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por Jesús Terreros Andréu Esperemos que la Autoridad siga siendo la Verdad, socialmente reconocida, y no el talante del atropello sancionado por el Congreso, ni tampoco la arbitrariedad publicada en un panfleto sectario | |||||
| Según la Leyenda Áurea debida a un dominico del siglo XIII, el primer Papa salió huyendo de una Roma en llamas, tras el incendio que provocó Nerón para justificar una de las primeras persecuciones contra los cristianos. Gracias a las preceptivas medidas de prevención, hoy Nerón tendría difícil incendiar toda una ciudad con el único auxilio de unas teas encendidas, aunque ocasionalmente se produzcan catástrofes como la del “Windsor”. Precisamente por esa dificultad para devastar masivamente las ciudades, los “nerones” de nuestro tiempo han trasladado sus afanes incendiarios y denigratorios desde las casas, las plazas y las calles de las ciudades, a otros elementos de mayor relevancia personal y social: la familia, el matrimonio, la Fe, la educación y la seguridad de las personas. No es políticamente correcto hablar de familia, de matrimonio (el único), de Fe, educación integral, seguridad… y menos políticamente correcto todavía, es denunciar la pira iconoclasta. Pero si no avivamos las brasas ni las sofocamos, nos retiramos del siniestro, escapamos de la ciudad de la ignominia emprendiendo caminos de olvido y evasión, caminos en los que afinando la vista, podríamos encontrarnos también con Alguien que se cruzase como en la Leyenda aludida, con Alguien que regalase con la mirada sin obligar a cambiar de rumbo, con Alguien que esperase ser interpelado (“¿Quo vadis, Domine?”). Posiblemente no “convenga” reparar ni preguntar nada para no obtener una respuesta incómoda: “Ya que tú huyes, yo vuelvo a la ciudad para ser de nuevo crucificado con los niños abortados, para ser vejado por las representaciones blasfemas de vuestros teatros, para predicar a la infancia deformada por vuestros planes educativos, para restaurar la institución matrimonial profanada en vuestras leyes y para rectificar los torrentes de infamias publicadas en vuestros medios”. La pregunta realizada a nuestro interlocutor se proyecta sobre quien la formula: ¿A dónde vamos? ¿Somos conscientes de la magnitud del siniestro moral? ¿Nos encaminamos a sofocar el fuego o hemos emprendido la retirada? El puente de comunicación con el cielo, con ese cielo capaz de sofocar el fuego con agua y de promover residencia eterna a sus moradores, se reabrió con la Redención; el compromiso de retornar a la arena del martirio por parte de la Iglesia, permanece desde Pentecostés y acaso, también desde ese retorno de San Pedro a una Roma devastada. Obrar conforme a la Fe, al primer Papa le costó el martirio de sangre. Mantenerse fiel, al Papa actual le está costando la fama, la censura de los “hacedores” de opinión y seguro que algún grave disgusto que a nosotros nos pase desapercibido. Esperemos que la Autoridad siga siendo la Verdad socialmente reconocida y no el talante del atropello sancionado por el Congreso, ni tampoco la arbitrariedad publicada en un panfleto sectario, por más que los pitonisos-columnistas de algunos medios de comunicación “se teman” que el Papa diga en materia de Fe y de costumbres precisamente lo mismo que ha dicho durante dos mil años (supongo que cobrarán por la tinta empleada y no por el mérito de sus augurios, oráculos y presagios, ni tampoco por sus juicios de valor, que adeudan al lector más que merecer algún pago). En el siglo primero rugían leones; hoy aúllan lobos con piel de cordero o de cervatillo, especies otrora rescatadas por Noé, salidas del arca para encaminarse por turnos ora a los fosos circenses ora a los palacios presidenciales, siempre para maquinar la subversión, inflamar la filípica, levantar el infundio y rasgar las cuerdas del arpa, con más fruición que Nerón y aún con mayor desatino. ¿A dónde vamos? ¡Volvemos a la tiranía! •- •-• -••• •••-• | |||||
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