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Psicología del patriotismo
¿Qué es lo que la tierra patria añade al simple concepto de la tierra donde nacimos y nos criamos?
El patriotismo es el amor a esa entidad
material y moral que llamamos la patria; de donde se sigue que
haya tantas maneras o acepciones de patriotismo, cuantas son las
especies de patria, o las acepciones en que se toma esta palabra.
Pero para alcanzar un conocimiento más hondo del patriotismo, se
debe de haber estudiado su objeto, conforme a la norma
filosófica: que por los objetos se especifican los actos y sus
hábitos; conviene fijarse también en la índole del acto mismo;
pues, al fin y al cabo, ese acto, con que abrazamos amorosamente
la patria, y el hábito que la continuación de actos semejantes
engendra, son lo que formalmente constituye el patriotismo. Ahora
bien; supuesto que el patriotismo es una tendencia prosecutiva,
una forma de amor; hemos de ver, en primer lugar, qué clase de
afecto amoroso puede ser considerado digno de ese nombre.
Amor es, en un sentido general, toda inclinación o tendencia
prosecutiva hacia un objeto, nacida del conocimiento del mismo;
pues, aunque se llama amor la inclinación que dimana de la
naturaleza inconsciente, esta acepción de la palabra no puede
admitirse sino como metafórica. Así, sólo metafóricamente
hablan los poetas del amor con que las flores vuelven sus corolas
al sol, como ansiosas de recibir sus besos; del amor con que la
tierra seca ansía por el rocío que sobre ella derraman las
nubes, y, generalmente, del amor con que cualquiera potencia se
inclina a sus objetos, aun antes de percibirlos actualmente; como
decimos que los ojos aman la luz o los oídos el sonido y el
facto la suavidad, etc.
Pero aún pasando de estas acepciones metafóricas de la palabra
amor, a los sentidos propios de la misma; Como hay tres maneras
de conocimiento instintivo, sensitivo y racional, es
menester distinguir tres clases de amores propiamente dichos.
El amor instintivo envuelve, sin duda alguna, un conocimiento
pero no un conocimiento reflexivo, ni aun previo, que nos
persuade al amor de un objeto, por ser congruente, o digno por si
mismo de ser amado. El instinto es una manera de juicio, impreso
en la naturaleza animada por el providentísimo Autor de ella que
sin reflexión, ni aun conciencia de sus actos, la dirige en la
práctica de las operaciones a su bien orgánico conducentes .
Ese instinto se halla en los irracionales como única guía de
sus acciones; mas en el hombre, aunque preside el juicio a sus
actos humanos, como hay acciones u operaciones que necesitan
anticiparse al desenvolvimiento de la razón , o llenar las
lagunas de su actividad, en orden a la conservación de la vida
individual y específica, queda vivo el instinto, el cual nos
guía en esas operaciones a que la razón no asiste, o nos
inclina a ella con anterioridad a su asistencia.
Por eso hay en el hombre, a pesar de su racionalidad, amores
instintivos, muy semejantes a los de los ; v. gr., el amor a la
propia vida (instinto de conservación), el amor a los padres y ,
sobre todo, a los hijos , y el amor a la patria, ordenados estos
últimos a la conservación de la especie.
Superior o inferior al amor instintivo, según el punto de vista
desde donde se le considere, es el amor pasional o sea, el afecto
sensitivo que sigue al conocimiento de la imaginación o de la
fantasía. En cierto modo, se puede considerar este afecto como
superior al amor instintivo, por cuanto precede de una noción
consciente (por lo menos, en el hombre), al paso que el instinto
es como una impresión ciega de la misma naturaleza animada El
nilil volitam nisi praecognitam, que no rige en el instinto (por
lo menos, cuanto a la cualidad de lo apetecido o aborrecido),
tiene ya lugar en el amor pasional o sensitivo. Pero bajo otro
aspecto, se puede considerar a este segundo como inferior, por
cuanto el instinto es guía natural, que no se desordena;
mientras la pasión está sujeta a los mayores desórdenes y
anormalidades. Por esta causa en los animales hallamos siempre la
moderación del instinto, que contiene sus operaciones dentro de
las normas de la naturaleza; al paso que en el hombre que se
mueve por pasión, se descubren anomalías y discordancias
enormes.
Hay, finalmente, en los vivientes intelectuales, el amor
racional, que no es otra cosa sino el afecto prosecutivo que
sigue al conocimiento de la inteligencia. Así como la suprema
Inteligencia ordenadora del mundo rige los seres irracionales por
medio de una manera de razón impresa en ellos, que es el
instinto; así los vivientes racionales poseen una facultad
intelectual con que pueden guiarse libremente a si mismos, y la
inclinación con que el ser dotado de razón abraza los objetos
que le ofrece su inteligencia, es el amor racional.
Esto supuesto, veamos ya a cuál de estas tres clases de amores
pertenece el patriotismo.
Y en primer lugar, no parece que pueda tener parte en él el amor
instintivo, el cual se viene a reducir a dos finalidades
intentadas por la Naturaleza: la conservación del individuo, y
su propagación para conservación de la especie; ninguna de las
cuales tiene necesaria relación, no digo ya con la patria
grande, pero ni aun con la patria chica o sensible.
El amor a la patria chica propiamente dicha, no comienza a
advertirse sino en los pueblos que se dedican a la agricultura, y
llevan por ende una vida enlazada con la tierra que cultivan. Ni
la tribu nómada, que va, en pos de sus ganados a donde espera
hallar para ellos más provechosos pastos; ni el individuo
nómada o trashumante de las sociedades modernas, que se ve
llevado de una provincia a otra por las actuantes circunstancias
de la vida industrial o mercantil, sienten ese cariño a un
horizonte limitado, cuyos contornos están grabados en el alma
como escenario de la primera juventud.
Para expresarlo concretamente; el afecto a esa patria sensible,
no es accidente de la naturaleza, sino de la costumbre; la cual,
aunque llegue a formar, como dicen, una segunda naturaleza,
engendra sólo el hábito, pero no el instinto, que precede de la
naturaleza específica propiamente dicha.
Y si eso hallamos en lo tocante a la patria chica y sensible,
todavía menos puede tener lugar el afecto instintivo cuando se
trata de la patria grande, a sea, de la patria en su sentido más
estricto y elevado. La razón es, que la patria es un todo moral,
y en la vida moral nada tienen que ver los instintos, resortes
inconscientes de la naturaleza, que, como no tienen parte en la
razón individual, tampoco pueden tenerla en la moralidad.
Este es el hilo seguro que nos ha de guiar al conocimiento de la
naturaleza psicológica del patriotismo. La patria, por lo menos
en cuanto se eleva sobre el sentido material con que damos ese
nombre al escenario físico donde ha transcurrido la mayor parte
de nuestra vida, es una entidad moral; no porque no conste de
elementos físicos, sino porque es moral el lazo que los une
entre sí para formar un todo. Mas las entidades morales no son
perceptibles para el instinto ni para el sentido material; luego
sólo pueden ser conocidas por la inteligencia, y sólo pueden
ser primariamente objeto del amor racional.
La moralidad, dicen los filósofos, consiste en una relación a
la inteligencia y a la voluntad libre del ser intelectual; por
consiguiente, donde no tiene cabida la razón y la voluntad,
tampoco puede hallarse la razón de moralidad. lo cual no quiere
decir que el ser moral haya de ser completamente inmaterial;
antes bien puede constar de elementos materiales; pero no puede
ser puramente material. Así, el hombre es ser moral; aunque
consta de espíritu y cuerpo; y la sociedad es una entidad moral,
aunque esté compuesta de seres corporales. Asimismo la patria es
una entidad moral, pues, como antes asentamos, lo que constituye
su unidad especificativa, es un desenvolvimiento moral.
El que ama a su patria, no ama solamente la tierra, los
monumentos, los hombres que la habitan; No ama ,solo objetos que
pueden percibirse con los sentidos: ama, por encima de todo eso,
el desenvolvimiento que le hace solidario de la serie de
generaciones que habitaron ese país, fabricaron esos monumentos
y poblaron de recuerdos históricos cada uno de los accidentes de
esa tierra patria. ¿Qué es lo que la tierra patria añade al
simple concepto de la tierra donde nacimos y nos criamos? El
mismo nombre de patria lo dice: añade una relación moral, una
relación de pertenencia a los que nos precedieron en la vida, y
con sus actos, no sólo dieron origen a nuestra vida física, y a
muchos de los objetos de que nos servimos para sustentarla y
embellecerla, sino al propio tiempo determinaron las particulares
formas de nuestra vida moral, elaborando nuestras ideas,
costumbres, leyes, instituciones y maneras de ver y de sentir.
Todo eso forma naturalmente un conjunto moral; una entidad que no
puede conocerse con solos los sentidos corporales, sino por medio
de la inteligencia y la razón; que no puede percibirse,
consiguientemente, sino por un conocimiento racional; ni, por
tanto, amarse primariamente, sino con racional amor. De donde
resulta que el patriotismo no es comoquiera amor, sino amor
racional.
Pero no cabe duda que ese amor racional puede y suele andar
acompañado de afectos pasionales, los cuales se dirigen, no
precisamente a la entidad moral de la patria, sino a los
elementos físicos que la integran; y de ahí la facilidad con
que ese amor pasional se desordena y aún desnaturaliza, porque
no versa sobre lo que propiamente constituye la patria.
En primer lugar el patriotismo, como todos los amores, tiene por
centro al individuo, y por punto de partida el amor que el
individuo se profesa a sí mismo. Si yo amo mi país natal, es
por la asociación de sus accidentes con mi propia personalidad;
con los recuerdos de mi juventud, con las acciones de mi niñez,
cuya memoria más o menos confusamente conservo. Y asimismo, el
amor de la patria grande, de ese mundo moral a que pertenezco y
que siento íntimamente unido conmigo, tiene por punto de partida
mi propia moral personalidad. Si todo ese conjunto moral
existiera tal cual es y no fuera el proceso generador de mi
propia vida moral, ya no me sería posible amarlo como mi patria.
Podría estimarlo y amarlo por su excelencia, por efecto de una
consideración enteramente objetiva; pero ese amor de un objeto
excelente ajeno de mí, no tendría nada de común con el afecto
del patriotismo.
Ahora bien; como mi persona (término de ese desarrollo moral) se
halla en el centro de mi patriotismo, claro está que el amor
pasional que a mí mismo me tengo, se incorpora, por decirlo
así, con mi amor racional a mi patria y lo matiza con
tonalidades de apasionamiento.
Y lo mismo que acontece respecto de mi persona, puede suceder por
lo tocante a los objetos sensibles o personas que se comprenden
en ese conjunto, cuya unidad moral constituye la patria grande.
Elementos de la patria son las personas a mí unidas por los
vínculos de la amistad y de la sangre, a las cuales profeso un
amor pasional; a la patria pertenecen mis obras y mis intereses,
hacia los cuales me incline con pasión. Todos los elementos de
la patria son en algún modo cosa mía, por lo menos, respecto de
los extranjeros; y por eso, fácilmente se extiende a todos esos
objetos el amor pasional con que yo mismo me amo.
De todo lo cual resulta que, en el patriotismo, se funden en uno
el amor sensitivo o apasionado , con el amor intelectivo o
racional.
(continuará)
R. Ruiz *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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