El libro de José María Fontana Tarrats fue publicado por primera vez en 1951 en la editorial Samarán. La obra de Fontana tuvo el valor de dar a conocer, la guerra civil, en Cataluña, desde el testimonio personal, pero con un estilo vivo, dinámico, que supo llegar al lector. La reedición de este libro, gracias a la editorial Grafite, devuelve a la actualidad un libro que fue importante para la historiografía de la época, al aportar con un gran conocimiento de la situación, el impacto que supuso la guerra civil en la sociedad catalana. El autor nos describe la Cataluña de la preguerra y la transformación en la que se vio envuelta, después del fracaso del alzamiento nacional en Barcelona. La revolución social desarrollada con una efusión de sangre numerosa, provocó la salida y la resistencia de una parte importante de la sociedad catalana. El conocimiento de aquellos catalanes que vivieron desde la clandestinidad y el exilio una lucha, que consideraban justa, contra una revolución totalitaria que eliminaba las libertades más elementales, fueron las razones que motivaron a José María Fontana a escribir este libro. Una obra subjetiva por su autor, pero verídica, al dejar libre sobre el papel la plasmación de unos hechos que iban surgiendo, tomando al autor de incómodo testigo. Cataluña entre dos fuegos La guerra civil dividió a la sociedad catalana en dos mitades, pero en Cataluña, la lucha social le dio identidad al bando favorable a la república. En Cataluña se había formado el Front d´ Esquerres, equivalente al Frente Popular en el resto de España. En él se habían agrupado los partidos de izquierda marxista y nacionalista, contando en 1936 con el apoyo sindical de la CNT (anarquistas). Esquerra Republicana de Catalunya ERC, era el partido eje, sobre el cual basculaba la coalición de izquierdas. ERC había conseguido desplazar a la Lliga como partido representativo del nacionalismo catalán, durante el período republicano. La izquierda nacionalista había conseguido agrupar una base social proveniente de las clases medias nacionalistas, disconformes con el derechismo de la Lliga; aparceros del campo y obreros de la CNT, muchos de ellos antiguos votantes radicales de Alejandro Lerroux, que no disponían de un portavoz político de sus intereses. En definitiva, ERC surgía como un nuevo populismo de rebeldía social que agrupó a sectores sociales que no querían quedar bajo la órbita del débil y dividido marxismo. En cuanto a sus coaligados, los independentistas surgidos de diversas escisiones de ERC, quedaron en la marginalidad política y sin fuerza efectiva. En cuanto al anarquismo, aquello fue diferente, Barcelona era una de las urbes, junto a Zaragoza, donde el sindicalismo anarquista tenía una fuerza representativa que monopolizaba a la masa trabajadora de la región. La fuerza organizada de la CNT era fundamental para cualquier frente de izquierdas, y la militancia simultánea entre ERC y CNT se dio muchas veces. Sin embargo, el poderío del anarquismo de la ciudad condal se hizo constatable, desde que su participación en el aplastamiento de las unidades militares sublevadas en julio, le proveyó de gran parte de las armas largas de los cuarteles. El control militar de las milicias estaría en gran parte bajo la dirección del anarcosindicalismo. Entre estos dos polos que representaban ERC y la CNT, surgirá la pugna de los revolucionarios marxistas de constituir su propio campo de actuación. Cataluña era la región más moderna de España, con una cultura fabril de importancia, y la presencia de grupos marxistas revolucionarios era débil y fragmentada. Una media docena de partidos se imposibilitaban en su lucha fratricida en intentar romper el monopolio ejercido por los anarcosindicalistas de la clase obrera catalana. En 1935, dos de estos grupos habían formado el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), como un instrumento para la revolución, al considerar que el PSOE y el PCE habían fracasado en sus objetivos. Un año más tarde, a instancias de los soviéticos, los otros cuatro grupos existentes se unieron en el Partit Socialista Unificat de Catalunya. Este partido que reunía a socialistas, comunistas y nacionalistas de izquierda marxistizados, se vinculó a la III Internacional y al PCE. Ambos lucharían entre sí por capitalizar el espacio en crecimiento del ámbito marxista revolucionario en Cataluña. La guerra civil propiciará la alianza entre los anarcosindicalistas y el POUM, quienes iniciarán la consecución de la revolución social desde el mismo instante del fracaso de los alzados en julio de 1936. Entre tanto, las instituciones autonómicas de la Generalitat, en manos de ERC, oficializaban las acciones revolucionarias que realizaban las milicias sobre el terreno, en un intento desesperado por controlar la situación. En esta pugna entre los dos poderes, el oficial (ERC) y el militar (CNT y POUM), crecería el PSUC y la UGT, dando refugio a parte de la base social de ERC, que veía en el comunismo una política de orden y un poder en ascenso, en el progresivo período de sovietización que tendría España durante la guerra. Sin embargo, la experiencia revolucionaria en Cataluña sería muy cruenta, especialmente en el personal religioso. Durante la guerra, entre 1936 a 1939, la región tenía una población global de 2.920.838 personas. Desde julio de 1936 a abril de 1939 se contabilizaron un total de 8.352 asesinatos. Esto significa que un 0,28% de la población catalana fue asesinada por la represión republicana desencadenada durante la guerra civil. Un partido moderado como la Lliga, según el estudio llevado por Josep María Solé y Joan Villarroya, tuvo un mínimo de 281 militantes asesinados, que estén identificados. Con respecto a los miembros de fuerzas políticas más significativas, la iniciativa fue de exterminio total. Por lo que se refiere a la persecución religiosa, en toda España se asesinó un total de 6.842 religiosos entre obispos, sacerdotes seculares, religiosos y monjas. Pero Cataluña fue quizá la más castigada de España en cifras totales y proporcionales. Fueron martirizados los obispos Irurita, de Barcelona; Huix, de Lérida y Borrás, auxiliar de Tarragona. Por diócesis, en Lérida mataron al 65,8% del clero diocesano (270 sacerdotes de 410); en Tortosa el 61,9% (316 de 510); en Tarragona el 32,4% (131 de 404); en Vich el 27,1% (177 de 652); en Barcelona el 22,3% (279 de 1.251); en Gerona el 20% (194 de 932); en Seo d´ Urgel el 20,1% (109 de 540) y en Solsona el 13,4% (60 de 445). La sociedad catalana que sufrió la represión, también representaba una gran pluralidad de opiniones políticas. El Front d´ Ordre que debía evitar un triunfo de la conjunción de la izquierda, estaba vertebrado en torno a la Lliga Catalana. Este partido había sido el referente del nacionalismo catalán y de las nuevas clases medias surgidas en el desarrollo capitalista de Barcelona. Su máximo líder, Francesc Cambó, había sido ministro en varias ocasiones durante la restauración y su intervención política siempre había estado relacionada con la posibilidad de regenerar España a través de un regionalismo descentralizador. Sin embargo, su participación en la política nacional y la defensa del orden social propugnada por su base social, hizo que la Lliga aumentase su colaboración con el resto de las derechas existentes en Cataluña. El resto de las fuerzas políticas de la derecha eran muy dispares en su composición. El monarquismo alfonsino reunía una fuerza marginal, pero importante a nivel de incidencia social, que postulaba unos principios castellanizantes frente al catalanismo en boga. En el mundo rural, el carlismo catalán mantenía una presencia importante con una organización potenciada por la radicalización del ambiente social. No obstante, los carlistas catalanes defendían a ultranza las peculiaridades catalanas, como la lengua, las costumbres y sus fueros. El régimen foral reivindicado, era el antecedente de las bases de Manresa, programa inicial del catalanismo. Aparte había surgido Acción Popular de Cataluña, provocada por el enfrentamiento entre propietarios y arrendatarios agrícolas, que estaría liderada por un ex-dirigente de la Lliga, Josep Cirera y Voltá, directivo del Instituto Agrícola Catalán de San Isidro. La firmeza en defensa de los propietarios demostrada por la CEDA, había llevado a estos a formar la sucursal catalana del partido católico, que hasta entonces había respetado el espacio conservador, monopolizado por la Lliga. Con respecto a la Falange, era una fuerza marginal que tenía activistas en Barcelona y Tarragona, pero que mostraba su presencia en el mundo estudiantil. Los nacionalsindicalistas catalanes mantuvieron un intenso enfrentamiento con los catalanistas, pero no por cuestiones de la lengua, sino del modelo social. La Lliga Catalana se definía como un movimiento interclasista, que únicamente le interesaba los intereses de Cataluña. Pero el partido catalán representaba los intereses de las élites industriales y comerciales de la ciudad, con los de los propietarios del campo. Sin embargo, la defensa de las clases propietarias y el mensaje catalanista le alejaba a la Lliga de los trabajadores, emigrantes en su mayor parte del resto de España. Éstos eran caldo de cultivo fructífero para el anarquismo sindical y el lerrouxismo. Por eso, su discurso se enmarcaba en el mantenimiento del orden social y la identificación de los intereses de la elite industrial barcelonesa con Cataluña. De esta forma, los ataques de los anarcosindicalistas contra el empresariado de la ciudad condal, como vanguardia de una revolución social, se convertían en agresiones a Cataluña. El resto de las fuerzas de derechas catalanas, tenían una concepción social similar a la catalanista. Con respecto, al falangismo, era el movimiento político que más se distanciaba de los planteamientos socioeconómicos del resto de las fuerzas de derechas. Desde un principio, el nacionalsindicalismo procuraba no ser identificado con la derecha del país para poder ejercer su misión de atraer al proletariado izquierdista bajo las banderas del nacionalismo español, haciendo suyas sus reivindicaciones sociales. Como fenómeno moderno, hijo de la industrialización y de la sociedad liberal, se desarrollaba en los círculos estudiantiles y universitarios de las grandes ciudades, pero al aceptar como justas las reivindicaciones de las organizaciones de izquierda, intentaban encauzar el caudal enérgico y movilizador de los obreros en beneficio de una restauración del prestigio nacional. La opción falangista se diferenciaba del resto de los discursos derechistas por su tono de radicalidad social. Los puntos 14 y 21 del programa, referentes a la nacionalización de la Banca y a la expropiación de tierras sin indemnización, chocaba directamente con los intereses particulares de la elite financiera del país, enajenándose el falangismo uno de los principales apoyos humanos y económicos de la derecha española. Esta cuestión sería primordial durante la guerra civil, la disputa entre los diferentes grupos de exiliados catalanes en Burgos y San Sebastián, estarán motivados por estas circunstancias. El carlista Joaquín Bau Nolla, diputado por Tarragona, y hombre prominente del tradicionalismo tortosino, luchó por erigirse como el hombre que amparase al amplio espectro de las derechas catalanas. El político tortosino, hombre fuerte del carlismo, amigo de José Calvo Sotelo y con un hijo en cada partido, era durante la guerra civil, el responsable de industria y comercio en la Junta técnica de Burgos. Como el principal catalán con cargo, ejerció, durante el conflicto, de protector de los jóvenes exiliados que llegaban a luchar en el bando nacional. Sin embargo, en la paz no ocupó el protagonismo que se preveía, aunque fuese mucho más tarde cuando ocupó la presidencia del Consejo de Estado. El protagonismo político catalán de la postguerra fue bastante menor al que tuvo como fuerza combatiente. Una muestra son los 318 caídos del Tercio Nuestra Señora de Montserrat, depositados en el Monasterio benedictino del mismo nombre y la actividad desarrollada por los catalanes en todas las ramas del ejército, con especial dedicación en el servicio de inteligencia, como fue la fundación del SIFNE, antecedente del CNI actual. José María Fontana Tarrats, la entrega por un ideal José María Fontana Tarrats, nació el 27 de noviembre, en Reus (Tarragona), en 1911, en el entorno de una familia de comerciantes textiles y productos agrarios, con fuertes entronques familiares con su comarca. Sus abuelos fueron Pedro Fontana y José María Tarrats, el primero fundó la “Industrial harinera” y se benefició del proteccionismo surgido con Canovas del Castillo, para comprar trigo en el norte de Cataluña, elaborar la harina en Reus y venderla en la ciudad condal. En cuanto al segundo, provenía de una familia de “velers” (industriales sederos), que levantó la “Fabril Algodonera”, dedicada a la venta de panas y chesters en Levante y Andalucía, aprovechando el ventajoso proteccionismo que permitía a la industria textil catalana vender sin competitividad en el mercado español. Además, la religiosidad del viejo Tarrats le llevó a crear sindicatos agrarios y a poner los primeros pasos del catolicismo social en la comarca reurense. Con respecto a su padre, José Fontana, era uno de los seis vástagos de Pedro Fontana, formado en la escuela de comercio de Marsella (Francia); también se dedicó al comercio, en concreto a la venta de aceite y frutos secos. Aunque sin demasiado éxito. Sin embargo, estos ancestros marcan la vida y la trayectoria vital del joven José María. Nacido en una ciudad fabril, con un enorme potencial económico, Reus representa la imagen industrial y vigorosa de la Cataluña< que se muestra como vanguardia de la modernidad. En ese sentido, el hombre que resultará compendio de todo ello, liberalismo económico y nacionalismo romántico, será el general Joan Prim i Prats. Prim será hijo de la ciudad y el único presidente del gobierno español nacido en Cataluña. La imagen de Prim, a caballo, con la espada al viento, en galopada salvaje, contra los enemigos. Será una imagen que permanecerá indeleble en el subconsciente de José María Fontana. Testigo de muchos vecinos que conocieron a Prim, el militar reurense representa la modernidad que el liberalismo decimonónico español pretendía para España. Esa Cataluña moderna, industrial que intenta convertir al resto de España en una fenicia fabril que se alimente de hierro y carbón. Pero el asesinato del general en Madrid, acabará con las esperanzas de modernizar España, cortando las cadenas de los intereses que los países europeos tienen en el país. José María Fontana crece, en una ciudad moderna, de valores burgueses y comerciantes, aunque haya dado una de las mayores glorias militares de la España del XIX. Ve la apuesta de la burguesía por una nueva sociedad, aprovechando el marco político originado por la Restauración. En sus años de niñez, cuando Europa cambia radicalmente por las convulsiones violentas de la Primera Guerra Mundial, su abuelo Tarrats es uno más de los comerciantes españoles que vende carbón a los ingleses y consigue hacer fortuna durante la guerra. Pero es el mismo hombre, que favorece la introducción del catolicismo social entre los trabajadores fabriles, mientras el resto del empresariado prefiere mantener la ley dura de la fuerza. Son años duros, los pertenecientes al inicio de siglo de una España que todavía se lame las heridas de Cuba y Filipinas, arrebatadas por las garras de acero de los Estados Unidos. José María Fontana es el primero de cuatro hermanos, que vive entre su Reus natal y la Barcelona cosmopolita y moderna, donde estudiará comercio. Durante su niñez vive el fuerte contraste de los últimos años de la restauración, periodo de agonía convulsa que se retuerce entre los estertores de una violencia extrema protagonizada por los anarquistas. La Barcelona industrial, es la ciudad de la violencia social, donde los sicarios del sindicato único, de los empresarios y de los sindicatos libres, luchan a muerte por exterminar a su contrincante. Ese escenario se termina bajo el pronunciamiento del general Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, y nuevo hombre fuerte de España. El militar jerezano, ejerciendo de cirujano de hierro, como había predestinado Joaquín Costa, el político regenerador de Graus; intenta mediante un ejecutivo militar, aplicar la política modernizadora que España necesitaba. Son los años de la paz, de las obras públicas, de los primeros automóviles, de las carreteras asfaltadas, de la nacionalización del petróleo. En definitiva, del primer Estado de obras español. Tramontana ázul en las ramblas barcelonesas La llegada de la II República sorprende al joven reurense con veinte años, asiduo de las tertulias literarias de Luys Santamarina, en la cafetería El oro del Rhin, compartiendo las necesidades de regenerar España que tenían aquellos vanguardistas literarios. Su principal órgano fue, la revista "Azor", que era el cauce de expresión de aquellos intelectuales de vanguardia. No sólo autores jóvenes españoles, sino también hispanoamericanos, destacados por la calidad de sus obras. La dicha idea de Azor surgió en 1932 y la llevó a la práctica Luys Santamarina con Félix Ros, Jurado Morales y Max Aub. Luis Rodríguez Santamarina, natural de Colindres (Cantabria), aunque residente en la ciudad condal la mayor parte de su vida, fue el hacedor principal del grupo literario que se forjó bajo su dinamismo. Poeta y escritor, tuvo obras de gran exaltación patriótica como Tras el águila del César, Cisneros o Italia, mi ventura. Últimas guerras del Gran Capitán. Santa Marina fue uno de los primeros falangistas barceloneses, formando parte del primer triunvirato con Roberto Bassas y Luis Fontes de Albornoz. El escritor cántabro encabezó a un grupo de entusiastas intelectuales, que eran una década menor en edad, pero con los que se sentía en la vanguardia cultural. Junto a él estaría Félix Ros, barcelonés, amigo de Fontana, un año menor que él, que se dedicó al periodismo y a la literatura, aunque estudio Filosofía y Letras y Derecho, pero ejerció como crítico de arte de “La Vanguardia” y colaboró con “Cruz y Raya”, entre otras revistas de cultura. Será autor, en aquel momento, de Elogio de Narciso y Jordi de Sant Jordi. Otra persona a destacar en las letras de la ciudad condal, sería Juan Ramón Masoliver. Zaragozano, aunque residente en Barcelona desde niño, en su tiempo de universitario fue director de la revista cultural “Hélix”, donde escribieron Dalí, Buñuel y Giménez Caballero. Colaborador de “Azor”, fue lector de español en Génova, donde trabará amistad con el poeta Ezra Pound. Con el estallido de la guerra regresará a España, formando parte del equipo de “Destino” de José María Fontana. En este ambiente literario-político es donde el joven reurense converge a su llegada a la ciudad condal. Sin embargo, el joven José María Fontana se postula más por la actividad activa en la política. En aquel momento, fue uno de los primeros miembros de las JONS creadas por Ramiro Ledesma Ramos, e iniciador del núcleo jonsista de su localidad natal en 1932. José María Fontana se sentirá totalmente identificado con la declaración ideológica y táctica que Ramiro Ledesma Ramos expondrá en “ La Conquista del Estado” del 14 de marzo de 1931: “Un grupo compacto de españoles jóvenes se dispone hoy a intervenir en la acción política de un modo intenso y eficaz. No invocan para ello otros títulos que el de una noble y tenacísima preocupación por las cuestiones vitales que afectan a su país. Y, desde luego, la garantía de que representan la voz de estos tiempos, y de que es la suya una conducta política nacida de cara a las dificultades actuales. Nadie podrá eludir la afirmación de que España atraviesa hoy una crisis política, social y económica, tan honda, que reclama ser afrontada y resuelta con el máximo coraje. Ni pesimismos ni fugas desertoras deben tolerarse ante ella. Todo español que no consiga situarse con la debida grandeza ante los hechos que se avecinan, está obligado a desalojar las primeras líneas y permitir que las ocupen falanges animosas y firmes”. El nuevo movimiento renovador que surgía bajo el liderazgo de Ramiro Ledesma Ramos, contó desde el principio con José María Fontana. También él va a creer en la articulación comarcal de España. La realidad española no debía ser Madrid, sino las provincias. El nuevo Estado debía asentarse sobre la plena autonomía de sus municipios, y estos se articularían en comarcas. En ese sentido, las JONS no sólo reconocían la peculiaridad catalana, sino que era admirada como ejemplo a seguir por su cualidad fabril. Sin embargo, todos los hechos diferenciales, por importantes que fuesen debían quedar subordinados al hecho de ser español. La importancia del sentido descentralizador del jonsismo, permitía que Cataluña sirviese como motor modernizador, sin perder nada de su catalanidad, siempre que su desarrollo estuviese integrado en la realidad política, cultural y económica española. Con respecto a la organización de la economía, José María Fontana, como el resto de sus compañeros jonsistas habían comprobado la cualidad creadora de riqueza del capitalismo liberal. Sin embargo, testigos del desarrollo industrial producido en Cataluña, también habían visto las consecuencias sociales producidas por un crecimiento sin correctivos sociales. Las masas proletarias venidas de otras regiones españolas vivían de manera mísera en los barrios periféricos de Barcelona y los centros urbanos colindantes a la gran urbe condal. Esta masa proletaria será eficaz clientela del anarquismo, y de manera minoritaria del marxismo. Como respuesta a tan fuerte desigualdad social, los jonsistas proponían que el nuevo estado impondría la estructuración sindical de la economía. Las fuerzas económicas dejarían de estar enfrentadas al quedar subordinadas al Estado. Del mismo modo, en el campo, de vital importancia, en un país agrario como España, se expropiarían las grandes haciendas de los terratenientes a favor de entidades cooperativas de campesinos, con base en los municipios autónomos que debían ser instaurados. En cuanto a la organización interna de las JONS, como minoría audaz, que huía de convertirse en una entidad electoralista, debía reunir a jóvenes, menores de cuarenta y cinco años, universitarios o trabajadores, que formaran células de diez miembros, en el caso de tener una finalidad sindical o de cinco miembros, en el caso de tener una funcionalidad política. José María Fontana será el responsable de la célula formada entre los jóvenes de Reus. Localidad fabril, donde las fuerzas imperantes eran las del republicanismo laicista y la catalanista de la Lliga entre la clase media burguesa, aunque hubiese un elemento católico monárquico importante, y de manera menor, el carlismo en los sectores populares artesanales. En Barcelona, serían sus responsables José María Poblador e Ildefonso Cebriano, únicos sitios donde habría presencia del jonsismo recién nacido. Las JONS de Cataluña se habían formado en marzo de 1932, un año después de publicarse el manifiesto de “La Conquista del Estado” por Ramiro Ledesma Ramos y el resto de intelectuales comprometidos en la aventura. En su inicial andar, colaboraron con grupos afines como la Unión Social Hispánica, asociación cultural, donde ejercía de secretario Luys Santa Marina, y que propugnaba conseguir una España, donde las clases sociales estuviesen armonizadas bajo un ideal de justicia y patriotismo. Pero también colaboraron con el grupo “ La Peña Ibérica”, surgida en 1923 como apoyo del R.C.D. Español, equipo de fútbol, que reunía a los catalanes adictos al fútbol, con fuerte rivalidad con el F.C. Barcelona, fundado por aficionados extranjeros, como Hans Gamper, de origen suizo. En total, las JONS habían conseguido reunir unos cincuenta miembros, entre sus células de Barcelona y Reus. Al año siguiente, tras el mitin de la Comedia, los jonsistas se integraban en la Falange de José Antonio Primo de Rivera, formando Falange de las JONS. Después de la primera visita a Barcelona de José Antonio, Roberto Bassas, queda como jefe territorial de Cataluña y José María Fontana pasará a ser el responsable de Prensa y Propaganda del renacido falangismo catalán. En este momento inicial, Luys Santa Marina es el responsable del sindicato CONS y del SEU correspondiente a la ciudad condal. Además, al primitivo núcleo nacionalsindicalista se le van añadiendo individualidades procedentes de otras fuerzas políticas; del carlismo; como era el caso del secretario de la territorial, Carles Trias o de la formación alfonsina, Renovación Española, como ocurría con la encargada de la Sección Femenina , Josefa Viñamata. Bajo la jefatura de José María Fontana, la delegación de Prensa y Propaganda utilizó el catalán como lengua de divulgación política y como publicación propia editarán el semanario “Presente”. Pero, aunque, José Antonio Primo de Rivera luchará con vigor contra el estatuto de Cataluña, al subrayar que la obtención de la autonomía, únicamente ayudaría a ahondar las diferencias con el resto de las tierras de España. No obstante, sus palabras, expresadas ante el parlamento de Madrid, el 30 de noviembre de 1934, reconocían la personalidad propia de Cataluña: “Cataluña existe con toda su individualidad, y muchas regiones de España existen con su individualidad, y si queremos conocer cómo es España, y si queremos dar una estructura a España, tenemos que arrancar de lo que España en realidad ofrece; y precisamente el negarlo, además de la torpeza que antes os decía, envuelve la de plantear el problema en el terreno más desfavorable para quienes pretenden defender la unidad de España, porque si nos obstinamos en negar que Cataluña y otras regiones tienen características propias, es porque tácitamente reconocemos que en esas características se justifica la nacionalidad, y entonces tenemos el pleito perdido si se demuestra, como es evidentemente demostrable, que muchos pueblos de España tienen esas características. Por eso soy de los que creen que la justificación de España está en una cosa distinta: que España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que España se justifica por una vocación imperial para unir lenguas, para unir razas, para unir pueblos y para unir costumbres en un destino universal; que España es mucho más que una raza y es mucho más que una lengua, porque es algo que se expresa de un modo del que estoy cada vez más satisfecho, porque es una unidad de destino en lo universal.” El falangismo no admitía una visión castellanizante de Cataluña, por lo que José María Fontana, se sentirá a gusto en las ralas filas del nacionalsindicalismo catalán. Sin embargo, el traslado a Barcelona, por motivos de estudios, de José María Fontana desactivaba al núcleo falangista reurense. No será hasta después de la visita de José Antonio a Barcelona, el 3 mayo de 1935, cuando José María Fontana sea nombrado jefe territorial de Tarragona. En esta visita, José Antonio destacó en su conferencia sobre el nacionalsindicalismo, la crítica hacia el sistema capitalista, que debía ser sustituido por un régimen sindical. El líder gaditano habló sobre la necesidad de liberar la producción del gran capital. A nivel anecdótico, José María Fontana, asistente al acto en el local que la Falange local tenía en la calle Rosich, nº 4, se refirió a la impresión que le causó José Antonio: “Ibamos a comer a una fonda de Begas. Se encargaba la comida, y era día de vigilia. No se quién pidió chuletas. José Antonio sonrió, y con aquella finura espiritual que era un constante magisterio, reprendió y mandó así: ¡Hombre!, que por una rubia estupenda se pierda el cielo está muy mal, aunque pueda explicarse; pero ¡que, lo pierdas por una chuleta!. Después fuimos a pasear, y en el transcurso de la conversación peripatética dije algo más o menos racista. Me extrañó muchísimo la repulsa joseantoniana que me valió, y recuerdo que, con este motivo, expuso su radical oposición doctrinal al nazismo por motivos religiosos”. La visita del jefe nacional, ayudaba a aumentar la moral de los escasos militantes falangistas, y acrecentaba su labor proselitista. En su labor de expansión, José María Fontana, conseguirá crear nuevos núcleos en la provincia de Tarragona, como: Prades, Tarragona, Selva del Campo, Miravet, Tortosa, Viñals, Montbrió, Gandesa, Alcover y otras localidades; siendo la sede central, la ciudad natalicia de Reus, donde residía el núcleo mayor de afiliados. Después de diversas campañas por crear grupos, en el interior de Cataluña, el falangismo contará con algo más de trescientos miembros, muchos de ellos universitarios. Cerca de doscientos en Barcelona y provincia; el centenar restante, en la provincia de Tarragona, gracias a la labor de Fontana. La expansión se realizaba con mítines de propaganda por los distintos pueblos del interior, donde el propio José María Fontana, como responsable de propaganda, acompañado por los jefes territoriales de Cataluña y Barcelona; Roberto Bassas y José Rivas, respectivamente, desarrollaba la labor proselitista. En el caso de Lérida, aparte del núcleo de la capital, se formó un grupo importante en la localidad de Espluga Calba, que por su cercanía a la provincia de Tarragona, pasó a ser de la responsabilidad organizativa de José María Fontana. De manera similar, se procederá a la expansión en la provincia norte de Gerona, donde las dos docenas y media de militantes, se encontraban esparcidos por las diferentes localidades pirenaicas. Dentro del falangismo, una de sus secciones más dinámica y más activa era el SEU. La organización universitaria que lideraba José Guitart, tenía uno de sus baluartes, en la facultad de Comercio, donde Fernando, hermano de José María, ejercía el mando del sindicato azul. Entre los altercados surgidos con los estudiantes de la izquierdista FUE, de Antonio María Sbert, José María Fontana se hará destacar por su imponente figura, como en la batalla del bar, por el control de la facultad de Derecho. Allí, entre guantazo y guantazo, le recordaba Ignasi Agustí, compañero de estudios en los jesuitas, y testigo de las andanzas políticas de su quijotesco amigo. Pocos años después, colaboraban juntos en la redacción de “Destino” en Burgos. Otra de las labores que el joven reurense tuvo que realizar fue potenciar la expansión del falangismo en el mundo del trabajo. En ese sentido, José Antonio convenció a José María Fontana de tratar con líderes anarcosindicalistas un posible acercamiento a las ideas falangistas. No obstante, a pesar de la buena voluntad contraída, el resultado será negativo. El grupo a contactar fue el pequeño partido sindicalista fundado por Ángel Pestaña. El líder sindical había sido expulsado en 1932 de la CNT, por oponerse a que el sindicato anarquista se sumase a las actividades terroristas desarrolladas. Al contrario, era favorable a iniciar un protagonismo activo del anarquismo en el campo político. Expulsado por sus ideas, Ángel Pestaña, con unos pocos leales, intentaba levantar en Barcelona un pequeño partido sindicalista. El grupo era opuesto al comunismo, desde que el sindicalista de Ponferrada, a su vuelta de Rusia en 1920, había hablado sobre las realidades del socialismo comunista. Sin embargo, a pesar de la voluntad de los falangistas de asumir las reivindicaciones sociales de los anarcosindicalistas, éstos no estaban por la labor de hacer suyo el mensaje de construcción nacional que pretendían los nacionalsindicalistas. Haciendo guardia bajo los luceros El 18 de julio de 1936 estallaba el alzamiento nacional en Barcelona. El general Goded volaba desde las Baleares, para hacerse cargo de la jefatura de los alzados en la capitanía general de Barcelona. Sin embargo, los militares sublevados, aunque contaron con apoyo de varios centenares de falangistas y requetés, tuvieron en contra a las fuerzas de orden público. La guardia civil y la guardia de asalto, con apoyo de los anarquistas, fueron el factor decisivo que posibilitó el aplastamiento de los alzados. El 23 de julio, el Gobierno de la Generalidad, presidido por Lluis Companys publicó un decreto que decía: “La Rebelión fascista ha sido vencida por el heroísmo popular y el de las fuerzas locales. Precisa, pues, acabar de aniquilar en toda Cataluña los últimos núcleos fascistas existentes y provenirse contra posibles peligros de fuera”. La formación, a continuación, del Comité Central de Milicias Antifascistas, controlado por los anarquistas, confirmaba el poder real del elemento anarcosindicalista. La revolución se hacía presente y la Generalitat únicamente oficializaría los hechos realizados. El fracaso del alzamiento en Barcelona condenaba a los miembros de los partidos de derechas a la clandestinidad, o al exterminio. José María Fontana se verá obligado a huir a zona nacional después de varias vicisitudes durante el trayecto al Pirineo. Su imponente aspecto físico, 1,90 de altura, rubio y ojos claros, le permitirá adoptar la personalidad de un holandés, sorprendido imprudentemente en Cataluña. En Burgos se integrará en la colonia de exiliados catalanes y ayudará, en agosto de 1936, a formar la 1ª centuria de falangistas catalanes “Virgen de Montserrat”. En la cambiante zona nacional, el frente cantábrico del norte presentaba enormes lagunas de tropas. Su gran accidentalidad, por su carácter agreste y montañoso, hacía de este frente, una difícil defensa. Su labor era defensiva, para permitir el avance de las tropas navarras por Guipúzcoa. Sin embargo, para poder reforzar los primeros contingentes de voluntarios falangistas palentinos y burgaleses, se pensó en utilizar a los distintos grupos de fugitivos refugiados en la temporal capital nacional, Burgos. De esta manera, los cántabros y catalanes fugitivos fueron organizados en unidades combatientes para ir a combatir al inestable frente montañoso del Cantábrico. No obstante, en el caso catalán, las susceptibilidades fueron muy fuertes y el segundo jefe nacional de la Falange, Manuel Hedilla debió imponerse para evitar el trato vejatorio hacia los catalanes refugiados en Burgos. Según palabras del propio Fontana: “Hedilla supo elevarse por encima de las rencillas del campanario, y prestó todo su aliento a la formación de aquella primera centuria incluso contra el criterio de algunos reyezuelos de taifa que pretendían poco menos que una guerra contra Cataluña, y que sólo nos admitían casi como unos quislings”. El término de quisling, vendrá posteriormente derivado del principal dirigente fascista noruego, Vidkum Quisling, quién formó un gobierno colaboracionista bajo la ocupación alemana de su país. Con esta denominación, Fontana nos retrataba, la difícil situación política que vivían los refugiados catalanes, ante la actitud miope de algunos nostálgicos del centralismo liberal. A pesar de todo, la unidad se pudo formar, con voluntarios catalanes, comprendidos entre los diecisiete y los cincuenta y dos años, entre los cuales se encontró José María Fontana. Su primer destino fue en Espinosa de los Monteros, a donde llegó en octubre de 1936. La unidad iba comandada por el capitán de intendencia, Santiago Busutil, también fugitivo de Barcelona. Aunque resultó ser un frente tranquilo, por su carácter defensivo, tuvo momentos difíciles, por ataques de distracción practicados por los republicanos. Como el ocurrido en diciembre, donde en torno al 80 % de los combatientes causaron baja. La fama de los catalanes fue recordada en forma de zortziko norteño: “En los montes de Espinosa hay una fuente que mana sangre de los catalanes que murieron por España. Sangre de los catalanes que murieron por España en las cumbres de Espinosa hay una fuente que mana” No hace falta decir, que la lengua de mando utilizada entre los combatientes de la unidad, siempre fue el catalán, no teniendo ningún problema por parte de los mandos superiores. Después, con la llegada de más exiliados, se formó una segunda centuria, que fue destinada al frente de Madrid. No obstante, la necesidad militar de unificar fuerzas en unidades más grandes, hizo que ambas centurias se encuadrasen en banderas castellanas, perdiendo de manera progresiva su personalidad catalana. Por esta razón, la jefatura territorial organizó una tercera centuria, en diciembre de 1936, tomando como base los supervivientes veteranos de las dos anteriores, y que debería mantener su catalanidad de origen. Esta unidad sería destinada al frente de Teruel, a cincuenta kilómetros de sus compañeros del tercio de Montserrat. La finalidad era, que en el futuro pudiese encuadrar el efectivo de una bandera. Sin embargo, el decreto de unificación congeló el proyecto de la bandera falangista catalana. En el ámbito militar, serían los carlistas catalanes quienes mantendrían el protagonismo, a través de su tercio de requetés. Entretanto, en la retaguardia nacional, el apoyo oficioso que los catalanes tenían por parte de Manuel Hedilla, ayudaba sobremanera a evitar muchas de las dificultades que podían haber tenido. En ese sentido, el jefe provincial de Barcelona, José Ribas hablaba sobre el segundo jefe nacional de Falange: “Hedilla, siempre leal a José Antonio, no se inmiscuía en el uso de nuestra lengua vernácula, Jamás nos criticó que la hablásemos. Al contrario: estaba muy contento de tener hombres catalanes a su lado, y nos encargaba misiones de responsabilidad”. Confirmando esto, el secretario de Manuel Hedilla, era José Antonio Serrallach, antiguo portavoz de la centuria catalana en el frente burgalés, y que Hedilla lo sustrajo para su servicio. De la misma opinión era el propio Fontana, quien retrataba a Hedilla como “parco de palabra, macizo, duro y con ese algo de astucia aldeana que siempre lleva pegado el vascoide, sobrenadaba entre aquellas fuerzas telúricas desatadas. Así le veía yo a distancia, en mi convalecencia... Y simpaticé con él, porque intuía su lento y necesario esfuerzo para ordenar y coordinar a los feudales con el solo y bello atributo de un cordón rojinegro y dorado”. Manuel Hedilla tuvo una preocupación especial por los exiliados catalanes, debida a la difícil situación política de la región. El propio Hedilla decía: “Hay personas en nuestra retaguardia que no encuentran trabajo mejor que hacer por la patria, sino es el sembrar odio contra Cataluña y las provincias vascongadas... En Cataluña, como en todas partes, hay españoles malos y buenos. A nadie se le ocurrirá propagar odios contra los madrileños, porque Madrid sea rojo en estos momentos”. En este contexto de susceptibilidades, será cuando Manuel Hedilla autorice la fundación de un órgano de prensa de la Falange catalana, abierto a todos los exiliados en zona nacional. José María Fontana, recién nombrado jefe territorial de Tarragona, en el exilio, sería el encargado de llevar a cabo el proyecto mediático. Finalmente, José María Fontana junto a Xavier de Salas, antiguo contertulio de Luys Santa Marina e historiador del Arte, que se había afiliado a Falange a su llegada a Burgos, fundarán en 1937 el semanario “Destino”, revista que aglutinará la intelectualidad refugiada en Burgos y que se centrará en dar un marco expresivo a la Cataluña martirial. Destino, la voz del exilio catalán Destino surgió con la finalidad de aglutinar y coordinar a los catalanes exiliados, de una manera activa, en la adhesión al alzamiento. El semanario apareció el 6 de marzo de 1937, con el sentimiento contrario de José Ribas Seva, jefe provisional en ese momento de los falangistas catalanes exiliados. El nombre se debía a la frase joseantoniana “España, unidad de destino en lo universal”, con lo que señalaba su génesis en la ideología falangista. La operación periodística fue fruto de José María Fontana y Xavier de Salas, quienes escribían el semanario, lo llevaban a una imprenta de Valladolid y volvían a Burgos para su distribución. Ya en su primer número atestiguaban la labor que se le quería dar a la revista: “Esta hoja quiere,, como un libro de ejercicios, guiar a todos los alejados de Cataluña en esta dulce comunión de vuestra fe nacional sindicalista; afirmar nuestras virtudes ayudando a la formación de los recién llegados, al mismo tiempo que sirven de lazo a las delegaciones, centurias y camaradas que cumplen su deber de catalanes en diversos frentes de España”. “Destino” tendrá una tirada de tres mil ejemplares, un tercio por subscripción y el resto repartido gratuitamente entre los combatientes nacionales de origen catalán. Pero la llegada de más exiliados catalanes ayudó a la mejora del equipo encargado de elaborar el semanario. A partir de octubre de 1937 se incorporaron Joan Ramón Masoliver, Josep Vergés e Ignasi Agustí. Este último, jefe de redacción del periódico lligista “L´ Instant”, se hizo cargo de la dirección de la revista, mientras Joseph Verges se hacía cargo de la política internacional y José María Fontana elaboraba las crónicas de la guerra y los resúmenes de prensa. Aunque el semanario estaba fundado por falangistas catalanes, se mantuvo abierto a otras tendencias políticas como la carlista de Masoliver o la lligista del propio Agustí. José María Fontana también utilizaba el pseudónimo de Abad Copons o AC; Agustí, Gustavo Riff; Benítez de Castro, Baderín de Cantor; Javier de Salas, Ferrer de San Jordi; Fernando de Moragas, Fer-Ig y Maximiano García Serrano, Tresgallo de Souza, entre otros. La distribución de Destino se realizaba en las principales ciudades bajo control nacional: Burgos, Pamplona, Salamanca, Valladolid, Zaragoza y Sevilla. Del mismo modo, se distribuyó también en las principales colonias de exiliados en el extranjero, como Ginebra, Génova, Milán, París y Niza. Entre las plumas que se pueden encontrar en su interior se encontraba lo más granado de la intelectualidad española y especialmente catalana como: Juan Beneyto, Pedro Lain Entralgo, Josep Pla, Carles Sentis, Santiago Nadal, Eugeni D´Ors, Martí de Riquer, Pere Pruna, José Ramón Masoliver, Ignasi Agustí, Gonzalo Torreste Ballester, Xavier Montsalvatge, José María Pemán, Luis Rosales, Álvaro Cunqueiro, Ignasi Blajot, Joseph Verges etc... A Destino se la puede considerar como una de las revistas más relevantes del período bélico, por su calidad. El 26 de enero de 1939, fecha de la liberación de Barcelona por las tropas nacionales terminaba su primera época. Asentado el semanario en la ciudad condal, iniciará con el nº 101 su segunda etapa y una tirada mayor, bajo la tutela directiva de Agustí, Verges y Masoliver. Según, José María Fontana, el único modo que los falangistas tenían de hacerse con la representación política mayoritaria de los catalanes era a través de la divulgación de Destino y la suscripción masiva de los catalanes exiliados en Salamanca y San Sebastián. La revista fue de las de mayor calidad durante la guerra, aunque tuvo sus altibajos, consecuencias por las ausencias de José María Fontana e Ignasí Agustí. Ambos incorporados a mediados de 1937 en la 3ª centuria falangista, en el frente de Teruel. Centurión de la Tarraconense En cuanto a la carrera política del reurense. José María Fontana, como hombre cercano al segundo jefe nacional de Falange, Manuel Hedilla, fue miembro del Consejo Nacional, y responsable de Prensa y Propaganda para Cataluña, según se acercaba el frente hacia la muga de Aragón con Cataluña. Sin embargo, en los acontecimientos de Salamanca, cuando varios jefes territoriales; Sancho Dávila, Agustín Aznar y Rafael Garcerán, intentaron destituir a Manuel Hedilla, para imponer un triunvirato factible a una futura unificación, los falangistas catalanes se destacaron como fieles a la jefatura oficial. José María Fontana explicaba de esta manera aquellos acontecimientos: “El hecho de que los falangistas catalanes fuéramos leales y fieles a Hedilla, casi hasta ser su guardia pretoriana, tuvo algún determinante en su actitud y afecto hacia los catalanes. Creo que pesaba capitalmente en nuestro subconsciente y en nuestra actitud la necesidad de racionalización de las fuerzas primarias que él representaba... ...Yo admito siempre la posibilidad de mi error en el juicio pero sólo el esteticismo y el señoritismo pueden justificar el que algunos rompieran la unidad y fueran dóciles instrumentos, aún reconociendo que a veces Dios escribe en renglones torcidos. Lo cual jamás convierte lo torcido en recto. No oí una sola palabra de Hedilla contra la presunta unificación, aunque las escuché de labios de algunos consejeros más vocingleros, menos leales y que más medraron después. Yo, personalmente, fui contrario a la unificación con el 99,9 % de los falangistas, y no me importa reconocer que, posiblemente, me equivoqué”. Aunque, tras la unificación, abril de 1937, José María Fontana siguió como responsable de servicios de Cataluña en la territorial de San Sebastián. Para sumar voluntades, intentó que un carlista fuese su secretario, pero al negarse estos, finalmente nombró a un antiguo carlista, que no mantenía su militancia en la Comunión Tradicionalista, Luis Ventalló Vergés, quien había sido favorable al Bloque Nacional calvosotelista. Hasta entonces había estado combatiendo en el frente de Teruel, en la 3ª centuria de Falange. En los meses finales de 1937 había engrosado las filas del partido con la incorporación de muchos exiliados, de los sectores empresariales y comerciantes, que habían sido simpatizantes en el pasado de la Unión Patriótica y sus herederos en el período republicano. Ramón Serrano Suñer, originario de Tarragona, por sangre, confiaría en los falangistas catalanes, como elemento aglutinador de mayor confianza. A los lligistas se les tenía por catalanistas y capitalistas; a los carlistas, se les temía su fuerte regionalismo. Por tanto, los falangistas, con su avanzado bagaje social, eran los únicos capaces de poder integrar la amplia masa obrera residente en Barcelona. Por mayor pragmatismo, los alfonsinos, del Bloque Nacional, como de Renovación, se habían integrado en masa en el partido unificado, reforzando la línea castellanizante. El 23 de marzo de 1938, el ejército nacional liberaba el primer pueblo catalán, y Raimundo Fernández Cuesta designó a José María Fontana, como jefe provincial del movimiento en Tarragona; y a Javier Bañeres, para Lérida. Ambas jefaturas se desgajaban de la territorial catalana, de la cual dependían los exiliados, reducidos ahora a los naturales de Barcelona y Gerona. La jefatura provincial de Fontana fue un éxito, comparada con la catastrófica de su compañero en Lérida. El reurense organizó la estructura del partido único contando fundamentalmente con un núcleo duro procedente de las centurias falangistas catalanas, y especialmente fue dando los cargos de responsabilidad a hijos de la provincia. Además, bajo su mandato y por reforzar la línea social establecida por Hedilla en el pasado, Fontana hizo caso omiso de las directrices de las autoridades nacionales, permitiendo y alentando la afiliación de elementos izquierdistas en el movimiento. La comisión carlista de asuntos de Cataluña, denunció al joven dirigente provincial, a la secretaría general del partido único, por confiar el mando de varias localidades a conocidos antiguos militantes de partidos de izquierda e incluso de tendencia catalanista. La principal responsabilidad de la jefatura fue organizar la llegada del auxilio social, para alimentar a la población civil de los pueblos liberados de la provincia. Después se organizaron distintos actos de propaganda para hacer proselitismo y encuadrar a los simpatizantes, surgiendo de esa manera tres centurias tarraconenses de segunda línea. También se fundó un semanario provincial “Guión” que sería el órgano de prensa del movimiento en la provincia. Sin embargo, el ataque efectuado por el ejército popular, del cual resultaría la batalla del Ebro, significó que una parte de la provincia volviese a manos republicanas, con el consiguiente exterminio del personal perteneciente a las diferentes secciones establecidas del movimiento. En este momento, el jefe provincial recibía continuas críticas a su labor, por los carlistas, a los que en 1937 se les había prometido la jefatura de las cuatro provincias catalanas, y ahora veían como eran antiguos falangistas de la vieja guardia los que iban ocupando los cargos de responsabilidad. No obstante, sus críticas sirvieron para que la secretaria general del movimiento depurase varios nombramientos efectuados por Fontana en su provincia. En ese momento, a diferencia de los falangistas, los carlistas tenían el aval del heroico comportamiento del Tercio de requetés “Nuestra Señora de Montserrat”, durante la batalla del Ebro, siendo aniquilado por segunda vez. Sin embargo, cuando las tropas nacionales avanzaron liberando gran parte de Tarragona y Barcelona, las personas que fueron ocupando los cargos de responsabilidad provincial y local del partido único, procedían de los sectores españolistas, preferentemente monárquicos alfonsinos, marginando los que tuviesen veleidades catalanistas, como carlistas o antiguos lligistas. Únicamente, aquellos miembros de la vieja guardia falangista catalana, como era Fontana, que ocupaban cargos de responsabilidad, podían mostrar su catalanidad. En el caso de los carlistas, su intento de organizar una estructura autónoma, aparte de FET de las JONS, provocó el destierro a Navarra de Mauricio de Sivatte. Delegado del requeté y antiguo máximo dirigente del carlismo catalán durante el período republicano. José María Fontana, ocupará el cargo de jefe territorial de Tarragona hasta 1943, en que pasará a ser gobernador civil de Granada. En Andalucía seguirá siendo un hombre difícil, ya que una de las pocas veces que tuvo el placer de ser recibido por Franco, aprovechó la ocasión para entregar un informe en que se espetaba la mala política de obras públicas en la provincia. Sin embargo, aunque el caudillo agradeció la sinceridad, no lo fue en este caso por el ministro del ramo, que prohibió el acceso de los gobernadores civiles a la información del ministerio. Desde Granada, Fontana escapará a Madrid, donde retornará a las tertulias intelectuales de café, como en sus tiempos jóvenes. En la provincia andaluza, el veterano jonsista intentó promover una experiencia cooperativa he incluso mandó detener a un administrador de un gran propietario. Aspectos que ayudaron a reforzar su fama de independiente, pero también de hombre revolucionario. Después, también será jefe nacional del sindicato textil, pero tampoco aquí conseguirá aumentar sus amistades. España vivía el racionamiento de la postguerra y los empresarios debían conformarse con las cuotas que se obtenían de la importación de materias primas. El joven, pero experimentado presidente del sindicato textil, recordemos que provenía de familia de empresarios del ramo, tuvo que rechazar varias propuestas de hombres de negocios que pretendían “agilizar” los trámites de manera favorable. Pero el comportamiento honesto del catalán no fue muy bien recibido por algunos cargos del régimen, que hicieron fortuna en el período. Los enemigos creados presionaron, y su carrera política se acabará aquí. Aunque gracias a su ejemplo, hombres como Alberto Ullastres, pudieron “limpiar” la administración de aquellos arribistas. José María Fontana era un hombre libre, procedente de la vieja guardia jonsista, y, por tanto con la voluntad de decir la verdad con absoluta libertad. Los informes que escribe como jefe territorial del movimiento en Tarragona, hablan de él, como de un hombre que ayudó a salvar vidas de la represión fácil; que fomentó la cultura catalana ante la castellanización ciega realizada por los monárquicos de camisa azul; y que actuó contra el mercado negro y el estraperlo, enfrentándose a las nacientes fortunas surgidas de la miseria de los demás. Un hombre que resultó, excesivamente llano, para sobrevivir en la intrigas de la política. Voces de inquietud No obstante, su nombre se vinculará más al mundo del papel a través de sus numerosas colaboraciones en prensa y la edición de numerosos libros, de carácter profesional, histórico, como incluso literario. Entre sus obras hay que señalar “Destino y constitución de España” (1945), “Información sobre el paro agrícola en España, sus causas y soluciones” (1946), “La catalanes en la guerra de España”(1951), “En el Pirineo se vive de pie”(1953), “La lucha por la industrialización de España” (1953), “Sobre economía textil” (1954), “Los españoles ante el año 2000”(1957), “Atlas comercial de España” (1963), “Defensa y crítica del comercio” (1965), “Comercio y distribución” (1965), “Abel en tierra de Caín”(1968), “Tarragona y su provincia” (1969), “Franco, radiografía del personaje para sus contemporáneos” (1979), “Dos trenes se cruzan en Reus” (1979). De entre ellas, “Abel en tierra de Caín” será Premio Nacional de Literatura, demostrando la calidad literaria del autor. En ese sentido, la obra de Fontana debe dividirse en tres amplios espacios. La referente al mundo de la economía, por su labor profesional; la ensayística, con clara finalidad política; y la biográfica, centrándose en relatar con una sugerente prosa su experiencia vital en diferentes aportaciones. En el primer apartado, hay que destacar: “Información sobre el paro agrícola en España, sus causas y soluciones” (1946), “La lucha por la industrialización de España” (1953), “Sobre economía textil” (1954), “Atlas comercial de España” (1963), “Defensa y crítica del comercio” (1965) y “Comercio y distribución” (1965). En estas obras, que marcan su perfil profesional de economista y que se han convertido en clásicos en la formación de los estudiantes universitarios de este saber, Fontana muestra una clara preocupación por el proceso de modernizador español. Hijo de Reus, ciudad fabril por naturaleza, siempre tuvo una marcada sensibilidad de incorporar al resto de España, el sentido emprendedor del empresariado catalán. Por esta razón, su obra comprende dos aspectos importantes a tener en cuenta. Por un lado, la necesidad de promocionar una cultura comercial que relance a España como potencia industrial; y por otro lado, evitar que ese desarrollo económico produjese sustratos de pobreza, mediante la aplicación de correctores sociales. En un segundo aspecto, estarían las de carácter político como: “Destino y constitución de España” (1945), “Los españoles ante el año 2000”(1957) y “Franco, radiografía del personaje para sus contemporáneos” (1979). En estas obras, Fontana trataría de plasmar una visión política muy particular. La primera de sus obras políticas rezuma pasión y fue escrita en los momentos libres que tenía durante el combate, en el frente de Teruel. Es un librito pequeño, elemental pero substancial en el contenido. En él, el autor reurense nos subraya el concepto de nación que tienen los falangistas, una España, comunidad armónica de distintas pluralidades en un destino común. Desde este planteamiento abierto, flexible, acusa a los nacionalismos periféricos de segregar el país, basados en conceptos folklóricos. Pero incluso, al resto de las fuerzas políticas las acusa de haber defendido planteamientos estrechos que habían llegado a la caricaturización de España. En ese sentido, Fontana, de manera sencilla y clara, plantea un concepto de nación sustentado en el equilibrio armonioso de los componentes españoles, que se complementan en una unidad de destino histórica y espiritual. La unidad católica y convivencia histórica era los materiales imprescindibles del basamento nacional. En cuanto a su segundo trabajo, “Los españoles ante el año 2000. Cosmología de España”(1957), fue el más denso y trabajado, ya que le llevó diez años de su vida, y el resultado fue de 667 páginas. En él, Fontana volvía a plantear la equivocación que sería plantear España como una uniformidad, no había que vigilar a las regiones, sino que había que armonizarlas, aceptando sus ricas peculiaridades, porque el control de su particularidad llevaría aun refuerzo de su identidad, pero en un sentido contrario al de la unidad identitaria de España. Con respecto a su tercer libro, es una visión de la personalidad de Franco, realizada desde una edad otoñal, en las costas gallegas. Son reflexiones realizadas, fruto de una larga experiencia como observador cualificado de la realidad política española. En aquel trata puntos nunca tratados por nadie, de la personalidad del estadista, justifica la falta de autoritarismo de Franco, y lo define como un militar hijo del período de la Restauración. Un hombre que nunca fue falangista y que de ahí tuvo sus discrepancias con muchos de sus seguidores. Pero en ese enjuiciamiento del régimen, Fontana reserva duras palabras para los que traicionaron su confianza, por ambiciones personales, como un Dionisio Ridruejo. En definitiva describe de manera personal, la dualidad existente entre un hombre, formado como militar en los valores liberales del siglo XIX, con los aspectos idealistas y totalitarios que embargaban a la juventud de aquel entonces. Los ganadores de aquella imposible comprensión, fueron los conservadores pragmáticos que supieron adaptarse a unas circunstancias, sacrificando las alas del idealismo por el que habían luchado durante la guerra. En todas ellas, se demuestra el compromiso de Fontana con la verdad y la necesidad de regenerar España. Su visión de España, parte como catalán, de construir una comunidad identitaria española desde la aceptación total de las peculiaridades de sus componentes regionales. Por tanto, para José María Fontana, su sentimiento de pertenencia a España, sólo se explicaba desde su profunda manera de ser catalán. El autor siempre, por su compromiso con la verdad, fue un hombre contrario a la miopía del nacionalismo estrecho catalanista y al jacobinismo castellanizante venido del liberalismo de sabor francés. Pero su independencia también se mostrará en sus libros sobre los problemas agrarios de España, como fueron: “Información sobre el paro agrícola en España, sus causas y soluciones” (1946) y especialmente, “Abel en tierra de Caín”, que será Premio Nacional de Literatura en 1968. En ellos, mostró su discrepancia abierta con la política conservadora llevada por el régimen. En ambos trabajos, el análisis final de Fontana resulta claro, pero contundente: “El predominio de la pobreza agropecuaria en la península, con sus monocultivos, con su sentido extensivo de la producción, con sus adversidades climatológeográficas y sus bajos rendimientos, provocador del típico sistema de latifundios y minifundios, del autoconsumo autárquico a un bajo nivel ajeno a la economía dineraria y de mercado, es la causante de las estructuras piramidales de tipo oligárquico, con una numerosa y predominante población subdesarrollada, con debilísima clase media, y una minoría dirigente prepotente y dominante”. Sin embargo, para el reurense, la solución no pasaba por la inversión a fondo perdido de amplios recursos, que produjese finalmente dudosos resultados. Sino, la emigración hacia la rica periferia de parte de la población, quedando la restante, con buenos servicios técnicos, encargada de producir en las mejores tierras rendimientos comerciales. Las tierras pobres, con pocos recursos, serían abandonadas a la naturaleza. Pero estos pensamientos producidos por el sentido común, nunca fueron tomados en cuenta por los regidores de la nación, aunque permitieron la expresión pública de tal discrepancia. Incluso siendo premiada una de ellas con el Premio Nacional de Literatura, galardón que reconocía su calidad de escritor. Finalmente, la obra restante “La catalanes en la guerra de España” (1951), “En el Pirineo se vive de pie” (1953) y “Dos trenes se cruzan en Reus” (1979); forman parte de sus reflexiones, o más bien, de un profundo diálogo con el lector. El primero son sus vivencias juveniles durante la II República y esencialmente en la guerra. Con respecto a la segunda, la más desconocida, escrita con personajes de ficción, pero donde muestra de manera descarnada su espíritu interior, su amor a la montaña y una descripción antropológica de los habitantes del norte de España. El mismo título, “En el Pirineo se vive de pie” da el carácter de la obra, donde el autor pretende descubrir la concepción que mueve a los habitantes del norte de España, hijos forjados en una realidad física dura, pero que los hace aptos para los grandes retos que tuvo que afrontar España desde el comienzo de su historia. En cuanto al tercero, se corresponde a un libro de testimonio personal, donde el autor, en el otoño de su vida hace un alarde de historia local, describiendo la Reus de principios de siglo, a través de su familia y los representantes más característicos de la sociedad reurense del momento. Su estilo, realista, directo y subjetivo le da una vivacidad que ayuda al lector a integrarse en la obra, de la mano segura del autor. Ecos en la historiografía José María Fontana no es uno de los autores que haya sido muy tratado por los historiadores, perteneciendo a los olvidados de la historia. El período histórico en el que se mueve, no cabe duda, si ha sido tratado por grandes investigadores. En ese sentido, habría que citar a Borja de Riquer, uno de los grandes historiadores actuales catalanes, autor de “El último Cambó, 1936-47”, “Lliga Regionalista” y “Escolta, Espanta”; obras que ayudan a comprender la Cataluña de principios de siglo XX, y el protagonismo de la burguesía regionalista en su evolución política. Del mismo modo, resulta interesante, el benedictino Hilari Raguer, con “La Unió Democratica de Catalunya i el seu temp”, “La Espada y la cruz” y “Carrasco i Formiguera, un cristiano nacionalista”; donde subraya la labor de los democristianos nacionalistas, aunque tuvieron una opinión marginal dentro del mundo católico catalán. Pero, sin olvidar la represión que se sufrió en Cataluña, aparte de la básica “La persecución religiosa en la Guerra civil española” de Antonio Montero, se han ido incorporando trabajos recientes, en el que destacaríamos, el del joven historiador catalán, César Alcalá, “Persecución en la retaguardia: Cataluña 1936-1939”, donde se describe con toda crudeza lo pasado por la sociedad catalana bajo el terror. Desde luego, en esta aproximación historiográfica, no se podía dejar de señalar a Joan María Thomas, el historiador que más ha profundizado en el estudio de la Falange en Cataluña. “Falange, guerra civil, franquismo”, “La Falange de Franco, 1937-1945”, y “Lo que fue la Falange” son trabajos que se han convertido en referencia obligada al tratar de la historia de este importante momento histórico en Cataluña. De sus estudios, uno de los hombres más citados es José María Fontana, por esta razón, fue el autor del único libro dedicado a su labor política. “José María Fontana Tarrats: biografía política d´ un franquista catalá” publicado en el Centro de lectura de Reus. A estas obras habría que añadir testimonios personales, donde Fontana aparece, como en la obra de Maximiniano García Venero, “Falange-Hedilla”, las propias memorias del segundo jefe nacional de Falange, “Testimonio” de Manuel Hedilla; o las de Ignasi Agustí, “Ganas de hablar”. En ese sentido, resulta interesante, la obra de investigación de personas, como Isabel de Cabo, quien con su estudio de “La resistencia cultural bajo el franquismo: en torno a la revista Destino”, proporciona datos de relevancia para evaluar la importancia que tuvo Fontana en la recuperación de la intelectualidad catalana durante la guerra. En definitiva, esta reedición recupera la presencia de un intelectual catalán, olvidado en el presente, pero que esperamos pueda ser referente a las generaciones futuras, desde su redescubrimiento. •- •-• -••• •••-• José Luis Orella
VII Congreso Católicos y Vida Pública «Llamados a la Libertad» |