
caricaturas. Se muestran modelos y conductas de vida no edificantes y fuera de
una cosmovisión cristiana de la vida. La identificación psicológica con estos
personajes es esencialmente buscada.
¿Qué
es antes, el huevo o la gallina? ¿La televisión refleja la sociedad, o es la
propia sociedad la que influye en ella?
Se pregunta Gutiérrez García (2001:512,513) si los hábitos
morales configuran los programas televisivos o si estos programas van
configurando la conducta moral poco a poco. Respondemos que ni lo uno no lo
otro.
Surge en varios autores (Cervera, 1984; Coston, 1958, 1974; López
Padilla, 2003, 2005; Ratier, 2005; Sanahuja, 2003; Schooyans, 2002; Virion, 1965,
1967b) una tercera hipótesis, que el propio Gutiérrez García (2001:179,218,513)
también parece querer apuntar, con verosimilitud de plausibilidad. Fuerzas
ocultas del dinero, de la política y de las ideologías están impulsando e
imponiendo desde poderosos organismos supranacionales, incluso manu militari,
conforme estrategias milimétricamente calculadas, una dictadura hegemónica con
acentuados rasgos de feroz totalitarismo anticristiano.
Se busca el advenimiento de un “nuevo orden mundial”. Las
ideas madre de la masonería
son asumidas e imbuidas a la “masa” como necesarias para su plena realización:
odio a la Iglesia, destrucción del orden sobrenatural, ruina de la moral
cristiana, derrocamiento de toda legítima autoridad, y aniquilación de
todo sistema establecido por el cristianismo (Caro Rodríguez, 1951; Virion,
1967a). Nos encontramos frente a un perfecto plan prediseñado, preconcebido
para acabar con la Iglesia Católica.
La Dictadura mundial única suplantaría de facto el propio Decálogo por
“La Carta de la Tierra” (Caturelli, 2004:413, mayo-junio-julio; López Padilla,
2003:255; Sanahuja, 2003:80; Schooyans, 2002).
Florecen múltiples panteísmos promovidos por sistemas
filosóficos anticristianos; entre ellos destacan los que deificando la tierra, afirman
la paridad de la especie humana con los animales y los vegetales, así como el
reconocimiento de derechos para los animales y deberes de los hombres hacia
ellos (De la Santa Cruz, 1997, marzo-abril; Singer, 1984, 1998).
Estamos dominados por la información y el pensamiento único
impuesto por los poderes mundialistas, un mundo donde el Gran Hermano ve, oye,
escucha, lee, dirige y controla todo (García Mostazo, 2003); un mundo donde se
posterga la verdad y el bien en pro de un humanismo relativista intramundano.
Racionalismo más ilustrado, radical heteronomía, hedonismo extremo, nihilismo
ontológico y solipsismo de la conciencia como rasgos más destacados de este
hombre nuevo.
Nos hallamos delante de grupos poderosos dominantes que
arrastran y que configuran el conjunto de la sociedad, buscando la instauración
progresiva de un “supergobierno mundial”
que impondría un discurso unilateral gracias al control de la cultura, la
información, la salud, la economía, la política y el derecho (Sanahuja, 2003; Schooyans,
1991, 2000, 2002).
La imposición de la “colonización totalitaria ideológica” no
tiene límites: cultura estandarizada, promoción de una concepción fisicista y
materialista de la naturaleza (Randle, 1993, enero-febrero), ética
“fundamentada” en el indiferentismo religioso y relativismo moral, del todo
incompatible con la concepción de una verdad moral absoluta y hasta con la
simple ética natural, reinterpretación y prolongación de la lista de los
derechos humanos negando su fundamento ontológico (Consejo Pontificio para la
Familia, 2004:704,855-868; Schooyans, 2002), o asesinatos selectivos en
campañas de “salud sexual y reproductiva” y “aborto seguro”; no son sino
herramientas de un diabólico proceso mundial de destrucción política,
económica, social, cultural y religiosa. El sistema político elegido para este
proceso de aniquilación total es la democracia, por la alianza inseparable
democracia y relativismo ético (Sanahuja, 2003).
Estas tenebrosas fuerzas, que son las que manejan los hilos
del poder oculto mundial acabarán arrogándose el derecho de definir y decidir el
bien y el mal (Schooyans, 2002). Un nuevo Estado Mundial totalitario que reduce
la persona a esclavitud por anemia religiosa inducida, sin fuerza de espíritu,
se impone dominador de la mente y los espíritus. El proceso de adoctrinamiento
y programación de la masa para que obedezca descrito por Aldous Huxley en su
obra Brave New World parece estar cumpliéndose (Sanahuja, 2003:57).
Vivimos en pleno embate de las fuerzas satánicas con
sustentadores poderosos en los organismos internacionales de origen masónico:
ONU, OMS, UNICEF, FMI, BM, en otros núcleos de poder más discretos,
y la misma Masonería (Sanahuja, 2003:120,150), que son quienes dictan los pasos
de la dominación mundial. Sanahuja (2003) nos traza el plan estratégico general
de este Moloch sanguinario:
En las llamadas grandes
conferencias de las Naciones Unidas de los años 90, la burocracia internacional
explicitó un propósito (…) la necesidad de imponer una reingeniería social
global, al servicio de un proyecto holístico, mundialista y globalista, que
procura la instauración de un plan de dominio universal, el Nuevo Orden
Mundial. Para concretarlo, el Nuevo Orden necesita imponer un pensamiento único
en el mundo. He ahí el origen de los nuevos paradigmas, especialmente de los
nuevos paradigmas éticos: una reedición de la gnosis antigua y de diversas
formas de panteísmo.
La exigencia del combate familiar.
Vivimos un momento crucial en la historia de la humanidad:
el último episodio de la dominación satánica del mundo. No caben las
componendas
ni pusilánimes reacciones. La lucha es total, sin cuartel. La confrontación es
inevitable, a sabiendas que el precio será la persecución o el mismo martirio.
La familia natural es el principal muro de contención frente
a los continuos asaltos del enemigo. Es por ello que el ataque contra esta
sagrada institución es a tumba abierta (Caturelli, 2004:413-428,
mayo-junio-julio; Leon XIII, 1880:15,16). El gran objetivo es eliminar el
matrimonio y la familia tanto en el plano natural como etapa existencial nueva
y como célula primera y vital de la sociedad, como en el plano sobrenatural,
“como misterio nupcial en el cual emerge la Iglesia doméstica” (Caturelli,
2004:416-417, mayo-junio-julio). El inmanentismo lleva a la difuminación de
orden natural. La consecuencia directa es que carece de sentido toda
pretensión de fundamentación metafísica del matrimonio y de la familia; no cabe
explicación en el naturalismo relativista y en el puro fideísmo (Caturelli,
2004:405, mayo-junio-julio). Constata Juan Pablo II (1981:3,4) que vivimos un “momento
histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de
destruirla o deformarla”. Y continúa aseverando Juan Pablo II (1994:5,2,3),
En nuestros días, ciertos
programas sostenidos por medios muy potentes parecen orientarse por desgracia a
la disgregación de las familias. A veces (…) con todos los medios, se intenta
presentar como `regulares´ y atractivas –con apariencias exteriores seductoras-
situaciones que en realidad son irregulares (…) Se oscurece la conciencia
moral, se deforma lo que es verdadero, bueno y bello, y la libertad es
suplantada por una verdadera y propia esclavitud.
En idéntica línea apunta Gutiérrez García (2001:177,178,179),
“la situación de crisis y (…)
terrible guerra declarada que la familia soporta (…) La familia se encuentra
también hoy y de modo muy especial, `en el centro de la gran lucha entre el
bien y el mal´, que en la época contemporánea registra con estruendo creciente,
a partir sobre todo de las últimas décadas del pasado siglo (…) Fuerzas muy
poderosas, coaligadas con arreglo a programas concordados, luchan dura y
arteramente para descomponer la institución familiar (…) Es toda una conjura
contra la vida la que está alimentando logísticamente y estratégicamente la
guerra contra la familia.
La influencia deletérea de los medios de comunicación en
esta obra metódicamente preparada de demolición del orden social es, sin
intermisión, sacada a la luz por Juan Pablo II: las presiones de los medios de
comunicación y su influjo negativo en la familia (Juan Pablo II, 1981:7,1), su
papel de cómplices directos de esta “conjura contra la vida”, en la que están
implicadas instituciones internacionales (Juan Pablo II, 1995:17,2), su poder
para moldear la vida pública, política y social (Juan Pablo II, 2003:2,2), su
funcionamiento como “agentes de propaganda y desinformación al servicio de
intereses estrechos (…) de avidez material o de falsas ideologías de tendencias
diversas” (Juan Pablo II, 2003:3,2), la capacidad de producir daño a las familias
proponiendo una visión distorsionada y falsa “de la vida, de la familia, de la
religión y de la moralidad” (Juan Pablo II, 2004:2,2), o el apoyo expreso al
“divorcio, la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad” (Juan Pablo II,
2004:3,2).
Muchos medios de comunicación son enemigos de la fe y de la
moral cristianas. El llamado “cuarto poder” actúa frecuentemente en detrimento
de la familia y la cultura, manipulando la opinión pública (Consejo Pontificio
para la Familia, 2004:351-358).
La Comisión Episcopal española de medios de comunicación
social (2004) constata también la decisiva importancia de los medios de
comunicación en la conformación de la sociedad, llegando a suplantar a la
escuela y a la familia en la tarea educativa. La sobresaturación de información
no asegura ni la independencia informativa ni la emisión de programas de
calidad, pues los productos audiovisuales siguen una “homogenización mimética
(…) en las mismas bandas horarias en las parrillas de casi todas las cadenas”.
Como si fuera una continua sofronización inductiva al placer egoísta y al consumo
desenfrenado, el planteamiento mercantilista de la comunicación, inherente a su
bajo perfil ético y cultural, constituye un atentado permanente “a la salud
moral y cultural de sus usuarios”. En este ataque abierto, sin cuartel ni
tregua, continuamente se ridiculiza, solapada o directamente, “la concepción
auténtica de la familia y de los sentimientos religiosos de los católicos”.
Nunca debemos olvidar que la lucha terrena que sostenemos es
espiritual, no distinta del enfrentamiento de las fuerzas espirituales, los
poderes de la luz y de las tinieblas, en combate mortal. El combate terreno que
damos es esencialmente el mismo que en ese mismo momento se libra en el cielo: Dios
Vs. Satanás. La misma lucha que libramos aquí se libra en el cielo. Los agentes
de Satanás edifican continuamente bajo su dirección para implantar su autoridad
y para cimentar su reino contrario al gobierno de Dios. Pero esta lucha terrena
tiene continuidad en un combate aun mayor, de la cual el flujo y el reflujo de
los sucesos terrenales es tan sólo un reflejo. Si pudiésemos descorrer el velo
que separa al cielo de la tierra veríamos una auténtica lucha entablada entre
las fuerzas del bien y las del mal. La lucha contra las fuerzas ocultas del mal
no es humana, es entre Cristo y Satanás. Nos instruye la Constitución Gaudium
et spes (1965:37,2),
A través de toda la historia
humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada
en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final.
Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el
bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios,
es capaz de establecer la unidad en sí mismo.
En el combate que afronta la familia y cada uno de sus
miembros por vivir en gracia de Dios, no se encuentran solos. Los remedios son
sobrenaturales acordes con la lucha planteada “porque no tenemos que luchar tan
sólo contra la carne y la sangre, sino también contra los principados y las
potestades, contra los gobernadores de estas tinieblas del mundo, contra los
espíritus de maldad que andan por los aires”.
Las armas de la familia, las de siempre. Escribe Juan Pablo
II (1994:4,3), que “la oración refuerza la solidez y la cohesión espiritual de
la familia, ayudando a que ella participe de la `fuerza´ de Dios”. Es en la
oración donde la familia se encuentra y cimienta sólidamente (Juan Pablo II,
1994:10,5). La oración no es opcional, es un deber necesario para la plena
realización de esa familia (Juan Pablo II, 1981:59,2.62,1, 1994:14,9). El
sacramento de la Penitencia es dentro de la familia cristiana otro encuentro
con el amor de Cristo que “reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la
comunión familiar” (Juan Pablo II, 1981:58, 1994:10,4). El sacrificio
eucarístico es la fuente misma del matrimonio cristiano (Juan Pablo II, 1981:57).
Ahondando en esta exigencia de ceñirse la armadura de Dios,
Juan Pablo II (1981:61,2,3) recomienda exgplícitamente:
las oraciones de la mañana y de
la noche (…) la lectura y meditación de la Palabra de Dios (…) la devoción y
consagración al Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen
Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular
[y] el rezo del santo Rosario (…) como una de las más excelentes y eficaces
oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar.
Dómine, refúgium factus es nobis, a
generatióne et progenie. Priúsquam montes fíerent, aut formarétur terra et
orbis: a saeculo, et usque in saeculum tu es Deus.
•- •-• -••••-•
José Martín Brocos Fernández
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La masonería es una organización secreta, con ritos secretos, que tiene como
fin la dominación política, económica y cultural del mundo. Sus creadores son
los judíos sionistas (Caro, 1951; Cervera, 1984; Fara, 1988; López Padilla,
2003). Distinguimos Judaísmo de Sionismo. El Sionismo es un movimiento judío
internacional donde la masonería está incrustada. Aproximadamente el 80% de los
masones son judíos. Son fines del Sionismo: gobernar política y económicamente
el mundo –Trilateral, Bilderberg, CFR, o la B`nai B`erit, que es la más temible
orden, reservada sólo para masones judíos, con unas 900 logias en el mundo y
cerca de 700.000 de juramentados-, y acabar con la Iglesia Católica. Las
grandes decisiones aparentemente democráticas tomadas en el FMI, la OMC, el BM
–estas tres instituciones son el “gobierno económico del mundo”-, la ONU, la UE,
la OCDE, la OTAN o el G7 están ya decididas de antemano por estos poderosos
grupos semi-ocultos verdaderos rectores del gobierno mundial. Puede
consultarse: Cervera, Juan Antonio. OFM (1984). La red del poder.
Madrid: Dyrsa. Cfr. etiam la obra del Cardenal Primado de Chile: Caro
Rodríguez, José María (1951). El misterio de la Masonería. Buenos Aires:
Difusión.
Resulta preciso para ello, además de hacer desaparecer la religión, difuminar
el concepto y la realidad de patria, así como la supresión de fronteras,
requisito previo para la eliminación de los particularismos. Es la continuación
del plan secreto de la Sinarquía de hace siglo y medio divulgado desde 1962 por
Henry Coston y Pierre Virion. Se trasvasa el poder de los Estados a organismos
superiores supranacionales. El “divide y vencerás” napoleónico ha sido
utilizado en Occidente para lograr la supresión de las patrias. Ya en los
inicios de la Unión Europea, antes Mercado Común Europeo, destacaron dos claras
tendencias: la Europa de las patrias, abanderada por el general De Gaulle, y la
Europa de las regiones, fórmula masónica de muy difícil liderazgo. La
regionalización de Europa está encargada al Consejo de Europa, que es una
fraternal masónica, según declaraciones de Antonio Villar Masó en 1979 del Gran
Oriente adjunto español. Los pasos se van dando seguidos y seguros.
Para el relativismo imperante, dialogar significa
colocar las propias convicciones al mismo nivel que las de los otros, sin
reconocerle por principio más verdad que la que se le atribuye a la opinión.
Así el diálogo se consiste en un intercambio de actitudes que tienen
fundamentalmente el mismo rango. Por tanto, son mutuamente relativas. Para el
cristiano, este diálogo lleva sin más a la disolución de la propia fe.
La
supremacía de las mayorías, previa y debidamente corrompidas, prima sobre los
derechos de la razón y de la verdad. El mismo diálogo y la manipulación de
éste, fomentado por secuaces de la “revolución oculta” es utilizado como
pretexto para provocar el relativismo y el indiferentismo (López Quintás,
1998:248). No hay virtud posible en la tolerancia. Tolerancia que supone
encumbrar la ambigüedad doctrinal, es escepticismo, eclecticismo y relativismo.
Un cristiano no puede tolerar lo que signifique deterioro de la persona humana
ni concordar con el falso pluralismo, instrumentalizado con el positivismo
jurídico para legalizar cualquier disparate humano. Hay bien y hay mal;
verdades objetivas y normas morales inmutables.
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