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Oleo de Padró. Museo Marítimo de Barcelona
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Soldados catalanes en defensa de su Patria para liberar Cuba de una guerra inspirada por las logias (*) (**) al servicio de una potencia extranjera emergente

El resurgimiento de la sociedad civil: La aportación de la Iglesia al florecimiento de la conciencia social: El caso de la HOAC

por Francisco García Piñero

La vía comunitarista se ha perfilado en los últimos años como una alternativa al planteamiento cultural neoliberal. La Iglesia ha tenido una parte no desdeñable en el nacimiento de dicha vía. El caso de la Hermandad Obrera de Acción Católica lo pone bien de manifiesto. No obstante, dicha vía – como el caso de la HOAC – tiene planteado un serio desafío de carácter filosófico del que depende en gran parte el éxito de su propuesta.

Introducción.

Viene siendo lugar común, al menos en los países del mundo occidental – aquellos que se vanaglorian de “haber construido un estado de derecho democrático y social, heredero de lo mejor de la tradición revolucionaria” – y al menos desde la crisis de los años setenta, el llamamiento de ciertos intelectuales y ciertos partidos políticos a la implicación de la sociedad civil en el desarrollo de las cuestiones públicas. En España en concreto, y con nuestro nuevo gobierno, es esto lo que se ha dado en llamar el nuevo talante. En efecto, y llámesele como se quiera – nuevo talante, compromiso ciudadano, comunitarismo, civismo, profundización en el sistema democrático, rearme moral de las masas, etc... – dicha tendencia ha ocupado el tiempo de bastantes intelectuales, ideólogos y analistas políticos. Cada uno de ellos ha aportado su punto de vista sobre la cuestión y sin embargo, es sabido que la tendencia de advenimiento de la sociedad civil comenzó a mediados de la década de los sesenta y aún en contra de aquel estado liberal de postguerra. Resulta sorprendente que ahora los partidos políticos traten de acaparar para sí una tendencia social a la que, no pocos, se opusieron y, sin embargo, resulta del todo evidente que esto viene siendo así desde hace ya no pocos años [1] .

Y si esta tendencia es evidente, a nadie puede sorprender que la Iglesia – por fidelidad a su misión injertada en el mundo – haya tenido también su aportación al nacimiento de la misma. Cuestión distinta es que dicha aportación haya tenido, en primer lugar, resonancia entre ciertos ambientes intelectuales y – por qué no decirlo – políticos. En segundo lugar, es también cuestión por entero distinta que la aportación de los movimientos cristianos al florecimiento de la conciencia social fuera, al final, plasmada por medios adecuados a lo que, de hecho, significa ser cristiano. Bien pudiera decirse, ya lo adelantamos, que lo que en realidad pudo ocurrir es que los medios invalidaran el fin precisamente por un defecto de orden no sólo epistemológico sino más bien cultural y de fondo. Y esto de tal calado, que no siempre resulta sencillo de captar y explicar. Mucho menos en el límite de este artículo en el que tan sólo nos proponemos realizar una breve aproximación.

Panorama de la cultura occidental actual.

Cumplido el tiempo de la Segunda Guerra Mundial, en los estados occidentales se dispuso la hora de la reorganización. Era evidente que la democracia liberal había ganado, al menos en los países de ámbito occidental, la batalla por la libertad. La organización de la vida civil se plasmó en lo que se ha dado en llamar el estado de bienestar. De sus logros nadie puede dudar, sin embargo, pasada una generación y llegados a mediados de la década de los sesenta, comenzó a percibirse un cambio. Dicho cambio se concretó en facies diversas todas las cuales venían a coincidir en un punto esencial: era posible y deseable una participación mayor de la sociedad en los asuntos públicos. Los modelos de organización económica, las decisiones políticas, los asuntos medioambientales, las cuestiones militares, etc...Este despertar de la sociedad civil devino, como es lógico, en tensiones con los poderes públicos que veían como el poder de control que habían desplegado sobre la sociedad civil con el simple mantenimiento de una determinada cota de desarrollo económico se venía abajo. Algo había cambiado. Tanto que a partir de ese momento puede hablarse de la existencia de dos corrientes culturales básicas en el mundo occidental [2] . La neoliberal, que implica un modelo económico capitalista e impulsa un sistema social individualista, pragmático y consumista. Supone una fase nueva y superadora del Estado de Bienestar, en la que la sima entre gobernantes y gobernados, entre sociedad y estado, se ha hecho mayor de lo que fue en la etapa anterior. Predomina un escaso interés por la cosa pública – por lo político en sentido aristotélico – precisamente porque ésta, ha sido revestida y envuelta con un papel tan áspero y brillante, que repele y deslumbra al ciudadano común que pretende acercarse a ella. Lo público es, en el actual sistema, cuestión de los técnicos, los peritos, los comités de sabios [3] . Y la vía comunitarista que señala una participación más activa de la sociedad tanto en el desarrollo político como en las implicaciones derivadas del desarrollo económico [4] .

La aportación de la Iglesia.

Aún en contra de lo que se ha podido decir en ciertas ocasiones, la Iglesia, o mejor dicho los católicos, en modo alguno fueron ajenos a tal advenimiento. No es cuestión de polemizar. Sin embargo, sí diremos el punto en el que confluyeron la postura de los católicos – normalmente, y por aquella época, integrados en los movimientos de apostolado especializado de la Acción Católica – y las tendencias comunitaristas incipientes en los años sesenta. Podría afirmarse así: Lo que puede hacer la sociedad no tiene porque hacerlo el estado. De donde se deriva que son las personas que conforman esa sociedad las que deben comprometerse en el ejercicio de los deberes y derechos que permiten el desarrollo – político, económico, social y cultural – de la sociedad de la que forman parte. Esta apreciación no implica que no deba existir un estado y unas instituciones, pero éste se debe a la sociedad en razón subsidiaria, pues es una creación suya y está a su servicio, supliendo los aspectos que la sociedad no puede cubrir [5] . Si la vía comunitarista impulsa precisamente un mayor protagonismo de la sociedad en el desarrollo de la misma, no debe extrañar que algunos católicos vieran esta opción como la más adecuada a su propia condición y no sólo se implicaran en ella, sino que también tuvieran un papel preponderante en su nacimiento en casos concretos.

La particularidad mayor de la aportación de los católicos al tema que nos ocupa estuvo quizá en que el punto de partida de dicha implicación se hacía derivar no de la condición del católico en cuanto que ciudadano del mundo – o ciudad de los hombres como se pudo llamar también – sino como una exigencia del católico en cuento que católico [6] . Todo lo cual devino en ciertas confusiones que, a posteriori, tendrán una importancia capital en el amplio proceso de secularización que advino sobre ciertos movimientos de Acción Católica. A esto hay que unirle además – algo que vino a complicar todavía más la cuestión – el profundo sentido tradicionalista de la existencia, y por tanto de la cultura, que tenían muchos de los hombres encargados de realizar la inmensa tarea que se les encomendaba. Un tercer factor vino a servir de colofón. La limitación eclesiológica ofreció el estructuralismo de ciertas reivindicaciones. El fijismo tradicionalista en la concepción de la cultura posibilitó el solapamiento de la visión cristiana con las ideologías obreras algunas de ellas, difícilmente compatibles con una visión antropológica cristiana. La prisa hizo el resto. Tal fue el caso de la Hermandad Obrera de Acción Católica [7] .


El caso de la HOAC.

La evangelización del mundo obrero. Tal fue el punto de partida, generoso y honrado – es preciso decirlo – de muchos movimientos católicos que se desarrollaron en la Europa de entreguerras. No fue una excepción la Hermandad Obrera cuyo origen tuvo un primer barrunto en la España de la II República a través de la JOC. La guerra civil impidió que aquel primer intento fructificara y hubo de esperar al desarrollo orgánico de las nuevas bases de la Acción Católica española durante los años cuarenta a cuarenta y cinco para ver la luz en su primera actividad en octubre de 1946. Su objetivo no difería en nada del marcado por Pío XI para la Acción Católica de entreguerras: poner fin a la apostasía de las masas obreras. Los medios arbitrados para realizar esta difícil tarea no fueron en esencia distintos a los establecidos para otros ámbitos en la Acción Católica general. La recta formación de las conciencias cristianas para desarrollar una labor en medio del ambiente obrero. Como se ha dicho, el problema se ciñó más bien a un orden de cosas de carácter cultural y epistemológico de partida derivado de una rigurosa visión tradicionalista de la existencia humana.

La peculiaridad de la Hermandad Obrera estuvo centrada quizá en los medios arbitrados para dar acabado cumplimiento a este objetivo. Medios creados y desarrollados por la figura fundamental en el origen, desarrollo y formación de la organización que fue Guillermo Rovirosa [8] . Si el objetivo de la Hermandad era la evangelización del mundo obrero y, ésta, se había intentado anteriormente por una serie de medios que no habían dado fruto. Fue intención clara y manifiesta desde el principio el cortar de modo radical con todas las acciones que antes de la Hermanad hubieran podido realizarse [9] . En este sentido, habían de ser los propios obreros quienes se hicieran cargo de la evangelización de sus iguales. A consecuencia de lo cual se arbitraron una serie de medios de formación que permitieran a los miembros de la Hermandad hacerse con una visión de la realidad obrera que les capacitara para su posterior influencia y transformación. Es en esta concreción de la formación otorgada a la militancia hoacista en donde se estableció el planteamiento cultural que la HOAC entregó a sus miembros. Planteamiento cultural en el que se produjo la convergencia práctica entre los planteamientos católicos – que indudablemente poseían – y los planteamientos marxistas [10] . Una convergencia – es preciso repetirlo – que se ciñó al ámbito exclusivamente cultural o práctico. No se dio en un principio un deseo de cooperación entre dos planteamientos que se veían como opuestos. Que, a posteriori, fuera esto lo que pudo acabar pasando no implica que fuera este el deseo de los ideólogos de la institución.

El objetivo de la Hermandad era la evangelización del mundo obrero. Pero entendieron que dicho objetivo no se podía realizar sin un serio cambio en las condiciones materiales que soportaban los obreros [11] . Si la doctrina social de la Iglesia había planteado soluciones de orden teórico – así lo entendieron – era llegado el momento de que aquellas pasaran a realizaciones de orden práctico. Pero hubo más concreciones pues, en la medida en que estas realizaciones no podían ser realizadas por la Iglesia en cuanto tal, debían ser puestas en práctica por los militantes de la Hermandad, artífices del cambio en la sociedad que generara el cambio global de sistema que permitiría la evangelización del mundo obrero.

En definitiva buscaban un nuevo orden que creara las condiciones necesarias para que las personas integradas en él volvieran sus vidas hacia la verdad de la Iglesia. En la medida en que dicho orden no podía ser establecido por la fuerza, ni por la imposición del estado [12] – aspecto en el que se marca la distancia con el marxismo soviético – debía ser la sociedad civil, a través de la acción de las minorías militantes, quien realizara de modo progresivo y no violento el cambio en las estructuras. Esto era todo. Logrando una minoría formada y selecta que fuera suscitando el paso de un sistema temporal a otro, lo demás sería cuestión de tiempo. Unos irían del nuevo orden al cristianismo y otros verían el nuevo orden como una exigencia de su propio pensar cristiano.

Es en este planteamiento en el que se produjo la mayor aportación de la HOAC al resurgimiento de la conciencia social. Resurgir que, como se afirmó al principio, ha dado como consecuencia el nacimiento, tras el fracaso de la solución socialista, de una nueva vía o línea cultural en el ámbito de los países del mundo occidental. En efecto, no fueron pocos los movimientos, plataformas cívicas, asociaciones, etc... que se crearon durante los años sesenta y setenta en la España del régimen de Franco inspirados por estos planteamientos. Por citar sólo uno muy conocido vamos a mencionar el caso de Comisiones Obreras.

Conclusión.

Dicho todo lo cual es preciso advertir que, al mismo tiempo que los movimientos católicos tuvieron una parte importante en el nacimiento de esta nueva vía cultural, no todos supieron percibir de modo acabado cual era la verdadera dimensión del problema. En este sentido, resulta necesario afirmar – una vez más – que no les faltó deseos muy sinceros de acertar. Lo cual no implica en modo alguno que, ni de cerca, algunos de ellos llegaran a hacerlo.

El problema se ciñó – y aún hoy se ciñe – a que en el ámbito, algo más amplio, de las relaciones entre la fe y la cultura, algo que dio en llamarse – precisamente hacia mediados de la década de los sesenta – el engagement, existía una pauta cultural difícilmente compatible con la visión cristiana de la vida. En efecto, la consabida y necesaria inculturación de la fe en el mundo moderno, que la Iglesia llevaba años tratando de realizar requería, por lo mismo por lo que el problema era muy serio, de una seria y profunda reflexión no sólo teológica, sino también pastoral y filosófica. Más que una desconfianza de la Iglesia ante el mundo moderno, lo que existió fue una prudencia de la misma ante lo que no era otra cosa más que un serio error filosófico y antropológico en la concepción del hombre: el naturalismo historicista. Ante él, la plasmación de las verdades reveladas en categorías culturales comprensibles para el mundo moderno era – y es – algo más que complicado. Y es así, no por una especial animosidad de la Iglesia hacia el mundo moderno, sino simplemente porque la cultura la crea el hombre que, en cuanto que ser libre, es capaz de errar. En la medida en que una cultura acerque al hombre más a lo que en realidad es y está llamado a ser, será más plena y humana. En este sentido, un planteamiento cultural que impide el acceso a una realidad metafísica y trascendente resulta del todo incompatible con la verdad de que la Iglesia es depositaria [13] .

Derivando de aquí hacia el tema que nos ocupa, diremos que si bien es cierto que los movimientos cristianos ofrecieron a la nueva vía cultural comunitarista, una aportación en modo alguno desdeñable, no parece posible dudar de que dicha aportación se cobró un precio quizá elevado. Es en este punto en el que confluye nuestra disertación en el análisis de uno de los problemas más urgentes que tiene la vía comunitarista planteado en la actualidad: las ambigüedades éticas.

Es claro y evidente que la revitalización de la sociedad civil es de capital importancia en los modernos estados democráticos. De no ser así, ¿hasta qué punto podría decirse que vivimos en una democracia?. No obstante, es preciso advertir que muchas de las reivindicaciones que se realizan desde los ámbitos cívicos no responden a un modelo cultural aceptable desde una visión cristiana de la vida por lo mismo por lo que no permiten una apertura al ser trascendente que es el hombre, única vía de conseguir su inserción plena en la sociedad y, desde ella, enmendar la realidad social que lo necesite. La aceptación no ponderada de categorías culturales marxistas derivó el planteamiento cultural de la Hermandad Obrera, más arriba sólo barruntado, hacia derroteros difíciles de compaginar con esta apertura trascendente. En el fondo acabó por perderse el sentido soteriológico y escatológico que tiene la liberación cristiana, así como también el carácter sacramental de la misma Iglesia. No resulta extraño que, tras la crisis de la Acción Católica española hacia 1966, muchos de los militantes que habían formado las organizaciones de apostolado especializado pasaran a engrosar las filas de movimientos cívicos, sindicales o partidos políticos de signo marxista.

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Francisco García Piñero



[1] El auge de las ONG´S, las plataformas cívicas, el llamamiento político a la implicación de la sociedad en las cuestiones públicas, se resumen en una tendencia cultural básica que algunos han denominado comunitarismo. Sobre el proceso de advenimiento de dicha tendencia resulta de interés: PÉREZ DÍAZ, Víctor: “El retorno de la sociedad civil”, Madrid, Tecnos, 1989. Más recientemente, un nuevo modelo de civismo, ha sido expuesto por: YELI MENESES, Violeta: “Auditoria social. Pautas para lograr un proyecto político alternativo con compromiso ciudadano”, en NUEVAS TENDENCIAS, 59, julio 2005, pp. 47-54.

[2] Resulta de todo evidente que tales corrientes no han sido siempre evidentes. Por lo mismo por lo que todos los acontecimientos humanos se desarrollan en el tiempo y en el espacio, las dos corrientes a las que nos referimos aquí han venido fraguándose a lo largo de los años que transcurren entre finales de la Segunda Guerra Mundial y la crisis y acabamiento definitivo de la solución socialista. Son por tanto, tendencias culturales muy actuales.

[3] Con claridad meridiana lo ha expuesto Alejandro Llano: “La quiebra entre ética pública y ética privada conduce inevitablemente a configuraciones burocráticas y tecnocráticas, en las que la gente común y corriente, el ciudadano de la calle, queda marginado...Supongamos que no hay más remedio que preceder así para salvaguardar la paz interna, el orden político y el progreso económico. Pero advirtamos, al menos, la pérdida de sustancia moral que se ha producido en tal maniobra. Porque se ha cambiado verdad por certeza, privando de peso antropológico y de fundamento metafísico a nuestras discusiones éticas. Lo que se ha excluido es la operatividad de la noción de bien común, sustituida por la de interés general...Mientras que el concepto de bien común presenta un carácter marcadamente ético, la idea de interés general posee una índole instrumental y, por así decirlo, técnica...Lo que justifica a las instancias oficiales y a sus correspondientes expertos no es la ética sino la técnica...la técnica jurídica y la técnica económica, los conocimientos aplicados propios de la tecnoestructura...Los ciudadanos corrientes y comunes no entienden el idioma que suelen usar los políticos, los profesionales de la empresa y los funcionarios. Lo que claramente sienten es que no se cuenta con ellos...Por eso se desentienden de la cosa pública, a la que raramente acuden los profesionales más competentes”. Cfr. “El humanismo cívico”, Barcelona, Ariel, 1999, pp. 27-29.

[4] No es bibliografía lo que falta a la hora de acercarse a esta cuestión, pueden consultarse entre otras, las siguientes obras: TARROW, Sidney: “El poder en movimiento: los movimientos sociales, la acción colectiva y la política”, Madrid, Alianza, 1994; IBARRA, Pedro y TEJERÍAN, Benjamín: “Los movimientos sociales. Transformaciones políticas y cambio cultural”, Madrid, Trotta, 1998 ó LARAÑA, Enrique: “La construcción de los movimientos sociales”, Madrid, Alianza, 1999.

[5] Sobre el principio de subsidiaridad, puede verse, entre otros: IBÁÑEZ LANGLOIS, José Miguel: “Doctrina Social de la Iglesia”, Eunsa, Pamplona, 1987 ó DE TORRE, José María: “Trabajo, cultura y liberación. Enseñanzas sociales de la Iglesia”, Palabra, Madrid, 1986. Sobre los orígenes de la doctrina social de la Iglesia, su exposición desborda con creces los límites y objetivos de este trabajo. Tan sólo afirmaremos que, como tal, fue encaminada a orientar globalmente la necesaria inserción de los católicos en la nueva sociedad liberal creada a partir de las sucesivas oleadas revolucionarias del siglo XIX. Más que una tercera vía ó la “solución católica” se trataba de orientaciones generales, de carácter fundamentalmente antropológico, para enseñar a los fieles cuáles son las señas identitarias de la persona para que, de este modo y desde ellas, pudieran elaborar respuestas personales concretas a los numerosos problemas que la implantación del liberalismo y sus enmiendas generó en la sociedad. Que por cuestiones diversas se tomaran las orientaciones del magisterio como recetario para la resolución de problemas temporales concretos, o que cada grupo católico identificara su postura como la única postura católica posible, es otra cuestión distinta que no implicó que las orientaciones magisteriales fueran tardías en el abordaje de las numerosas y enconadas problemáticas derivadas de la nueva cultura.

[6] No conviene olvidar en este punto las serias limitaciones eclesiológicas que gravaban a la Acción Católica, tanto general como especializada, que con gran ilusión y generosidad puso a andar Pío XI. No parece posible – debe quedar bien claro – que se le pueda reprochar nada a Pío XI. Más bien es totalmente necesario afirmar que ya hizo bastante. Al mismo tiempo, es preciso hacer notar que la fórmula establecida para justificar la labor del laicado en la sociedad civil – como se sabe la extensión del mandato canónico – no resultó a la postre demasiado útil. La vinculación que se generó entre la acción de los católicos y la jerarquía de la Iglesia fue tal que llegó a confundirse. No resulta extraño que muchos acabaran haciendo, por ejemplo en su lucha contra la injusta pobreza, la vieja y añeja petición valdense de la Iglesia pobre en el sentido literal de la formulación.

[7] Sobre el origen de la Hermandad Obrera, cfr. GARCÍA PIÑERO, Francisco: “La especialización obrera en la Acción Católica Española”, en Arbil, nº 88. Así mismo puede seguirse el desarrollo de la Hermandad en LÓPEZ GARCÍA, Basilisa: “Aproximación a la historia de la HOAC: 1946-1985”, Madrid, Ediciones HOAC, 1995.

[8] Sobre la figura del fundador de la Hermandad existe hoy una bibliografía de calidad dispar. Por lo que respecta a los estudios más antiguos, son debidos a colaboradores y militantes de la Hermandad, los cuales adolecen de ciertas faltas de sentido critico en el manejo de la documentación. Cfr. MALAGÓN, Tomás, MARTÍN, Jacinto y GARCÍA, Javier: “Rovirosa. Apóstol de la clase obrera”, Madrid, Ediciones HOAC, 1988. Mas recientemente, se han publicado los estudios de DÍAZ, Carlos: “Guillermo Rovirosa”, Salamanca, Colección Sinergia, 2002 y RUÍZ CASCOS, Carlos: “La espiritualidad trinitaria de Guillermo Rovirosa”, Madrid, Voz de los sin Voz, 2003. A pesar de lo dicho más arriba, es necesario tener presente que junto a Guillermo Rovirosa estuvo, como segundo pedestal importante en el desarrollo de los medios de formación de la Hermandad, la figura de d. Tomás Malagón. Fue consiliario nacional de la HOAC a partir de 1953, fecha desde la cual se aprecia un cambio en los medios de formación de la Hermandad en aras de apuntalar más el sentido de la militancia cristiana. Sobre la figura de Tomás Malagón, cfr. FERNÁNDEZ CASAMAYOR, Alfonso: “Espiritualidad, fe y creencias en Tomás Malagón”, Madrid, Ediciones HOAC, 1988.

[9] En el desarrollo de la I Semana Nacional de la Hermandad, el mismo Guillermo Rovirosa expresaba taxativamente esta cuestión: “Todo lo que hasta hoy se ha hecho en España con la intención de ganar para Cristo a los trabajadores seguramente habrá servido en gran manera para la santificación de los que en ello se han ocupado. Pero en cuanto al acierto de los métodos no aparece en parte alguna si nos guiamos por la regla de que: “Por los frutos los conoceréis el árbol”. Por lo cual...declaro suspectos para actuar como dirigente de la A.C. a todos aquellos que hubieran actuado como dirigentes antes del año 1936 en actividades social-católicas. “Esto” es diferente de “aquello”, y si ponemos las mismas personas tendremos otra vez “aquello”. Cfr. ROVIROSA, Guillermo: “Iniciación y objetivos inmediatos de la HOAC”, Ponencia segunda de la I Semana Nacional de la Hermandad Obrera de Acción Católica, Madrid, 26 de octubre a 3 de noviembre de 1946, pp. 80-94. Biblioteca del Instituto Pontificio San Pío X.

[10] Es de capital importancia en este punto dejar bien claro que, tanto Tomás Malagón como Guillermo Rovirosa, no eran personas de ideología marxista. Que un su pasado hubieran podido militar en esta ideología no empece para que en el momento en el que llegan a la HOAC estuvieran plenamente convencidos de que las realizaciones del marxismo no podían ser solución para el problema obrero. No obstante, el predominio de una cosmovisión tradicionalista de la existencia humana tanto en uno como en otro, les llevó a identificar las categorías culturales del marxismo con las únicas posibles para hacer comprensible el contenido de la revelación al mundo obrero.

[11] Fue también en la I Semana Nacional en donde Rovirosa estableció la exigencia de resolver el problema del proletariado: “...“...el único sitio en donde está: en la forma maravillosa de Pío XII: ¡Ninguno proletario; todos propietarios!”. Cfr. ROVIROSA, Guillermo, op.cit.

[12] cfr. ROVIROSA, Guillermo: “El Cooperatismo Integral”, I, en Obras Completas, Vol. I, pp. 172-186, Madrid, Ediciones HOAC, 1995.

[13] El criterio de juicio sobre la veracidad y bondad de cada cultura está inequívocamente ligado a la interpretación que ésta haga del hombre. “La verdad sobre el hombre es el criterio inmutable con el que todas las culturas son juzgadas”. Cfr. Juan Pablo II, alocución a la Curia romana, el 22 de diciembre de 1989; recogido en GAZAPO ANDRADE, Bienvenido y CAMBÓN CRESPO, Elia: “Europa, identidad y misión. Aportación de Juan Pablo II a la construcción de Europa”, Edibesa, Madrid, 2004, pp. 249-250; 336-340.


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