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Editorial.
La dramática realidad moral de nuestro
tiempo, donde las instituciones básicas de la sociedad están
siendo atacadas, el aborto se convierte en libre (acaba de
aprobarse la pildora ru486 que lo hace de facto), disminuye la
natalidad, acercándonos al crecimiento cero; la delincuencia
sube, aumentan los suicidios por consumo de droga y el SIDA hace
estragos entre niños, jóvenes y menos jóvenes, etc
implica una tentación vehemente e insistente a resignarse, a
entregarse, a decirse cada uno a sí mismo: no hay nada que
hacer.
A esa tentación -la peor de todas- hay que oponer el sentido
sobrenatural del quehacer político y social, la confianza en la
Providencia, acompañada de una labor tenaz e incesante, que se
alimenta, no tanto de impulsos emocionales pasajeros, como de la
fe, que pide el milagro y que trabaja para merecerlo.
La única forma de oposición eficaz a este cambio de valores
sociales y personales, que trata -y parece estar consiguiendolo
en gran medida- de arrancar las creencias cristianas de España
como nación, y de los españoles que en el estadio generacional
presente la integran, consiste en tirar de los dardos que nos han
herido de gravedad y que de unos decenios a esta parte se ahondan
en nuestra alma. Esos dardos venenosos se han clavado en la
mente, en la conciencia, en la voluntad y en el corazón de los
españoles.
-El dardo que se hinca en la mente ha provocado la confusión
ideológica. En nombre del pluralismo como conquista hemos
llegado a la tiniebla doctrinal y, como antídoto, a la
indiferencia.
-El dardo que se clava en la conciencia nos ha privado de la
moral objetiva como norma de conducta, y un subjetivismo ético
que se deja llevar por el Hedos o el Eros, no entiende más que
de placer o de egoísmo.
-El dardo que punza la voluntad la debilita y enferma de tal
modo, que ya es difícil encontrar hombres y mujeres -incluso
donde por vocación parecería más asequible- dispuestos a
asumir la ardua tarea de la salvación colectiva.
-El dardo que penetra en el corazón le hace latir a ritmo tan
lento, que la sangre apenas discurre por el sistema arterial de
la nación, y la totalidad del ser languidece media insomne, sin
reacción ante el latigazo constante de un enemigo que le apalea
sin misericordia.
Pues bien, el dilema está claro: o seguimos impasibles, cediendo
a la tentación, o nos disponemos, a partir de una minoría que
varonilmente la rechaza, a arrancar los dardos que nos precipitan
por el camino de la decadencia y de la dimisión histórica.
-Arrancar el dardo que se hinca en la mente significa iluminar a
nuestro pueblo con la buena doctrina de la Verdad y de la verdad
política y social.
-Arrancar el dardo que se clava en la conciencia significa un
retorno al Decálogo, una nueva evangelización de la vida
privada y de la vida pública.
-Arrancar el dardo que punza la voluntad significa una
exaltación de la fortaleza, de la magnanimidad, como virtud,
frente a la pusilanimidad, como imperfección.
-Arrancar el dardo que penetra en el corazón significa caldearlo
con el fuego de una mística, con la llama ardiente e
imperecedera del amor de caridad hacia una Patria que ha tenido y
tiene por delante una misión universal que cumplir.
Tal es la tarea que nos incumbe en Arbil: ser portadores en
nuestros ambitos de desarrollo personal de la doctrina, de la
ética, de la fortaleza y de la llama que nuestro pueblo precise
para arrancar esos dardos venenosos, para regenerarse, para
convertir tan sólo en paréntesis superado, esta etapa indigna,
reanudar su andadura, fiel a la tradición que le ha dado vida y
al papel que la Providencia ha querido encomendarle en la
historia de la comunidad.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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