De
los países con los que España comparte fronteras físicas - Gran Bretaña
incluida - es Marruecos en buena lógica el que mayor atención habría de
concitar entre los responsables de la diplomacia española. No me refiero al
lenguaraz ministro Moratinos, ni a su cómica predecesora Palacio, ni tampoco a
los anteriores Morán u Oreja, ambos de imborrable recuerdo, porque la
geoestrategia permanece tercamente inalterable durante siglos. Marruecos viene
siendo para nosotros desde hace más de cien años un permanente foco de
inestabilidad y preocupación, cuando no de amenaza latente u hostilidad
efectiva. El país que en enero de 2005 visitó el rey de España en viaje
oficial, y donde Juan Carlos I se permitió el lujo en sus discursos no sólo de
adular hasta límites serviles a Mohamed VI, sino incluso de refrendar la
disparatada ocurrencia de Zapatero sobre la “alianza de civilizaciones”,
sobresale entre nuestros vecinos por algunos rasgos peculiares:
1. Marruecos mantiene
reivindicación de soberanía sobre territorios españoles – Melilla, Ceuta y los
peñones e islotes adyacentes - que jamás pertenecieron a Marruecos. Es aquí de
obligado recordatorio la diferencia sustancial que media entre la infundada
reclamación marroquí y el contencioso gibraltareño entre España y Gran Bretaña:
Gibraltar fue durante siglos territorio español y el Tratado de Utrecht,
fundamento jurídico de su cesión, ha sido permanentemente violado por los
británicos desde el mismo instante de su firma.
2. Marruecos
disfruta de una privilegiada relación con Francia. Sobre el papel Francia es
socia de España en la UE y aliada en la OTAN, por más que sus actos parezcan
desmentirlo en cuantas ocasiones surgen diferendos hispanomarroquíes. En el
plano del comercio exterior un observador poco informado podría llegar
fácilmente a creer que es Marruecos quien pertenece a la Unión Europea y España
un simple país tercero. El globo sonda marroquí en forma de intentona invasora
de Perejil en julio de 2002 contó con la pública y no disimulada complacencia
de nuestro vecino del norte, que vetó la redacción de una nota de respaldo de
la Unión Europea a España. Sustancialmente poco parece haber cambiado desde que
en 1925 el cabecilla rifeño Abd-El-Krim, que huía del avance del ejército
español, asesinó vilmente a todos nuestros compatriotas prisioneros y se acogió
plácidamente al exilio que le brindaron las autoridades francesas
3. Marruecos
no forma parte de la OTAN, ni falta le hace, pero siempre ha existido una
alianza no escrita con los EE.UU. hasta junio de 2004, en que dicho lazo dejó
de ser tácito para convertirse en la declaración formal del reino alahuita como
“aliado militar preferente” de los EE.UU. Téngase presente que tanto España
como Marruecos son compradores de material bélico a los EE.UU., pero todo país
que adquiere armamento estadounidense viene obligado a firmar una cláusula en
los contratos de adquisición por la que renuncia a usar dichas armas contra
terceros igualmente clientes del tío Sam. Además, el rearme marroquí en los
últimos años es sencillamente espectacular y la procedencia de sus
importaciones diversificada, mientras nuestro presupuesto defensivo no deja de
reducirse y las “joyas” de nuestra Fuerza Aérea (y únicas merecedoras del
apelativo de “fuerza”) son de fabricación norteamericana. Quien dude de la
relevancia del criterio useño en la sinuosa relación hispanomarroquí debería de
recordar que la ministra Ana Palacio declaró con gran énfasis durante la crisis
de Perejil que se trataba de un asunto “estrictamente bilateral” pero su
colega Colin Powell en mayo de 2004 reveló que su mediación en el conflicto fue
solicitada por la propia Palacio.
4. Marruecos
ha sido el protagonista de todas las agresiones bélicas contra España en los
últimos cien años: campaña del Rif, guerra de Ifni y escaramuza de Perejil, así
como de la calculada provocación del Sahara en 1975 que España zanjó en la
forma más indigna y vergonzosa de cuantas eran posibles. Mientras los hechos
corroboren la identificación de la monarquía alahuita con las tesis
tradicionales del Istiqlal sobre el “gran Marruecos”, la última agresión
siempre podrá ser considerada en realidad como la penúltima.
Las
circunstancias arriba enumeradas atañen al reino de Marruecos como tal estado,
o a sus relaciones con España y con terceros. Pero no han de perderse de vista
factores que en principio escapan de la sustancia estricta de las relaciones
internacionales pero que, tal vez, puedan llegar a influir de forma
determinante en ellas. Citemos sólo tres:
1. Marruecos
destaca entre las procedencias de los inmigrantes instalados en España. Entre
legales e ilegales, se estima que más de un millón de súbditos de Mohamed VI
amanecen cada día entre nosotros. Y siguen viniendo.
2. Sondeos de
opinión realizados en su país de origen arrojan resultados tan preocupantes
como que el 50% de la población simpatiza abiertamente con Osama Ben Laden, el
40% odia a los cristianos y el 60% tiene intención de emigrar (85% entre la
juventud). Una sencilla extrapolación permite suponer que aproximadamente
quinientos mil marroquíes residentes en España se congratulan – unos más y
otros menos – cada vez que el fanatismo islámico golpea bárbaramente en el
mundo occidental y que cuatrocientos mil de esos “nuevos ciudadanos”
detestan a sus vecinos españoles.
3. Una
abrumadora mayoría de los casi cien imputados en el sumario del atentado del
11/3/2004 son de nacionalidad marroquí.
En
cualquier orden de la vida, pero más en los de ámbito público que en los
privados y de forma singular en las relaciones internacionales, la prudencia
exige atribuir nombres propios a las variables contenidas en el binomio “amigo
/ enemigo”. Cuando en esto se yerra se avecina la hora de los lamentos.·- ·-· -···
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Jorge García-Contell
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