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Editorial.
Son los hombres los que hacen historia haciendo la Historia, y aunque Dios la dirija, los hombres la escriben. Y nosotros, los españoles de ahora, tenemos que hacer y que escribir con libertad y responsabilidad la nuestra.
Hay prosa y poesía, hay acontecer
histórico y filosofía de la historia, hay ascética y mística
Hay prosa en el lenguaje y en la vida, pero en ésta y en aquél
irrumpe la inspiración poética, que nos hace atravesar la nube
que envolviéndonos nos achata, para descubrirnos toda la belleza
del cielo azul, del sol enrojecido de poniente, de las estrellas
plateadas de la noche.
Hay acontecimientos históricos, hechos que se suceden, de los
que tenemos noticias, de los que somos espectadores e, incluso,
protagonistas, pero estamos tan próximos a ellos, tan cercanos,
tan echados de bruces sobre los mismos, que la conciencia se
limita a recogerlos, a tomar nota, sin que, en principio, seamos
capaces de interpretarlos. Para conocer las causas y los efectos
del acontecer histórico es preciso recurrir a la filosofía de
la historia. Ella, reflexionando sobre dicho acontecer,
penetrando en su intimidad, nos descubre el hilo que los enlaza,
la razón de su existencia, a voces desencadenante de un ciclo
nacional o universal nuevo y distinto.
Hay ascética y mística. La primera es un camino árido,
penitencial, desabrido y macerante: "noche oscura",
como dijera San Juan de la Cruz, "invierno de la fe",
como dicen los teólogos modernos. Ascética para nosotros fue el
nacimiento en el establo, el desierto de las tentaciones, la vía
dolorosa de la persecución, el prendimiento y la cruz.
¿Quién podría decirnos que
la divinidad se escondía en aquel varón escarnecido y
paciente?: Los destellos místicos de la omnipotencia y las
teofanías luminosas. Sobre el establo y a la vera del sepulcro,
las apariciones de ángeles, y entre el desierto y el Gólgota,
un teorema de milagros y la apoteosis transfiguradora del monte
Tabor.
Pues bien; la poesía, la filosofía de la historia, la mística,
son necesarias. Me atrevo a decir que vitalmente necesarias en el
quehacer político. Sin ellas, nada de lo que ocurre y nos
ocurre, y en este caso, nada de lo que sucede en España y de lo
que a los españoles nos sucede, se podría comprender. Me doy
cuenta de la situación psíquica de anonadamiento, de
inseguridad profunda en que hoy nos encontramos. Pero no basta
con detectarlo y subrayarlo; hace falta descubrir su origen y
alumbrar soluciones. Y para eso me he tomado la libertad de, a
través de la prosa, buscar en el acontecer histórico,
desvelando la dura y agotadora brega del puro ascetismo, poesía,
filosofía de la historia y mística, para que penetren agudas y
estimulantes en el ser de la nación y en nosotros mismos,
aflorando la Verdad que en el ascetismo, en el acontecer
histórico y en la prosa de cada día se encierran y esconden.
Voy a intentar, pues, ante vosotros, y sin cámara aislante y
oscura, algo así como la revelación de un negativo
fotográfico. El negativo es confuso, desorientador y hasta
irrisorio. Pero una vez revelado, sobre todo cuando se trata de
una fotografía en color, puede convertirse en obra de arte y
alegre. Vamos a arrancar al negativo de España su secreto; pero
el secreto, y no cambiando el secreto por la fantasía. Así lo
hacen algunas tribus marginadas de la civilización, que frotan
el tronco de los árboles para invitar al dios del fuego que
habita en los bosques a que se haga presente, vestido de rojo,
abandone su vestidura leñosa y suba al cielo entre el humo
sofocante y la ceniza alborotada.
No pretendo transformar la mitología -como en el caso del dios
del fuego- en poesía, filosofía o mística. No pretendo invitar
al dios del fuego a que salga del bosque, porque el dios del
fuego no habita en los bosques, porque no existe. La mitología
es mito o leyenda. Pero la poesía, la filosofía y la mística
conocen la realidad, a la realidad se acercan y saben que esa
realidad, sin revelación, permanece oscura y desvaída como el
negativo fotográfico.
El relato de los discípulos de Emaús, que la liturgia del
tercer domingo de Pascua nos recuerda, ha de servirnos para el
intento. Su claridad se proyecta sobre el quehacer político.
Cuanto allí se narra va a sernos de utilidad inestimable para el
objetivo propuesto.
España y los españoles padecemos hoy una ceguera colectiva,
estamos entristecidos por la desesperanza, tratamos de huir y de
refugiarnos en nosotros mismos. Ceguera, desesperanza, huida. Al
igual que los discípulos de Emaús.
La ceguera tiene orígenes distintos. Con la ceguera ocurre igual
que con la ignorancia. Hay una ignorancia y una ceguera
invencibles e incurables. Así sucede con el subnormal que no
comprende, o con quien no podrá ver nunca porque carece de
nervio óptico. Hay una ignorancia y una ceguera que no son fruto
de la incapacidad, sino de la ausencia de enseñanza: de la falta
de luz. Hay, por último, una ignorancia y una ceguera queridas.
La ignorancia querida se produce cuando, dotados de razón y ante
un maestro que se ofrece, rechazamos su magisterio. La ceguera
voluntaria surge cuando, a pesar del nervio óptico sano y de la
claridad del día, nos tapamos con terquedad los ojos.
La ceguera puede ser debida a causas distintas, pero la ceguera
de España y de los españoles de nuestro tiempo resulta
evidente. No vieron cuales son las causas y quienes son los
causantes de que hallamos perdido la libertad de vivir, porque el
terrorismo, la delincuencia y el aborto nos arrebatan la vida; y
hemos perdido la libertad de trabajar, porque el paro, la
precariedad laboral, el subempleo y la discriminación por edad,
sexo y localización, nos impide su real ejercicio en condiciones
de dignidad; y hemos perdido la libertad de información, porque,
amparándose en la misma, no hay más información que la
ofrecida y pagada por el gobierno, que subvenciona los medios
informativos, silenciando lo que desea, tergiversando lo que
quiere y difamando a quien se propone; hemos perdido, o estamos
en trance de perder, la libertad y el derecho consiguiente a la
educación de nuestros hijos, porque la Administración
monopoliza "de facto" escuelas y colegios, negando su
ayuda a quienes no aceptan sus planes educativos laicos; hemos
perdido, en fin, la libertad de gobernarnos, al entregar parcelas
importantes de la soberanía nacional a las internacionales que
dirigen a los partidos que, en su nombre y bajo su dirección,
cualquiera que sea su signo, se disputan y ocupan el poder.
Si los ojos de los discípulos de Emaús "estaban
impedidos" (Luc. 24,16), los nuestros también han estado
impedidos, por falta de nervio óptico, por oscuridad del
ambiente, por taparnos los ojos para reconocer la verdad; y con
nuestro voto, o al menos con el voto de la mayoría, España y
los españoles, nos encontramos en uno de los capítulos más
graves de la historia nacional, de tal modo que hoy lo que está
en juego es la supervivencia de España como nación. La amenaza
creciente contra su unidad política, es decir, el separatismo,
haga uso de la violencia armada o de la coacción moral, sin
hacer uso de la misma, pero apoyándose y aprovechándose de
ella; la amenaza creciente contra su unidad social, quebrada par
el enfrentamiento fratricida; la amenaza creciente contra su
unidad de destino, derivada, como lógica consecuencia, de una
ruptura con la tradición, y de un ensayo operativo para deshacer
las instituciones básicas de la sociedad, se han dado cita para
demostrarnos que hubo una ceguera colectiva, que sigue habiendo
en gran parte una ceguera incomprensible, para no ver lo que
sucede o, viéndolo, para no reconocer las causas o,
reconociéndolas, para no rectificar de inmediato.
Esta ceguera está llevando a España y a los españoles, como a
los discípulos de Emaús, a la desesperanza y hasta, en algunos
casos, a la desesperación; y entre la desesperanza, que es una
tentación psíquica, y la desesperación, que ya incide en el
campo teológico de la moral, discurre nuestra vida.
Desesperanzados y desesperados, muchos españoles no creen en
nada; y el que no cree y además no espera, arrastrado par el
tedio, la abulia y la desgana, sólo aspira a desasirse de todo
compromiso. Como los discípulos de Emaús, los españoles se
dicen, para justificarse: "esperábamos" (Luc. 24,21);
pero esperábamos corresponde a un tiempo que pasó, y como no ha
acaecido lo que esperábamos, como a la paz ha seguido la lucha,
al bienestar la pobreza, a la seguridad en el futuro la
incertidumbre, hemos dejado de esperar, hemos perdido toda
esperanza como dijo Dante, de la entrada en el infierno. Y de tal
forma hemos perdido con la esperanza la fe que, al igual que los
discípulos de Emaús, nos negamos a dar crédito al testimonio
de "algunas mujeres de nuestro grupo y de algunos de los
nuestros" (Luc. 24,23-24) que aseguran que España vive y
que no se resigna a quedarse entre vendas y perfumes, a ser tan
sólo un cadáver, recuerdo y nostalgia, simple recordatorio
funeral, lápida o mausoleo en el camposanto de la Historia.
Y porque estamos ciegos y desesperados, y por ello tristes (Luc.
24,17), huimos. No queremos saber nada de nada. Ahí queda eso.
Como los discípulos del relato, nos volvemos a casa, a nuestra
aldea, a nuestro propio Emaús, y abandonamos Jerusalén, nos
alejamos del combate, dejamos a España tal y como a España, los
unos y los otros, y quizá también nosotros, víctimas de la
ceguera, la entregamos; y la entregamos porque una y otra vez, al
depositar el voto en las urnas, dimos facultad a los pontífices
y magistrados para que pronunciaran su veredicto sobre la nación
y, en la tiniebla, la condenaron a muerte y la crucificaron (Luc.
24,20).
He aquí el negativo de la fotografía: ceguera, desesperanza,
huida. Pero aquí hemos tomado el negativo, no para contemplarlo
y guardarlo, sino para revelarlo. Y el énfasis hay que ponerlo
en la revelación, que manifiesta el secreto del negativo y pone
de relieve su mensaje. Y esa revelación, como el contraste entre
la mascarilla y su relleno, entre el alto y el bajo relieve, nos
va a devolver la alegría, hará renacer nuestra esperanza, nos
llenará del valor necesario para seguir nuestro combate.
Alegría, al escuchar de nuevo la doctrina, al repasarla con
amor, al quitar las telarañas de la manipulación y del olvido.
Es la Verdad -y hay una verdad política- la que puede
iluminarnos y entrar de lleno en el alma, superando todas las
cegueras imaginables.
La Verdad sobre España, como sujeto histórico. La verdad sobre
el régimen político, en el que el principio monárquico de la
unidad de poder no se disfraza de corona, sino que se enlaza con
el principio aristocrático del gobierno de los mejores, y con el
principio democrático de la representación del pueblo en la
elaboración de las leyes fundamentales. La verdad sobre la
economía que ha de ponerse al servicio del hombre y no hacer del
hombre producto, mercancía u objeto de explotación, y no sólo
de explotación por otro hombre, como lo denuncian airados los
marxistas al oponerse al capitalismo, sino también de su
explotación por el partido o por el Estado, como lo hacen ellos,
y de su explotación por el monopolio internacional de las
finanzas que ha encontrado en la fórmula socialista su brazo
ejecutivo para destruir la pequeña y la mediana empresa y para
adquirir a bajo precio lo que España creó con un esfuerzo
admirable.
Es esta interpretación, al igual que aquella que escucharon los
discípulos de Emaús (Luc. 24,27) la que puede abrirnos los ojos
(Luc. 24,31), sacarnos de la tristeza y devolvernos la alegría;
pero una alegría intensa y tan desbordante que arda nuestro
corazón (Luc. 24,32), como me gustaría que ahora ardieran los
vuestros.
Esperanza, porque si es que estamos en una coyuntura decisiva en
la que pudiera perderse todo, también es cierto que,
precisamente por tratarse de una coyuntura decisiva, podemos
igualmente ganarlo todo. Y ello, no tanto porque se trate de un
juego de suerte, envite o azar, sino porque depende de nosotros
mismos, de nuestra disposición y talante, de nuestra actitud y
de nuestras aptitudes de cara a esa coyuntura decisiva en la cual
nos encontramos. La Historia no la impone el destino inexorable,
y los hombres no son juguetes, sino sujetos de la Historia. Son
los hombres los que hacen historia haciendo la Historia, y aunque
Dios la dirija, los hombres la escriben. Y nosotros, los
españoles de ahora, tenemos que hacer y que escribir con
libertad y responsabilidad la nuestra. Y esa libertad y esa
responsabilidad no exigen abandono de la desesperanza y de la
desesperación, y ánimo tenso, transido y calado por la espera y
por la esperanza. Como los discípulos de Emaús, podemos hoy
aquí decirle a la esperanza, sin haberla quizá reconocido:
"quédate con nosotros", y nosotros, como los
discípulos de Emaús, la haremos nuestra, porque la esperanza
también se reparte, como se reparte y se repartió el pan sobre
la mesa en la posada del camino que conducía a Jerusalén hacia
la aldea.
Valor para el regreso, para continuar la lucha. Si los
discípulos de Emaús, retornada la alegría y la esperanza,
"se levantaron al punto y regresaron a Jerusalén",
para reunirse con sus compañeros (Luc. 24,33), ¿no será ésta
la ocasión de que muchos españoles, y entre ellos muchos de los
que aquí os congregáis, retornada también la alegría y la
esperanza, renuncien o renunciéis al proyecto, concebido o en
curso, de ir a vuestra aldea, a vuestra casa y a vuestras cosas
y, levantándoos espiritualmente, vengáis con vuestros
compañeros y amigos, con los españoles que, pese a todo, no han
desertado, con quienes, contra viento y marea, salen a la calle
en manifestaciones públicas, contra el terrorismo y contra el
aborto y continuan en la brecha por España.
No basta, sin embargo, la alegría de hallarse en la verdad, ni
la esperanza alentadora, ni el valor para proseguir a lucha. Todo
esto es necesario, pero no es suficiente. Para que ello dure y
permanezca hace falta el amor. Y voy a demostrarlo. Si el justo,
es decir, el hombre perfecto, vive de la fe, que es fórmula
suprema, aquí abajo, del conocimiento -lumen fidei-, la fe sin
obras es una fe muerta. La fe que vitaliza se traduce en obras, y
para que realice su labor fertilizante, genesíaca, creadora,
requiere el amor. Sólo el amor fecundo a la fe. El Dios Amor
crea. El matrimonio-amor es fecundo. Las grandes empresas que
subliman la historia de la humanidad son empresas de amor. Si
ello es así, la última ratio de vuestra incorporación a la
gran tarea, a la difícil pero sugestiva tarea de nuestra Causa,
radica en vuestro amor, en la autenticidad y en la calidad de
vuestro amor a España; amor que ha de ser más grande para que
sea más operativo y fecundo, en la medida en que España,
víctima de sus enemigos conscientes o inconscientes del interior
y del exterior, reclame nuestra presencia y nuestro sacrificio.
Por un lado, entendemos que una España fiel a sí misma debe
hacer oír su voz en Europa; y por ello, la España diferente, no
la España sin perfiles que pretende forjar el sistema político
imperante. Una España sumergida y diluida, carente de
personalidad, no tiene nada que decir en Europa. La riqueza
cultural de Europa y sus posibilidades de reconstrucción,
dependen de las aportaciones distintas que cada una de las
naciones europeas realice a la Comunidad; y España, reserva
espiritual del continente, descubridora y evangelizadora, ejemplo
de la mayor inversión heroica y martirial, en defensa de
aquellos principios que forjaron la Europa de la Cristiandad,
tiene el deber y el derecho de ofrecer a la Europa de hoy,
maltrecha, atemorizada y esclavizada, amorosamente, la alegría,
la esperanza y el valor para reencontrarse consigo misma.
Pero, a su vez, el llamamiento que desde Europa hacen quienes
comparten estas ideas, sentimientos y propósitos, es un acicate
y hasta un desafío para que España rompa con la presión
oficial y ambiental, se desembarace y arroje con asco la basura
que la cubre, y los españoles, liberados por dentro y por fuera,
respalden, con la alegría, la esperanza y el valor del retorno,
a quienes jamás se dejaron abatir por la tristeza, la
desesperanza o el miedo.
¡Ha llegado la hora del regreso a Jerusalén, de desandar el
camino de la huida, de pasar de la condición de fugitivos a la
condición activa, de convertir la ceguera en visión, la
tristeza en alegría, la desesperación en esperanza, la
cobardía en valor. Pero, sobre todo, ha llegado la hora de amar
a España y de devolver a los ciudadanos de España una España
unida y en orden, con paz y trabajo. Esa España, con paz y
trabajo, unida y en orden!.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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