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La Historia, maestra de la vida
por
Arturo Fontangordo
El relativismo sólo se ve frenado por el sentido común mientras el poso cultural perdura; a medida que éste se mina, aquél se distorsiona y el relativismo impone su lógica aplastante. Por eso, abominaciones para el relativista medio de hoy, como la legislación de la zoofilia o la ejecución de las personas una vez que lleguen a determinada edad, son realidades a las que se puede llegar en pocas generaciones, si algunas cosas no cambian.
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No pretendo ser profeta, ni mucho menos. Pero quiero analizar brevísimamente, de manera telegráfica, algunas similitudes preocupantes entre la situación política actual de España y la de la II República. Desde luego, el error puede estar a la hora de establecer las causas, pero si se acierta en ellas, los efectos necesariamente son predecibles. ¿A dónde nos conducirá la dialéctica guerracivilista del gobierno ZP? Aquí pongo de manifiesto mi tesis al respecto”.
Hace poco más de un año, escribía un correo electrónico dirigido a un grupo de amigos en el que reflexionaba sobre las jornadas que acabábamos de vivir después del atentado terrorista del 11 de Marzo de 2004. Reconocía haber experimentado unas sensaciones raras, haber constatado un enrarecimiento del ambiente, me parecía haber “olido” (casi físicamente, pues yo creo que los libros tienen a veces la capacidad de hacernos experimentar de manera sensible hechos pretéritos) la España de 1931. Tenía esa impresión de que “España se había acostado monárquica y se había levantado republicana” aquel 14 de Marzo. Pensaba asimismo en voz alta que nunca en España desde 1939 había existido la posibilidad real de un conflicto armado interno, por una razón que posiblemente había desaparecido: ¿reaccionaría en un momento crítico el Ejército al unísono o se dividiría como en 1936?
Un año después, el devenir de los acontecimientos, y los hechos sucedidos en Madrid en los últimos días han hecho que mi cabeza rescatase aquella intuición primigenia y la acabase racionalizando en los moldes de inquietantes paralelismos, siempre salvando distancias y adaptándose a los tiempos que corren. Veamos algunos de ellos:
Radicalidad legislativa:
Hoy ya no hace falta echar a los jesuitas, fundamentalmente porque muchos han cambiado de trinchera. Caídos y abandonados los baluartes exteriores, se asedia directamente la ciudadela. Se le da validez jurídica a la nefanda sodomía, se asesina al no-nacido, se disuelve el vínculo matrimonial por vía “exprés”, se destruye el sustrato cultural y racial hispánico, se pervierte la educación de la juventud, se ningunea a la Religión Católica y se la equipara, como máximo, con las religiones falsas, mientras que subrepticiamente se la ataca permanentemente desde las tribunas mediáticas, por ínfimas que sean, subvencionando la blasfemia. Muchas de estas cosas les habrían parecido barbaridades a los miembros del Frente Popular de 1936 o incluso a los “padres” de la Constitución de 1978, pero son, en realidad, la evolución lógica de su postura doctrinal. Es el relativismo que sólo se ve frenado por el sentido común mientras el poso cultural perdura; a medida que éste se mina, aquél se distorsiona y el relativismo impone su lógica aplastante. Por eso, abominaciones para el relativista medio de hoy, como la legislación de la zoofilia o la ejecución de las personas una vez que lleguen a determinada edad, son realidades a las que se llegará en pocas generaciones, si nada cambia.
División polar “izquierda-derecha”:
En unos términos y con una intensidad que seguramente sólo recuerdan nuestros abuelos. La izquierda cierra filas en torno a un gobierno que ya parece prácticamente de coalición y aísla sistemáticamente en toda actividad política al PP, a quien pretenden identificar con la derecha. Bien es cierto que poco se parece el PP a las derechas de los años 30, cuestión esta que merecería un análisis aparte, pues se corresponde con precisión absoluta a la diferente posición de la Iglesia, de la firmeza de los grandes Papas y la contundencia de las encíclicas de entonces, a la ambigüedad postconciliar.
Sectarismo creciente:
Se comprueba en cómo se están empezando a reprimir manifestaciones contrarias a la política gubernamental, como las de los días 16 y 17 de Marzo en Madrid. Cargas policiales contra ancianos antiabortistas o contra grupos espontáneos y no violentos que simplemente querían rendir homenaje al anterior Jefe del Estado tras la retirada de su estatua. ¿No eran ellos los de “la voz del pueblo no es ilegal” hace un año? La persecución y el silenciamiento de los que no estén alineados se está recrudeciendo. Veremos qué dimensión alcanza de aquí a unos meses. Cierto es que el gusto por la violencia física no es el mismo en el populacho que en los años 30, tras sesenta años de propaganda masónica, pero simplemente es una versión “light”, al menos de momento. No se asesina, sino que se increpa y se boicotea, pero el fin es el mismo, despertar el atavismo y los instintos primarios.
La “derecha” no sabe a qué juega:
Acepta el nuevo régimen, y llega a condenar el anterior, aún a sabiendas de que de ahí provienen sus apoyos. No tiene horizonte, no sabe lo que quiere, y en el interludio, simplemente le hace el juego a la izquierda. Pero poco a poco, y aunque muy minoritarias, cada vez se oyen más voces y más importantes que abogan por otro tipo de postura, caracterizada por unos principios claros y un modelo diferente. Las bases en este sentido van por delante de los dirigentes, y pueden obligarles a un giro si quieren mantener su poder político.
Peso específico del separatismo:
Tanto en Cataluña como en Vascongadas no gozaba de tanta fuerza desde hace 70 años. Y, en el caso del vasco, todavía mucha más, por el desplome religioso y la cuasi-desaparición del Carlismo. Con el gobierno formado a partir del 14 de Marzo, el plan Ibarreche ha dejado de ser un guión de Hollywood; ha pasado de ser un inadmisible engendro de pesadilla a una negociación encima de la mesa: y nadie ha dicho nada, se ha asumido tranquilamente. No sé si aún hay quien lo dude, pero, salvo milagro, ese plan es el futuro de Vascongadas y Navarra, o, al menos, de Vizcaya y Guipúzcoa a corto o medio plazo. El caso catalán no es menos significativo; los excesos y el sectarismo del nacionalismo presuntamente moderado le han hecho esfumarse para que resucite el separatismo puro y duro. La secesión está a la vuelta de la esquina, contemplada con sonrisa benevolente de comprensivo padre progre desde el gobierno de España. Hoy por ti, mañana por mí: esa es la alianza rojo-separatista. Y el precio, la Patria.
Evolución del PSOE:
Bien podríamos comparar el PSOE de Alfonso XIII con el de la “Transición”, colaborador con Primo de Rivera o con el sucesor de Franco a título de Rey, posibilista, moderado salvo exabruptos verbales… A día de hoy, creo que es evidente la posición netamente jacobina del gobierno Zapatero, quien ha pasado de Julián Besteiro a Largo Caballero con una rapidez asombrosa. Obviamente, hoy en día no van a pedir la dictadura del proletariado. Su modelo ya no es el bolchevismo de Lenin; como hoy en día todo es más “light”, insisto en el anglicismo, se reflejan en Fidel Castro y Hugo Chávez. Desentierran discursos pretéritos y cometen tropelías como la retirada de la estatua del Caudillo, inexplicable más allá de un revanchismo enfermizo.
Mitificación de la mentira,
Repitiéndola hasta que todo el mundo se la cree y haciendo iconos de ella. Al margen de la falsificación institucional de la Historia del siglo XX en España, convirtiéndola en propaganda panfletaria, el simbolismo del “Prestige” o del “No a la guerra” me traen a la memoria el caso de Ferrer Guardia o de la sublevación de Jaca y Cuatro Vientos. Se la da la vuelta a la tortilla: “la mentira es verdad”, como denunciaba Orwell en “1984”; rescoldos comportamentales del marxismo.
Instrumentalización por parte de la extrema izquierda:
Relacionada con los dos puntos anteriores. Apoyándose en la escora del PSOE y en la nueva iconografía, la izquierda más radical parece tener mucho más peso del real, y condiciona las políticas del gobierno. Como durante la República, en la que el microscópico Partido Comunista se fue apoderando de toda la izquierda, gracias fundamentalmente a la estulticia y el seguidismo de los republicanos burgueses y los socialdemócratas. En lugar de bolcheviques, hoy hay ácratas, “okupas”, ecolorrojos, antiglobalización, sodomitas de ofensiva, etc., tremendamente minoritarios pero que parecen llevar la voz cantante.
Situación internacional:
El mundo no está más lejos en este momento de un conflicto a escala mundial de lo que lo estaba en 1932. ¿Alguien se atrevería hoy a decir que es imposible que de aquí a siete años estalle definitivamente una guerra a gran escala entre un Occidente judeomasónico y el cada vez más fanatizado Islam? ¿Con quién se aliará Rusia? ¿Puede ocurrir que juegue China el papel de Estados Unidos en 1941, entrando en la partida para inclinar la balanza y saliendo como el principal vencedor? Todo esto, que parece ciencia-ficción, a mí no me parece tan improbable; una posibilidad más a tener en cuenta, y quizá no la menor. Volveríamos a ver el enfrentamiento entre dos cosmovisiones anticristianas, la lucha entre dos “malos”, en la que costaría ver las ventajas de la victoria de uno u otro (especialmente si China se alía con el sionismo y la masonería). La pregunta es: si se diese ese caso, ¿volverá a ser España el preludio? Quizás un enfrentamiento sangriento entre españoles, vigilado con lupa desde fuera y con la presencia en nuestro territorio de elementos extranjeros, vuelva a ser la antesala de la explosión bélica generalizada.
Hay dos elementos de importancia que no encajan en este “déjà vu”: el primero es la inexistencia de modelos alternativos en el panorama internacional, como fueron en la década de los años 30 el fascismo y el nacionalsocialismo, lo que tiene la vertiente negativa de dificultar la reacción y la positiva de facilitar que ésta sea netamente española; el segundo es la Unión Europea. Veremos si llega a tiempo de hacer variar el rumbo de los acontecimientos, o si, incapaz de seguir el ritmo impuesto, se volatiliza cuando llegue la hora de la verdad. Pero que nadie infiera de estas palabras que estoy pensando que la Unión Europea sería la salvación. Nada más lejos de la realidad. El triunfo europeísta implicaría la evaporación de España, su anulación ontológica, y el triunfo definitivo del orden social masónico y relativista. Victoria alcanzada así sin necesidad de alambradas y trincheras. Pero victoria efímera, por la debilidad intrínseca generada, y que haría a Occidente sucumbir ante aquellos que escapan, al menos parcialmente, al control del mundialismo en la sombra, a saber, China y el Islam.
Al margen de estas últimas consideraciones, mi tesis es, pues, que el 14 de Marzo de 2004 no tuvo lugar únicamente un cambio de gobierno, sino un cambio de régimen apenas encubierto. Al igual que a partir del 14 de Abril de 1931, sólo la izquierda puede arrogarse el derecho a dar cartas de legitimidad “democrática”, sólo ellos dicen lo que está bien y está mal, reaccionando de una manera que roza el histerismo cuando ello no es así.
El paralelismo puede seguir de la siguiente manera. La “derecha” se reorganiza, sus elementos despiertan del sopor y la perplejidad, y gana las siguientes elecciones. No cambia prácticamente nada, pero se ralentiza la descomposición social y se detienen en parte las reformas jurídicas anticristianas y antiespañolas. La izquierda aúlla y desmiente en la práctica su supuesto ideal democrático, voceando la ilegitimidad de cualquiera que no sea de los suyos, como hace cuando juzga la instauración democrática del III Reich o cuando tacha de inmaduro al pueblo austriaco que vota a Haider.
No tengo ni idea de cómo se puede plantear en el siglo XXI un Octubre del 34, pero si todo sigue así, no dudo de que algo muy grave sucederá. Y en ese caso, creo que estaríamos inevitablemente abocados a un nuevo 18 de Julio. Ahora mismo, es lógico ser pesimista en ese caso: ¿cuántos se iban a levantar por Dios y por España? La situación general, y muy en particular la de la Iglesia Católica, nos hace dudar de que cualquier intento por restablecer un orden social cristiano y por salvar a nuestra Patria de la desaparición pudiese tener éxito. Pero la Providencia juega con su propia baraja y no sabemos cómo se repartirán las cartas en esa última mano. A nosotros sólo nos queda velar, estar preparados y mantenernos en nuestro puesto de combate, sea el que sea, hasta que el Capitán nos reclame. Bien fácil y bien difícil lo tenemos. Lo único que quisiera, es que, en caso de que Él quiera darnos otra vez la Victoria, no volvamos a ser tan estúpidos de dilapidarla pocos años después, y señalemos claramente con el dedo al conservadurismo vacuo y al liberalismo como enemigos y culpables, en no menor medida que el marxismo y el jacobinismo. Que así sea.
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Arturo Fontangordo
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