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Editorial
El
entendimiento sometido a la verdad; la voluntad sometida a la
moral; las pasiones sometidas al entendimiento y a la voluntad; y
todo ilustrado, dirigido, elevado por la religión; he aquí el
hombre completo, el hombre por excelencia.
(Balmes. "El Criterio)
Los problemas de España enmarcados
en la crisis profunda de la civilización occidental para
su solución exigen la contemplación, asimilación e incidencia
operativa de unos valores básicos que hagan posible un proceso
de mejora, individual y el colectiva.
Cuando esos valores se olvidan, y se pierde la conciencia de
transcendencia, el hombre puede ser sometido, de modo incruento y
fácil, al dominio social a través de la confusión, la
corrupción y ocupación de las instituciones y los medios.
Aunque nuestro tiempo ha decantado la falsía doctrinal y
práctica de algunos regímenes materialistas, aún no detecta la
nueva vía que se halla en curso para reducir la cultura
occidental, surgida de tres factores concurrentes: la razón, el
derecho y la fe.
Olvidado el capitalismo de producción y distribución, como
ventosa de la plusvalía y como logrero económico, hoy por hoy
el materialismo opresor es el del capitalismo absorbente y sin
rostro humano, el capitalismo financiero, el capitalismo de los
medios de cambio, el capitalismo, en suma, del dinero, que va
adquiriendo el monopolio oculto, indirecto e irresponsable de los
medios de producción, de los medios de comunicación, de los
partidos políticos y de los Estados, adquiriendo un
extraordinario poder para condicionar y conformar como quiere y
planificar al hombre y a la sociedad.
A través de palabras como "concientizar", el recurso
permanente a la imagen, la revisión de la historia, están
haciendo posible que se acoja con indiferencia o se acepte lo que
hace todavía muy poco era capaz de producir un repudio
espontáneo: el asesinato de niños nonatos, la sodomía, el
empleo basura, ....
La educación y la culturización, monopolizados, aun cuando se
trate de escuelas y de medios que se titulen privados, por el
capitalismo financiero, que los maneja al igual que los
públicos, consigue la obediencia social. He aquí cómo el
hombre pierde su libertad, acosado por las libertades, y la
sociedad pierde su soberanía, dominada por el poder especulador.
La lucha intelectual que se debe librar ahora es por el rescate
del hombre de un secuestro de su interioridad, de su mente y de
su conciencia.
Al hombre, campo específico de un combate intelectual, o se le
concibe como un ser sólo inmanente o como un ser transcendente.
Pues bien, de acuerdo con una u otra concepción, el Sistema, que
presupone la sociedad en que el hombre vive, será configurado de
una u otra manera.
Para nosotros, el hombre es un ser que está en el tiempo y en el
espacio, es decir, influido y condicionado por ellos, pero no
aprisionado y encorsetado en ellos.
Frente a la concepción inmanente del hombre, que lo reduce a un
ser biológicamente más desarrollado, el hombre es, por su
propia naturaleza un ser social. El hombre vive en sociedad,
"civitas hominis", y una de dos: o se contempla al
hombre como ser transcendente o lo achata e imanta a este mundo.
De este modo, el combate, que se presenta "ab initio"
como una lucha en la intimidad del ser de cada uno,
individualmente considerado, deviene una lucha por la
configuración de la sociedad en la que vivimos y, en
consecuencia, por la superestructura, es decir, por el Sistema,
que cultural, económica y políticamente la preside y gobierna.
Toda empresa de restauración de unos valores comunitarios exige,
pues, la primacía del rescate del hombre. Cualquier intento que
pretenda eludir la clave el hombre para sustituir,
reemplazándolos, los valores materialistas vigentes, supone un
trabajo, aunque ilusionado, inútil, porque equivale a edificar
sobre arena movediza.
Tratemos, pues, de buscar al hombre, para que sea posible el
rescate de los valores que se desea presidan la vida comunitaria.
Para ello es indispensable que haya buscadores, y que estos
buscadores tengan la formación social suficiente y el ánimo
decidido de acometer la empresa con el temple que la misma, por
su enorme dificultad, demanda.
El capítulo de la Historia que estamos viviendo es decisivo,
pero no está decidido el desenlace como un sino que no se puede
evitar y ante el que sólo es posible la resignación.
La esperanza es virtud del hombre itinerante y desaparece por
ello en la eternidad. Esa desaparición se hace cruel para el
hombre condenado. El dejar toda esperanza, que decía Dante,
adquiere el tono sublime de la maldición divina.
Nosotros estamos todavía en el tiempo, y todo tiempo, como
devenir, incluye con la espera la esperanza. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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