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«Cada año mueren en España por aborto químico más españoles que los caídos en los tres años Guerra Civil Cada semana son asesinados por aborto quirúrgico en España tantos españoles como ETA ha asesinado durante sus 40 años de acciones terroristas El aborto es legal en España, desde la Ley Orgánica 9/1985, aprobada por el Parlamento, ratificada por el Rey, y mantenida por los gobiernos del Sistema»
La dictadura de las minorías
por
Ángel Expósito Correa
Las protestas contra la invasión de productos y tiendas chinas y la propuesta ética, económica y socialmente impecable del «arancel ético», deriva la atención sobre un problema que va perfilándose con siempre mayor nitidez: los “derechos de las mayorías”. En Europa crece por momentos una insoportabilidad, un desasosiego, hacia un multiculturalismo y una cultura del relativismo que hablan siempre, sólo y por doquier de los “derechos de las minorías”. Los síntomas se manifiestan a través de la oposición creciente a la inmigración (en especial, la islámica), a los referendos de Francia y Holanda sobre Europa, a las protestas contra los productos y tiendas chinos y a la oposición a la ofensiva homosexual y laicista, cuyo punto álgido ha sido la manifestación del 18-J en defensa de la familia y contra los “matrimonios” homosexuales y su consecuente “derecho de adopción”.
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Una de las causas de las dificultades económicas
que afectan a la Unión Europea en general, y a la española en particular,
guarda relación con el imprevisto auge de las exportaciones del capitalismo
comunista chino. Ello obliga a la Unión Europea a desgastarse en acuerdos sobre
cuotas y aplazamientos, a pesar de las dificultades que estas propuestas
encuentran a causa de los vínculos internacionales. Sin
embargo, cabe una posibilidad ni veleitaria ni utópica con la cual se podría
encarar el problema China de una forma nueva.
vEn efecto, „[…] se trataría de pedir a
Europa introducir no un arancel económico – fundamentado solamente en las
dificultades de nuestras empresas y en formas de competencia desleales – sino
un arancel ético, ligado a los problemas no resueltos en China en tema de
derechos sociales, de derechos humanos y de la libertad religiosa.
“En el capitalismo chino los éxitos
extraordinarios van acompañados por tragedias como la del trabajo infantil a
ritmo elevado y por el número más elevado del mundo de accidentes en el
trabajo, a menudo mortales. Un buen porcentaje de la población tiene una renta
bajo el umbral de la supervivencia (un dólar al día) fijada por el Fondo
Monetario Internacional; el desempleo real alcanza probablemente el 20%; el
número de suicidios es altísimo y la esperanza de vida baja porque ya no existe
una asistencia médica gratuita y muchos se enfrentan con el duro rechazo de los
hospitales a atender a aquéllos que no pueden pagar. Muchos en China contestan
que su capitalismo se inspira al modelo estadounidense, ciertamente distinto
del europeo: pero en América un tejido de leyes (muy carente en China)
garantiza los derechos sociales, y en varios sectores – sobre todo en el
sanitario – ejercen una actividad de suplencia las religiones y las Iglesias.
Se llega así al punto doliente de la situación china: la ausencia de libertad
religiosa. Cierto, el programa maoísta de eliminación total de la religión ha
fracasado. Pero las limitaciones a la libre práctica de la religión continúan.
“Quizás se debe empezar a examinar juntas
las tres dimensiones del problema China: económica, social y religiosa. El error de muchos occidentales consiste a menudo en separarlas. Así
quien justamente tiene prisa en defender a los sacerdotes católicos
encarcelados a menudo parece una pérdida de tiempo hablar de economía, mientras
quien se preocupa por la invasión del textil chino la libertad religiosa o los
derechos sociales parecen problemas de idealistas. No es así.
«La estrategia de los Estados Unidos,
distinta de la europea, demuestra que sólo golpeando allí donde hace daño –
esto es, organizando puntuales campañas sobre la situación de los derechos
humanos y de la libertad religiosa en China – se crea un clima que obliga los
chinos a hacer concesiones también donde son más fuertes, es decir, en la
economía de las exportaciones.
«No se trata por tanto de interrumpir las
relaciones con China (una perspectiva suicida a nivel económico y comercial, y
actualmente del todo irreal) sino de moverse en el ámbito internacional de la
petición de límites a la exportación china sin jamás desunir las peticiones
italianas y europeas de reivindicaciones éticas. El trato de los productos
chinos debería depender de cómo China – o cada una de las empresas chinas, ya
que el estilo distinto con el que actúan, por ejemplo, muchas empresas
italianas que han abierto fábricas en China debería ser reconocido y
«premiado» - tratan a sus trabajadores, y no solamente en el puesto de trabajo
sino también en las plazas y en la iglesia. Proponer
un «arancel ético» sobre los productos chinos ofrecería también al gobierno
italiano [y español, N.d.T] una ocasión para
responder al problema China con un planteamiento que no sea solamente técnico,
sino de principio, insistiendo como es justo y obligado en la dimensión ética
de la globalización sobre la cual desde hace tiempo llama la atención Papa
Benedicto XVI “(1).
Las protestas contra la invasión de productos
y tiendas chinas y la propuesta ética, económica y socialmente impecable apenas
descrita del «arancel ético», deriva la atención sobre un problema que va
perfilándose con siempre mayor nitidez: los “derechos de las mayorías”. En
Europa crece por momentos una insoportabilidad, un desasosiego, hacia un
multiculturalismo y una cultura del relativismo que hablan siempre, sólo y por
doquier de los “derechos de las minorías”. Los síntomas se manifiestan a través
de la oposición creciente a la inmigración (en especial, la islámica), a los
referendos de Francia y Holanda sobre Europa, a las ya mencionadas protestas
contra los productos y tiendas chinos y a la oposición a la ofensiva homosexual
y laicista, cuyo punto álgido ha sido la manifestación del 18-J en defensa de
la familia y contra los “matrimonios” homosexuales y su consecuente “derecho de
adopción”.
Sobre este último tema estimo necesario abrir
un paréntesis y pasar a considerar dos puntos que entiendo son fundamentales
para el buen éxito de la lucha contra el totalitarismo relativista.
El primero se refiere a la necesidad de
desarrollar una actividad de información ya que no es suficiente con oponerse
al “matrimonio” homosexual para salvar y proteger a la familia y a la sociedad,
sino que es necesario oponerse a toda ley que permita “Uniones Civiles” entre
personas del mismo sexo, dado que éstas lejos de evitar el “matrimonio” entre
homosexuales, representan el primer paso hacia el mismo. En efecto, si el
reconocimiento jurídico de tales “uniones” sirve para evitar una discriminación
“de minorías” que por fin ven reconocidos sus “derechos” ¿con qué argumentos se
podrá replicar cuando tales minorías – siempre en nombre de la no
discriminación en una sociedad «plural» y «multiculturalista» - pidan que les
sean reconocidos todos los derechos, incluido el matrimonio y la adopción?
Asimismo, la campaña informativa debería extenderse a la oposición de cualquier
reconocimiento jurídico a las “parejas de hecho”, ya que éstas, a pesar de no
tener el mismo grado de perversión de la institución familiar, representan sin
embargo un mal objetivo que ataca los fundamentos de la dignidad del hombre y,
por lo tanto, de la familia y la sociedad.
Junto a la actividad informativa – y con ello
llegamos al segundo punto - es de la máxima urgencia (aprovechando la
movilización de la parte sana de la sociedad española y el apoyo otorgado por
el Partido Popular) emprender una acción política que presione a los sedicentes
“amigos políticos”, pidiendo en vista de las próximas citas electorales si, sin
perjuicio del respeto debido a la dignidad de las personas homosexuales y la
posibilidad de soluciones pragmáticas a problemas prácticos que afectan las
relaciones patrimoniales y previdenciales entre convivientes a cualquier
título, los políticos que piden el voto de los católicos y de aquellos que se preocupan
de los riesgos presentes en las reivindicaciones gay y queer (esto
es, la teoría según la cual la identidad sexual, la edad, el parentesco no son
importantes sino que sólo cuenta el deseo: todo aquello que puede ser objeto de
deseo es lícito, lo cual hace que algunos teóricos queer pidan la
legalización de todas las drogas, del incesto y al menos de algunas formas de
pedofilia) están dispuestos a oponerse sin medias tintas y de forma radical a
cualquier ley que permita (a) los “matrimonios” homosexuales y la adopción de
menores, utilizando todos los recursos a su alcance para que no entre en vigor
y para abolirla en cuanto llegue la ocasión; (b) la fecundación artificial de
mujeres que desean criar al hijo en el ámbito de una pareja lesbiana; (c) poner
límites a la fecundación in vitro empezando por ejemplo a reconocer la dignidad
personal del embrión, limitando el número de producción de embriones y
prohibiendo la fecundación heteróloga y la experimentación; (d) reconsiderar la
ley del aborto comenzando por perseguir los abusos en las clínicas abortivas y
apoyando todas las iniciativas (culturales, caritativas, etc.) comprometidas en
la defensa de la vida.
Me doy cuenta que tales peticiones representan
un “mínimo” frente a la tragedia antropológica ocasionada por el relativismo,
pero su realización significaría un primer paso importante para desandar el
camino de cinco siglos de Revolución secularizadora y anticristiana (2).
Asimismo, y retomando el hilo de la argumentación anterior, permitiría la formación
de una representatividad auténtica de la sociedad puesto que la defensa
legítima de los “derechos de las mayorías” (que debería extenderse a cuestiones
como el “problema China”, los nacionalismos, la inmigración – en especial
islámica – (esta última contrastada con una fuerte y decidida defensa de la
propia identidad cultural y religiosa católica poniendo las condiciones sine
qua non para cualquier tipo de diálogo y/o acuerdo con asociaciones
islámicas, a saber: rechazo absoluto de cualquier tipo de terrorismo, respeto
de los derechos fundamentales de las personas - incluido la libertad religiosa
-, aceptación y conocimiento del marco histórico, jurídico, cultural y
religioso del país de acogida, etc., además, claro está, de una política seria
y responsable en materia de inmigración) evitaría, por una parte, brotes de
violencia contra las minorías y, por otra, poner coto a la sinrazón del
relativismo echando las bases para el equilibrio necesario entre “derechos de
las mayorías” y “derechos de las minorías” ya que sólo donde se ven respetados
los derechos de las primeras serán respetados los derechos de las segundas.
·- ·-· -··· ···-· Ángel Expósito Correa
Notas:
(1) http://www.cesnur.org/2005/mi_09_02.htm
(2) “ En
efecto, el orden de cosas que viene siendo destruído es la Cristiandad
medieval. Ahora bien, esa Cristiandad no fue un orden cualquiera, posible como
serían posibles muchos otros órdenes. Fue la realización, en las circunstancias
inherentes a los tiempos y lugares, del único orden verdadero entre los
hombres, o sea, la civilización cristiana.
En la Encíclica “Inmortale Dei”, León XIII describió en estos términos la Cristiandad medieval: “Hubo un
tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la
influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes,
las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas
las relaciones de la sociedad civil. Entonces la religión instituida por
Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le es debido,
era floreciente en todas partes gracias al favor de los príncipes y a la
protección legítima de los magistrados. Entonces el Sacerdocio y el Imperio
estaban ligados entre sí por una feliz concordia y por la permuta amistosa de
buenos oficios. Organizada así, la sociedad civil dio frutos superiores a toda
expectativa, cuya memoria subsiste y subsistirá, consignada como está en
innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios podrá corromper
u obscurecer.” (Encíclica Inmortale Dei, 1.XI.1885 - Bonne Presse , París,
vol. II, p. 39).
Así, lo
que ha sido destruido, desde el siglo XV hasta ahora, aquello cuya destrucción
ya está casi enteramente consumada en nuestros días, es la disposición de los
hombres y de las cosas según la doctrina de la Iglesia, Maestra de la
Revelación y de la Ley Natural. Esta disposición es el orden por excelencia. Lo
que se quiere implantar es, per diametrum, lo contrario de esto. Por tanto, la
Revolución por excelencia” . Ver: http://www.lucisullest.it/international/es/index.html
VII Congreso Católicos y Vida Pública «Llamados a la Libertad»
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