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El escándalo de la niñez, hoy
por
Sebastián Sánchez
Los "Derechos del niño", tal como se gestionan y por quien se gestionan, son el nombre que hoy recibe el escándalo de la niñez. Estos derechos, emanación pura de los llamados Derechos Humanos, sufren también la sorprendente contradicción que marcara en su día Juan Pablo II, pues mientras más se los anuncia, más se los conculca. De hecho, son meras declamaciones que se repiten ad nauseam mientras se multiplica y se hace efectiva la continua legitimación de los atentados contra la vida.
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El escándalo es el impulso de caer
en el pecado, en la pérdida y ofensa de Dios. Y el que escandaliza se convierte
por ello en tentador de su prójimo y atenta contra la virtud y el derecho. Hay,
sin embargo, dos sentidos del escándalo: el primero, el de aquél que proviene
del mismo Dios, de Cristo o de la Iglesia y que se origina en el rechazo
culpable del amor salvífico por parte del mundo y en la voluntad rebelde de los
hombres. Al respecto, dice santo Tomás que hay escándalo también cuando una
persona honesta hace una buena acción que suscita la envidia pecaminosa del que
está mal dispuesto. Dios mismo fue "piedra de obstáculo", por
ejemplo, cuando se produjo el escándalo de los fariseos ante Cristo. Porque el
fariseo odia la Verdad y sus epifanías temporales y desde el momento en que la
reconoce se ocupa de destruirla invirtiendo todo, como con Jesús ante el
Sanedrín: "la Escritura en su labios será blasfemia, la verdad será
sacrilegio, los milagros serán obra de magia" (Leonardo Castellani: Cristo
y los fariseos). Por eso se decreta su muerte que, para mayor
escándalo farisaico, deviene en un nuevo 'obstáculo', el de la Cruz Redentora.
Sin embargo, aquí tomamos el
segundo sentido del escándalo, esto es, el pecado que en sí mismo busca la ruina
espiritual del prójimo. Es por ello el pecado de los pecados,
directamente opuesto a la caridad, en tanto atenta contra la salvación eterna
del otro.
Hablamos del escándalo de la niñez
cuando señalamos la miseria (que no la pobreza), el trabajo y la pornografía infantil,
la pedofilia y la violencia en todas sus formas, la droga. No obstante, con ser
estos ataques reales y sobrecogedores, lo cierto es que detrás de los mismos
hay una embestida velada y, si cabe, muchísimo más grave. Se trata de la agresión
ideológica contra la niñez de la que se desprende la deformación en el
hogar, la escuela, los medios de comunicación, la propia comunidad. Deformación
ésta asistida por la herramienta de los llamados Derechos del niño, esto
es, el nombre que hoy recibe el escándalo de la niñez. Estos derechos,
emanación pura de los llamados Derechos Humanos, sufren también la sorprendente
contradicción que marcara en su día Juan Pablo II, pues mientras más se los
anuncia, más se los conculca. De hecho, son meras declamaciones que se repiten ad
nauseam mientras se multiplica y se hace efectiva la continua legitimación
de los atentados contra la vida.
Históricamente hablando, el
concepto pervertido de libertad que subyace en estos derechos se encarna en la
afamada Declaración de los Derechos del Hombre, sancionados en la sangrienta
Revolución Francesa de 1789 y reactualizados en los albores del actual Nuevo
Orden Mundial, en 1948. A partir de allí se efectiviza la pretensión de erigir
una nueva Tabla de la ley, absolutamente contraria a la ley natural y
"en virtud de la cual la verdad sería una mentira y la mentira verdad,
hacer el bien sería el mal y hacer el mal, un bien".
Porque estos pseudoderechos remiten
en realidad a un mal espiritual que no tiene nada de nuevo, esto es, el ofuscamiento
de la conciencia moral, aquel oscurecimiento que expresa el Profeta Isaías al
decir: "¡Ay de los que llaman bien al mal y mal al bien, de los que
cambian la tinieblas en luz y la luz en tinieblas, de los que vuelven dulce lo
amargo y amargo lo dulce!" (Is 5, 20). Y precisamente lo singular del
mundo moderno es que lleva esta enfermedad espiritual al paroxismo cuando
expresa en boca de Nietzsche, uno de sus principales corifeos: "Mal, sé tú
mi bien".
Asimismo, la desnaturalización de
la conciencia moral se evidencia en la guerra semántica que pretende,
como enseña Gambra, cambiar el sentido del lenguaje para cambiar el alma.
Esta mutación de las palabras y su sentido asociada a la ofuscación de la
conciencia tiene por resultado un orden invertido y antinatural de suyo. Es un
orden desordenado, si se nos permite la contradicción, según el cual todo
está permitido: las guerras genocidas por el derecho a la democracia; el
aborto, la anticoncepción y la esterilización por los derechos sexuales y reproductivos;
la eutanasia por el derecho a no sufrir; la clonación por los derechos de la
ciencia; la destrucción de las patrias por el derecho a los planteos
internacionalistas y globalizadores; la inseguridad por los derechos del
delincuente; el matrimonio diluido en nombre del derecho al divorcio; la
familia derruida para honrar los derechos homosexuales; la verdad destruida en
nombre del derecho a la opinión; la libertad destrozada en pos de la
liberación; la libertad religiosa socavada por el derecho de las minorías
marginales; los derechos de Cristo Rey conculcados por los derechos del hombre.
Y, como ha de suponerse, el niño escandalizado en nombre de sus derechos.
Porque lo desmesuradamente inaudito, y decididamente diabólico, es que a través
de los Derechos del Niño se 'denuncian' los mismos ataques que los
'recreadores' de esos derechos pergeñan, avalan e incentivan. La ruina
espiritual y física del niño en nombre de los Derechos del Niño.
Pero, ¿por qué son los niños el
objeto central de estos ataques? Nos responde Antonio Caponnetto en un libro
pletórico de verdades poéticamente proferidas: lo que mueve a los
escandalizadores es el odium Christi pues, si Dios se hizo Niño,
"es comprensible que quienes reniegan de El no sólo no quieran aniñarse,
sino que además pretendan matar al Niño Dios que cada criatura revela por haber
sido hecha a su imagen y semejanza".
Mas el homicidio de lo divino en
cada niño, o en cada ser dotado con la infancia espiritual, no sólo implica el
daño físico que encuentra su culmen en el infanticidio. Se mata también al Niño
Dios presente en las criaturas en cada desnaturalización de la infancia,
pretendiendo mancillar y finalmente matar el alma. En efecto, el Niño Dios es
el Paradigma del sufrir inocente, el Arquetipo celeste que desde su
inefabilidad explica los tormentos que hoy padecen los niños.
Odio al Creador y, por lo mismo,
odio a la creatura. Con semejantes antecedentes no es menester buscar demasiado
al causante de semejante escándalo. Pues, más allá de los escandalizadores, no
otro que el demonio es quien promueve y sostiene este escándalo. Ya lo dijo San
Gregorio Nacianceno: "¡Pues el fuego es tuyo, y el que lo sopla es el
demonio!".
Uno de los mas grandes santos de
los niños, San Juan Bosco, supo ver la inquina diabólica en el escándalo y en
más de una ocasión llamó admonitoriamente a los jóvenes bajo su cuidado.
"Mis queridos hijos - les dijo una vez - el demonio va rondando en
derredor de vosotros y yo lo veo cómo se esfuerza por devoraros".
Don Bosco, como tantos otros
santos, conoció la verdadera naturaleza del escándalo, es decir, de ese pecado
enorme que significa robar las almas a Dios, las mismas almas que El ha creado
para el Paraíso y que rescató con la preciosa sangre de Jesucristo.
"Cuando el demonio - dice el Santo - no consigue seducir a un joven, se
sirve de los escandalosos (...) El escandaloso roba las almas para ponérselas
en las manos al demonio, que las llevará al infierno. Por todo eso, al
escandaloso se le puede llamar verdadero ministro de Satanás".
No es ocioso, por lo antedicho,
señalar una vez más que la tarea de denunciar y combatir todo escándalo no se
hace partiendo de lucubraciones políticas o sociológicas. El combate no es
contra los que matan el cuerpo, sino contra los que matan el alma. Es una
terrible contienda mas, como reza el P. Castellani: "Dios no pide que
venzamos, pero sólo nos pide Dios no ser vencidos...". ·- ·-· -···
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Sebastián Sánchez
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