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Esclavitud.
La esclavitud avanza precisamente en este siglo en que todos hablan de libertad y la enarbolan como una bandera. Unos buscaron la libertad clasista, al convertir en dictador al proletariado, y otros la han perseguido haciendo del dinero y de la sociedad anónima el presunto instrumento de independencia, llamado a veces nuevo orden mundial. Pero la esclavitud avanza
Pienso que, historicamente, ningún
español entendió muy bien en qué consistía la dictadura del
proletariado, ni mucho menos que pueda ser justa una sociedad
igualitaria. Aquí todos somos diferentes y, lo que es más, lo
sabemos. El «a cada uno lo suyo» se nos presenta más justo que
el «a todos por igual»
Tampoco entendemos que el objetivo de la vida sea el protestante:
el éxito a través de las riquezas es una bendición de Dios,
dicen.
Como pueblo, en contadas ocasiones hemos saboreado la riqueza o
siquiera el bienestar material. Además, soportamos muy mal la
«buena vida», quizá porque no lo es tanto y porque no se llena
con comodidades la ambición del espíritu.
Sometidos a la violencia o sometidos al enriquecimiento,
sometidos quedamos; y somos demasiado independientes para aceptar
cualquiera de estos futuros extranjeros. Vivir exclusivamente no
es nuestra forma de vivir. Aquí la vida se nos presenta más
intensa que lo que nos pueda ofrecer la carne. Aquí la ambición
siempre intenta ir más allá de la simple existencia, y andamos
todos con la amiga muerte en un bolsillo, no exactamente con
ganas de morir, pero sabiendo que a ello vamos.
En España han sucedido cosas importantísimas en torno a la
esclavitud, porque nos consta que el hombre que pertenece a otros
(o a una sociedad anónima o a un partido) no es ya un hombre.
Creemos que eso no se le puede hacer a un ser humano, que es más
que su trabajo, que es más que su cuerpo, que es más que su
pobre o rica existencia individual. "No puede esclavo ser/
pueblo que sabe morir", dijo el poeta López al tratar de la
francesada.
Jamás cuajó en España el feudalismo europeo, y eso nos llevó,
nos forzó, a anticipar una sociedad moderna, repleta de fuerzas
que se utilizaron durante algunos años sólo en empresas de
todos. Tampoco cuajó en España la Revolución Industrial, con
el hombre sometido a la condición de obrero, reducido a vender
su trabajo, al horario, a pieza de la complicada maquinaria del
consumo y de la producción.
Sabemos todos que no es eso. Sabemos todos que hay algo más y,
como el mundo de hoy sólo ofrece una dimensión económica del
hombre, del Estado y hasta de la Patria, estamos convencidos de
que hay que encontrar algo más allá de la relación entre
importaciones y exportaciones, del dinero como medida de todas
las cosas («lleva un traje de mil dólares» dicen los
norteamericanos) y del sometimiento del hombre a los problemas
exclusivos de la riqueza y de la pobreza.
Este instante se me aparece muy semejante a aquel en que los
Reyes Católicos unieron sus reinos pobres que habían salido de
sendas guerras civiles, una en Aragón, antes, y otra en
Castilla. De repente España volvió a alcanzar su «masa
crítica», a complementarse. Hubiera sido imposible conseguir
que España no entrara en actividad cuando percibió su identidad
y tomó conciencia de sus objetivos, de su misión en el mundo.
Hoy, quizá mañana, será igualmente imposible que España no
descubra otra vez lo que es y reanude el viejo camino. Y esto
sucederá inevitablemente, porque todas las concepciones
extranjeras (liberales, tardomarxistas, conservadoras) están
fracasando estrepitosamente entre nosotros, de manera que,
cansados de mirar estúpidamente hacia afuera, no nos queda otro
camino que volvernos hacia nosotros. Y más cuando el proyecto de
los Estados Unidos de Europa (Unión Europea) fracase y el Euro
se descubra como lo que es: una herramienta al servicio del
tráfico de capitales. Esta aventura paneuropea, como todas las
anteriores, no puede sobrevivir si no se usa la fuerza de las
armas. Y puede que lo hagan.
España, para crecer y resurgir, siempre ha tenido que hacer lo
mismo: volver a desear ser España, que es lo que mejor y con
más soltura sabemos hacer.
Gracias a Dios la esclavitud moderna aquí no puede funcionar. Se
nota ya y la nación española considera a la clase política
como uno de los oficios más despreciables. A pesar del bombardeo
constante a su favor.
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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