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Mística del Patriotismo
Ni siquiera una situación de enfermedad, decadencia o envilecimiento de la Patria debe menoscabar el patriotismo. Al contrario; en la prueba del dolor del hijo se prueba, a su vez, el auténtico amor de la madre. En una época, como la actual, en que la Patria sufre en su alma y en su cuerpo, los patriotas están obligados a poner en juego su virtud.
El tema del amor a la Patria se ha
descuidado con exceso. De una parte, los abusos históricos, y de
otra, su invocación banal, han contribuido a lograrlo. Pero ni
lo que se ha llamado la Patrolatria, ni el patrioterismo, pueden
ser causa bastante para distraer nuestra atención y relegar al
olvido el amor verdadero a la Patria.
Cualquier programa de actividad para el futuro de una comunidad,
para ser puesto en práctica requiere la fuerza dinamizante de
ese amor; porque son muchas las voces, especialmente juveniles,
que demandan, como justificación de su esfuerzo social, doctrina
clara, es decir, la "elegancia dialéctica", de que
habló un gran pensador (que no se puede nombrar so pena de caer
en el prejuicio y en el perjuicio); y porque aún quedan zonas
inexploradas o que requieren repaso.
Porque hay una crisis evidente y posiblemente trágica del
patriotismo, más que conveniente sea necesario dar a conocer su
verdadera doctrina.
Una primera aproximación a la comunidad política nos permite
contemplar, de una parte, al hombre concreto, y de otra parte, al
Estado; y al hombre y al Estado en correlación a través de un
vinculo que se llama ciudadanía.
Pues bien; esta correlación que llamamos ciudadanía, acreditada
con el Documento Nacional de Identidad, no es, sin duda, el
patriotismo. Se trata tan sólo de una correlación
administrativa, totalmente aséptica y, fuera de su órbita,
irrelevante.
El patriotismo es algo más, mucho más, que la ciudadanía; y no
sólo por incremento cuantitativo, sino por un cambio profundo
conceptual, por un salto de los que ahora se llaman cualitativos.
La sana doctrina que tratamos de investigar y exponer, eleva al
hombre a la categoría de patriota, sustituye la superestructura
política del Estado por la Patria, y a la relación entre
patriota y Patria no la conoce como ciudadanía, sino como
patriotismo.
Ahora bien, la fuente activa generadora del patriotismo está en
el hombre-patriota, aunque el sujeto último de la fuente
generante sea la Patria. Ocurre aquí algo semejante a lo que
sucede en las donaciones, en las que lo decisivo para el
desplazamiento patrimonial es la voluntad del donante, aunque sea
necesaria tan sólo la voluntad recepticia del donatario y son
precisamente las cualidades o circunstancias concretas que en
este último concurren las que dan origen a la donación misma.
Conviene, pues, al ocuparnos del patriotismo, que, en primer
lugar, lo consideremos en su portador, es decir, en el hombre,
preguntándonos bajo tal aspecto, qué es el patriotismo. En
segundo lugar, se hace preciso conocer los errores, las
desviaciones, los pecados contra el patriotismo, y, finalmente,
centrar nuestra atención sobre la Patria, puesto que a la Patria
se dirige el patriotismo.
¿Qué es el patriotismo?
El patriotismo se nos presenta inicialmente como un debitum, es
decir como un deber, como una obligación con que la justicia nos
interpela con respecto a la Patria, por lo mucho que la Patria
nos ha dado, porque la Patria es la depositaria del bien común.
El patriotismo como lealtad exigida parece obvio, porque la
Patria, como dice San Agustín en "De libero arbitrio"
(XV, 32), debe ser considerada "como una verdadera
madre".
Pero el patriotismo no es sólo, siéndolo, una obligación. Es
algo más; y es algo más porque se enmarca, no en el orden de la
justicia, sino en el "ordo amoris"; y hay que explorar
a fondo este "ordo amoris" para encontrar el
patriotismo verdadero.
En esta labor investigadora del patriotismo en el ordo amoris
sorprendemos un brote inicial en lo telúrico, en el patriotismo
que el gran pensador llamó con acierto amor sensual, afectivo,
de ternura por la tierra nativa; y está claro que aquí no está
la esencia del patriotismo, y por dos razones: porque si esta
inclinación natural lo fuese, los hombres, como decía también
ese gran pensador, «cederían en patriotismo a las plantas
(puesto que las plantas ganan a los hombres) en apego a la
tierra"; y porque el patriotismo delectatio, fruición,
erotismo, concupiscencia, como Fichte le calificara, es pasajero
porque se adhiere a lo fugaz, y el patriotismo, si es un amor
auténtico, sólo "se despierta, inflama y reposa en lo
eterno".
Ya tenemos un indicador, dentro del "ordo amoris", para
descubrir el patriotismo verdadero. Ese indicador nos ofrece,
superando lo telúrico, y para conducirnos al final a lo
teándrico, otro tipo de amor, el amor intelectual, que no
desconoce ni rechaza el afectivo primario, pues nada hay en la
inteligencia que no se halle previamente en los sentidos, pero lo
supera, porque, como dijo San Agustín: «juzgo de necesidad que
la mente sea más poderosa que el apetito". De este amor
intelectual nos hablaron Spinoza y Legaz Lacambra, y nos habló
también ese gran pensador al pedir que los puntales del
patriotismo se claven en lo intelectual.
Ahora bien, este patriotismo intelectual no es un patriotismo
matemático, y no sólo porque haya una poesía de los números y
de las ecuaciones, sino porque, siendo una superación, que no
supresión, del patriotismo telúrico, es un punto de apoyo en su
línea ascendente, es decir, en su ánimo de perfección. El gran
pensador que supo definir tan acertadamente el patriotismo
intelectual, que "no se marchita como se marchitan las
primaveras", añadía que tal género de patriotismo no se
queda "en árido reducto intelectual".
Y es lógico que así sea, porque el primer peldaño nos permite
pasar de los sentidos a la inteligencia, el siguiente peldaño
nos eleva en el "ordo amoris", de la inteligencia a la
voluntad, porque sólo se quiere y se ama en serio lo que de una
u otra forma se conoce ("Nihil volitum quin
praecognitum").
Este amor de voluntad tiene varias manifestaciones. Cuando se
refiere a Dios se llama religión, cuando se refiere a los
padres, piedad filial, y cuando se refiere a la Patria,
patriotismo. En los tres casos, y cada uno a su manera, suponen,
como decía Santo Tomás, una especie de culto.
El patriotismo y ya estamos en la esfera teándrica del
"ordo amoris" es una manifestación de la pietas
como virtud; Por eso, el II Concilio Vaticano (Gaudiam et Spes,
número 75) desea que se cultive con "magnanimidad y lealtad
el amor a la Patria", y León XIII, en Sapientiae
Christianae, escribe que el "amor sobrenatural a la Iglesia
y el que naturalmente se debe a la Patria, son dos amores que
proceden del mismo eterno principio, pues que de entrambos es
causa y autor el mismo Dios".
Lo que ocurre, y aquí se hace preciso completar el pensamiento
de León XIII, es que el amor natural a la patria que puede
exigirse a todo hombre, cuando se contempla en el cristiano, por
la pietas, se sobrenaturaliza, y llega a su plenitud cuando la
pietas, animada y vivificada por la caritas, que es el amor de
Dios con que el cristiano debe amarlo todo, nos empuja a amar a
la Patria con ese amor.
Cuando Cristo dice que amemos como El nos ama quintaesencia
del cristianismo, lo que nos dice es que amemos con su
mismo amor. Si el "Cántico de las criaturas» de San
Francisco de Asís demuestra cómo es posible amar con amor de
caridad al hermano sol o al hermano lobo, decidme si el cristiano
no ha de amar a su Patria con un amor expresión de la
pietasinflamado por el Amor divino, que eso es, en suma, la
caridad. A este patriotismo de la caridad alude San Agustín
cuando pide que "amemos al prójimo, y más que al prójimo
a los padres, y más que a los padres, a la Patria, y más que a
la Patria a Dios»; y el citado gran pensador, que tanta
insistencia puso en el patriotismo intelectual, acaba
hablándonos del "patriotismo encendido por un amor",
es decir, inflamado por la caridad.
Esta plenitud del "ordo amoris" es la conclusión
lógica de un entendimiento ortodoxo de la teología de la
redención, que, como apunta Raimundo Paniker, compendia y
resuelve las tensiones entre la teología de la trascendencia,
que puede conducir al escapismo, y la teología de la
encarnación, que puede, del lado opuesto, conducir a la
inmanencia. En el enfoque de la teología de la redención, la
Patria es algo en este mundo, y tanto en la Patria como en el
hombre, que están en el mundo, incide la tarea redentora. La
redención tiene un aspecto universal o cósmico que a veces pasa
inadvertido. La irrupción de lo divino en la historia, en el
tiempo y en el espacio, introduce en el espacio, en el tiempo y
en la historia, no por yuxtaposición cobertora, sino por
inserción, un núcleo de eternidad penetrante, no para descansar
en ellos, sino para transformarlos. La masa sigue siendo masa,
pero con la levadura fermenta. El rosal sigue dando rosas, pero
mucho más bellas por el injerto. El hombre sigue siendo hombre,
pero hombre regenerado y nuevo, y el cosmos, el cielo y la tierra
seguirán siéndolo, pero, como profetiza el Apocalipsis,
"nuevos", en el sentido de renovados. Lo que es la
Regeneratio con respecto al hombre, según las palabras de Cristo
a Nicodemus, es la Renovatio de la Patria, conforme a las preces
al Espíritu Santo para que renueve la faz de la tierra. Ello
constituye la médula de la redención.
Pues bien; este amor que produce la regeneratio y la renovatio es
el que, por una parte, eleva el patriotismo natural del
cristiano, que pasa de lo afectivo a lo intelectual, de la
inteligencia a la voluntad, de la voluntad a la pietas y de la
pietas a la caritas, y por otra, el que al dirigirse a la Patria
debe renovarla.
Todo esto, que parece llevarnos a una galaxia irreal o
lejanísima, resulta extremadamente lógico. Dice San Pablo (Rom.
5,5) que la caridad es el amor que Dios ha derramado en nosotros.
Ese amor no se derrama para salpicar en el corazón y perderse en
el suelo, ni para dejarlo secar a la intemperie, sino para
fecundar el corazón, y con ese corazón fecundado, que deja de
ser un corazón de piedra, amar también a la Patria.
La claridad se afina si rompemos la polivalencia de la palabra
amor, con una neología que busque vocablos distintos para ideas
distintas, y llamamos delectatio al patriotismo sensual del eros:
dilectio al patriotismo racional de la elección; y caritas al
patriotismo teándrico del "agapé". Este patriotismo
no excluye, sino que, como dice Cabodevila, los supone, y lo que
es más aún, desde su altura, los eleva y recupera por asunción
y regeneración, haciendo suyo su enorme y agilísima capacidad
dinámica.
Ahora se comprende la vocación sacrificada del patriota. Como
escribió Pío XI en Ubi arcane Dei, "el amor patrio (es)
fuerte estimulo para muchas obras de virtud y de caridad». Por
ese amor se "está pronto a arrostrar hasta la muerte por la
Patria", como recordó León XIII, en Sapientiae
Christianae, y como dice el adagio latino, "Dulce et decorum
est pro patria mori".
Si nadie tiene mayor amor que aquél que da la vida por los
amigos (Juan, 15,13), decidme si no es virtuosa y heroica la
muerte del que da la vida por la Patria. La Patria, mirando a su
héroe y a su mártiry han sido tantos, puede repetir
una y otra vez aquello de la Epístola a los Gálatas (2,20):
"dilexit me et tradidit semetipsum pro me".
Que el patriotismo alcanza su plenitud como expresión de la
caritas, de la entrega generosa del "agape", aparece a
todas luces en aquellas lágrimas de Jesucristo ante la dureza de
corazón de su pueblo (Luc. 19,41). Si el cristiano ha de hacer
suyos los sentimientos del Redentor, uno de ellos es, sin duda,
el patriotismo. Ahora bien; el patriotismo, así contemplado, no
sólo puede pedir el sacrificio supremo de la vida, sino el
sacrificio diario del trabajo. Una Patria puede estar en peligro
no sólo como consecuencia de una invasión militar, sino por
obra de otro de tipo de invasiones: La ideológica, que le hace
perder su identidad; la ética, que trata de corromperla; la
económica, que busca someterla a dependencia colonial. Entender
que sólo tratándose de la invasión militar hay que aprestarse
a la lucha, seria un error. Estar en vigilia tensa, a la
intemperie, para que la Patria no pierda su talante especifico,
ni sus cotas morales, ni su propia naturaleza, es un postulado
esencial del patriotismo
Desviaciones del patriotismo
He aquí por qué hay que proyectar nuestra atención sobre los
errores, desviaciones o pecados contra el patriotismo, y que, a
mi modo de ver son los siguientes:
a) Asepsia. Supone una actitud indiferente ante la Patria.
Podría expresarse con estos términos: "me es igual".
Ni siquiera como delectatio la Patria me interesa.
b) Utilitarismo. Hay dos frases latinas que reflejan un estado de
ánimo semejante: "ubi bene, ibi patria" y "Patria
est ubicunquae est bene"
c) Romanticismo. Mi Patria est allí donde se halla mi lengua
(recuérdese la frase de Unamuno) o donde se puede vivir en
libertad.
d) Universalismo. Puesto de relieve en el apátrida voluntario
por considerarse ciudadano del mundo, "Patria mea tutus hic
mundus est".
e) Separatismo. Que insistiendo en el principio de las
nacionalidades, en cuyo nombre se hizo tardíamente la unidad de
algunas naciones europeas, como Italia, Alemania o Rumanía,
unidad que se produjo en el pasado siglo XIX, trata de romper la
unidad nacional e histórica ya existente (crimen contra el
espíritu de la Patria, y por ello imperdonable, como dijo el
gran pensador innombrable).
f) Fanatismo. Que secularizando a la Patria como valor religioso,
conforme al proceso analizado por Carl Schmitt, la diviniza,
convirtiéndola en mito o en ídolo, ante cuyo altar todo debe
sacrificarse, incluso los derechos legítimos de otras patrias
distintas o los de la humanidad.
g) Aversión. Equivalente, en cierto modo, a la aversioa Deo o al
odium fidei, propio de los renegados y traidores, que han
convertido el amor en odio, como el de aquéllos que durante la
II República se manifestaban por las calles al doble grito de
"¡Muera España!" y "¡Viva Rusia!".
h) Escatologismo. Alegado por quienes, so pretexto de la patria
celestial futura, tienen un concepto despreciativo del mundo y
olvidan que aquella patria celestial, como el Reino de Cristo,
aunque no sean como las patrias y los reinos de este mundo, se
incoa y se construye en este mundo, y que por ello el mundo, las
cosas del mundo y las patrias de este mundo, no pueden
abandonarse y dejarse en las manos de los enemigos, sino que han
de regenerarse y renovarse finis operis y finis
operantis por los que aspiran a que todo sea recapitulado
en Cristo.
Las desviaciones, pecados o errores del patriotismo deben ser
descartados. Ni siquiera una situación de enfermedad, decadencia
o envilecimiento de la Patria debe menoscabar el patriotismo. Al
contrario; en la prueba del dolor del hijo se prueba, a su vez,
el auténtico amor de la madre. En una época, como la actual, en
que la Patria sufre en su alma y en su cuerpo, los patriotas
están obligados a poner en juego su virtud, porque como en
latín se dice: "Nemo patriam quia magna est amat, sed quia
sua"
Patria
Y a esta Patria, el otro término subjetivo de la relación, y a
la que el patriotismo se dirige, vamos a dedicar ahora nuestra
atención, destacando que la Patria es, como con frase feliz la
definiera el gran pensador, una "síntesis
trascendente"; síntesis trascendente en un doble sentido, a
saber: trascendente a aquéllos que la integran, para desempeñar
una misión en la historia profana; pero trascendente también
para, en esa historia profana, realizar una tarea dentro de la
Historia universal de la salvación.
Esta doble trascendencia la puso de relieve García Rodríguez al
definir la Patria como "unidad de orden óntico-místico»,
la atisbó Fichte a incluir a la Patria en "una determinada
ley especial de lo divino", la expresó Fernando de Herrera,
en nuestro siglo XVI, al escribir que "la Patria es un
arquetipo eterno y una realidad trascendente querida por
Dios", y lo entendió el gran pensador, con respecto a
España, cuando, luego de confesar su amor por su "eterna e
inconmovible metafísica", dijo: "¿a qué puede
conducir la exaltación de lo genuinamente vocacional, sino a
encontrar las constantes católicas de nuestra misión en el
mundo?"
Por eso, las naciones, y España entre ellas, tienen su ángel
custodio, para que velen por la fidelidad colectiva a la misión
nacional, para que puedan permanecer, hablando metafóricamente,
en estado colectivo de gracia y vencer las tentaciones sucesivas
que en el curso de la historia pretenden alucinarla y traicionar
su vocación.
Pero hay más; el cumplimiento de esta misión y la fidelidad del
patriota al asumirla y esforzarse personalmente en su logro, no
desaparecen. Sabemos, por el apóstol San Pablo, que
"caritas nunquam excidit" (I Cor, 13,8), que la caridad
no desaparece, que deja huella, confirmando, configurando,
tallando nuestro "yo", es decir, la intimidad profunda
de nuestro propio ser. Por eso, si en la eternidad no habrá
patrias como la de este mundo, cada hombre rescatado llevará el
signo de su nacionalidad. El Apocalipsis (7,9), cuando contempla
a la humanidad salvada se refiere a hombres de todas las
naciones, lo que quiere decir que de alguna manera darán
expresión de la patria terrena a la cual pertenecieron
El patriotismo pleno consiste, pues, en el amor de caridad a la
Patria como síntesis trascendente. El hombre no nace donde y
cuando quiere, sino religado a un tiempo y un espacio, a una
familia y a una patria; y más que pertenecerle todo ello, es a
todo ello, recibido, a lo que pertenece. Lo que equivale a decir,
con relación al tema que nos ocupa, que ese destino, el hombre
lo forja en su patria, y que la patria, a su vez, en la que
dentro de esa perspectiva hace su aparición lo divino, debe
coadyuvar a lograrlo.
Escriba el P. Garrastachu, O. P., que hay muchas formas de robar,
porque no sólo se roba quitando, sino que se roba también y por
omisión, no dando. ¿Y acaso nosotros damos a España, en este
momento decisivo, nuestro dolor, nuestro trabajo, nuestra
sonrisa, nuestra oración y nuestro amor?
Los refranes españoles están llenos de sabiduría popular. Así
como las jaculatorias son saetas breves que a Dios se dirigen,
los refranes apiñan en pocas palabras experiencia de siglos. Uno
de ellos dice así: "si pierdes el dinero, nada perdido. Si
pierdes el tiempo, algo perdido. Si pierdes el corazón, todo
perdido.»
Lo que, providencialmente, no debemos perder es el corazón, un
corazón muy grande para seguir amando y sirviendo a España.
P. López.*
"ARBIL,
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