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Hablar de España
España aún no es un recuerdo; más bien se trata de una realidad herida o, quizá, de una razón en trance de enloquecer, pero ahí está, más allá de toda discusión.
Se ha perdido en gran parte la noción de
lo que es España y, sin contar la educación deficiente, esto se
debe a que hablamos muy poco de ella y, en consecuencia, tampoco
pensamos en lo que es.
Hay que partir de una evidencia sin discusión: España existe.
Se le puede añadir algo más: España existe «todavía». Y
este todavía se nos presenta como esclarecedor: a pesar del
trabajo internacionalista de todos los partidos; a pesar de una
sociedad más corrupta todavía, camino del caciquismo absoluto ;
a pesar de las diecisiete autonomías, de los cientos de
manifiestos separatistas, de la influenciabilidad del Defensor
del Pueblo, a pesar de una intelectualidad que confiesa que no
existe España y, caso de que existiera, no sabría para qué
puede servir; a pesar de la prensa, de la televisión y de la
escuela, el concepto de España existe «todavía».
Algo debe querer decir. España aún no es un recuerdo; más bien
se trata de una realidad herida o, quizá, de una razón en
trance de enloquecer, pero ahí está, más allá de toda
discusión. Cierto que hay españoles a los que no nos gusta
España y españoles a los que agradaría que España dejara de
ser para convertirse en una segunda Francia o en una próxima
URSS para el siglo próximo. También existen los que opinan que
España es ahora lo que siempre debió de ser, pero estos son los
comprometidos - vía bolsillo - con el sistema político y, por
lo tanto, incapaces las más veces de comprender lo que España
significa.
En otra esquina del mapa nos encontramos con los españoles que
dicen ser otra cosa más pequeña: cualquier cosa menos
españoles. Suelen tener una concepción materialista del hombre
(la raza, por ejemplo) y geográfica de la nación: la tierra
convertida en razón de comunidad y considerada como patrimonio
cultural: sería una manifestación de locura si no lo fuera de
falta de formación.
Pero amándola, odiándola, combatiéndola o defendiéndola,
España sigue en la raíz de casi todos. España sigue siendo
vínculo - positivo o negativo - y sujeto al que atribuir la
historia buena o mala. Tiene una vida metafísica y esa vida, tan
difícil de definir, es la clave que nos explica por qué no
somos como los franceses o como los alemanes o como los
italianos: porque somos españoles y compartimos, más aún que
la tierra, una historia común, unas costumbres comunes, una fe,
y muchos problemas.
Hemos de hablar, pues, de España una y otra vez, puesto que es
lo que más compartimos con nuestros semejantes. Hemos de
averiguar en qué consiste España: la parte que cambia con el
tiempo y la que permanece; los aspectos que cada generación
añade al patrimonio común y los que cada generación hace
desaparecer.
Cuando alcancemos un conocimiento válido de España,
comprenderemos la mitad, al menos, de nosotros mismos: esa mitad
colectiva, adquirida por contagio y formación pero no por
nacimiento, que nos permitirá, también, entender mejor la
realidad en que nos movemos y, por fin, modificarla hacia lo
mejor y terminar con dos siglos de miedo a España. ese miedo que
tantos desaciertos históricos explicaría.
Arthur Robsy-Tassie *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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