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Antonio Millán-Puelles (1921-2005) in memoriam
por
Rogelio Rovira
Homenaje para el acto académico organizado por la Sociedad Internacional
Tomás de Aquino de España, en Madrid el 9 de junio de 2005
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Con el
fallecimiento de don Antonio Millán-Puelles en la madrugada del día 22 de
marzo, martes santo, del presente año, hemos perdido a uno de los filósofos
españoles más profundos y brillantes del siglo XX. A quienes tuvimos la dicha y
el privilegio de conocerle y de tratarle, de ser sus amigos y sus discípulos, se
nos ha regalado contemplar una vida presidida por “el interés por la verdad”,
como reza el título de uno de sus libros. Y en esta contemplación sus amigos y
discípulos hemos conocido también que la búsqueda filosófica de la verdad es
enteramente compatible con una profunda fe en la divinidad de Jesucristo. El
ejemplo de la vida de don Antonio Millán-Puelles nos lo ha mostrado
inequívocamente.
Agradezco, pues,
vivamente la invitación a participar en este acto académico organizado por la
Sociedad Internacional Tomás de Aquino de España en recuerdo de tres miembros
ilustres suyos fallecidos recientemente. Ello me da ocasión para trazar una
breve semblanza intelectual de quien fue mi maestro de filosofía y glosar con
la concisión requerida la que a mi juicio es la contribución fundamental del
profesor Millán-Puelles a la metafísica: su exploración del ámbito de la
irrealidad.
Breve
semblanza intelectual de Millán-Puelles
Poco hacía que
Antonio Millán-Puelles había cumplido los 84 años cuando le sobrevino la muerte,
como consecuencia de los padecimientos que venía sufriendo desde meses atrás.
El filósofo, en efecto, había nacido el 11 de febrero de 1921 en la localidad
gaditana de Alcalá de los Gazules, el pueblo con el nombre más bello de España,
según solía decir orgullosamente.
Su vocación a la
filosofía la descubrió el día en que encontró en una librería de Cádiz un
ejemplar de las Investigaciones lógicas de Edmund Husserl. El título le
llamó poderosamente la atención. ¿Es posible investigar en una disciplina no
experimental como es la lógica? La búsqueda de la respuesta a esta cuestión le
llevó no sólo a leer detenidamente el libro de Husserl, sino también a
abandonar los apenas comenzados estudios de medicina y dedicarse a los de
filosofía. Se matriculó así en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Sevilla, en la que de 1939 a 1942 cursó los llamados “estudios
comunes”. Luego completó los estudios propiamente filosóficos en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, como entonces se
llamaba, en la que llegó a ser discípulo, entre otros, de Manuel García
Morente. Se licenció brillantemente en 1943.
Al año siguiente
obtuvo la cátedra de Filosofía de los Institutos Nacionales de Enseñanza Media,
cátedra que desempeñó primero en Albacete y luego en Algeciras y Madrid. Al
mismo tiempo prosiguió sus estudios filosóficos elaborando su tesis doctoral
bajo la dirección de Leopoldo-Eulogio Palacios. La presentó en 1946 con el
título de El problema del ente ideal. Un examen a través de Husserl y
Hartmann, obteniendo la máxima calificación. La lectura de las Investigaciones
lógicas tuvo, pues, su primer rendimiento.
En 1951 ganó por
oposición la cátedra de Fundamentos de Filosofía, Historia de los Sistemas
Filosóficos y Filosofía de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad Complutense de Madrid. En ese mismo año publicó un libro de
asunto metafísico, su Ontología de la existencia histórica. Uno de los
frutos de la enseñanza en su cátedra es la publicación en 1955 de sus famosos Fundamentos
de filosofía, libro de texto que ha conocido, hasta hoy, numerosas
ediciones. En 1958 reunió en un tomo varios de sus escritos filosóficos
aparecidos en diversas revistas y lo publicó con el título de La claridad en
filosofía y otros estudios. En marzo de 1961 ingresó en la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas con un discurso sobre La función social de los
saberes liberales. Del año 1963 son dos libros suyos: La formación de la
personalidad humana (no olvidemos que en ese momento Millán-Puelles es
también catedrático de filosofía de la educación) y Persona humana y
justicia social.
A esta etapa de
su actividad filosófica pertenece también uno de sus libros fundamentales y más
originales: La estructura de la subjetividad, aparecido en 1967 y
traducido al italiano en 1973. A este respecto no puedo dejar de mencionar un
suceso que le hacía especialmente feliz. Hallándose por esa época en Roma en un
simposio, se encontró con uno de los participantes en él, el entonces cardenal
Wojtyla, quien le mostró el libro que llevaba en la mano: un ejemplar de la
traducción italiana de La estructura de la subjetividad, al tiempo que
le manifestaba su profundo acuerdo con los hallazgos expuestos en esa obra y destacaba
el hecho de que ambos, el cardenal y nuestro filósofo, habían seguido
trayectorias intelectuales muy semejantes. Don Antonio guardó siempre
agradecida memoria de esta declaración y de este detalle personal del autor de Persona
y acto, que luego sería el Papa Juan Pablo II el Magno.
Cierra la
producción intelectual de esta etapa de la vida de Millán-Puelles la
publicación en 1974 de un extenso estudio sobre los fundamentos de la realidad
económica titulado Economía y libertad.
En 1976 pasó a
desempeñar la cátedra de Metafísica de la Universidad Complutense. En ese mismo
año, para conmemorar el veinticinco aniversario de su labor en la Universidad,
algunos de sus discípulos editaron en forma de libro varios trabajos del
maestro con el título de Sobre el hombre y la sociedad. En esos escritos
se ve hasta qué punto el profesor Millán-Puelles no era en absoluto un
intelectual descuidado de las preocupaciones de la vida cotidiana tanto privada
como pública. En 1984 aparece su Léxico filosófico, que en realidad,
bajo la forma de un diccionario, constituye un singular y completo tratado de
metafísica. El mismo lugar que ocupan los Fundamentos de filosofía en
los inicios de su enseñanza universitaria, tiene este Léxico filosófico
en las postrimerías de su actividad docente.
Porque, en
efecto, en 1987 le llegó la hora de la jubilación, bien que anticipada por las
leyes universitarias del momento. Nuestro filósofo pudo así vacar a sus
investigaciones, aplazadas por sus muchas obligaciones docentes. Adviértase, en
efecto, que el profesor Millán-Puelles impartió su magisterio no sólo en la
Universidad Complutense, sino también en otras varias Universidades españolas y
extranjeras, de las que fue profesor visitante o profesor extraordinario, como
la Universidad de Navarra, que visitó en numerosas ocasiones, la Universidad de
Maguncia y otras varias Universidades de Hispanoamérica. Y repárese también en
que nuestro pensador dirigió unas treinta tesis doctorales sobre temas
filosóficos muy diversos, por no mencionar las muchas memorias de licenciatura
redactadas bajo su tutela.
En verdad, ni
las tristezas de la vida, alguna muy honda, ni los achaques de la edad,
pudieron detener la producción intelectual de Millán-Puelles a partir de su
jubilación.
Así, en 1990
aparece su esperado libro Teoría del objeto puro. La tengo por la obra
más fundamental de las suyas. Creo no equivocarme si afirmo que llevaba
preparándola, de una u otra forma, con mayor o menor intensidad, directa o
indirectamente, más de cuarenta años. Tres años de feliz interrupción de la
actividad docente arrojó como fruto esta obra extensa, madura y densa, que
mereció ser traducida al inglés y editada en Alemania en 1996.
En 1994 aparece
su principal aportación a la ética, el libro titulado La libre afirmación de
nuestro ser. Una fundamentación de la ética realista. Al año siguiente, en
1995, publica El valor de la libertad. Dos años después, en 1997, da a
la estampa El interés por la verdad. Y, en fin, en 2002 y 2003 publicó
los dos tomos que componen su último y magnífico libro La lógica de los
conceptos metafísicos, cuyo primer volumen está dedicado al estudio de “la
lógica de los conceptos trascendentales” y el segundo a “la articulación de los
conceptos extracategoriales”. La muerte interrumpió definitivamente la
elaboración del libro en que venía ocupándose en los últimos años y que los
lectores de la obra de nuestro autor siempre añoraremos: el tratado sobre la
inmortalidad del alma.
No puede, pues,
extrañar que las extraordinarias calidades de su ingente obra filosófica
hicieran merecedor a don Antonio Millán-Puelles de los muchos y variados
galardones que obtuvo a lo largo de su vida, otorgados por las más diversas
instituciones nacionales y extranjeras: recibió, entre otros, el Premio
Nacional de Literatura en 1960, el Premio Juan March de Investigación
Filosófica en 1966, el Premio Nacional de Investigación Filosófica en 1976, el
Premio Roncesvalles de Filosofía en 1999, la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio,
la Gran Cruz al Mérito Civil y el Premio Aletheia de la Academia Internacional
de Filosofía de Liechtenstein.
Pero
preguntémonos: ¿Cuál es la filiación intelectual del profesor Millán-Puelles?
¿Cuáles son los rasgos esenciales de su estilo de pensar y de escribir?
A la primera
pregunta respondió el propio Millán-Puelles en una antigua entrevista de 1956 y
creo que el mucho tiempo transcurrido desde entonces no ha hecho sino confirmar
sus términos inequívocamente. A la cuestión: “¿Ha habido alguna gran evolución
en su biografía intelectual?”, nuestro filósofo respondió: “Como resumen de mi
autobiografía intelectual se puede hablar de un tránsito de la fenomenología
husserliana a la filosofía del ser”. Y a la nueva pregunta: “¿Qué clase de
filosofía del ser?”, contestó: “Yo me muevo dentro de la gran tradición
aristotélica. Las muchas críticas que se hacen a Aristóteles, los estudios
analíticos de sus obras, la mayoría de las veces, no hacen sino reforzar su
postura. Aristóteles es una especie de institución filosófica. El único
filósofo que realmente ha creado una escuela. Pero, para mí, esto no significa
una actitud ahistórica y cerrada, sino que lleva aparejado el estar alerta a la
vitalidad del pensamiento metafísico en su renovación actual”. Creo que, a la
vista de su entera producción intelectual, ya completa por la muerte, cabría
muy bien seguir describiendo en términos muy parecidos a estos la raigambre
filosófica del profesor Millán-Puelles.
Para contestar a
la cuestión sobre los rasgos esenciales de su estilo de pensamiento acudiré a
la autorizada opinión de su maestro Leopoldo-Eulogio Palacios. Con ocasión del
ingreso de nuestro filósofo en la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas, escribió Palacios: “La inteligencia de Millán es, como su prosa,
centelleante, algo dura en su relucir, no se sabe si con reflejos de acero o de
piedra”. Y todavía: “Millán es un adepto de la gran filosofía, escrita de
manera difícil, sólo accesible a los entendidos. Pero esto no quiere decir que
sus libros no hundan sus raíces en la tierra de las certezas populares, ni que
dejen de convertir las fáciles certidumbres del pueblo en savia que vivifica y
alimenta las intrincadas espesuras de la razón”.
Por mi parte,
añado este otro nuevo rasgo de su estilo intelectual. Se trata de su
característico modo de filosofar en diálogo permanente con las grandes
tradiciones filosóficas de todos los tiempos. En su reflexión, en sus libros,
se trasluce, en efecto, un conocimiento extraordinario de la historia de la
filosofía de todas las épocas, particularmente de Aristóteles, de Tomás de
Aquino y los escolásticos posteriores, de los filósofos modernos en general,
Kant y Hegel sobre todo, de Brentano, de Husserl, como también de muchos
pensadores de orientación fenomenológica y de no pocos filósofos analíticos
contemporáneos. Con todos ellos entra en diálogo vivo nuestro autor en su
propia meditación. El pensamiento de Millán-Puelles, aunque sumamente original,
es un claro caso de lo que los griegos llamaban synphilosophein, de
filosofar en radical apertura a otras mentes.
El problema
de la irrealidad
Apenas hay, como
se ha podido comprobar, cuestión filosófica que no haya suscitado el interés
del profesor Millán-Puelles y a la que no haya dedicado algún estudio
particular, e incluso en el ámbito de las cuestiones más propiamente
metafísicas se ha ocupado de temas muy variados. Pero ¿cuál ha sido, en
realidad, el problema metafísico que explícita o implícitamente ha presidido el
quehacer filosófico de Millán-Puelles a lo largo de su trayectoria de pensador?
Es evidente que
toda investigación filosófica se pone en marcha movida por el acicate de una
pregunta. Acaso la pregunta metafísica más fundamental, la más apropiada para
despertar el auténtico thaumázein filosófico, es la que formuló Leibniz,
y luego Heidegger, en estos términos: ¿Por qué existe algo en lugar de la nada?
¿Por qué hay algo y no, más bien, nada?
No se puede
decir que esta capital pregunta no haya interesado a Millán-Puelles ni que no
la haya tratado en sus escritos. Pero me atrevo a decir que no ha sido esta la
pregunta que más acuciantemente le ha preocupado. Creo que la pregunta
fundamental que le ocupó desde sus inicios es una pregunta lógicamente anterior
a esta clásica cuestión, a saber: ¿Es que podría haber la nada, lo que en
absoluto no es, como parece que se quiere decir al preguntar por qué no existe
más bien la nada? ¿Qué es esa nada a la que aluden Leibniz y Heidegger con su
cuestión? ¿Puede ponerse acaso al algo y a la nada en el mismo plano? ¿Cómo
cabe siquiera pensar lo que no es en absoluto?
La reflexión
sobre lo que está supuesto en la pregunta “¿Por qué hay algo y no, más bien,
nada?” ha llevado primeramente a Millán-Puelles a formular esta misma cuestión
de un modo más preciso y ajustado. La cuestión, en los términos con que
habitualmente se plantea, tiene, en efecto, el inconveniente, según nos enseña
nuestro autor en uno de sus últimos libros, “de que ya de inmediato, sin ningún
ulterior añadido ni análisis, atribuye a la nada un posible existir, con lo
cual la incluye en el algo o, si se prefiere, en el ente in communi (überhaupt
Seiendes), quedando así anulada la pregunta, si por el ente se entiende, en
la más amplia acepción, no sólo lo efectivo o actual, sino también lo posible in
genere”. La pregunta habría, pues, que formularla así: “¿Por qué hay algo,
en vez de no haber nada?”.
Pero la
meditación sobre los supuestos de esta pregunta obligó sobre todo a
Millán-Puelles a llevar a cabo toda una exploración de lo que no hay, de lo
irreal, del no ser, de lo que no hay pero lo hubo, de lo que no hay pero acaso
habrá, de la nada, en fin. El problema de la irrealidad es, en efecto, a mi
entender, el problema fundamental al que dedicó predominantemente su trabajo
intelectual nuestro filósofo. Alguna vez le oí decir, hablando con humor de sí
mismo y de su obra filosófica: “En filosofía, yo, en realidad, con ‘nada’ me he
ocupado; a ‘nada’ he dedicado mis esfuerzos”. Y, en verdad, esta ocupación con
la nada le llevó a escribir varios cientos de páginas sobre el no ser y sus
formas cardinales, páginas que, a mi juicio, se cuentan entre las mejores que
sobre el asunto se han escrito, y no sólo, desde luego, en español.
Pasos en la
exploración de lo irreal
La ocupación de
Millán-Puelles con lo irreal se extiende, por lo menos, desde la redacción de
su tesis doctoral hasta la publicación de su libro capital Teoría del objeto
puro.
Cabe decir que,
en el fondo, el objetivo que se propuso nuestro autor en sus primeras
meditaciones, que, prolongadas durante décadas, culminarían en el
establecimiento de una completísima teoría de la irrealidad, era encontrar el
lugar ontológico, por así decir, de ciertas entidades que no son en absoluto
entes reales, pero que tampoco son, ni mucho menos, entes absurdos. Con ello, a
nuestro autor se le fue revelando paulatinamente la insuficiencia del esquema
ontológico de la Escuela, según el cual el ente se divide sin más en ente real
(ens reale ) y ente de razón (ens rationis).
El primero de
los casos de esas particulares entidades que no son reales, pero tampoco
absurdas, le vino ofrecido, sin duda, por su juvenil estudio de las Investigaciones
lógicas. Como es sabido, la crítica del psicologismo realizada por Husserl
en esa obra tuvo como resultado el descubrimiento del ente ideal, esto es, de
unos entes que se caracterizan por su carencia de contenido existencial, por su
estructura irreductiblemente intemporal y por su objetividad. ¿Qué tipo de ser
corresponde a unos entes que no existen como los individuos temporales y que,
pese a ser absolutamente irrealizables, verdaderamente son, según afirma Husserl?
Tal es la
cuestión a la que dedicó Millán-Puelles su tesis doctoral. La discusión
detenida, y técnicamente muy precisa, de las concepciones de lo ideal tanto de
Husserl como de Hartmann, condujo a Millán-Puelles a este resultado: el ser
ideal es, en último análisis, concepto, ser en la mente. El ser ideal
corresponde a lo que en la Escuela se llama “naturalezas universales”.
Pero, si esto es
así, si el ser ideal es la meta de un proceso abstractivo, si es propio del ser
ideal tener una naturaleza prout
est in intellectu , según
la fórmula escolástica, ¿es que entonces el ser ideal es un tipo de ente de
razón? A oponerse a esta apresurada conclusión dedicó Millán-Puelles un breve,
pero enjundioso estudio, publicado en 1953 con el título Ser ideal y ente de
razón. En él se defiende, en efecto, que el ser puramente accidental que
consiste en estar en el entendimiento no constituye en modo alguno una razón
suficiente para tener a las naturalezas abstractas por entes de razón. He aquí,
pues, una importante excepción en el esquema ontológico tradicional puesta de
relieve por nuestro filósofo: el ente ideal no es, evidentemente, un caso de
ente real, pero tampoco encaja en el ámbito de los entes de razón.
El segundo caso
de esos entes que no son reales, pero tampoco imposibles, que atrajo el interés
de Millán-Puelles fue el caso del futuro. Ya he señalado que en 1951 publicó
nuestro autor su Ontología de la existencia histórica. El estudio que en
esa obra lleva a cabo nuestro filósofo del ser de lo histórico y del ser de lo
pasado le llevó de la mano a meditar sobre la ontología del futuro, a la que
dedicó unas páginas admirables. El futuro, claro es, no es un ser ahora real:
el futuro es precisamente lo que todavía no es. Pero esto no quiere decir que
el futuro sea un mero ente de razón ni tan siquiera que sea un mero posible. El
futuro es, según la fórmula acuñada por nuestro autor en ese libro, el “haber
de ser”. Y es fácil advertir que este “haber de ser” difícilmente encuentra
encaje en el esquema ontológico tradicional.
El tercer caso
de esas especiales entidades que no son reales, pero tampoco absurdas, al que
dedicó su atención Millán-Puelles es el constituido por las apariencias, por
los engaños en que a veces incurrimos cuando tomamos lo que no es por lo que es.
En efecto, en 1963 Millán-Puelles comenzó una investigación que culminaría en
1967 con la publicación de uno de sus libros capitales: La estructura de la
subjetividad. El tema mismo de la investigación le llevó a indagar la forma
en que la subjetividad se relaciona con lo que parece haber pero en realidad no
hay, proponiendo así luminosas explicaciones del hecho y la posibilidad de la
apariencia y del error. Pero cuando nuestro filósofo trata de determinar el
estatuto ontológico de la apariencia, cuando intenta describir el ser mismo de
lo aparente, se encuentra con una nueva excepción en el esquema ontológico
clásico: la apariencia no es, lo dice la misma palabra, un caso de ente real,
pero en absoluto tampoco un caso de ente de razón. “La apariencia” —nos enseña
en este libro Millán-Puelles— “es un ‘neutrum de realidad y de
irrealidad’. Como algo que se limita a estar ahí, constituido obiective
ante la conciencia, no es de suyo irreal ni real. [...] Lo cual no significa
que sea simplemente un puro objeto en el sentido en que hay que decir esto de
un mero ens rationis”.
Tanto el caso
del ente ideal como los casos del futuro y de la apariencia parecen romper,
pues, claramente la división tradicional del ente en ente real y ente de razón.
No está claro que esto mismo ocurra con los objetos que Meinong llamaba
“objetos sin hogar” (heimatslose Objekte), precisamente porque creía que
no lo tenían en ninguna de las ciencias existentes. Y tampoco es patente que
sean probativas las razones que llevaron a Brentano a recusar lo irreal como
verdadero objeto del pensar. A esos temas, entre otros, dedicó, en efecto,
durante varios años sus cursos de doctorado el profesor Millán-Puelles.
La teoría del
objeto puro
Todos estos
motivos contribuyeron, sin duda, a mostrar a nuestro filósofo la necesidad de
elaborar una doctrina en la que encontraran su lugar preciso y adecuado el ente
ideal, el futuro y la apariencia y en la que se diera incluso hospedaje y
cobijo a los llamados objetos sin hogar. En el curso de sucesivas meditaciones,
todos estos entes se le presentaron a Millán-Puelles como casos diversos, entre
otros muchos más, de lo que dio en llamar “objeto puro”. Y a mostrarlo, con
toda la justificación necesaria y en toda su amplitud, dedicó su obra acaso más
importante, la Teoría del objeto puro. En ella nuestro pensador se
distancia en cierta manera de lo tradicionalmente admitido y propone un nuevo
esquema ontológico, con el que intenta hacer justicia al ingente polimorfismo
de lo irreal.
Según este
esquema, el ente real, entendido sólo como el ente efectivamente existente, se
contrapone a lo que Millán-Puelles llama “objeto puro”. “Objeto puro” es, en
efecto, algo irreal, es decir, algo no existente, que, sin embargo, está
presente ante una conciencia en acto. Lo que de verdad no es, lo sólo aparente,
lo que en sí mismo no puede ser ente ninguno, puede, sin embargo, parecerlo,
puede parecer ser algo real. Pero ello no sería a su vez posible si no lo
pareciese ante alguna conciencia en acto. Es, pues, lícito atribuir la
presencia intencional, el mero objici o phaineszai a lo que de
verdad no es, a lo irreal. Lo irreal agota su ser en ser objeto ante una
conciencia; su ser es ser únicamente polo intencional de una conciencia. Lo
irreal es objeto y sólo objeto, vale decir, objeto puro.
Ahora bien, la
conciencia puede objetivar de dos formas, según que hablemos del conocimiento
sensible o del conocimiento intelectual. Por tanto, es menester, según nos
enseña nuestro autor, distinguir dos grandes especies de irrealidad: lo
inexistente que, a pesar de ello, es presente a la sensibilidad constituye lo
irreal sensible; lo irreal dado ante el entendimiento conforma, por su parte,
lo irreal inteligible.
De lo irreal
sensible son ejemplos los llamados “errores de los sentidos externos”, las
alucinaciones y las imágenes oníricas. En general cabe decir que lo irreal
sensible es siempre algo fácticamente inexistente, es decir, algo que excluye
contingentemente el no ser.
En lo irreal
inteligible, en cambio, hay que distinguir lo inexistente que, con todo, no
carece de aptitud para existir, es decir, lo irreal inteligible fácticamente
inexistente, de lo inexistente que es incapaz de suyo de existir, o sea, en la
terminología de nuestro autor, lo irreal inteligible apodícticamente inexistente.
Los tres casos del primer tipo de irreal inteligible son lo meramente posible,
que Millán-Puelles considera perfectamente irreal, lo pretérito inteligible
(llamado así para distinguirlo de lo pretérito sensible, es decir, de lo
pretérito captado por el sentido interno llamado memoria) y lo futuro, que
nuestro autor define ahora con esta fórmula: lo futuro es aquello cuya
existencia es posterior a su pura objetualidad.
Son, en fin,
ejemplos de la segunda clase de lo irreal inteligible los entia rationis
de la tradición: verbigracia, la nada absoluta, la ceguera o las llamadas secundae intentiones . A estos entes de razón añade todavía
nuestro autor una nueva clase, a la que tradición no concedió un lugar propio:
las llamadas “quiddidades paradójicas”, de las que son ejemplo el círculo
cuadrado o el centauro. Bien se ve, pues, que, para nuestro autor, los entes de
razón no son lo único irreal, y ni siquiera lo único irreal inteligible. El
polimorfismo de lo irreal es, en verdad, ingente, y es mérito innegable de
Millán-Puelles el haber propuesto por vez primera una ordenación sistemática y
completa de sus tipos y formas y el haber analizado todos ellos con grandísimo
esmero.
Adviértase que
con todo este completo estudio de lo irreal Millán-Puelles trataba en el fondo
de comprender más y mejor el ente real y, más concretamente, el ente real
finito, el ente que es y, a la vez, no es. En este sentido, el profesor
Millán-Puelles solía decir que Hamlet no había acertado con la verdadera
cuestión. La cuestión no es ser o no ser. Lo verdaderamente difícil es
explicar un ente que es y no es. De ahí que nuestro autor soñara con
escribir un libro titulado precisamente: Ser y no ser, esa es la cuestión.
De esta
monumental Teoría del objeto puro ha escrito Josef Seifert en el
Prefacio de la traducción inglesa de la obra: “Este libro de Millán-Puelles es,
sin duda, una obra absolutamente excepcional del rango más elevado, una obra
que sólo puede compararse —y en su mayor parte positivamente— con algunas de
las obras filosóficas más grandes y más famosas de nuestro siglo. Me atrevo a
predecir que esta obra maestra de Millán-Puelles se recordará en el tercer
milenio como una de las mayores contribuciones que se han hecho en el siglo XX
al realismo epistemológico y metafísico y a la exploración de las
irrealidades”.
A la luz de
todas estas consideraciones, me permito proponer lo siguiente, para concluir
este recuerdo de don Antonio Millán-Puelles. Así como muchos de los grandes
doctores de filosofía y teología de la Edad Media nos son hoy conocidos por un
sobrenombre muchas veces relativo al objeto predilecto de sus meditaciones,
tengo para mí que no hay nadie que se haya hecho más merecedor que el profesor
Millán-Puelles del título de Doctor irrealitatis. Propongo, pues, que le
concedamos este título, que acaso nuestro filósofo no lo habría recibido con
menos alegría que con la que agradeció los muchos honores que se le tributaron
en vida. Muchas gracias por su atención. ·- ·-· -···
···-·
Rogelio Rovira
VII Congreso Católicos y Vida Pública «Llamados a la Libertad»
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