Arbil cede expresamente el permiso de reproducción bajo premisas de buena fe y buen fin | Para volver a la Revista Arbil nº 95-96 Para volver a la tabla de información de contenido del nº 95-96 | «Se cumplen 20 años de la Ley Orgánica 9/1985, aprobada por el Parlamento, ratificada por el Rey, y mantenida. tras su alternancia, por los gobiernos del Sistema, con y sin mayorías parlamentarias. Esta ley ha dejado matar cerca de un millón de niños por aborto quirúrgico y varios millones más por aborto químico»
La ortografía de la vida por Miguel Ángel Loma A fuerza de que nos presenten como habituales, conductas que parecen graves y manifiestas faltas de ortografía, acabamos considerándolas como correctas. Y si tales conductas son observadas por personas susceptibles de mayor influencia, por encontrarse en períodos de formación tan delicados como la infancia y la adolescencia, se produce el riesgo de que tan frágiles observadores acaben asumiéndolas como normales | Exceptuando esas traviesas erratas que siempre se cuelan de matute, lo habitual en un texto impreso es que no contenga faltas de ortografía, no ya porque el autor no las cometa, sino porque previamente a toda publicación suele existir la labor revisora de un corrector. Cosa diferente sucede con otro tipo de textos más espontáneos..., como los correos cruzados a través de Internet o los mensajes que se han puesto tan de moda en algunos programas de la tele, enviados a través de teléfonos móviles. En estos casos, es habitual encontrar textos trufados de faltas, o con la misma incorrección tan repetida por sus empecinados autores, que llega un momento en que el término incorrecto se nos llega a adherir de forma inconsciente y acaba generándonos una molesta duda que exige recurrir al diccionario. Esto puede suceder incluso con palabras o expresiones de aparente sencillez ortográfica y que habíamos utilizado con seguridad hasta ese momento; tanto es así que, después de consultado el diccionario, avergüenza reconocer la confusión. Si quien se enfrenta a textos con incorrecciones es alguien que no domina en absoluto la ortografía o que está aprendiendo a escribir, la consecuencia puede ser de mayor alcance, porque corre el grave riesgo de asimilar el término erróneo incorporándolo como correcto a su vocabulario. Algo muy parecido sucede con las erratas en las conductas humanas, en lo que podríamos llamar «ortografía de la vida». A fuerza de que nos presenten como habituales, conductas que padecen graves y manifiestas faltas de ortografía, acabamos considerándolas como correctas. Y si tales conductas son observadas por personas susceptibles de mayor influencia, por encontrarse en períodos de formación tan delicados como la infancia y la adolescencia, se produce el riesgo de que tan frágiles observadores acaben asumiéndolas como normales, esto es, como conformes a la norma. Si a esto añadimos que vivimos una época de encendida fobia por todo lo que signifique adecuación a unas pautas de comportamiento, y donde el ejercicio de corregir se ha asimilado a un execrable acto de represión autoritaria que impide el vuelo de nuestro libre desarrollo de la personalidad, obtendremos unos efectos devastadores. Porque lo peor no es equivocarnos, sino desconocer dónde radica el error y cuál es la referencia correcta, requisitos imprescindibles para rectificar. Aunque lo anterior es perceptible y aplicable en todos los ámbitos de la vida, adquiere máxima trascendencia en el ámbito afectivo y sexual. Cuando el amor se identifica únicamente con la mera atracción sexual, lo ordinario es que el matrimonio acabe convirtiéndose en una institución de usar y tirar; un bien de consumo que viene con fecha de caducidad impresa en el velo de la novia o en la pajarita del novio. Pero más ordinario aún es que directamente se eluda cualquier tipo de compromiso con vocación de permanencia. Al entender el amor como un sentimiento integrado básicamente por el deseo sexual, la relación sólo durará mientras la satisfacción sexual supere las incomodidades que conlleva toda convivencia íntima y prolongada. Con estos mismos planteamientos, lo ordinario será también que el interés de los hijos pase a un segundo plano, y que graves dificultades de la vida, la aparición de un tercero, o incluso cualquier pequeño seísmo de naturaleza doméstica, acaben produciendo la quiebra matrimonial y el abandono del proyecto inicial. El actual protagonismo estelar del sexo, desplazando y suplantando al amor, adquiere su máxima consagración con las nuevas leyes aprobadas por el Gobierno ZP. Tanto el divorcio exprés, auténtica estocada al corazón de la institución matrimonial, como el otorgamiento de naturaleza marital a uniones de personas del mismo sexo, uniones rechazadas en todo tiempo y lugar como idóneas para crear una familia, constituirán ahora las nuevas normas de ortografía adoptadas por la real y disolvente academia zapateril para desorientar más aún, si cabe, a las nuevas generaciones de españoles. Si nos dedicáramos durante un tiempo a la lectura de textos donde las comas estuvieran colocadas al azar, las equis y las haches se alojasen donde buenamente entendiesen, las bes y las uves jugasen a un frívolo travestismo y los acentos coronasen vocales elegidas al antojo, es fácilmente previsible que, salvo algunos ingenios selectos, la mayoría acabaríamos con tal confusión ortográfica que difícilmente podríamos comunicarnos a través de la escritura. En la literatura de la vida, tras una época en que la mayoría de medios de comunicación nos han machacado con la exposición de torpes y erróneas conductas presentadas como normales, el diccionario de la ley ha acabado claudicando. De aquí en adelante, hasta lo más sencillo corre el riesgo de convertirse en algo ininteligible, y nos acabará resultando un oscuro jeroglífico el sentido del amor y del sexo, el sentido del matrimonio y de la familia, y sobre todo, el sentido del dolor y el definitivo sentido de la muerte. •- •-• -••• •••-• Miguel Ángel Loma
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