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España, dimisión histórica o restauración nacional
Se debe dar un paso hacia adelante, pero con la mirada hacia arriba: hacia adelante por el camino de la restauración nacional, y mirando hacia arriba, porque la fortaleza necesaria para seguir andando por él requiere que los ojos del alma busquen en oración el apoyo que viene de lo alto.
La crisis religiosa, crisis moral, crisis
cultural y crisis económica que padecemos produce como resultado
de las mismas, la crisis nacional, la crisis de España como
nación, crisis en la que nuestro pueblo se sabe distorsionado,
conturbado y hasta alucinado por dos tentaciones antagónicas
pero convergentes en su propósito desintegrador: una, la del
internacionalismo, que aspira a una sociedad universal sin
naciones, y otra, la de los micronacionalismos nacionalistas que
pretenden, a través del juego inicial de las autonomías
políticas, la fragmentación de la unidad histórica.
En esta línea desintegradora y antinacional se dan cita desde el
vocabulario oficioso que elude hablar de España y se refiere de
continuo al país o al Estado, hasta la marginación, el
desprecio o la injuria a la bandera.
En esta misma corriente desintegradora se enmarca una triple
ruptura: ruptura de la tradición, para no ser diferentes y
homologarnos con los demás; ruptura de la convivencia presente,
con el pretexto del pluralismo; y ruptura de la misión, con
burla y puesta en sorna del llamado triunfalismo.
He aquí, a grandes rasgos, uno de los caminos que se abren ante
nosotros, los españoles de ahora: el camino de la dimisión
histórica, al que parece empujarnos la desgana colectiva. Pero
queda otro camino: el de la restauración nacional. El camino de
la dimisión histórica es fácil, no requiere ningún esfuerzo,
es ancho como el camino que el Evangelio llama de la perdición.
El otro el camino que alza en sus indicadores el rótulo de
restauración nacional, es estrecho y difícil; conlleva, de
seguirlo, esfuerzo y trabajo, pero conduce a la dignidad y a la
grandeza de la Nación, y también a la paz profunda que mana de
la tranquilidad de conciencia otorgada y concedida a quienes
cumplen abnegadamente con su propio deber.
Nos consta -y todos hemos cosechado alguna experiencia que
la empresa restauradora de la Nación demanda sacrificios sin
cuento, y el más duro, sin duda, el del enfrentarse con la
incomprensión, con la frivolidad, con la ceguera voluntaria, con
el egoísmo y el miedo de la clase dirigente, con la apostasía
religiosa y política de los que fueron o se dijeron servidores
de la Fe y de la Patria; con el triunfo del interés mezquino
sobre los nobles ideales, de la tacañería sobre la generosidad
y de la envidia sobre la causa.
Pero a pesar de todo, incluso del panorama escasamente prometedor
de la hora presente, donde, por unos y por otros, comprometidos
hasta la médula con el Régimen actual, se sigue jugando con el
ser histórico y con el destino de España, se debe dar un paso
hacia adelante, pero con la mirada hacia arriba: hacia adelante
por el camino de la restauración nacional, y mirando hacia
arriba, porque la fortaleza necesaria para seguir andando por él
requiere que los ojos del alma busquen en oración el apoyo que
viene de lo alto. Para ello, claro es, se hace preciso un
paréntesis de recogimiento interior, de autoconvencimiento, que
nos inmunice contra el desviacionismo suicida de soluciones
preparadas por el esquema alternativo, que, al dejar intacta su
filosofía, no pueden ser otra cosa que prótesis de
escasa duración, que al deteriorarse, dejando infectados los
tejidos vitales, no harán otra cosa que agravar y hacer
imposible la restauración nacional anhelada.
Ese camino de restauración nacional es, ciertamente, algo
objetivo, cuyo itinerario y cuyos escollos conocemos, pero es
igualmente, y lo es ante todo, un camino personal y, por ello,
una conducta, un comportamiento, un modo de ser y de obrar
subjetivo, intransterible, que no puede traspasarse a otro, por
razones de comodidad o de cansancio, porque si ello fuese así,
nos haríamos solidarios -a pesar de nuestras quejas y de nuestra
indignación inoperantes de la dimisión histórica de
España.
Afortunadamente, tenemos, para estímulo de la esperanza,
ejemplos sugestivos en nuestro pasado, que nadie ha dicho que no
se puedan repetir en el futuro. A la España decadente y
turbulenta de Enrique IV, sucedió la España unida y en orden de
los Reyes Católicos; a la fe temblorosa de los primeros
cristianos reunidos en torno a Santiago el mayor o a Pablo de
Tarso, en Zaragoza o Tarragona, la plenitud de una Cristiandad
que levantaba iglesias y catedrales en Sevilla, en Cuzco, en
Méjico y en Manila; a los guerreros con escasa o nula
preparación de los años iniciales de la Reconquista, los
tercios famosos del Duque de Alba y del Gran Capitán en el
continente europeo, y las tropas invencibles de Pizarro y de
Hernán Cortés en la tierra novísima de América, etc...
Lo que importa es descubrir el secreto de cada uno de esos
episodios nacionales transformadores, hacerlo nuestro y
movilizarnos conforme a sus propias exigencias dinamizantes,
ilusionantes y emprendedoras. Ese secreto incide en la totalidad
crítica que antes expusimos, es decir, en la crisis religiosa,
en la crisis moral, en la crisis cultural, en la crisis
económica y en la crisis nacional.
· Frente a la crisis religiosa, el camino de la restauración de
España postula un gran acto personal de Fe, y de Fe teológica,
que contemple a su luz el quehacer histórico de nuestro pueblo;
un pueblo que, de algún modo, deseamos que viva en gracia, es
decir, que se gobierne y rija por un ordenamiento jurídico y
unas costumbres concordadas con las exigencias del Evangelio.
Este acto de Fe puede condensarse en la fórmula ambivalente del
"yo creo", porque el que cree, crea, y porque en
nuestro idioma el yo creo es no sólo primera persona en presente
indicativo del verbo "creer", sino también primera
persona en presente indicativo del verbo "crear".
"Fuertes en la Fe", como nos pide el texto sagrado.
Fuertes en la fe, para preservarla, como virtud y como Credo, en
el orden personal y en el ámbito de la "res pública",
de los ataques, incluso, de quienes están obligados, por razón
de su ministerio, a respetarla, defenderla y predicarla.
· Frente a la crisis moral, el camino de la restauración de
España nos pide la adhesión espiritual y profunda a la fórmula
del "yo me sacrifico", que equivale a decir que
no rehuyo un puesto en el combate, por modesto y humilde que sea,
que no regateo mi ayuda, que no escatimo el tiempo que haya que
dedicar a la tarea, que pongo al servicio de la causa mi
influencia, mi prestigio, mis cualidades, y que acepto de
antemano los perjuicios que de ello se me sigan, llámense
aislamiento social, pérdida de ingresos, burlas socarronas o
difamación sin escrúpulos.
· Frente a la crisis cultural, el camino restaurador de España
nos espolea a vincularnos al compromiso que pone de relieve la
fórmula del "yo me formo", que es tanto como
adquirir la preparación que las respectivas profesiones y
oficios requieren para su rendimiento social, pero también
asimilar la doctrina básica, teológica, filosófica y
política, cuyo tramado convincente proporciona la seguridad
dialéctica que subsiste, a pesar de los avatares históricos, de
la mudanza de las gentes y del variable diapasón emotivo
personal.
· Frente a la crisis económica, el camino de restauración de
España nos apremia a intimarnos, en medio de la desgana y la
apatía, con un "yo trabajo"; pero no un
"yo trabajo" solamente para resolver mis problemas y
los de mi familia, para abrirme paso, para no sucumbir golpeado y
maltratado por el deterioro que avanza, sino para invertir el
sistema, para sustituir la demagogia estéril de la palabra
hipócrita, vacía y escandalosa por otro diferente en el que la
iniciativa privada, la empresa libre, la economía de mercado y
la vigilancia e intervención justa de la Administración,
órgano del Estado para el servicio del bien común, nos
devuelva, como realidad tangible, la posibilidad de que ningún
hogar ni familia española carezca de lo necesario y de lo justo.
· Frente a la crisis nacional, el camino de restauración de
España se reconduce, en su órbita subjetiva, a la fórmula que
hoy puede producir escalofrío: "yo soy español", y
no de nacimiento o geografía, sino español histórico y de mi
tiempo, español de ahora, que no se avergüenza del pasado y que
no tiene ninguna razón para ocultar su españolia, que quiere
seguir siendo español, que sabe que ser español es una de las
pocas cosas series que se pueden ser en el mundo.
Hago hincapié en la fórmula "yo soy español",
expresada con sencillez y no exenta de energía, porque entiendo
que aquí, en esta radicalidad esencial, más que existencial, se
halla la clave de la restauración de España. Si no hay
españoles de verdad, al ciento por ciento, compenetrados con el
ser de la Nación, no podrá seguir existiendo España. El
problema de España no es otra cosa que un problema de
españoles. ¿Somos nosotros, entre tantos, esos españoles que
España necesita para su restauración nacional?
Cada uno de vosotros dará la respuesta, no con las palabras que
el viento se lleva, sino con la conducta que el viento no puede
arrancar. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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