|
¿Esperanza desesperanzada o desesperanza esperanzada?(y2)
Para los que profesan la religión cristiana se les abren otras nuevas puertas.
La existencia de un dios, de un Más
Allá y de una vida post-morten es común a la mayoría de las
religiones (no todas como veremos), bien sean monoteístas o
politeístas. Unas y otras giran en torno a dos polos: la
existencia de un alma inmortal y la necesidad objetiva y su
consiguiente aplicación subjetiva de la compensación.
La primera cuestión "único verdadero problema vital,
del que más a las entrañas nos llega", según el ya
citado Unamuno (Del sentimiento trágico de la vida), se
fundamenta en que los actos espirituales sólo pueden tener una
causa espiritual, que por tal es simple, no compuesta, y, por
tanto imperecedera, de lo cual se deduce algo también
imperecedero, no eterno, que existirá siempre, mas sólo puede
ser creada por alguien a su ver imperecedero, en este caso
eterno, Dios.
Diversas consecuencias se pueden extraer de esta proposición:
-el hombre realiza actos como, por ejemplo el raciocinio que no
solamente son inmateriales, si no también por su voluntariedad y
racionalidad tienen un origen totalmente espiritual;
-que el ser humano es consciente de que en su interior existe un
principio vital, causante de toda acción de naturaleza
extracorpórea;
-por otra parte, también se puede apreciar aquel principio
filosófico de que los efectos poseen una naturaleza deducida
lógicamente de a naturaleza de la causa originaria;
-que sólo un Ser igualmente espiritual puede crear algo
espiritual obligando a la lógica conclusión de que este ser
espiritual debe ser forzosamente superior a lo creado;
-que dada su naturaleza espiritual, el alma carece de partes
sensibles y, por consiguiente, no puede descomponerse, como es el
caso del cuerpo y de ahí que el alma siga su propio camino a
partir de la muerte -no queremos entrar aquí en el tema de la
resurrección de la carne a fin de no extralimitarnos-. Esto es
lo que vulgarmente llamamos muerte no afecta a lo espiritual,
está, como diríamos en términos legales, fuera de su
jurisdicción : "Yo no sé lo que hay más allá, no me
preguntes, no tengo por qué saberlo"- le contesta la
muerte al caballero en la ya mencionada película de Bergman.
La compensación es el otro foco de la elipse. El mundo está
lleno de maldad, no siempre la suerte sonríe a los justos,
tampoco sonríe la vida a todos por igual, los enfermos, los que
mueren en plena juventud, en su infancia o inmediatamente
después de nacer o incluso antes de ello. Todos estos también
tienen derecho a la felicidad y ¿qué mejor plasmación de esta
felicidad que la felicidad eterna?
Dentro de este esquema compensatorio aparece la idea de justicia
al mal humano, de una justicia distributiva que alcanza a todos,
según sus méritos y además una justicia igualitaria por su
universalidad. Diríamos que esto último queda reflejados en
aquellos versos
"En este mundo traidor
de morir nadie se escapa
muere el rico, muere el pobre
muere el rey, muere el papa"
o aquellos otros atribuidos al cardenal Cisneros por José María
Pemán, cuando el franciscano, en una misiva al rey Fernando, le
deposita cenizas en el sobre, acompañadas de una leyenda:
"Y le envío por su bien/ ya que así su tiempo pierde/
ceniza que le recuerde/ que el rey se muere también".
Si fallaran estos argumentos filosóficos, siempre se puede
acoger el creyente a las palabras de Claude Tresmontant
"apoyándonos solamente en lo que somos, que
continuaremos existiendo después de la muerte ... solamente
apoyándonos en lo que El nos ha dado, el don de la existencia y
de quien tenemos razones para confiar en su fidelidad, podemos
hablar de nuestra inmortalidad" (El problema del alma).
Lo hasta aquí dicho vale en general para toda religión pero
para los que profesan la religión cristiana se les abren otras
nuevas puertas, en parte compartidas por los creyentes judíos e
islámicos.
La primera es la angustia que produce en el ser humano, el
saberse torpemente condenado a la muerte por su propia torpeza.
El hombre no estaba destinado a la muerte, no debería morir si
no hubiera habido el primer pecado, el pecado original.
Dentro de esta línea, podemos considerar la separación del alma
del cuerpo, como consecuencia lógica y justa de nuestros pecados
personales, de nuestra contribución a la transgresión de la ley
divina. En este momento, la angustia se nos trastoca en Miedo,
miedo al juicio, miedo al posible castigo, entramos en la
Esperanza Desesperanzada. Pasamos de la turbación de lo no
conocido a la turbación ante lo conocido , aunque sea
indirectamente por la fe. (continuará)
Jaime Serrano de Quintana *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.