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El Código Maquiaveliano
por
Carlos E. Miranda & Luis R. Oro Tapia
Sin enjuiciar moralmente la obra, que no se referencia en los valores cristianos para la política, se apuntan los fines para los que la concibió el autor
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¿Cuál
fue la intención de Maquiavelo al escribir El Príncipe? Esta interrogante
ha intrigado a los estudiosos de su vida y su obra. Estimamos que en la
epístola dedicatoria del libro hay algunos elementos que permiten responder, en
parte, dicha pregunta. Al respecto, cabe precisar que la epístola comienza y
termina expresando con sutileza dos ideas que son similares y que están
concatenadas de manera lógica, en cuanto la segunda es resultado de la primera.
Nuestro autor empieza con estas palabras: “los que desean ganarse el favor
de un príncipe suelen presentarse a él, la mayoría de las veces, con aquellas
de entre sus pertenencias que más estiman, o que él más aprecia… Por lo tanto,
siendo mi deseo ofrecer a Vuestra Magnificencia algún testimonio de mi devoción
a Vos, no he encontrado nada más estimado ni más querido que mis
conocimientos…”. Y finaliza de la siguiente manera: “si alguna vez
Vuestra Magnificencia, desde la cumbre de su poder dirige sus ojos a este
humilde lugar, se dará cuenta de cuán indignamente tengo que soportar los
continuos y duros ataques de una Fortuna adversa”
Maquiavelo
comienza la epístola declarando que su deseo, es “ganarse el favor” de
Lorenzo, pero para que esto ocurra primero debe dar testimonio de su
lealtad a los Médici. Todo ello con el propósito de ganarse la confianza de
Lorenzo para que éste lo redima de su desmejorada e indigna situación. Así, no
resulta aventurado aseverar que una de las motivaciones del autor de El
Príncipe es de índole tan práctica como obtener un empleo para poder
subsistir.
Sin
embargo, también es posible encontrar otra intención en la epístola
dedicatoria, que es más difícil de precisar porque está enunciada en un
lenguaje metafórico. La alegoría es la siguiente: “tampoco quiero que se
considere una presunción el hecho de que un hombre de baja, es más, de ínfima
condición se atreva a discurrir y a opinar sobre el gobierno de los príncipes,
porque así como los que dibujan ciudades se sitúan en la llanura para estudiar
la naturaleza de las montañas y de los lugares elevados y suben a los montes
para estudiar a las llanuras, para conocer bien la naturaleza de los pueblos
hay que ser príncipe y para conocer la de los príncipes hay que ser pueblo”.
En este párrafo, que hemos citado in extenso, nuestro autor juega con la
dualidad de perspectivas (no siempre advertida) para abordar la descripción y
el análisis empírico de la política. En el texto no se menciona al Estado, a la
actividad política, a la polis propiamente tal, por su nombre.
Maquiavelo evita deliberadamente usar la palabra política; por tal motivo,
alude a ella de manera figurada, simbólica o metafórica, usando imágenes
sustitutas, como por ejemplo: “mapa”, “paisaje”, “aldea”, “pueblos”,
“ciudades”, y otras similares. El “dibujante”, “pintor” o “proyectista” que
mencionan las diversas ediciones alude al observador, al analista; al sujeto
cognoscente que describe, analiza y enjuicia la actividad política, es decir,
al propio Maquiavelo. Él es el observador que se sitúa simultáneamente en dos planos
o perspectivas diferentes: la montaña y la llanura. Tales perspectivas también
constituyen dos claves de lecturas diferentes, pero que son perfectamente
coherentes, simétricas, en El Príncipe.
Si
la obra se analiza desde la montaña, se puede leer como un manual de consejos
para quienes ostentan o ambicionan posiciones de poder, esto es, para
príncipes, líderes, jefes de Estado, caudillos, etcétera. Tal posibilidad de
lectura está determinada por los contenidos de los capítulos I al XIV que
están dedicados a las formas de principado, a las vías de acceso al poder y a
los fundamentos del mismo, es decir, a los aspectos formales y estructurales de
la dominación política.
Si
la obra, en cambio, se lee desde la llanura el resultado es el
desenmascaramiento del príncipe, lo que implica profanar los arcana imperii,
esto es, los secretos del poder y de la dominación política. Tal posibilidad de
lectura está determinada por los contenidos de los capítulos XV al XXIII, en
los cuales se estudian las cualidades del príncipe y se muestran las vísceras
de la política, vale decir, la política por dentro.
No
sería del todo aventurado conjeturar que la afirmación de Maquiavelo que señala
“para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe y para
conocer la de los príncipes hay que ser pueblo”, es deliberada, puesto que
existe una correspondencia, una simetría, entre el orden de la afirmación y la
secuencia en que trata los temas. En efecto, los primeros catorce capítulos
están escritos desde la montaña, vale decir desde la perspectiva del príncipe,
y ellos otorgan pautas para que el príncipe fundador convierta a un
conglomerado humano o a un pueblo, en un Estado, es decir, en una asociación
política autónoma. Y para que el príncipe tenga éxito en tal empresa requiere
conocer la naturaleza de la materia a la que él va a imprimirle una forma.
Por
otra parte, en los nueve capítulos siguientes (XV al XXIII) prima la
perspectiva de la llanura, del pueblo, en cuanto Maquiavelo analiza las
expectativas de conducta que los súbditos tienen de su príncipe y enseña a éste
último qué cualidades debe simular tener, cuáles debe abstenerse de practicar y
cómo ganarse el apoyo y afecto de los gobernados. Al hacer públicas tales
estratagemas nuestro autor está revelando al pueblo, a los dominados, los
ardides del príncipe y con tal conocimiento aumentan las probabilidades de que
los gobernados puedan evitar la manipulación por parte de éste.
En
conclusión, ambas claves de lectura son posibles, porque El Príncipe
está escrito en dos registros diferentes; no obstante, estimamos que deja al
lector en libertad para leerlo desde la montaña o desde la llanura.
Visto
desde la montaña, como ya lo señalamos, El Príncipe es un breviario de
consejos que está dirigido primordialmente -pero no de modo exclusivo- a
aquellos hombres que aspiran a instaurar un principado, es decir, a aquellos
que pretenden fundar una asociación política nueva o a aquellos que quieren
acceder, ya sea por conquista u otros medios, al poder de una entidad política
previamente constituida. Dicho con mayor precisión: se puede afirmar que el
libro está dirigido básicamente tanto a aquellos que aspiran al poder para
crear un nuevo Estado como a aquellos que ambicionan apropiarse del poder de un
principado o república ya existente.
Sin
embargo, la obra también tiene por destinatario un público más amplio, ya que
además está orientada a los príncipes dinásticos, esto es, a aquellos que han
accedido al poder por Fortuna. De hecho, El Príncipe abunda en
sugerencias que pueden ser útiles a cualquier gobernante que quiera preservar o
aumentar su poder. Es pertinente recordar que el libro está dedicado,
específicamente, a un príncipe de linaje, Lorenzo de Médici, primogénito de una
familia que perdió el poder y que lo ha recuperado. En suma, uno de los
propósitos de Maquiavelo es “explicar de qué forma se puede gobernar y
conservar un principado”.
Mas,
¿qué sentido tiene escribir un tratado que versa sobre el príncipe nuevo para
ofrendárselo a un príncipe de linaje? El Príncipe está dedicado
preferentemente al príncipe nuevo; en circunstancias que Lorenzo es un príncipe
natural. ¿Constituye ello una contradicción? Aparentemente sí, pero en
estricto rigor no es tal, puesto que si bien es cierto que Lorenzo no es un príncipe
nuevo para Florencia, sí podría serlo, eventualmente, para el resto de Italia.
Maquiavelo
asigna en la epístola dedicatoria de manera implícita una misión a Lorenzo,
misión que será explicitada en el capítulo final de la obra. La tarea del
heredero de la casa de los Médici es doble; por una parte, expulsar a los
bárbaros de Italia y, por otra, unificar políticamente la península. En el
supuesto que Lorenzo lleve a buen término su empresa será un príncipe nuevo
para toda Italia, excepto para Florencia. Lorenzo, en tal caso, será un
príncipe nuevo en un Estado nuevo.
Pero
para que tenga éxito en una tarea de tal envergadura requiere simultáneamente
de la concurrencia de tres elementos: en primer lugar, del favor de la Fortuna,
en seguida, de su virtud y, finalmente, disponer de experiencia política, esto
es, del saber político necesario. Dicho de otro modo, para Maquiavelo los
protagonistas de la historia que está ad portas, de lo que está por
suceder, son tres. Primero, la Fortuna que es la que configurará el escenario
propicio para llevar a cabo la empresa; segundo, un operador dotado con las
virtudes pertinentes para ejecutar el proyecto; y, tercero, el proveedor de los
conocimientos precisos que potenciará tanto las virtudes como la gestión del operador.
En otras palabras, los protagonistas son: la Fortuna, Lorenzo y Maquiavelo.
¿De
qué índole es el conocimiento que nuestro autor ofrece a Lorenzo? En primer
lugar, se trata de un tipo de conocimiento empírico, ya que es un saber que
proviene de la experiencia histórica de la antigüedad clásica, del estudio de
los acontecimientos modernos y de la trayectoria política del autor, es decir,
de la propia experiencia vital de Maquiavelo. En segundo lugar, se trata de un
conocimiento que tiene una ambición teórica, en cuanto el autor se propone
inferir a partir de la información empírica disponible máximas de conducta para
el príncipe, las cuales son concebidas como reglas universales que -según
Maquiavelo- nunca o casi nunca fallan. En tercer lugar, se trata de un
conocimiento de índole práctica; dicho en negativo: no es un saber teorético
que se sostiene a sí mismo en el vacío; por el contrario, las reglas de
conducta que descubre Maquiavelo tienen por propósito guiar la acción del
príncipe, con el fin de potenciar las probabilidades de que éste tenga éxito en
el mundo de la política, en los asuntos de Estado.
Uno
de los tantos lugares comunes que existe respecto a Maquiavelo señala que él es
un “técnico” al que no le interesan los fines últimos de la acción política;
otro -más frecuente aún- asevera que el celebre secretario de la república
florentina escribió un manual para déspotas y tiranos. Estimamos, por las
razones anteriormente expuestas, que ambas apreciaciones son incorrectas. En
tales afirmaciones lo que está en juego, en el fondo, es el uso que puede tener
la “ciencia política” maquiaveliana. En “El Príncipe” el conocimiento
tiene una doble finalidad. Por una parte, si se lee desde la montaña constituye
una guía para orientar la acción de los estadistas y, por otra, si se lee desde
la llanura su resultado será alertar, advertir o revelar a los ciudadanos, los
ardides que utilizan los gobernantes para seducirlos, apaciguarlos,
conquistarlos o embaucarlos.
·- ·-· -··· ···-·
Carlos
E. Miranda & Luis R. Oro Tapia
Bibliografía
- Niccolò
Machiavelli: “Il Principe”. Giulio Einaudi editores, Torino, 1995.
- Carlos
E. Miranda y Luis R. Oro Tapia: “Para leer el príncipe de Maquiavelo”.
RIL Editores, Santiago de Chile, 2001.
- Leo
Strauss: “Sobre un modo olvidado de escribir”. Ensayo incluido en
el libro de Strauss “¿Qué es filosofía política?” Ediciones Guadarrama,
Madrid, 1970. Página 301 a 316.
- Leo
Strauss: “Persecución y arte de escribir”. Ediciones Alfonso el
Magnánimo, Valencia, 1996.
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