Con vocación de escritor
de materias sociales y políticas, quiso explicar las grandes y
gozosas verdades de la Religión católica y de la Tradición española,
con su propio estilo, siempre mejorado y adecuado al oyente, y sus medios
económicos utilizados de forma generosa y sacrificada.
Desde
mi juventud conocí su inquietud por llegar a la gente, especialmente
a los jóvenes. Para ello actualizó sus razonamientos y estilo. Sin
duda alguna, don Eloy entendió la política como apostolado.
Ha sido hombre de grandes principios y planteamientos, innatos a la
más noble de las Causas. Nos ha dejado un modelo de carlista íntegro,
entero y leal.
Toda
su vida, hasta sus 96 años (falleció en la madrugada del 17 al
18 de septiembre de 2009), bregó en el Carlismo con una gran generosidad
y verdadera vocación, con la naturalidad propia de quien, convencido,
vive las exigencias de la religión católica, la naturaleza una y diversa
de la Patria, la recuperación de los Fueros, y la necesidad de la
suprema potestas como principal magistratura política.
Esta última la concretó en el Rey Alfonso Carlos I, al que sirvió
en su juventud, en la institución de la Regencia de don Javier que
siguió en su madurez y, una vez fallecido éste, en el deseo de una
mantenida Regencia. Lo concretó con la naturalidad propia de quien
vivió el Carlismo en el hogar de sus padres y en el suyo propio.
De
familia carlista, muy generosa en la tercera guerra, y activo él en
la última Cruzada y en tiempos de relativa paz, don Eloy ha perseverado
en la Causa tradicional o carlista hasta su último suspiro. De joven
vivió en Orduña (Vizcaya) y ahí ha sido enterrado. Según noticias
de Carlos Ibáñez Quintana, fue sargento de requetés antes de la guerra
y, durante la Cruzada, fue voluntario en las Compañías del Requeté
de Álava, que después formaron el Tercio de Ntra. Sra. de Estíbaliz.
Tras la Cruzada, quiso mantener en Orduña la organización y el círculo
carlista a pesar del Decreto de Unificación. A mediados de la década
de los cuarenta, emigró a Venezuela con toda su familia, montó una
fábrica de calzado, y regresó de nuevo a Orduña en 1956, contactando
con dicho Ibáñez. Más tarde residirá en Madrid.
Mantuvo
la fidelidad a don Javier de Borbón Parma, y, según J. M. Orts, fue
“un ‘fan’ de Don Carlos Hugo y Doña Irene”, aunque mostrándose
cada vez más preocupado por la ruptura que se iba anunciando. Se opuso
al giro socialista o revolucionario de don Hugo (luego Hugo Carlos y
después Carlos Hugo), trabajando sin cesar contra lo que consideraba
lamentable y calculado desviacionismo huguista, y en favor de
la verdad doctrinal y política, humana y vital del Carlismo.
Conocí
personalmente y por carta a don Eloy. Era una persona muy accesible
y sencilla en el hablar, educadísimo y delicado en el trato, franco
en la exposición de sus convicciones y bueno con todos. Mostró una
gran energía y un continuo afán de superación. Sintió una creciente
soledad política al hacerse realidad la senda revolucionaria del
huguismo. No cayó en la principitis, ni en fiarse de las
personas -por elevada alcurnia que tuviesen- por encima de la tradición,
de los principios y de todo un transcurrir de generaciones. Si
los carlistas provocaron sus desvelos, nueve retoños y su esposa alegraron
sus días.
Hombre
muy sensible, quizás a veces se mostró excesivamente preocupado. Ofreció
su vida por la Unidad Católica y la confesionalidad católica de las
instituciones políticas de la Patria, realidades ambas que unía estrechamente
en el caso español. Don Eloy anunció lo que iba a ocurrir, aunque
como todos se ha quedado corto pues los hechos le han dado la razón
con creces. Contemplará, esta vez desde el cielo, la actual persecución
religiosa contra el Crucificado, la degeneración política, y la sistemática
destrucción del no nacido, todo ello dentro de la legalidad vigente.
Afortunadamente para él, lo vivirá desde la perspectiva y luz de la
Providencia divina.
Toda
su vida estuvo muy preocupado por la cuestión social y laboral,
y por el mundo de la empresa. Por ello, y quizás también por la crisis
de identidad que atravesaron familias enteras de carlistas en la década
de los sesenta y setenta, escribió Carlismo y socialismo.
¿Es socialista el Carlismo? ¿El totalitario el Socialismo?
¿Qué es socializar? (1976, 286 pp.); Empresa, socialización,
hombre (1978, 431 p.), y La Cuarta revolución. Estudio (T.
I, 1984, 74 p.).
También
recreó noveladamente los valores de los cruzados de la
Causa en 1833, en jugosos libros de tesis propios del ámbito de la
novela política y social, con títulos como: El capitán Aldama.
Del Seminario a la guerrilla (1975), y El capitán fantasma:
novela histórica de la primera guerra carlista (Actas, 1998). Estas
novelas de acción exponen los motivos por los que muchos jóvenes ejemplares
entregaron su vida por una Causa donde Dios era servido en primer lugar
y sobre todas las cosas.
Escribió
abundantes artículos y ofreció muchas conferencias. Con un buen
manager para la distribución de sus trabajos, hubiera llegado a
mucha más gente. Cuando éramos jóvenes, le invitamos como orador
en la celebración del Homenaje de la Juventud Carlista de Pamplona
a la Inmaculada Concepción, realizado el 22-XII-1985, celebrando
la Santa Misa en los Hnos. Maristas y la comida de Hermandad en el Restaurante
del Club de Tenis de Pamplona. No recuerdo muy bien de qué habló don
Eloy, al que tuve el honor de presentar siendo chaval, pero sí su cuidado
casi profesional de las formas, la grabación de su discurso en un
cassette con un envidiable espíritu de mejora, espíritu que reflejaba
su seriedad de vida y el saberse un voluntario más que, como tal, pone
lo mejor de si mismo.
Fue
siempre un carlista activo. Estuvo presente donde se fraguaba el futuro
del Carlismo. Fue convocado, entre 63 carlistas, a las reuniones del
1 al 3 de mayo de 1981 en El Escorial para tratar sobre la acefalia
de la Comunión Tradicionalista del momento y la carencia de autoridad
legítima. Estuvo en el grupo Comunión Católico Monárquica con el inolvidable Elías de Tejada, aunque, transcurrido el tiempo,
una grave división interna hiciese que, antes de 1984, don Eloy y Tomás
Barreiro se acercasen a la Regencia surgida en 1958 gracias a don Mauricio
de Sivatte. Al año siguiente, unos y otros carlistas, reunidos en Zaragoza
el 14 y 15-IX-1985, propusieron a don Eloy para formar parte de una
Comisión Gestora de siete personas que impulsasen la unidad del Carlismo
a nivel nacional. De esta manera, participó en la preparación del
Congreso de Unidad de los carlistas en El Escorial, celebrado
en 1986, y después lo hará en el segundo Congreso en 1987.
A
los pocos años, y junto con nuestros queridos (q.e.p.d.) Fermín de
Echeverría y García de la Concha, se separó de la Comunión Tradicionalista
Carlista por precisiones sobre la Unidad Católica, creo yo que con
ocasión de malentendidos e inadecuados enfoques por uno y otro lado,
según se plantearon literalmente las cosas, así como por mutuas presuposiciones.
Hacía bien don Eloy en recordar con frecuencia que los Obispos españoles
afirmaron tras el Concilio que en España se podía mantener
la Unidad Católica y la confesionalidad del Estado. Según esto, y
en atención al ejercicio de la jurisdicción propia de la potestad
civil, la “Dignitatis Humanae” no podía disminuir un ápice la
aplicación de la Unidad Católica y, menos todavía, de la soberanía
social, política y jurídica de N.S. Jesucristo en España.
Landaluce
y Fermín Echeverría (que falleció en 1995), publicaron el boletín
“Lealtad” hasta el nº 206 (enero-feb. 2008), que si bien fue mensual,
desde el nº 190 (jul.-agosto) fue bimensual. Los 94 primeros números
fueron de formato pequeño, y desde el nº 95 (dic. 1995) se amplió
a tamaño folio. La calidad fue mejorando mucho al utilizar medios informáticos
y mejores imágenes. La impresión fue en fotocopia, en 4 folios (8
pp.) grapados. El boletín deja constancia de qué es el Carlismo, los
diversos rostros y maniobras de la Revolución, así como la respuesta
de la religión católica y la Tradición española a los gravísimos
problemas del momento. Tras cierto énfasis y a veces frases hechas,
se exponían justificadamente grandes verdades. En este boletín han
escrito conocidas plumas como la de don Eloy y don Alberto Ruiz de Galarreta
(seud.), así como Blanco Lázaro, Rivilla San Martín, Carlos Etayo,
etc. además de diferentes pseudóninos
Conservo
una correspondencia privada de al menos 22 cartas de don Eloy desde
1988 hasta el año 2007. En ellas don Eloy se lamenta por los males
de nuestra época, y la falta de vibración y limitaciones de no pocos
carlistas. Critica el “pasotismo” tan opuesto al sacrificio
de los mártires de la Tradición (carta, 13-IX-1988), y muestra su
inquietud por la juventud española en general y el futuro del Carlismo
en particular. En el trasfondo de sus cartas privadas, se vislumbraba
cómo don Eloy sufría mucho al comparar los tiempos heroicos del Requeté
durante la Cruzada que él vivió, con el avance de la Revolución,
los destrozos realizados por el huguismo, el olvido de la Unidad
Católica por alguno, y la escasa actividad de no pocos carlistas.
En
una de sus cartas privadas muestra sus dificultades con el mundo editorial
y los problemas de distribución de sus publicaciones, tan dolorosos
para un consumado escritor como fue don Eloy. Dice así: “Los libros
que he hecho y estoy terminando, veo la imposibilidad de publicarlos;
el coste es usurario. Después la venta es algo incomprensible de verdad.
Los libreros venden los que les conviene, sin compromiso alguno; el
último me cobró el 55% del valor en venta, a pesar de haber convenido
el 50. Pones el trabajo, el dinero y después se burlan de ti”
(carta, 28-X-1995). Seguramente, en 1998 se sintió satisfecho cuando
la editorial Actas le publicó su última novela.
No
pocas veces sus escritos son agudos y avisan lo que estamos viendo con
nuestros propios ojos. Por ejemplo, decía que “la democracia liberal
utiliza a la persona como número y para quitarle la
soberanía. Después de votar no tiene valor responsable de ninguna
clase en los asuntos sociales y políticos en cuanto persona, ni profesional,
como albañil, como catedrático, como empleado, como ingeniero, como
agricultor, como mecánico, como pescador… Solamente ha tenido valor
como número. Se han conseguido tántos (votos), y eso es lo
que vale, nada más. Lo siguiente es decidido y manejado por los políticos”
(carta, 13-IX-1988). En otro lugar afirma: “nuestros grandes Ideales
siguen sin variar una tilde; quizá
se necesiten adaptaciones formales, nada más. Incluso tenemos la lección
de todos nuestros enemigos, fracasados. Nuestros Ideales pueden seguir
atrayendo a almas grandes. ¿Podría atraerles ese Carlismo lleno de
pegotes socialistoides y de libertades religiosas?” (…) (Carta,
26-XII-1991).
¿Qué
movía la fidelidad puesta a prueba de don Eloy? Puede responder él
con una de sus cartas donde me decía: “No decaiga un momento
tu entusiasmo carlista, escribe, trabaja, es nuestro deber y nos lo
exige la Causa y cuantos dieron su vida por Ella. A mí
me lo exigen mis compañeros Mártires y otros que por mi intervención
dieron su vida también” (carta, 28-I-1994). Esto último es sobrecogedor.
En la última carta que me dirigió escribía, con una letra temblorosa
pero hermosa y cuidada: “¿Podremos imaginar más amor y humildad
que Cristo Dios Rey en un Pesebre? Animo por la Causa. Muchas felicidades.
Eloy y Familia. Navidad 2007”.
Fue
colaborador de la Comunión Tradicionalista Carlista. A pesar de salir
de ella y plantear algunas críticas a los dirigentes del momento,
hace unos pocos años solicitó a la Junta de Gobierno permiso para
presentar el boletín “Lealtad a Dios y a la Patria, a los
Fueros y al Rey”, sometido a la disciplina de la CTC, que, según
Carlos Ibáñez, se le concedió con gusto. Esto lo ignora Jordi Canal
en su libro colectivo El Carlismo y las guerras carlistas. Hechos,
hombres e ideas, Madrid, La esfera de los libros, 2003, 254 pp.;
cap. “El Carlismo crepuscular (1939-2002)”, p, 123-129, pues en
él insiste con exceso en la división de los carlistas, y la exagera,
ignorando por ejemplo la desaparición del boletín “Lealtad”, el
ingreso de éste y don Eloy en la CTC, y la gran aproximación a la
CTC del grupo de Madrid donde estuvo Fco. Javier de Lizarza. Esta vuelta
a casa, manteniendo en ella lo que siempre había mantenido, es una
muestra de la gran humildad de don Eloy, fruto siempre de su amor por
la verdad. En su última etapa, siempre que pudo acudió a los actos
de la CTC en Madrid. Así, su boletín se hizo eco de las actividades
y listas electorales presentada por la CTC. Murió como vivió, sosteniendo
sus restos mortales la boina roja, para lucirla con humildad y agradecimiento
en presencia del Altísimo. Nuestro homenaje y oración. ·- ·-· -······-·
José Fermín Garralda Arizcun
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