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La Hispanidad: una misión inconclusa.
El autor, argentino, estudia como la hispanidad, es sustancia del ser nacional, y no es reductible a meros elementos etnográficos o a la sequedad de un mapa geográfico.
Estudiar cual es la situación espiritual en la España de la conquista, qué idea imperial se tiene, considerar la conquista como evangelización, como la cristiandad impregna la cultura, la política y la economía y ver como se desgajan las Españas de aquende y allende del océano da la perspectiva para desear un futuro para los pueblos de Hispanoamérica
Resulta imprescindible considerar ante
todo cuál era el estado político y religioso de la España que
se aprestaba a encarar la empresa ciclópea de la conquista.
Situación espiritual de España:
El descubrimiento de América ocurre en un momento de verdadera
encrucijada histórica. Comienza la Conquista al culminar el
siglo XV y se desarrolla en el siglo XVI, es decir, cuando en el
resto de Europa la edad media ya no era casi sino un recuerdo del
pasado, en medio de una terrible crisis, en camino de una
desintegración progresiva. El edificio de la cristiandad estaba
profundamente conmovido. Las actividades humanas como el arte, la
cultura, la economía etc. , que antes se desarrollaban en
jerarquía y gozosa subordinación a la teología, ahora buscaban
¨liberarse¨ en sus principios rectores. Sobre este edificio ya
averiado la reforma cayó como un rayo.
España trato de preservar contra viento y marea, la fe de sus
padres. Para ello debió sacudir el poder de la Media Luna.
Recordemos que la conquista de Granada acaeció precisamente en
1492, tras siete siglos de incesante lucha. Asimismo decretaban
la expulsión de los judíos no bautizados, medida dictada no por
consideraciones racistas, como aseguran los redactores de
Panfletos, sino por motivos religiosos exclusivamente para
preservar la fe del pueblo español, y ello a pensar de que los
Reyes Católicos no ignoraban el enorme quebranto económico que
dicha medida iba necesariamente a ocasionar. Doce años antes los
Reyes Católicos habían solicitado del Papa la institución en
España del Tribunal de la Santa Inquisición.
Con estas medidas España quedó exenta de la invasión
protestantizante que conmovió el resto de Europa. O mejor, la
supo enfrentar e incluso anticipar en su propio terreno, con una
reforma verdaderamente Católica. Ya en 1473, la decadencia
espiritual del clero español había sido considerada en los
sínodos locales. La voluntad de autocorregirse fue por cierto
eficaz. Al diagnostico certero siguieron los remedios adecuados.
Pensemos que el que por aquel entonces ocupaba la sede pontificia
fue Alejandro VI, de quien dice Pastor que "la iglesia
antigua no hubiera admitido a los grados inferiores del clero, a
causa de su vida, desarreglada" Así que España mal podía
buscar respaldo para su proyecto de autorreforma en la Santa
Sede, demasiado atareada en preocupaciones mundanas y
renacentistas.
Fueron pues los Reyes Católicos quienes, ayudados por
eclesiasticos lúcidos y llenos de coraje, debieron asumir la
responsabilidad de la reforma de las instituciones eclesiasticas.
Lo hicieron con la ayuda del Cardenal Mendoza primero, y del gran
Cardenal Cisneros después. Ante todo, lograron del Papa el
nombramiento de un grupo de excelentes Obispos. Cisneros se
abocó principalmente a la restauración de los monasterios,
realizando una reforma que habría de figurar entre las más
impresionantes de la historia eclesiástica. Por otro lado, y
gracias a la inspiración divina, también en aquellas décadas
brotaron del suelo español nuevas congregaciones y ordenes
religiosas, especialmente la militante compañía de Jesús, con
cuya ayuda España se pondría a la cabeza del movimiento de la
contrareforma, llegando a ser el alma del concilio de Trento.
Los hombres del siglo XVI no eran, por cierto, muy distintos a
los españoles de nuestro tiempo. Y por eso cabe preguntarse
cómo una España menos poblada, menos rica, pudo conocer un
siglo de oro tan esplendoroso, engendrando tantos sabios de
renombre universal, tantos poetas, tantos héroes, tantos Santos.
Los hombres eran como los de ahora, pero la sociedad estaba
organizada de cara a Dios, conspirando hacia un mismo fin la
Iglesia y el Estado, la Universidad y el teatro, las leyes y las
costumbres. Si bien los hombres del siglo XVI no fueron distintos
a los de hoy, el ambiente era otro. Se los inducía a vivir y a
morir para la mayor gloria de Dios.
Y así España conservó en su seno todo el ímpetu de la Edad
Media, ya en disolución en el resto de Europa, se autopreservó
de la corrupción protestante - cosa que nunca le sería
perdonada -, y corriente renacentista que provenía de Roma,
realizando un renacimiento propio, de cuño español cuya
concreción arquitectónica sería el Escorial; al tiempo que
liberaba al estamento clerical de la tentación temporalista,
neutralizaba el influjo de los espíritus intermedios y
conciliantes al estilo de Erasmo, y propiciaba el cultivo intenso
de los estudios teológicos. Así se puso en condiciones de
afrontar el desafío de la conquista.
El sentido imperial.
Si bien aún no se había proclamado el imperio, la España del
descubrimiento y de la conquista estaba signada por la vocación
imperial. Para que el Rey llegase a ser Emperador, para que
aquella vocación se concretase, era menester que una sola mano
reuniese la totalidad, era preciso que España se hiciese
universal. La idea tradicional del imperio exigía que sus
miembros constituyesen una sola familia, unidos por el culto a un
mismo Dios, la misma cultura, la misma sangre, el mismo comercio.
No de otro modo había sido el Imperio Romano de los primeros
siglos, así como el que patrocinara Orosio y San Agustín; así
lo fue desde Augusto hasta Justiniano; después, aunque en un
grado menor, el imperio Carolingio de los siglos IX y X, y luego,
si bien más restringido todavía, el Sacro Imperio
Romano-Germánico. La España sojuzgada por el Islam durante ocho
siglos, hizo surgir de sus entrañas liberadas el proyecto de un
gran destino universal que, en lo político no necesitaba sino
asumir las propias raíces romanas para transformarse en
vocación imperial. La savia católica, por otra parte, ya había
impregnado la sociedad con su espíritu de aventura, la tendencia
a intentar lo imposible, el menosprecio de los bienes materiales,
el sentido de la hidalguía, elementos constitutivos del
espíritu caballeresco, un estilo tan propio de la hispanidad.
Carlos, nieto de los Reyes Católicos, solo hablaba francés y
flamenco, ignorando la lengua española, estaba rodeado por una
camarilla de holandeses sin el menor sentido imperial. Sin
embargo y a pesar de todo, no fue otro sino él quien tomó de
España la antigua noción de Imperio, y sobre esta base, se
dedico a construirlo. Cuando estaba a punto de salir de España
para dirigirse a Alemania y ser allí coronado, hizo ya su
primera declaración imperial. Fue en las Cortes, precisamente de
la Coruña, localidad de donde siglos atrás había salido
Adriano, el gran conductor español del Imperio Romano.
Refiriéndose a dicha declaración, comento el P. Mota allí
presente que Carlos no era un rey como los demás sino "rey
de reyes ", pues su imperio constituía la continuación del
Romano-Germánico, y así como ayer España había exportado
emperadores a Roma, "ahora viene el imperio a buscar (otra
vez) el emperador a España, y nuestro rey de España es hecho,
por la gracia de Dios, rey de los romanos y emperador del
mundo". Menéndez y Pidal sintetizó así el discurso de
Mota : "Este imperio no lo acepta Carlos para ganar nuevos
reinos, pues le sobran los heredados que son más y mejores que
los de ningún rey; aceptó el Imperio para cumplir las muy
trabajosas obligaciones que implica, para desviar los grandes
males que amenazan la religión cristiana y acometer la empresa
contra los infieles enemigos de la Santa Fe Católica, en la cual
entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona".
España sería el corazón de dicho imperio, su fundamento, su
tesoro, su espada.
Desde entonces Carlos se comportó con el gran estilo de un
emperador. Incluso su enfrentamiento con Lutero no careció de
ribetes imperiales. Al dia siguiente de la Dieta de Worms, Carlos
V les dijo a los príncipes allí reunidos que les daría su
opinión al respecto. Fue su primera declaración en un
trascendente asunto político, completamente suya, así relatada
por el cronista: "Como descendiente de los cristianísimos
Emperadores de la noble nación alemana, de los Reyes Católicos
de España, de los archiduques de Austria y de los duques de
Borgoña, se declaró resuelto a administrar su cargo de defensor
de la iglesia Católica, de la fe Católica, y de los sagrados
usos ordenamientos y costumbres, y a proceder contra Lutero por
manifiesto hereje ". Ello significaba la pena para Lutero.
Los príncipes le respondieron que acaso sería mejor tratar de
convertirlo. Carlos accedió a discutir, lo cual no opto a que al
mismo tiempo publicase el edicto de Worms, y se transformase en
el paladín del concilio, buscando el medio de recuperar a los
disidentes merced a auténticas reformas eclesiásticas. Al
tiempo que luchaba en defensa de la ortodoxia, anhelaba que
desapareciesen las manchas de la Iglesia, y que en todas las
naciones se llevase a cabo la reforma que ya se había realizado
en España. Y así fue como a pesar de las reticencias de la
curia de Roma, el Papa se resolvió a convocar el concilio.
Trento es obra netamente española. Más allá de su contenido
estrictamente religioso, fue una obra imperial española. Lo fue
no solo en su aspecto espiritual, sino incluso en sus
aspiraciones políticas de unir a todos los pueblos de Europa
bajo el mismo signo imperial.
Esta es la España que descubre América. Bien ha escrito
Caturelli que no se trató de un mero "hallazgo".
Hallar es, simplemente, dar con algo, chocar o topar con una
cosa. Por tanto hallar no significa, necesariamente, descubrir,
aunque descubrir debe siempre suponer hallar. El mero hallar no
descubre no devela, quedando lo hallado encerrado en su ser que
permanece velado . De ahí que si fuera comprobado alguna vez que
los vikingos llegaron a Groenlandia hacia el 982 y alcanzaron la
bahía de Hudson y El Labrador, lo único que se probaría es que
solamente "hallaron", toparon con algo sin hacerse
cargo de su ser y su sentido, manteniéndolo en su ahistoricidad.
Dos cosas nos trajo España a los del nuevo mundo: el
Cristianismo y la cristiandad.
La conquista como evangelización
No se puede volver a los ojos a los orígenes de América sin
tropezar con el pergamino de las Bulas Pontificias promulgadas
por Alejandro VI, por las que aquel Papa donaba las tierras
descubiertas y por descubrir, al tiempo que las demarcaba con
precisión. Es que tras la noticia del Descubrimiento, los Reyes
Católicos se habían dirigido al Papa con el objeto de
plantearle sus dudas morales acerca de sus derechos para ejercer
soberanía sobre las tierras recién descubiertas. En carta al
Papa le habían solicitado la concesión de dicha soberanía
dándole un motivo esencial que el Papa haría suyo como razón
principal de dicha donación, a saber, la tarea de la
evanelización de las tierras descubiertas y por descubrir.
En la "Inter Caetera", del 4 de mayo de 1493, señala
el Papa que los dos caracteres propios de la gran empresa son:
ante todo, la continuidad natural con la cruzada de la
Reconquista española concluida con la toma de Granada y de la
cual Colón había sido testigo; además el carácter misional
que asume la persona del Almirante. Respecto de lo primero, dice
el Papa "no dudo en concederos. . . aquello con lo cual
podáis, con ánimo cada día más fervoroso, proseguir tal
propósito. . . para honra del mismo Dios y extensión del
imperio Cristiano". Respecto del Descubridor,
"destinareis al caro hijo Cristóbal Colón varón por todos
conceptos merecedor y el más recomendable y apto para tamaña
empresa (para que) buscara cuidadosamente, por el mar donde hasta
ahora no se había navegado, tierras firmes e islas remotas y
desconocidas. Como se ve, tanto el espíritu de la reconquista de
España para Cristo como la misionalidad de Colón, conllevan el
mandato de la evangelización, a la que los Reyes Católicos
están obligados Precisamente en cuanto católicos; por eso les
dice que "tratéis de proseguir y asumir, en todo y por
todo, semejante empresa, con ánimo impulsado por la fe ortodoxa,
como a que queráis y debáis conducir a los pueblos que habitan
tales islas y tierras a recibir la religión cristiana".
Así comprobamos que en aquel "ir hacía", donde
comienza el descubrimiento. Progresivo, se unen el impulso de la
Reconquista, la extensión del imperio cristiano y la
obligatoriedad de la evangelización.
Los Reyes Católicos se habían comprometido a la evangelización
de los indios. Pero tenían plena conciencia de los obstáculos.
Por eso, ocho años después de las instrucciones a Colón, y
cuando éste ya habla sido despojado de todo poder de gobierno,
las instrucciones al Gobernador Ovando (1501) recogen las
experiencias, algunas muy amargas, y tratan de controlar el
comportamiento de los españoles. Dada la necesidad de
supervivencia, reconocen y permiten el trabajo obligatorio de los
indios, pagando el salario justo; pero, ante todo, reafirma que
"Nos deseamos que los indios se conviertan a nuestra Santa
Fe Católica y sus ánimas se salven, porque este es el mayor
bien que les podemos desear, para lo cual es menester que sean
informados en las cosas de nuestra Fe, para que vengan a
conocimiento de ella; tendréis mucho cuidado de procurar, sin
les hacer fuerza alguna, cómo los religiosos que allá están
los informen y amonesten para ello con mucho amor, de manera que
lo más presto que se pueda se conviertan . . . "
(Tal fue la respuesta del Papa a las dudas morales que los Reyes
Católicos le habían planteado acerca de sus derechos) El
problema moral de "los justos títulos" siguió
acuciando la delicada conciencia de los soberanos. El único
título que los Reyes invocan una y otra vez ante el Papa, y el
único que este acepta, es, el declarado propósito
evangelizador. Para quien desconoce las bases religiosas sobre
las que descansaba la conciencia social del medievo, perdurante
en España, la actitud de los Reyes resulta desconcertante, sino
increíble.
Por supuesto que hubo también intenciones políticas, tanto en
Fernando al pedir las Bulas, como en el Papa al concederlas, pero
no se puede negar que Fernando puso lo mejor de su voluntad para
cumplir el mandato evangelizador de la Conquista, y Alejandro VI,
a pesar de lo turbio de su personalidad, se apasionó
sinceramente por la conquista espiritual del Nuevo Mundo.
Colón por su parte, fue consciente del sentido religioso de su
empresa. En carta a los Reyes les dice: "La sancta Trinidad
movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias y por su
infinita bondad hizo a mí mensajero de ellos". Se sabia
"Cristóforo", "el que lleva a Cristo". Desde
el 12 de octubre siente Colón su descubrimiento como una
ampliación del Occidente cristiano. Por eso a las tierras que
descubre, dice, "la primera que yo falle puse nombre Sant
Salvador"; y a la segunda "puse Santa María de
Concepción". Estaba convencido de que "toda la
cristiandad debe tomar alegría" ya que tantos pueblos
rueden ser incorporados " a nuestra sancta fe".
Los Reyes Católicos fueron fieles a su designio. "Nuestra
principal intención - dejó dicho Isabel en su testamento- fue,
al tiempo que le suplicamos al Papa Alejandro VI, de buena
memoria, que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir y
traer los pueblos de ellas, y los convertir a nuestra Santa Fe
Católica, y enviar a las dichas Islas y tierras firmes, prelados
y religiosos, clérigos y otras personas devotas y temerosas de
Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas a la Fe
Católica y los adoctrinar y enseñar buenas
costumbres
". La Reina cierra ese magnífico documento
con una súplica a sus sucesores "que así lo hagan y
cumplan, y sea este su principal fin". No resulta, pues,
extraño, que en las primeras instrucciones dadas a Colón, antes
de su segundo viaje, se lea: "Sus altezas, deseando que
nuestra Santa Fe Católica sea aumentada y acrecentada, me dan y
encargan al Almirante Cristóbal Colón que por todas las vías y
maneras que pudiere procure e trabaje a trae a los moradores de
las dichas islas y tierra firme a que se conviertan a nuestra
Santa Fe Católica, y para ayuda a ello Sus Altezas envían allí
el devoto padre Fray Buil juntamente con otros religioso que
dicho Almirante consigo ha de llevar
" Podemos así
afirmar que fue el afán de conversión el que inspiró
principalmente a la España idealista y heroica a la conquista de
América, entrando en la empresa el misticismo como elemento
histórico fundacional. Los Reyes que así hablaban se
encuentran, para gloria nuestra, en las primeras páginas de la
historia de América, suplicando a sus sucesores que cumplieran
su intento como "principal fin" de la Conquista y
población de nuestras tierras.
Es cierto que en América encontraron cierto eco desde el
comienzo, como "semillas del Verbo" (Logos
spermatikós). Cada cultura se mueve hacia Dios, en cierta
manera. Y así hubo en algunos indígenas cierto conocimiento de
Dios y de verdades naturales que podrían conducirlos a la
salvación, esbozos de la idea de un Dios uno, de la
sobrevivencia allende la muerte, semillas de verdad. Pero al
mismo tiempo, grandes obstáculos como la idolatría, el
politeísmo, la magia, etc. Es preciso liberarlos de esos
obstáculos mediante la evangelización. Los habitantes del Nuevo
Mundo debían ser "nuevas criaturas", exorcizadas y
bautizadas.
Pues bien, como ordenó Fernando en 1511: "Mandamos, y
cuanto podemos encargamos a los de nuestro Consejo de Indias, que
pospuesto todo otro respeto de aprovechamiento, e interese
nuestro, tengan por principal cuidado las cosas de la Conversión
y Doctrina
". El principal cuidado del descubrimiento,
la exploración y la conquista, que deja en segundo plano otros
fines, perfectamente lícitos, siempre que no se transformen en
absolutamente primeros y estén subordinados al fin principal,
constituyó como el humus del cual surgieron dos tipos humanos en
cierto modo irrepetibles: el conquistador y el misionero. Entre
los primeros Hernán Cortes, y Pizarro, don Pedro de Mendoza en
Argentina, que recibió instrucciones de Carlos V en 1534 de
llevar consigo a religiosos, y de que no haya de ejecutar acción
alguna de trascendencia sin la previa aprobación de los mismos.
Así se pasó del logos sparmatikós (semillas del verbo) al
logos pantós (la plenitud católica de la verdad)
Como resulta obvio, el propósito esencial de la Conquista no se
hubiera alcanzado sin una verdadera compenetración de los dos
poderes, el temporal y el espiritual, simbiosis que no conoce
mejor ejemplo en la historia. "El militar español en
América - escribe Ramiro de Maeztu - tenía conciencia de que su
función esencial e importante, era primera solamente en el orden
del tiempo, pero que la acción fundamental era la del misionero
que catequizaba a los indios. De otra parte, el misionero sabía
que el soldado y el virrey y el oidor y el alto funcionario, no
perseguían otros fines que los que el mismo buscaba".
Esto diferencia sustancialmente la evangelización de América de
otras evangelizaciones. Francisco Javier, por ejemplo, misionero
sin duda exímio, predicó incansablemente en la India,
campanilla en mano, enseñando la doctrina y los mandamientos en
los idiomas indígenas, trabajosamente aprendidos. Pero a su
labor misionera le faltó el apoyo de un Gobierno como el
español, el apoyo del poder temporal. Resulta una constante
histórica que solo en aquellas regiones donde la evangelización
se realizó con la colaboración de los dos poderes, o mejor, del
poder temporal y de la autoridad espiritual, sólo allí hubo
cristiandades, es decir, pueblos cristianos, como en Filipinas,
única nación del Oriente plenamente evangelizada. En su
magnífica obra "Política Indiana", su autor,
Solórzano Pereira, comienza la parte que dedica a las cosas
eclesiásticas y al Patronato con esta tajante afirmación:
"La conservación y el aumento de la fe es el fundamento de
la monarquía". El espectáculo de una Corona al servicio de
una misión tan elevada, no dejó de entusiasmar al erudito
escritor: "Si, según sentencia de Aristóteles solo al
hablar o descubrir algún arte, ya liberal o mecánica, o alguna
piedra, planta y otra cosa, que puede ser de uso y servicio a los
hombres, les debe granjear alabanza, ¿de qué gloria no serán
dignos los que han descubierto un mundo en que se hallan y
encierran tan innumerables grandezas? Y no es menos, estimable el
beneficio de este mismo descubrimiento habido respecto al propio
mundo nuevo sino antes de mucho mayores, pues además de la luz
de la Fe que dimos a sus habitantes, de que luego diré, les
hemos puesto en vida sociable y política, desterrando su
barbarismo, trocando en humananas sus costumbres luciferinas y
comunicándoles tantas cosas tan provechosas y necesarias como se
les han llevado de nuestro orbe, Y enseñándolos la verdadera
cultura de la tierra, edificar casas, juntarse en pueblos, leer
escribir y otras muchas artes de que entes totalmente estaban
ajenos".
La España de la conquista fue un pueblo en misión. Toda España
fue evangelizadora en el siglo XVI, lo mismo los reyes que los
prelados y soldados, todos los Españoles del siglo XVI parecen
misioneros.
La conquista como Cristiandad.
En segundo lugar España llevó a América la Cristiandad, la
hizo incorporarse a la Cristiandad.
Después de la ruptura de la Reforma, la hispanidad de los Reyes
Católicos, del Cardenal Cisneros y de los grandes Austrias,
incluida Iberoamérica, constituía una cristiandad. Toda la
sociedad hispanoamericana estaba impregnada del espíritu y la
doctrina de la Iglesia y se expresaba en sus leyes, como puede
verse por el admirable monumento de las Leyes de Indias, así
como en sus instituciones tanto peninsulares como americanas,
vividos por todas las capas de la sociedad.
Gonzague de Reynold habla de cinco etapas de la Cristiandad.
Primero hubo una protocristiandad (SS. I-III), Papas misioneros,
catacumbas, Padres apostólicos. Luego la primera etapa
(preparación) con Constantino, Teodosio y Justiniano. La segunda
etapa (base ) con Carlomagno. La tercera etapa (SS. X-XI) con
Oton I. La cuarta etapa (s. XII) con el sacro imperio. La quinta
etapa (S. XIII) con San Luis. Para Cauterio habría también una
sexta etapa de la cristiandad.
El imperio medieval, apresado entre las garras del nominalismo
filosófico, del voluntarismo teológico, del creciente
naturalismo político, agoniza sin remedio, sin embargo, al mismo
tiempo, en el extremo occidental de Europa, los cinco reinos
ibéricos ("las Españas") se encaminan hacia su unidad
al cabo de una guerra de ocho siglos. Tras los Reyes Católicos,
Carlos V nos aparece como un discípulo de las ideas de su abuelo
Fernando y como heredero de los profundos sentimientos de
Universalidad cristiana que latían en el corazón de Isabel,
escribe Menéndez Pidal, de Carlos hubo de aprender a su manera
Felipe II, de quien cuenta Gracián que decía reverentemente
ante el retablo de Fernando: A éste le debemos todo. En España
cuaja la antigua noción romana del Imperio que consiste en
considerar a todos los hombres como una gran familia. La
cristiandad iberoamericana alcanzó su plenitud bajo el reinado
de Felipe II.
Refiriéndose el descubrimiento de América y el propósito
evangelizador, dijo el Papa actual: "Era el prorrumpir
vigoroso de la universalidad querida por Cristo, como se lee en
S. Mateo, para su mensaje. Este, tras el concilio de Jerusalén,
penetra en la Ecumene helenística del Imperio Romano, se
confirma en la evangelización de los pueblos Germánicos y
eslavos (ahí marcan su influjo Agustín, Benito, Cirilo y
Metodio) y halla su nueva plenitud en el alumbramiento de la
cristiandad, el Nuevo Mundo".
Decíamos que Cristiandad era la impregnación del entero orden
temporal, la cultura, la política, la economía. Veamos.
La cultura
Desde el comienzo se advierte el anhelo de "crear
cultura", inseparable de la evangelización. En 1544, el
obispo Zumárraga, refiriéndose a la conveniencia de imprimir la
doctrina, aludía al número de indios capaces de aprovecharse de
la misma "pues hay tantos de ellos que saben leer", lo
que demuestra se habla cumplido la Real Cédula de Fernando, de
1513, por la que se ordenaba que "todos los hijos de los
caciques se entregaran a la edad de 13 años a los frailes
franciscanos, los cuales les enseñaran a leer, escribir y la
doctrina". Treinta años después haría necesaria la
instalación de una imprenta, destinada a publicar libros para
estos nuevos lectores. En 1552 un Concilio de Lima ordenaba a los
clérigos tuvieran "por muy encomendadas las escuelas de los
muchachos... y en ellas se enseñe a leer, y a escribir, y lo
demás''.
La labor de enseñar a leer y escribir a los indios fue
verdaderamente ardua. Primero los misioneros debieron aprender la
lengua de los naturales, para poder elaborar vocabularios y
gramáticas que hicieran posible dicha docencia. Las Gramáticas,
sermonarios y prácticas de confesionario que en los idiomas
indígenas escribieron los religiosos son tan numerosos e
importantes que bastan para constituir un monumento filológico
sin par. La lingüística adquirió así una función netamente
evangelizadora.
El lenguaje temporal expresaba el estadio propio de la conciencia
indígena y en él habla de "encarnarse" el Verbo,
"habitar" y hacerse indio. Solamente así había de
desmitificar su mundo y, asumiéndolo, transfigurarlo en su nuevo
ser cristiano. El misionero, que se expresaba en un lenguaje
temporal alfabético desde hacía milenios, tenía ente sí un
doble cometido: debía aprender el lenguaje prealfabético del
indio y, el mismo tiempo, con el propósito de fijar la doctrina,
deba "encarnar", vertir, traducir el mensaje en la
propia lengua indígena. Sobre todo este último propósito
produjo un fenómeno extraordinario e irreversible sobre el cual
no se ha llamado suficientemente la atención, como lo señala
Caturelli: hizo ingresar casi de golpe la lengua indígena al
estadio alfabético, dando origen así al fonetismo completo de
las milenarias escrituras precolombinas. Un verdadero mestizaje
cultural.
Los primeros encuentros fueron con gestos, mímica, ademanes,
señas. Así se entendió Colón con algunos caciques. Pero el
problema era insuperable mientras no se aprendiera la lengua,
cuando lo que se quería transmitir era nada menos que las
verdades elementales de la Revelación cristiana. Al principio,
como los indígenas los veían gesticular así, tenían a los
misioneros por enfermos o por locos. Ello demuestra la heroica
urgencia por la evangelización de los primeros misioneros
atacados por la "locura de Cristo". Sin embargo, era
menester buscar medios más eficaces para la ''encarnación"
de la Palabra. Sí la fe entra el oído, y el oído debe escuchar
la palabra de la predicación, era necesario aprender la lengua.
Entre nosotros es el P. Guillermo Furlong quien mejor ha
estudiado la obra educadora de España en América, ampliamente
diversificada. Había primero, dice, una instrucción hogareña,
en las casas de las familias pudientes, de los encomenderos;
luego una instrucción conventual, ya que casi todos los
conventos tenían escuela aneja; instrucción parroquias;
instrucción particular, en colegios especiales; instrucción
misionera, como en las reducciones de indígenas.
En lo que respecta a la enseñanza superior, la Corona de España
así dictaminaba: "Para servir a Dios nuestro Señor y bien
público de nuestro Reinos, conviene que nuestros vasallos
súbditos y naturales, tengan en ellos Universidades y estudios
Generales donde sean instruidos y graduados en todas las ciencias
y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de
honrar y favorecer a los de nuestras Indias, y desterrar de ellas
las tinieblas de la ignorancia criamos, fundamos y constituimos
en la ciudad de Lima de los Reinos del Perú y en la ciudad de
Méjico de la Nueva España, Universidades, y estudios generales,
y tenemos por bien y concedemos a todas las personas que en las
dichas Universidades fueran graduadas, que gocen en nuestras
Indias, Islas y Tierras Firmes del Océano, de las libertades y
franquicias de que gozan en estos Reinos los que se gradúan en
la Universidad y estudios de Salamanca".
Ya en 1538, es decir, 46 años después del Descubrimiento, se
fundaba la Universidad Real y Pontificia de Santo Domingo; en
1551 las de Lima y Méjico, a cuyo decreto de fundación acabamos
de aludir; en 1573 la de Santa Fe en Bogotá, etc. . Y así, el
siglo XVI, el primer siglo de la Presencia de España en
América, veía la aparición de numerosas Universidades,
alcanzando la vida intelectual un apogeo que luego nunca igualó.
En 1613 se fundó la primera Universidad en territorio argentino,
la de Córdoba.
En nuestra tierra esa educación fue profunda. Sabemos que Santa
Fe contaba con escuela desde 1581, Santiago del Estero desde
1585, Corrientes desde 1602 Córdoba y Buenos Aires desde mucho
antes. Asimismo poco a poco se establecieron los estudios
secundario y finalmente los universitarios. Durante XVII y XVIII
las escuelas es multiplicaron en la Argentina de manera
asombrosa, al punto que el analfabetismo fue escaso o nulo. Las
bibliotecas particulares que han podido ser reconstruidas revela
que el grado de cultura de las clases superiores fue realmente de
categoría. La decadencia comenzaría a partir de 1806, en
coincidencia con el hecho de las Invasiones inglesas.
Ecos de esa cultura popular han llegado hasta nosotros gracias
sobre todo al ímprobo esfuerzo de Juan Alfonso Carrizo, quien
logró reunir en diversos volúmenes las viejas canciones de
nuestra tierra. La poesía de nuestro pueblo fue un estupendo
trasplante del cancionero español, un transplante cultural. Los
hombres de la Conquista trajeron en sus labios cantares de los
siglos XVI y XVII, y los volcaron acá. El natural los oyó y los
canto, porque la religión y la común cultura habían realizado
hacer de unos y otros un mismo pueblo. Carrizo recuerda que en
1931 oyó cantar en la Puna de Atacama, a cuatro mil metros de
altura, a unos pastores que llevaban un ataúd en medio de la
nieve: "¡Señor San Ignacio, - alférez mayor, - llevas la
bandera - delante de Dios!". Los centenares de poemas de
elevada belleza teológica que Carrizo ha recopilado, digna de
los Autos sacramentales., nos muestra el acervo cultural con que
España supo impregnar a nuestro pueblo sencillo. Se podría
repetir también aquí aquello que dijera Chesterton tras visitar
unos pueblitos de Castilla: "¡Dios mío, qué cultos estos
analfabetos!" Las coplas son admirables: "El rico no
piensa en Dios - por pensar en sus caudales; - pierde los bienes
eternos - por los bienes temporales".
Era la cultura evangelizada, o lo que ahora se ha dado en llamar
"la evangelización de la cultura".
La política:
Asimismo el evangelio impregnó el campo de la política. La
política se basa en la amistad. "En Cristo no hay Indio ni
Griego, bárbaro ni escita, sino solamente la nueva criatura que
por el conocimiento de Dios se renueva conforme a la imagen de
aquel que la crió " (Col 3, 1C).
El caballero-conquistador fue, además, fundador, como ejecutor,
más o menos fiel, de España fundadora. El acto de
descubrimiento inicial y progresivo implicaba no solamente el fin
principal de la evangelización, sino el de la fundación,
también progresiva, de un nuevo Mundo. Por eso, desde el
principio, en lo inmediato el conquistador, mediatamente España,
ejercieron en diversos sentidos un acto fundacional. Fundar viene
de fundus, base. Fundar es poner la base, es asentar y también
erigir, cimentar sólidamente. Mediante el mestizaje, la
erección de ciudades, el establecimiento de las instituciones de
gobierno, España funde la polis. Funda en fusión con el mundo
precolombino. Fundación es también en este caso, nacimiento de
algo nuevo, distinto, original, enraizado en la tradición
greco-romana-ibérica y católica sobre lo originario. Por eso no
puede negarse a España la maternidad histórica respecto de
América.
Las autoridades política, existían allende y aquende el
Océano. Dos fundamentales en España, la Casa de Contratación
de Sevilla (erigida en 1503), que regulaba el despacho de
navíos, y el Real Consejo de Indias (fundado en 1519), organismo
referido tanto a lo civil como a lo religioso. En Indias, los
Virreyes; las Reales Audiencias para la justicia; los
Gobernadores, que cuando cumplían a la vez funciones militares
se llamaban Capitanes Generales, y cuando estas funciones les
eran conferidas desde su designación, Adelantados. Por fin los
Cabildos, institución de fundamental importancia por su
representatividad social. El mismo día de la fundación de una
ciudad se creaba el Cabildo (con sus Alcaldes, no más de dos, y
regidores, entre 6 y 12). Se trataba, en realidad, del antiguo
municipio romano, persistente durante la reconquista de las
ciudades españolas y trasplantado a América con el mismo
sentido de representatividad política que recuerde al carácter
de la antigua polis griega. Pero con una diferencia propiamente
"americana": incluía un distrito suburbano inmenso. A
pesar de las, vicisitudes, que, a lo largo de la historia,
hubieron de sufrir los Cabildos, ellos fueron, en el orden social
y político, no sólo la base de las futuras provincias de las
naciones iberoamericanas, sino el "lugar" físico,
espiritual y moral de toda la vida política, y del
"federalismo" americano, heredero del autonomismo de
las ciudades de Castilla y Aragón.
El proyecto religioso y cultural de España dejó sus huellas
asimismo en el ámbito de la política, logrando entre nosotros
una encarnación admirable en la figura de Hernando Arias de
Saavedra. España no vaciló en mezclar su sangre con la sangre
ardiente del nativo, dando así origen al hombre de la tierra. En
nuestra zonas el ejemplo del Adelantado Domínguez Martínez de
Irala, el primero en desposar a la india, haciendo respetar la
descendencia habida de ella -casó sus hijas con los capitanes
más distinguidos de la conquista-, fue seguido ampliamente por
sus compañeros. Y así aparecieron las familias criollas y
mestizas, una nueva aristocracia brotada de la tierra, a cuyos
miembros Felipe II no trepitó en conceder el titulo de hidalgos.
El nacido de la tierra virgen, heredero de la tradicional
caballerosidad española, en constante batallar con la selva y el
indio, aprendió a dominar diestramente el caballo, el lazo y las
boleadoras; fue ese tipo de hombre sufrido menospreciador de lar
cosas materiales, ajeno a la Epidemia del oro. Don Quijote,
afirma R. de Maeztu, encontró su Prolongación en Martín Fierro
y Don Secundo Sombra. Hernando Arias es el representante genuino
de este nuevo tipo de hombre. Paraguay fue quizás el. primer
lugar de América donde el nacido de la tierra alcanzó a tomar
el poder en la persona de Hernando Arias. Nació en Asunción, en
el año 1560, de dos familias de la nobleza hispánica; su padre,
Suarez de Toledo, pertenecía a la raza de los conquistados; su
madre, de Sanabria y Calderón, era una mujer de temple
indomable; su hermanastro, don Hernando de Trejo, el primer
obispo criollo del Tucumán propulsor de la Universidad de
Córdoba.
Elegido reiteradamente como Gobernador del Paraguay, tuvo,
Hernando Arias, el temple de un auténtico conquistador,
victorioso en innumerables batallas, con lo que hizo posible la
navegación sin sobresaltos desde Asunción hasta el Río de la
Plata . Enfrentó así mismo con notable clarividencia y arrojo
la Penetración portuguesa en Buenos Aires y el Paraguay. Pero
fue al mismo tiempo un juez ejemplar. Según la vieja tradición
hispánica, la justicia no se reducía como ahora a la
aplicación casi automática de determinado artículo de cierta
ley a cierto caso concreto, sino que en cada alegato, en cada
sentencia los jueces se remontaban a las fuentes mismas de la
moral y el derecho. Cada administrador de la justicia se sentía
en alguna forma revestido de la dignidad del legislador, porque
en cada dictamen apelaba de la letra de la ley al espíritu y
propósito que la inspiraron. Habían aprendido de S. Tomás que
la ley había de ser justa, y la ley que no es justa no es ley,
sino iniquidad. Hernando Arias fue un juez de ese estilo, velando
por la aplicación de la justicia en todos los campos y
particularmente en el ámbito de las encomiendas. Solórzano ha
explicado bien lo que realmente fueron las encomiendas,
destruyendo la leyenda que quiso contraponer la bondad y
abnegación de los misioneros a la codicia y crueldad de los
encomenderos. La encomienda fueron nuestro modo de feudalismo, es
decir, una escuela de vida y de honor, al mismo tiempo que el
brazo secular para el adoctrinamiento de los indios. Hernando
Arias salió al paso de los excesos de algunos encomenderos
legislando al respecto admirablemente.
Propulso así mismo la cultura y en este sentido fue un verdadero
educador. No sólo fundó numerosos colegios sino que sobre todo
trató de elevar al Indio a la vez que contribuyó a su
evangelización, colaborando para ello estrechamente con Martín
Ignacio de Loyola, sobrino de S. Ignacio y obispo de Asunción, y
más aún con el Franciscano Fray Luis Bolaños, su amigo
predilecto, con quien inició la instalación de los primeros
pueblos de indios, labor para la que luego llamó también a los
jesuitas, quienes llevarían a cabo esa obra de arte de la
pastoral que fueron las reducciones guaraníticas. Gracias a
Hernando Arias se fundaron numerosas poblaciones, desde S.
Ignacio Guazú, en la actual Paraguay, hasta Baradero, en la
actual provincia de Buenos Aires. Rara era la carta que no
insistiera ente el monarca -nada menos que Felipe II, en
ocasiones-, para que enviara más religiosos en pro de tan ardua
labor. Numerosos testimonios certifican que regalaban de su
propio pecunio campanas retablos etc. Y al mejor estilo de los
señores medievales consideró un timbre de gloria edificar
templos para la honra de Dios y la santificación de las almas.
El día en que se adecente nuestra galería de Próceres,
Hernando Arias figurará allí como uno de los más nobles.
Cuarenta años de guerra, en un campo que tuvo por escenario la
selva paraguaya y la extensa pampa argentina, recorrida sin
descanso, conociendo toda la gema de los sufrimientos físicos,
desde las heridas en el combate, hasta la fiebre del pantano que
le desfiguró el rostro y le quitó el sentido de la audición,
así como de los sufrimientos morales, desde la critica de
conventillo hasta la calumnia de gran nivel. Protector de
ciudades, colaboró activamente en la fundación de Buenos aires
-no olvidemos que estaba casado con la hija de Juan de Garay -,
Concepción del Bermejo y Vera de las Siete Corrientes. Defensor
celoso de las fronteras frente al agresor portugués, sólo
desenvainó su espada para defender las buenas causas; en los
Paréntesis de sus luchas no tenía reparos en tomar las
herramientas del albañil para colaborar en la construcción de
una iglesia, un hospital o una escuela. Ningún personaje de la
Conquista reúne con Hernando Arias las admirables dotes de la
virtud heroica en más alto grado, juntamente con las cualidades
distintivas del estadista, Y. todo ello en admirable equilibrio.
Fue caudillo, soldado, Gobernador y juez, tan amado que, según
se decía en una carta firmada en 1610 por los capitulares de
Asunción, "no hay viejo ni mozo que no lo tenga
representado en el alma, padre verdadero de la tierra". Un
auténtico caballero, encarnación misma de la Hispanidad en el
campo político.
La economía:
Si se quita la intención evangelizadora, la conquista de
América aparece -y así se la querido reiteradamente mostrar-
como el caso de un pueblo poderoso que se enfrenta con pueblos
débiles, los vence, los explota lo más posible, y de este modo
acrecienta el patrimonio de la Corona y las posibilidades
mercantilistas de la Metrópoli. En una concepción semejante,
los aspectos religiosos pasan a ser anecdóticos, o también
expresión del "atraso secular" de España.
La especificidad de la Conquista española resplandece cuando se
la compara con la colonización británica. Vicente Sierra lo ha
señalado con claridad. Resumamos lo principal de su desarrollo.
La historia nos muestra cómo España incorporó Provincias,
Inglaterra instauró colonias. Esto cobra evidencia en algo bien
concreto y hasta sintomático: La colonización inglesa fue
siempre costera, instalando factorías junto al mar, la española
es preferentemente mediterránea. Basta ver el mapa de nuestra
Patria y la ubicación de sus ciudades antiguas, y compararlo con
el mapa político de la India, por ejemplo. Sólo España se
transfundió de veras, penetró las selvas, atravesó las
montañas; a todos buscó para anunciar la buena nueva. La
colonización inglesa no se dirigió al hombre para elevarlo sino
en vista de posibles negocios.
Ello explica por qué Inglaterra, cuando necesito salir de la
metrópoli e iniciar su política colonial, no intentó
transmitir a sus nuevos súbditos las líneas esenciales de su
espíritu y de su cultura, y mucho menos difundir sus ideas
religiosas, por eso durante largo tiempo no llevó misioneros
consigo.
Inglaterra condujo adelante su tarea con ausencia de controles
religioso o éticos, lo que permitió la eclosión de la
mentalidad capitalista: en vez del "justo precio",
noción anclada en la visión tomista y católica, la búsqueda
de gananciales cuanto mas mejor, sobre la base de un nuevo tipo
de ascetismo de carácter laico, basado en el hedonismo. Cuando
Montesquieu, apóstol del liberalismo, sobre el cual tanto
influyeron las ideas británicas, se refiere a la significación
de la actividad colonial, enseña: " El objeto de colonias
es hacer el comercio en mejores condiciones que con los pueblos
vecinos, con los cuales todas las ventajas son recíprocas "
Hay en todo esto un claro influjo de las ideas calvinista, con su
exaltación del trabajo y del consiguiente beneficio. La
obtención de riquezas comienza a ser un fin, e incluso un signo
de predilección divina, mientras que la pobreza es considerada
como un signo de fracaso, hasta de castigo divino. Por eso no hay
que extrañarse que el desarrollo económico haya sido mayor en
los países protestantes que en los católicos. El espíritu del
capitalismo liberal habría sido imposible con una iglesia
Católica fuerte porque ella nunca consideró la economía como
un menester ajeno a la moral. La influencia de la Reforma,
especialmente en su versión calvinista, sobre las ideas
políticas abrió paso el liberalismo económico, y este rompió
el equilibrio de la Cristiandad en pro de la obtención de
ganancias. En adelante el fin primario sería crear y acumular
riquezas.
España, signada por la Contrarreforma, está en las antípodas
de Inglaterra. La Contrareforma no fue sólo una reacción
negativa contra la herejía, sino la decisión de superar las
tendencias paganizantes del Renacimiento que condicionaban a
vastos sectores eclesiásticos, para restaurar el primado
religioso, una vez liberada la Iglesia de los dos grandes
peligros del momento, la herejía de la mundanización, enfrentar
el desafío de los tiempos nuevos. Inglaterra y España, son dos
universos morales. Cuando Inglaterra canta el comercio de
esclavos "que eleva hasta la pasión el espíritu de empresa
comercial, forma excelentes marinos, , y produce enormemente
dinero", España goza con los Autos sacramentales. Son dos
mundos distintos, quizás con la diferencia que media entre
cosmovisión del mundo moderno y la de la cristiandad. Por eso
mientras Inglaterra disminuye al máximo los días de fiestas
religiosas, en aras de la productividad, España castiga
severamente a los encomenderos que los violan. Este diverso
concepto de las festividades muestra gráficamente la diferente
manera con que la Reforma y la Contrarreforma encaran la
existencia. Frente a una Inglaterra que en ocasiones entregó
directamente a compañías Comerciales la soberanía política de
las zonas de colonización, España insistió una y otra vez
sobre el justo precio, tratando de poner en contacto directo al
productor y al consumidor. La teoría del justo precio no es sino
la aplicación del carácter evangelizador de la Conquista al
área economía.
No es que España se desinteresase completamente de la economía.
Porque podría parecer que el hecho de servir un ideal absoluto,
implicase el desprecio por los ideales relativos de riquezas o
placeres con que otros se satisfacen. No fue así, ya que un
absolutismo que excluyese de sus miras lo relativo y lo
cotidiano, sería menos absoluto que el que logra incluirlos.
Sólo que la visión hispánica consideraba relativo a lo
relativo y absoluto a lo absoluto.
La expresión de Franklin time is money, no debe ser tomada a la
ligera porque en esa concepción del mundo y de la vida, el
tiempo donde el hombre cumple su esfuerzo y ruge el león de la
competencia, debe conducir al "oro" del poder terreno.
Este espíritu es la antítesis de la España tradicional y lo
contradictorio del espíritu iberoamericano. La futura
declaración de la Independencia (1776) y la imponente expansión
territorial posterior, en buena parte a costa de Méjico(1848),
pone las bases del hijo predilecto de aquella Inglaterra. Si se
piensa que de los 65 firmantes de la declaración de la
Independencia, 53 eran Masones, se comprende por que el mito
iluminista del progreso indefinido con cierto sentido de
soteriología terrena, ha sido y es la médula misma de los
Estados Unidos. Según Ratzinger la democrácia de América está
radicada en la "concepción Protestante del hombre y del
mundo"
Pero volvamos a nuestra comparación entre Inglaterra y España.
Inglaterra y España respondían, por cierto, a las directivas de
sus respectivas metrópolis. Es evidente que de la España de la
Reconquista, de la contrareforma, de los Autos Sacramentales, del
Concilio de Trento, de la Compañía de Jesús, de Vitoria, no
podía surgir una mera colonización económica sino una misión;
así como de la Inglaterra Puritana, de los saqueos a los bienes
de la Iglesia, de los piratas y corsarios, de la "economía
política", no podía salir una misión sino una
colonización.
Por cierto que tanto Fernando como sus sucesores se preocuparon
también por importar oro de sus Provincias de ultramar, ya que,
como ordenaba el primero, "que ningún oro esté allá
holgando en ningún tiempo". Los necesitaban para sus
necesidades internas, así como para costear la misma
evangelización y promoción de las nuevas tierras. Para ello
Fernando fundó la Casa de Contratación, pero en modo alguno la
concibió como totalmente independiente de la realidad espiritual
de la España de entonces, de la España de las Bulas misionales.
Cuando en 1511 reunió a los miembros del Consejo de Indias para
referirse a ese tema, se expresó en los siguientes términos:
"Siendo la obligación y cargo, con que somos Señor de las
Indias, ninguna cosa deseamos más que la publicación y
ampliación de la Ley Evangélica, y la conversión de los Indios
a nuestra Santa Fe Católica. Y porque a esto, como al principal
intento que tenemos, aderezamos nuestros pensamientos y cuidados:
Mandamos, y cuanto podemos, encargamos a los de nuestro Consejo
de las Indias, que pospuesto todo otro respeto de
aprovechamiento, e interesse nuestro, tengan por Principal
cuidado las cosas de la Conversión y Doctrina, y sobre todo se
desvelen y ocupen con todas sus fuerzas y entendimiento en
proveer ministros suficientes para ello . . . De manera que
cumpliendo Nos en esta parte, que tanto nos obliga, y a que tanto
deseamos satisfacer, los de dicho Consejo descargarán sus
conciencias, pues con ellos descargamos Nos la nuestra". La
posición es clara: hay que ocuparse, como resulta obvio, de los
problemas económicos, pero ante la labor misional es preciso
posponer "todo otro respeto de aprovechamiento e interesse
nuestro", pues el principal "y final deseo e
intento" es la conversión y adoctrinamiento de los indios.
Un caso concreto tipifica dicha tesitura sin equívoco posible.
Cuando en cierta ocasión los cortesanos le dijeron a Felipe II
que la conquista de las Filipinas costaba mucho dinero sin rendir
nada en cambio, el adusto rey repuso:
"Si no bastaren las rentas de Filipinas y de Nueva España a
mantener una ermita, si más no hubiere, que conservara el nombre
y veneración de Jesucristo, enviaría las de España con que
prorrogar el Evangelio . . . No se ponga ningún motivo que toque
interesse, sino los más universales". ¿A qué
"universales" se refiere? Lo había dicho poco antes:
"la concesión pontificia de aquellas tierras para
evangelizar" .
Naturalmente que no todo fue trigo limpio. Hubo bandidos,
estafadores, mercaderes inescrupulosos, explotadores. Pero, como
escribe Ramiro de Maeztu, "aunque es muy cierto que la
Historia nos descubre dos Hispanidades diversas, que Herriot
recientemente ha querido distinguir, diciendo que era la una la
del Greco, con su misticismo, su ensoñación y su
intelectualismo, y la otra de Goya, con su realismo y su afición
a la 'canalla', y que pudieran llamarse también la España de
Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia,
la verdad es que las dos no sin sino una, y toda la cuestión se
reduce a determinar quién debe gobernar si los suspiros o los
eructos". O Felipe o Felipillo. . .
Nuestro desgaje de España:
¿Cómo puede ser entendido nuestro desgaje del tronco
hispánico, nuestra separación política de España? Es que la
España del S. XIX ya no era la de los Reyes Católicos, ni la de
Carlos V o Felipe II. Como bien dice de Maeztu, "de las
incertidumbres hispanoamericanas del S. XIX tiene la culpa el
escepticismo español del S. XVIII ".
La España a de aquel siglo conoció una gran decadencia. Ante
todo en la monarquía. Ya desde la introducción de la casa de
Borbón, a comienzos del S. XVIII, comenzó un Proceso de
ablandamiento que se ahondaría trágicamente en el siglo
siguiente.
Decadencia asimismo en la aristocracia. El hidalgo de los siglos
XVI y XVII recibía una educación severa y disciplinada de modo
que el pueblo recibía de buena gana su superioridad, pero cuando
dicha educación se hizo notoriamente muelle, Y al espíritu de
servicio sucedió el de privilegio como dice de Maeztu, los
caballeros se convirtieron señores primeros, y en señoritos
después, no es extraño que el pueblo les perdiera el respeto.
En la segunda mitad del S. XVIII gobernaron aristócratas
masones, cuyo propósito último era dejar a España sin
religión. Por supuesto que la impiedad no entró en España
blandiendo ostensiblemente sus principios, sino en secreto.
Durante muchas décadas los nobles siguieron rezando su rosario.
Pero empezaron por envidiar el fasto y la pujanza de las naciones
extranjeras, principalmente si eran protestantes: de la flota y
el comercio de Holanda e Inglaterra, de los encajes y lujos de
Versalles. Después se asomaron en actitud acoquinada a los
autores extranjeros, comenzando por el antihispanista
Montesquieu, hasta llegar a experimentar vergüenza por la gesta
evangelizadora de los Habsburgos.
España siempre se había caracterizado por exaltar el auténtico
humanismo. cuando en 1509, Alonso de Ojeda desembarcó en las
Antillas, no les dijo a los indios que los hidalgos leoneses eran
de una raza superior, sino esto: "Dios nuestro Señor, que
es único y eterno, creó el cielo la tierra un hombre y, una
mujer, de los cueles vosotros, yo y todos los hombres que han
sido y serán en el mundo, descendemos". A los ojos del
español antiguo, todo hombre, cualquiera que fuese su posición
social, su carácter o nación, era siempre un hombre. Este
humanismo clásico era de origen religioso, es la doctrina del
hombre que enseña la Iglesia pero penetró tan profundamente en
las conciencias de los españoles, que todos lo aceptaron como
alto obvio. En cambio ahora se iba introduciendo el nuevo
humanismo, el del Renacimiento que resucitaba el viejo criterio
de Protágoras según el cual el hombre es la medida de todos las
cosas. Bueno es lo que al hombre la perece bueno, lo que le es
verdadero, lo que cree verdadero, lo que le satisface. La verdad
y el bien perdieron su condición de trascendentales para
troncarse en relatividades, solo existentes en relación al
hombre. Y el español es siempre tajante: o cree en valores
absolutos o deja de creer totalmente, como si para él hubiese
sido hecho el lema de Dostoiewski: o el valor absoluto o la nada
absoluta. Cortose así la tradición ibérica, en pro del
inmanentismo iluminista del Siglo XVIIII, que corrompió el alma
de España, disolviéndose la visión de la temporalidad
histórica cristiana en la del temporalismo secularizante propia
del liberalismo iluminista. Al absolutizar los Valores seculares,
la nación misionera acabó por negarse a sí misma, el Imperio
se trocó en metrópoli de colonias.
Quizás uno de los hechos más trágicos grávidos de
consecuencias del siglo XVIII fue la expulsión de la Compañía
de Jesús de todas las naciones de Europa. Intereses bastardos,
como la avaricia del marqués de Pombal, que quería explotar, en
sociedad con los Ingleses, las misiones Guaraníticas de la
orilla izquierda del río Uruguay, y al amor propio de la
marquesa de Pompadur, que no podía perdonar a los Jesuitas se
negasen a reconocerle en la corte una posición oficial, cual
querida de Luis XV, fueron los métodos que utilizaron los
jansenistas y los "filósofos" para atacar a la
Compañía. El conde de Aranda los ayudó desde España.
"Hay que empezar por los jesuitas como los más
valientes", escribía D'Alembert a Chatolai. Y Voltaire a
Helvecio, en 1761 "Destruidos los jesuitas, venceremos a la
infame". La infame, para él, era la Iglesia. El hecho es
que la expulsión de los jesuitas de todas las tierras
dependientes de la corona Española produjo en numerosas familias
criollas un sentimiento de profunda aversión para con la Madre
Patria.
Por su parte, se avergonzaba más y más de sí misma. Si en el
siglo pasado Castelar pudo escribir:" No hay nada más
espantoso, ni más abominable, que aquel gran imperio español
que era un sudario que se extendía sobre el planeta", hemos
de pensar que ya en el siglo XVIII los propios funcionarios
españoles, contagiados por las pasiones, de la Enciclopedia,
empezaron a propagar, tales ideas deprimentes. Y así Ramiro de
Maeztu pudo llegar a afirmar taxativamente que fue de España de
donde salió la separación de América. La crisis de la
Hispanidad se originó en España. En los camarotes de los barcos
españoles viajaban ahora los libros de la Enciclopedia francesa.
La Casa borbónica propiciaba un nuevo proyecto basado en los
negocios y la explotación de los recursos. Las Indias dejaron de
ser así el escenario donde se realizaba un gran intento
evangélico para convertirse en codiciable patrimonio.
Un erudito ingles Cecil Jane, desarrolla no hace mucho la tesis
de que la separación de América se debió a la extrañeza que a
los criollos produjeron las novedades introducidas en el gobierno
de nuestros países por los virreyes y gobernadores del siglo
XVIII, destruyendo el fundamento mismo de la lealtad americana.
"Desde ese momento ganó terreno la idea de disolver la
unión con España, no porque fuese odiado el Gobierno español,
sino porque parecía que el Gobierno había dejado de ser
español, en todo, salvo el nombre". Algo semejante afirmó
entre nosotros Juan Manuel de Rosas y su ministro Anchorena.
La mayor responsabilidad recae pues sobre la España Gobernante
en general, que al renegar de sí misma, con la esperanza de
agradar a las naciones enemigas y sobre todo a Francia.
Sintomático es en este sentido lo que Aranda escribía a
Floridablanca en 1776: "Rousseau me dice que, continuando
España así, dará la ley a todas las naciones, y aunque no es
ningún doctor de la Iglesia, debe tenerle por conocedor del
corazón humano, y yo estimo mucho su juicio". Generaciones
sucesivas de españoles se fueron educando en la vergüenza de
ser español, en la envidia a la Francia revolucionaria, y en la
más supina ignorancia del sentido de la gesta americana. Según
el estudioso ingles antes citado, en las guerras de la
independencia los hispanoamericanos combatieron en buena parte
por los principios españoles de los siglos XVI y XVII contra las
ideas de superioridad peninsular y de explotación económica que
llevaron a América los virreyes y funcionarios de Fernando VI y
Carlos III. La situación queda caracterizada en un hecho que no
deja de ser llamativo: Morillo, el general de Fernando VII, era
volteriano y Bolívar, en cambio, aunque iniciado en la
masonería cuando joven, proclamaba en Colombia en 1827: "La
unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera
arca de la alianza". Por cierto que algunos revolucionarios
de América, educados en el espíritu de la Revolución Francesa,
y que están en el origen del partido unitario, hubieran podido
hacer suya aquella frase de un francés de aquel tiempo:
"Vous n'êtes pas les fils de l'aspagne; vous êtes les fils
de la Revolution française" Pero también hubiesen podido
repetirla numerosos españoles, que gozaban oyendo la Marsellesa,
el primer himno que no nombra a Dios.
El destino de Iberoamérica
Hace poco se han celebrado los 500 años del Descubrimiento de
América. muchos trataron de darle a la gesta una interpretación
torva y siniestra, mediante la exhumación de los vacuos
prejuicio empleados por la "leyenda negra". Intesante
resulta recordar a este respecto que fue el español Julián
Juderias quien publicó, en 1914, la primera edición de "La
Leyenda Negra", paradojicamente inspirado en un sentimiento
patriótico. Había llegado a la conclusión de que los
prejuicios Protestantes primeros, y revolucionarios después,
crearon y mantuvieron la leyenda de una "España
inquisitorial ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los
pueblos cultos", lo mismo ahora que antes; y como esas ideas
ofendían su patriotismo escribió su obra con el propósito de
mostrar que los españoles sólo habían sido intolerantes y
fanáticos cuando los demás pueblos de Europa también hallan
sido tales, y que se debía estudiar a España sin fobias y
prevenciones.
Frente a ello, hay que salir por los fueros de la verdad
conculcada, evocando a la reconstrucción de lo destruido. Es
preciso rehacer la hispanidad. Como bien dijo Ramiro de Maeztu,
"la obra de España, lejos de ser ruinas y polvo, es una
fábrica a medio hacer, como la Sagrada Familia de Barcelona, o
la Almudena, de Madrid, o si se quiere, una flecha caída a mitad
de camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o
una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que
sepan continuarla.
Se va haciendo cada vez más apremiante volver a descubrir a
América, es decir, quitarle sus maquillajes, sus disfraces y
máscaras falaces, para poder reencontrar su verdadera esencia.
Afirma de Maeztu que, por desgracia, la mayor parte de los
países de Hispanoamérica parecen tener ahora dos patrias
ideales, aparte de la suya. La una es Rusia soviética; la otra,
los Estados Unidos. Son los dos grandes señuelos actuales. Para
las masas, los obreros, los universitarios de izquierda, la
revolución bolchevique; para los políticos y los economistas,
los empréstitos norteamericanos. O el culto de la revolución o
la adoración del bienestar. Dividida su alma por estos ideales
antagónicos, ambos exóticos, extranjeros a su alma, los pueblos
hispánicos no hallaran sosiego sino cuando se reencuentren con
su vocación inicial, cuando retornen a su centro de gravedad,
que es la hispanidad. " Noli foras ire - decía Ganivet,
parafraseando S. Agustín-; in interiore Hispanae habitas
veritas". ¿Porque los pueblos hispánicos estamos tan
exangües y deslucidos, pesando tan poco en el concierto
universal de las naciones?. Porque hemos dado la espalda a las
fuentes. Buscando ser originales, acabamos por perder nuestra
originalidad. Porque lo original ¿no es acaso lo originario?
Habría, que actualizar lo de Maeztu. Desaparecida Unión
Soviética, solo parece quedar el NOM (Nuevo Orden Mundial).
Frente a él nuestro bloque. No Panamericanismo, ni
Latinoamericanismo, ni Indoamericanismo.
Los argentinos hemos de ser más argentinos; los colombianos más
colombianos. Y no lo lograremos sino somos a la vez más
hispánicos, pues la Argentina y Colombia son, es cierto,
nuestras respectivas tierras, pero la Hispanidad es nuestra
común raíz espiritual, el mismo que la condición de nuestra
presencia peculiar en el mundo. Debemos retomar la antorcha de
nuestra misión, una misión interrumpida por el espíritu de la
Revolución moderna, de la Revolución anticristiana, retomar las
esencias de los siglos XVI y XVII: su mística, su religión, su
moral, su derecho, su política, su arte, su función
civilizadora, Para Proyectarnos a la construcción de un futuro
mejor. Se tralla de una obra a medio hacer, de una misión
inacabada.
Los últimos Papas nos incitan a ello. Pio XII dijo a España:
"España tiene una misión altísima que cumplir. Pero
solamente será digna de ella si logra totalmente de nuevo
encontrarse a el misma en su espíritu tradicional y en aquella
unidad que solo sobre tal espíritu puede fundarse. Nos
alimentamos, por lo que se refiere a España, un solo deseo:
verla una y gloriosa, alzando en sus mano poderosa una Cruz
rodeada por todo este mundo que, gracias principalmente a ella,
piensa y reza en castellano, y proponerla después como ejemplo
del poder restaurador, vivificador y educador de una fe. . .
"
Juan Pablo II: llama a Iberoamérica, "continente de la
esperanza"
Dice el Papa: "Yo. obispo de Roma y Pastor de la Iglesia
universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno
de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus
orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos
que hicieron gloriosa tu Historia y benéfica tu presencia en los
demás continentes". Evidente que esta "presencia
benéfica" ha sido la evangelización de América. Y en un
discurso sobre V Centenario pronunciado en Salta: a la luz del
mandato de Cristo de ir a evangelizar a todos los pueblos,
recordó el encuentro entre los primeros españoles y, el mundo
precolombino, del cual "ha nacido vuestra cultura,
vivificada por la fe católica que desde el Principio arraigó
tan hondamente en estas tierras".
De Maeztu propiciaba la reaparición de "los caballeros de
la Hispanidad". también de los poetas, ya que no hay
nación sin poesía: "Si la plenitud de la vida de los
españoles y de los hispánicos está en la Hispanidad, y de la
Hispanidad en el recobro de su conciencia histórica tendrán que
surgir los poetas que nos orienten con sus palabras mágicas
¿Acaso no fue un poeta quien asoció por vez primera las tres
palabras de Dios, Patria y Rey?. . . Nuestros guerreros de la
Edad media crearon otra que fue talismán de la victoria:
¡Santiago, y cierra España!. En el siglo XVI pudo crearse, como
lema del esfuerzo hispánica, la de: "La Fe y las obras. . .
" Los caballeros de la Hispanidad tendrán que forjarse su
propia divisa. Para ello pido el auxilio de los poetas.
Iberoamérica esta en estado de vigilia ante el amanecer que
llega y que en cierto modo lleva consigo. Así parecían haberlo
instituido lo compañeros de Colón, cuando ya visible el alba,
cada noche, hasta el amanecer del 12 de octubre, rezaban
presididos por el Almirante:
Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.
Bendita sea el alba
Y el Señor que nos la manda.
Bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía. Amén
Alfredo Saenz .
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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