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Un clamor y un reclamo: la palabra
por
Alberto Sánchez León
El hombre del siglo XXI y también el de finales del XX más que en la Palabra, cree en el mito, en un mito, no del eterno retorno de lo mismo, sino en el mito del eterno progreso de lo mismo. Esta fe en lo irracional tuvo, está teniendo y tendrá un desenlace fatal a no ser que el mito devenga en Palabra
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La humanidad
pide un clamor y un reclamo que tiene su raíz en el logos. Ese logos
–esa palabra- sólo podrá llegar a través de ella misma en el dia-logos.
Quien cree en
mitos cree en una cultura que presume, que vive de y en sueños, que dormita.
Quien cree únicamente en mitos –los mitos son necesarios- inventa su propia
realidad, inventa su mundo siendo éste el contenido de su fe. Sin embargo,
quien cree en la Palabra no está embotado porque no vive en soledad. La Palabra
siempre requiere de otro porque ella es creadora de vínculos, y esos vínculos
sí que son reales.
Quien
entiende la cultura como un sueño del espíritu no podrá nunca clamar ni
reclamar porque sencillamente no tiene palabra, y sin palabra no cabe el
reclamo, sino el otorgar, y lo que se otorga es precisamente el sueño, negación
de realidad.
Por el
contrario, quien cultiva el espíritu es aquél que despierta del sueño de la
razón, del sueño del logos. Y, quien despierta cae en la cuenta de que
la vida exige una respuesta agradecida a la llamada, a la existencia. Ese es el
campo de realidad, y por ello, quien despierta es elocuente porque da gracias
con la palabra.
¡Inteligencia
dame la palabra!, decía Juan Ramón Jiménez. El hombre que pone su fe en el
eterno progreso de lo mismo no podría clamar el reclamo del poeta, y sólo le
quedaría gritar ¡Voluntad dame el poder!
Efectivamente
para el que cree en mitos únicamente sólo puede aspirar a un fin: el poder, que
es, al fin y al cabo, el tener más. El progreso –la sustitución de un medio por
otro mejor- reclama poder, ambición, exaltación del yo. Postura muy contraria
de aquél que persigue el reclamo de la palabra: la posesión del tú, de los
otros, del saber estar en armonía con los demás. El poder, por el contrario,
propone la anulación del otro; la palabra afirma al otro. El poder busca el
aislamiento, la soledad; la palabra se encuentra en la comunión. El poder
dispersa; la palabra convoca, llama. ·- ·-· -···
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Alberto Sánchez León
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