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Pilar de hispanidad
Si Ella es Madre de todos los hombres, éstos son hermanos entre sí.
Eran las cuatro y media de la madrugada
-noche oscura todavía cuando en la Basílica de Nuestra Señora
del Pilar, de Zaragoza, comenzaba la Misa de Infantes. Ya,
entonces se encontraba el amplísimo templo catedralicio
totalmente abarrotado de fieles. Así estaría en todos los
instantes de ese doce de octubre. Y ahí oraba el pueblo y
cantaba a la Virgen "abrazado a su Pilar". Ese Pilar
que simboliza la firmeza en la fe y que es guía en el camino.
Rememora aquella columna que conducía, de noche y de día, en el
desierto al pueblo de Israel.
Data el Pilar de los albores de nuestra era, de cuando -según la
tradición- la Virgen María estuvo presente en Carne mortal,
junto al Apóstol Santiago, ahí, en esa misma orilla del Ebro.
Este río da nombre a 1a península. Este hecho hace cristianos a
los hispanos, lo que determina, ya una característica esencial
de su ser. Estamos ante un momento bautismal. Y ante el inicio de
una nueva etapa de la Historia.
Más tarde, durante el largo período de la Reconquista, es
cuando, para Sánchez Albornoz, se fraguan los rasgos
fundamentales de la personalidad del homo hispanicus. Y éstos,
evidentemente, vienen determinados por los dos grandes principios
que le impelen a la acción: un ideal patriótico (recuperar la
tierra perdida, la patria arrebatada) y un ideal religioso
(defender con la vida la fe en peligro). Mas, a la vez, por
coincidencia en esas claves y en el solar de sus comunes raíces,
se va formando, entre los cristianos peninsulares, la conciencia
de un destino unitario -primera condición para realizar una
empresa superior-. Por eso, los diversos pueblos, condados y
reinos se integran en las dos grandes Coronas de Castilla y de
Aragón (que se corresponden, respectivamente, con los dos
arranques de la Reconquista, de Covadonga y de San Juan de la
Peña) y, después, estas Coronas se juntan, dando origen así a
la España unida. Aparece el primer Estado moderno. Termina, el
secular rescate de la patria; ya es España de los españoles.
Pero éstos necesitan proyectar a otros Mundos el vigor acumulado
en tantos siglos de esfuerzos denodados. Con palabras de Ortega:
la unidad se hace para lanzar la. energía española a los cuatro
vientos, para inundar el planeta, para crear un Imperio aún más
amplio.
En ese momento Aragón ya está extendido por todo el
Mediterráneo e incluso allende el Pirineo. Pero sólo unido con
Castilla, en la superior síntesis nacional de España, es ésta
capaz de proyectarse al orbe y de recoger la antorcha de la
civilización que, siguiendo el sentido del sol, le ofrece el
destino y con la que ya han iluminado la Historia las otras dos
grandes penínsulas mediterráneas: Grecia y Roma.
Pero España no se contenta con las tierras y los mares.
Poseedora de un descomunal coraje, quiere ser protagonista de la
mayor epopeya de los siglos. Salta a nuevos mundos que descubre y
a los que lleva su sello, su lengua, su cultura, su fe; esa fe
traída de Oriente, plantada una lejana noche de invierno en el
Pilar y que va rebrotando en una fulgurante constelación de
santuarios marianos, en España, en las nuevas Españas, en la
Hispanidad entera.
Y es que el llamado por Américo Castro espíritu divinal es
móvil primordial de la gesta hispana en América y, en
consecuencia, llega a trascender a los principios de las Leyes de
Indias. Ofrecen ahora los españoles al Nuevo Continente las
formas jurídicas y políticas que previamente habían creado en
la península. Y también practican allí lo que antes habían
aprendido en su propio solar: la asimilación de otras culturas,
el mantenimiento de la variedad de las particularidades, pero
ensamblándolas en un todo esencial; incluso se unen realmente a
los indígenas, quedando varias razas fundidas en una sola
sangre. En fin, ya está 1a misma patria a ambas orillas del
océano; ya la misma Corona. Así convierten los españoles el
Atlántico, hasta ahora desconocido, en e1 nuevo Mare Nostrum. el
antiguo finis terrae ibérico pasa a ser el meridiano central de
la Tierra.
En el océano recién descubierto, pero así mismo en el
Pacífico y en todos los mares deja España su estela. Circunvala
el Orbe, lo abraza. Pero su acción no sólo se derrama
físicamente a lo ancho de la superficie terráquea sino que se
adentra en todos los conceptos universales trascendentes: crea en
sus Universidades el Derecho Internaciona1, defiende en Trento la
unidad del género humano, penetra con sus clásicos en la
entraña del hombre, asciende con sus místicos a las más altas
moradas
Y así conocen, viven y propagan los hispanos de la edad dorada,
esta fundamental idea: Tiene la humanidad una sustancial unidad.
Comprenden de manera natural esa verdad sobrenatural, porque
viven entrañablemente su filiación con la Virgen María y saben
que si Ella es Madre de todos los hombres, éstos son hermanos
entre sí.
Luego, la esencia de lo hispánico tiende a disolverse. Surgen
ideologías señalando equívocos caminos. Sin embargo, un camino
seguro que llega a su destino sigue siendo el marcado por el
Pilar ("faro esplendente", se canta en su himno). Por
algo ese Pilar, además, está plantado (arriba, a su izquierda)
en el lugar del corazón de España.
Patricio Borobio *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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