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Los católicos en los medios de comunicación.
El objeto de este artículo es presentar la urgencia de la presencia de periodistas y de medios de comunicación católicos en nuestra sociedad española y al servicio del orden natural y el bien común
Comenzamos por destacar el significado
papel que desempeñan los medios de comunicación en las
sociedades modernas. En nuestra breve historia democrática
podemos recordar como no lejano el papel de debate político que
desempeñaron los medios -fundamentalmente la prensa- durante la
denominada transición política. Aquel "parlamento de
papel" fue el "ágora" donde políticos,
intelectuales y demás ciudadanos preocupados por el devenir de
España "pudieron" expresar sus pensamientos y
opiniones. Aquella primera experiencia de "libertad de
expresión" ha marcado del desarrollo del modo en que los
periodistas españoles hacemos periodismo.
Pero sin necesidad de retrotraernos a tiempos ya pasados,
constataremos que los medios de comunicación en nuestros días
desempeñan un papel fundamental en una sociedad denominada de la
"imagen".
De esta forma, la batalla política (lamentablemente reducida a
los discursos demagógicos pronunciados en campaña y precampaña
electoral) se libra básicamente ante la pantalla, el micrófono
y la linotipia, y por este orden. Así, nuestro inmaduro sistema
político ha conseguido prostituir el concepto "mítin"
otrora entendido como reunión de los seguidores de una causa y
que en la actualidad se ha convertido en un espectáculo cuyo
objetivo único y casi principal es la aparición en el
telediario de máxima audiencia. "¿Para qué queremos que
nos aclamen estos cinco mil fieles si lo que queremos es que nos
voten los 20 millones de personas que están viendo ahora mismo
la TV?"
El argumento es válido si aceptamos que la eficacia debe de ser
el criterio que tiña nuestro quehacer. Pero en tal caso,
desterraríamos de nuestra axiología valores como veracidad,
honradez, solidaridad, justicia, caridad, etc.
Pero volviendo a nuestro discurso, esta sociedad de la
"imagen" produce comentarios como la de aquel político
que afirmó aquello tan gráfico y ahora tan conocido de
"que hablen, que hablen de mi aunque sea mal". El
político en cuestión sabía que el peor desprecio es el
silencio que destierra al ciudadano de la arena política para
siempre.
Pero si para los políticos y sus partidos la imagen que
proyectan sobre la ciudadanía resulta uno de sus activos más
importantes, lo mismo puede afirmarse de las grandes compañías
que destinan elevadísimos presupuestos a salvaguardar su imagen
externa ante la opinión pública o publicada.
Porque al igual que las personas necesitamos de la aprobación de
nuestra persona y nuestras acciones por parte de nuestro entorno
para sentirnos satisfechos y ser felices, las personas jurídicas
operan de forma similar.
Así ninguna empresa puede permitirse el lujo de que se le
critique públicamente por actuaciones contra el medio ambiente o
contra la justicia social. Si una empresa despide injustamente a
un número elevado de sus trabajadores, y no ofrece explicaciones
a su entorno, su actitud le pasará una factura muy abultada en
un plazo más cercano del previsible, porque su entorno le va a
dar la espalda.
Recientemente hemos vivido el caso de una conocida compañía
multinacional de refrescos sobre la que se cernía la sombra de
la sospecha de que algunos de sus productos puestos a
disposición del mercado estuvieran contaminados. La compañía
se preocupó muy mucho de tratar de tranquilizar a los operadores
y clientes finales de que el problema estaba controlado y de que
no existía riesgo para la salud. Y como remate, una vez pasado
el temporal, dicha compañía emitió un "spot" con el
sencillo, pero profundo mensaje: "Gracias". Si la
compañía no hubiera realizado acción alguna frente a su
crisis, las consecuencias negativas con seguridad habrían sido
multiplicadas.
En conclusión: nuestra sociedad además de ser de la imagen es
una sociedad de la información donde cualquier cosa que ocurre
nos afecta directamente y de forma inmediata. Seguimos con
precisión contienda electoral en Argentina que el verano pasado
provocó una pequeña crisis bursátil que ha desencadenado una
gripe financiera mundial. La reciente decisión de Alan Greespan
de elevar los tipos de interés americano provocó una inmediata
toma de beneficios por parte de los inversores españoles.
Además, somos bombardeados diariamente por miles de anuncios que
luchan desesperadamente por captar nuestra atención desde
soportes cada vez más sofisticados.
Y finalmente, la revolución tecnológica de internet nos permite
acceso directo, inmediato y a bajo coste de las noticias que nos
interesen de cualquier parte del planeta.
Este es el contexto de la sociedad que vive, crea, produce,
consume, ama y sueña de finales de siglo XX. Y es en este
contexto en el que la Iglesia debe plantear su mensaje.
En la Edad Media, la Iglesia demostró una gran pedagogía para
enseñar a nuestros antepasados en la fe la doctrina básica
impartida por Nuestro Señor Jesucristo. De esta forma, los
capiteles de las columnas de las catedrales resultaban un
elemento educativo de primer orden ya que los ciudadanos de
entonces pasaban largas horas en el interior de nuestras
abandonadas joyas dedicados a la tranquila contemplación de
cuadros, estatuas, frisos, capiteles, etc. que representaban
escenas bíblicas o vidas de santos.
En aquella época, la Iglesia gozaba también de un práctico
monopolio ya que además de que la sociedad era naturalmente
creyente, la alternativa a la visita a la catedral era ninguna.
Hoy la oferta se multiplica y la tentación del mundo es
claramente superior. Hoy, el mundo se ha puesto sus mejores galas
para tratar -muchas veces con éxito- de engatusar a incautos y
débiles que ante la belleza de la provocación caen en ella.
Por eso es tan importante que desde la Iglesia como Institución
y desde los hombres de Iglesia -organizadamente o a título
individual- asuman el reto fundamental de llevar el mensaje de
Cristo Jesús Vivo y Resucitado a nuestros coetáneos.
Nuestro mundo está cada vez más sediento de un Camino firme y
seguro, de una Verdad que no se tambalee con un debate superfluo,
y de una Vida plena, feliz y eterna. Todos tenemos experiencia de
amigos o conocidos nuestros que en momentos de intimidad te
revelan que están sedientos, que les gustaría agarrarse a algo
firme, que "darían los dos brazos" por poder creer,
que necesitan una explicación contundente al problema del mal en
el mundo, que necesitan saber que el hombre es inmortal y la vida
es para siempre, que necesitan tener criterios de actuación
válidos y firmes.
Todo esto lo hemos escuchado, y sin embargo a todos probablemente
nos de la sensación de que el mensaje de esperanza del Evangelio
no está presente en nuestros entornos. No parece ser lo que se
respira en los talleres, ni en las escuelas, ni en los
parlamentos, ni en las familias ni tampoco en las redacciones.
La Iglesia, madre y experta en humanidad, tiene la grave
responsabilidad de ofrecer un mensaje nítido y verdadero a una
humanidad doliente como nunca por la horfandad de Dios en la que
se encuentra.
La Buena Nueva del Evangelio exige un esfuerzo de todos por
buscar métodos y formas alternativas para predicar el Evangelio
a todas las gentes. El fuego de La Buena Nueva de la Salvación y
del perdón y Misericordia de Dios debe hacer quemar nuestras
instituciones e impregnar nuestros sensibles y delicados
corazones.
Y necesariamente esta tarea pasa por crear e impulsar medios
propios y en formar profesionales firmes, conscientes y
comprometidos.
En los últimos años, hemos visto como la Iglesia jerárquica ha
despreciado la ostentación de la titularidad de medios de
comunicación bajo el criterio de la Iglesia no debe entrar en
terrenos mundanos. De esta forma hemos ido viendo como han ido
cerrando medios católicos dejando espacios en blanco que jamás
nadie ha osado cubrir.
En otras ocasiones, hemos visto como la Iglesia viendo los
dividendos que generaba determinadas empresas ha decidido
"no arriesgar" en sus contenidos para evitar el riesgo
de la pérdida económica.
En resumen, la Iglesia española como institución está
perdiendo gravemente el tren que le permitiría tener un
megáfono con el que dirigirse a millones de personas.
Su lugar lo ocupa la TV que es consumida por más de tres horas
en media por ciudadano, y por los otros medios donde la presencia
de la Iglesia o del mensaje evangélico de forma directa o
indirecta no deja de ser una anécdota.
Nos han quitado los megáfonos y han conseguido crear una cultura
alejada del cristianismo. Nos han arrancado como pueblo lo más
íntimo de nuestra esencia y ahora "no nos reconoce ni la
madre que nos parió". Han convertido a España en un país
de misión y han conseguido que ya nadie entienda por qué somos
una Nación y una Patria.
La reconquista de plataformas de cultura y evangelización es
quizás la tarea más urgente a la que nos enfrentamos los
católicos españoles de finales de siglo.
Y en esta tarea, los medios de comunicación se presentan como el
camino a seguir si queremos que nuestro pueblo recupere la
ilusión que sólo es capaz de regalar la fe.
A mi modo de ver, esta tarea debería enfocarse desde la
promoción de las instituciones, actividades y pensamientos
propios, el impulso de medios católicos y la formación de
profesionales competentes y comprometidos.
Promoción de instituciones, actividades y pensamientos
Primeramente, la labor más inmediata y urgente es la promoción
de las instituciones, actividades y pensamientos propios.
Muchas instituciones de Iglesia están haciendo labores muy
importantes que pasan absolutamente desapercibidas para la
mayoría de la sociedad. Bajo el mandato evangélico "que no
sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda" muchas buenas
acciones se quedan en silencio.
Seguramente Dios pagará con creces estas acciones, pero ese
silencio es cubierto de forma inmediata por una solidaridad laica
de compromiso más limitado y de altruismo en ocasiones dudoso.
Llama la atención que en los telemaratones puestos de moda
últimamente jamás se donen las cantidades recaudadas para los
misioneros de determinada orden que entierran sus vidas entre los
nativos de los cinco continentes proporcionándoles primeramente
la luz del Evangelio y posteriormente cultura, organización
social, infraestructuras, etc.
Creo que resulta fundamental dar a conocer con las mejores
técnicas de comunicación disponibles, la maravilla de las
misiones católicas, la labor de los miles de hombres y mujeres
que generosamente ofrecen su vida Dios en sus hermanos de miles
de kilómetros de casa.
Igualmente es fundamental que la sociedad conozca y reconozca la
labor de las vocaciones consagradas dentro de nuestras fronteras:
Atención de niños abandonados, comedores populares, fábricas
de reinserción, acompañamiento de drogodependientes,
acogimiento de ancianos, y un largísimo etc., es la labor que
desempeñan miles de hombres y de mujeres -héroes anónimos- y
de los que jamás se escucha absolutamente nada.
Por no hablar de la educación donde millares de quijotes se
parten diariamente la lanza contra los enormes molinos de viento
que pueblan nuestras aulas. Esos chicos y chicas que cada vez
desprecian con mayor solemnidad la autoridad y que cada día
saben menos, llevan dentro de su alma la impronta de la
educación recibida. Y eso es un regalo que finalmente termina
apareciendo de una forma u otra. Pero esta es otra de las
ingratas tareas que pasan inadvertidas, cuyos protagonistas
deberían tener al menos el derecho de recibir un
"gracias" en recompensa por los esfuerzos realizados.
Finalmente quedan los párrocos, que de forma abnegada se
empeñan en formar una comunidad cohesionada donde los vecinos se
quieran y se respeten, y donde la parroquia pueda ser un elemento
de unión además de reunión. Se encuentran repartidos por toda
la geografía nacional, pero ningún medio hablará de ellos si
el escándalo no llamara a su puerta.
Este breve recorrido nos permite visualizar cómo las
instituciones de la Iglesia gozan del más absoluto de los
anonimatos. Y esto nos lleva a proponer a los responsables de la
misma que asuman la necesidad de dar luz y taquígrafos a sus
actuaciones como una obligación más de su quehacer diario.
¿Seríamos capaces de imaginarnos el bien que haría a nuestra
sociedad ver ejemplos vivos de seguimiento evangélico? La
palabra convence, pero el ejemplo arrastra.
Pero si las instituciones están abandonadas de la opinión
pública (o más bien publicada), no se escapa del castigo del
silencio las acciones realizadas. La convocatoria del "Día
por la Vida", el encuentro multitudinario de jóvenes con el
obispo, la masiva reunión de antiguos alumnos de determinada
orden, etc. son sólo ejemplos de actos que pasan desapercibidos
por los medios.
Es verdad que muchos medios son poco afines a dar publicidad a
una manifestación religiosa, y prefieren reseñar reuniones
marginales pero políticamente correctas ("contra el racismo
y la xenofobia", "por la igualdad entre homosexuales y
heterosexuales", "por la tolerancia", etc.). Pero
también es verdad que los responsables de la organización de
determinados eventos no realizan los esfuerzos suficientes para
hacer presente al resto de la sociedad el acontecimiento
socio-religioso. Y de esta forma, vamos dejando que la iniciativa
cultural y mediática la tomen otros y parezca que la sociedad es
tal y como nos la cuentan.
Porque en la sociedad en la que vivimos parece que todos tiene
derecho a la libertad de expresión, menos la Iglesia Católica
que debe de permanecer en la sacristía. Es un curioso ejercicio
de contradicción que no por bárbaro deja de ser común. En el
debate social y político, intervienen no sólo los políticos
sino los "intelectuales", "los creadores de
opinión", asociaciones civiles, sindicatos, etc. Todos,...
menos la Iglesia.
Y cuando la Iglesia dice algo sobre algún tema que nos afecta
más directamente como en septiembre del año pasado con la
polémica de la ampliación de la ley del aborto, entonces, todos
los progres librepensadores y abogados de la libertad de
expresión señalan a la Iglesia como "culpable" de la
esclavitud de las mujeres, y deseosa de volver a ostentar el
poder que tuvo en otros tiempos... Eso es progresismo y espíritu
tolerante.
La Iglesia que es Madre y es experta en humanidad debería
ofrecer con mayor frecuencia sus criterios sobre los diversos
temas sociales de forma que ni los católicos ni la sociedad en
su conjunto se vea huérfana de criterios sólidos y profundos a
la luz de la fe. El aborto es un tema de debate social donde la
Iglesia debe de intervenir, pero no debería de ser el único.
Existe un serio debate sobre el modelo de familia y la ayuda a la
institución familiar. Se plantea una gran polémica en torno al
tratamiento de los inmigrantes, su legalización y una posible
apertura más generosa de las fronteras. La cultura del pelotazo,
y la escasa ética en el mundo de los negocios exigiría una
declaración pública.
En fin, podríamos hacer una lista de temas infinita. Hemos
citado algunos tan sólo a título de ejemplo. La riqueza de la
doctrina social católica permite tener criterio sobre multitud
de temas de moralidad social en los que los católicos miran a su
pastor y la sociedad mira a la Iglesia como referente de criterio
moral sin intereses.
Ojalá nuestros ojos puedan ver como normal y habitual que la
Iglesia se decante por temas de interés social. En nuestra
opinión, el encierro de la Iglesia española se debe a un
complejo que empieza a superar, pero donde todavía deben hacerse
muchos más esfuerzos.
En Estados Unidos la Iglesia Católica emite su opinión cuando
le parece y todo el mundo la respeta, aunque no la comparta. En
este país -laico por excelencia- cuando el presidente jura el
cargo, un sacerdote protestante ruega a Dios para que las
acciones del nuevo presidente ayuden al pueblo a acercarse más a
Dios. ¿Alguien se imagina una bendición del presidente de la
Conferencia Episcopal al elegido presidente de Gobierno?
Impulso de los medios católicos
La Iglesia que durante tanto tiempo ha mantenido la propiedad de
una parte importante del único medio de producción -la tierra-
y que actualmente conserva un patrimonio más que significativo,
tiene sin embargo un déficit en su presencia en los medios de
comunicación muy importante.
Este déficit se debe en nuestra opinión al abandono de los
medios existentes, a un deficiente planteamiento empresarial y a
una velocidad de cambios que han impedido adaptarse a quienes
mantenían responsabilidades en estas materias.
Esta carrera por el control de los medios que influyen en la
opinión y valores de los ciudadanos y ciudadanas de España ha
sido tomado por todos aquellos que en su día decidieron bajar al
ruedo de la formación de opinión.
Así lo han entendido diversos responsables eclesiásticos que en
los últimos años han impulsado diversas iniciativas mediáticas
de gran éxito social. Esto, es sólo un ejemplo de que la
entrada es posible y de que lo más importante es tener algo
trascendente que decir. Y la Iglesia tiene lo más importante que
se puede decir: Que Jesucristo ha resucitado por cada uno de
nosotros y nos ha regalado la Vida eterna. O sea, casi nada...
Sin embargo, existiendo iniciativas muy positivas, de gran éxito
social, y de contenido claro y eficaz, la Iglesia mantiene otros
medios con gran éxito de "share", pero con escaso
impacto "opinático-axiológico". Urge que la Iglesia
ponga todos sus medios disponibles para la evangelización porque
cada día más jóvenes caen desesperadamente en la drogadicción
porque nadie les ofrece nada, cada día más parejas deciden
romper su vínculo porque no han recibido otros mensajes como el
del valor del sacrificio para alcanzar bienes superiores, cada
día más trabajadores y empresarios piensan que lo único
importante es ganar cuanto más dinero mejor y por encima de casi
todo porque nadie les ha hablado de la concordia social y
colaboración empresarial.
Con esta realidad que avanza diariamente, la Iglesia no puede
permitirse "lujos" de tener medios inactivos por muy
buenos resultados económicos que produzca.
Asimismo, los responsables eclesiásticos deberían asumir todos
aquellos retos a los que tenga acceso y que sean viables. La
televisión digital permitiría a la Iglesia ofrecer en un canal
durante 24 horas seguidas vidas de santos, practicas de piedad,
criterios sociales, debates sobre temas debatibles, etc. De esta
forma, todo el que quiera conocer la opinión de la Iglesia
sabría claramente donde acudir y de paso los católicos
tendrían un punto de referencia básico.
Por último, Internet permite a la Iglesia española ofrecer
rápidos accesos y muy baratos a cualquiera conectado a la red.
Desde consejos en la preparación al matrimonio hasta criterios
sobre la moralidad pública. Muchos grupos de Iglesia han volcado
su imaginación y voluntad en la red, y también algunos
periodistas católicos han aprovechado las posibilidades de
Internet y del correo electrónico para emitir a todo el mundo de
forma libre y a bajo coste los mensajes del Evangelio.
Algunos sacerdotes incluso, utilizan el correo electrónico para
dirigir espiritualmente o atender consultas espirituales, lo que
multiplica las posibilidades de la atención religiosa, y
facilita el acceso a la Iglesia de alguien que jamás se
acercaría por ella.
La promoción de los medios propios es algo en lo que la Iglesia
debería hacer un esfuerzo importante. La prensa católica en
países como Francia o Italia tienen una importancia muy
significativa, mientras que en España siempre ha sido prensa
"casi marginal". Sin embargo, es evidente que el
mercado español no es significativamente diferente al francés y
que por tanto la prensa católica en España es un mercado
todavía sin explotar por nadie. Las cabeceras vivas en la
actualidad son muy dignas en contenido, pero mantienen cuotas de
presencia "testimoniales" en comparación con países
de nuestro entorno. Los dueños de dichas publicaciones deberían
asumir la responsabilidad de la labor educadora que realizan sus
revistas y lanzarse a captar mercados más amplios.
Formación de profesionales competentes y comprometidos
El actual ejercicio profesional supone un difícil equilibrio
entre la sensatez, el rigor, el estilo y la calidad de las
fuentes. Todo ello requiere de un profesional que además de
tener estas cualidades posea también sólidos conocimientos de
historia, literatura, economía y derecho. Esta cultura general,
modelada por el principio de la inquietud intelectual permitirá
formar un profesional cuya mente sea capaz de ubicar cada
realidad en su entorno con inteligencia, sentido común, astucia,
etc.
Desgraciadamente este tipo de profesional escasea. Existe, sin
embargo, con más frecuencia de la debida el profesional
"indocumentado" el que escribe sin tener sólidas
referencias sobre los temas sobre los que trata y por tanto
desconoce el alcance e importancia de los datos. También tenemos
los profesionales "serviles" que a la sombra del poder
o de un poder tratan de ganar su apoyo y atención a cambio de
actuar de escribano del poder.
Los profesionales que necesita la Iglesia son profesionales de
verdad, que no se dejen deslumbrar por el poder, pero sean
suficientemente inteligentes para convivir con él sin luchar por
él.
Pero la Iglesia necesita también profesionales comprometidos.
Hombres y mujeres que no se arredren ante las dificultades y que
estén dispuestos a defender sus sentimientos religiosos ante
quien sea necesario. Finalmente, queda que estas personas sean
capaces de impregnar el mensaje del Evangelio en todas aquellas
realidades que como consecuencia de su trabajo les toque
analizar. De esta forma conseguiremos que nuestra sociedad vaya
acogiendo los criterios de la vida, del respeto al diferente, del
amor al desvalido, del valor de la persona, etc.
Ojalá las universidades de las diversas instituciones de la
Iglesia sean capaces de formar profesionales con el perfil antes
expuesto. Una tarea educativa llevada a cabo con ilusión y
dedicación, producirá sin duda los frutos que todos deseamos.
Luis Losada.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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