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La crisis del liberalismo
¿Es posible, ahora y en el futuro, un resurgimiento de las formas liberales?, ¿puede el liberalismo ser, de alguna manera, una nueva solución?
Nadie que aspire a entender el futuro
político puede eximirse de la meditación en torno a los
problemas fundamentales de toda dinámica política. Ahora bien,
ocurre que algunas veces se confunde la tarea de meditar con la
de rememorar, de lo que resulta no una visión intelectual
anticipadora del mañana, sino un deseo más o menos
melancólico, proyectado sobre el porvenir. Eso sucede en muchos
campos de nuestra política; muy particularmente, en los que de
sean una nueva vivencia del liberalismo.
Dejando a un lado la bondad o maldad intrínsecas al liberalismo
como tal, podríamos plantear otra pregunta, cuya raíz tiene que
ver más con la perspectiva histórica que con la escueta
valoración ética. ¿Es posible, ahora y en el futuro, un
resurgimiento de las formas liberales?, ¿puede el liberalismo
ser, de alguna manera, una nueva solución? Desde nuestro punto
de vista y de nuestra experiencia, la respuesta es clara y
rotunda: no. El liberalismo se ha agotado en sus propias
contradicciones individualistas y sus premisas de escepticismo
fundamental, dejando a la sociedad inerte ante el juego
anárquico de las fracciones y ante la amenaza real de la
subversión.
Dos son los factores que determinan la imposibilidad del
renacimiento en el liberalismo: su tendencia a la atomización de
la sociedad, a la insolidaridad y al individualismo y el hecho de
que, al avance técnico y al aumento de riqueza, no acompañan en
el pensamiento liberal unos principios espirituales en que
riqueza y técnica se armonicen y coordinen.
Un gran estadista lo resumió así: "En esta última etapa
de la vida del mundo, la inhibición, que el sistema liberal ha
asentado y que el capitalismo y el materialismo han hábilmente
explotado, es causa de que a los progresos técnicos y materiales
que el mundo ha tenido no les hayan seguido los progresos
morales, que nos hubieran llevado a una más justa y equitativa
distribución de la riqueza... Si podemos decir que al gran siglo
liberal le debemos en gran escala la multiplicación de los
bienes, podemos también, en justicia, achacarle la
multiplicación de las miserias"
Y más adelante, refiriéndose al sistema político concreto de
los partidos, propio del pensamiento liberal, dijo: "No son
las entidades nacionales fragmentadas, atomizadas,
artificialmente montadas y en el fondo disgregadas, las que
pueden unirse en una superior y más alto unidad. Los partidos
políticos son entre sí dispares, beligerantes frente a lo
común, mientras que las entidades familiares, municipales u
obreras, dentro de las modalidades propias de cada pueblo, tienen
denominadores comunes; sus fines naturales siempre y en todas
partes son los mismos".
Como se ve, el fracaso del liberalismo no puede ser más claro.
En efecto, todos los procesos de reconstrucción, de desarrollo,
de progreso, no se han encaminado en el fondo más que a superar
la herencia de insolidaridad, de injusticia y de escasa
coherencia social que el liberalismo legó. Los procesos en
marcha son imparables; por eso, el camino de rectificación
histórica que el mundo impone hay a la crisis liberal no ofrece
perspectiva apta al retroceso. El crecimiento social, la sociedad
de masas de hoy, no puede de ningún modo volver a caer en una
atomización disgregadora, que, teniendo en cuenta el efecto
multiplicador de la sociedad de masas, no sólo supondría un
relativo desorden, sino un caos absoluto.
En cuanto al crecimiento desproporcionado entre riqueza, técnica
y justicia, constituye, hoy por hoy, la más desajustada y
utópica de las teorías. La presencia de un vigoroso pensamiento
social, el indeclinable afán de justicia, el desarrollo
progresivo de una legislación en torno a la seguridad, etc., han
impuesto exigencias comunitarias en que la pura espontaneidad del
clásico liberalismo es ya imposible. Y de ahí el intento, en el
propio campo del «laissez faire», de superar su crisis
promoviendo un «neoliberalismo» que pueda armonizar con el
signo socializante y planificador de la época. Pero hasta ahora
queda en simple propósito, sin alcanzar aún una rectificación
eficaz y decisiva de sus fallos y probadas fragilidades.
Es difícil el hacer resurgir un pensamiento cuya formulación y
desarrollo se produjeren antes que el mundo conociera el hecho
inmenso de la revolución social y científica del siglo XX. Lo
que ocurre es que en ese nuevo mundo, conformado par el afán de
justicia y la tecnificación, la libertad de la persona ha de
presidir los avances y los rumbos. Pero no podemos ya hablar de
libertad con el matiz romántico, melancólico y en el fondo
egoísta (libertad tan sólo para los privilegiados) que era
propio del claudicante y desfasado pensamiento liberal.
N.H. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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