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El sitio de Baler: los últimos de Filipinas.
La gesta, que cerraba el ocaso de un Imperio de 400 años, defendido con el esfuerzo y la sangre de tantos españoles que dieron su cultura y su religión.
Resulta penoso comprobar, el escaso
interés que se tiene en España por la exaltación del
heroísmo, cuando como en la actualidad, se vive una época
vacía de contenido espiritual. Quizás la culpa sea, de aquellos
que creen que tornar los ojos al pasado es un achaque de
historicistas.
Muchos españoles que han sido protagonistas por distintas
cualidades, permanecen hoy en el anonimato, ignorados por la
mayoría de los españoles, como ha ocurrido con aquellos que sin
buscar oro, ni vanidades, se conformaron en servir a la patria,
sin más recompensa que el deber cumplido en cuanto a
ejemplaridad, y de ahí el mensaje que transmitieron, los que han
sido llamados los últimos de Filipinas.
La primera expedición destinada al descubrimiento del
Archipiélago filipino se remonta a 1518, y es en ella donde se
comienza a aplicar la observación astronómica en la
navegación.
El portugués Fernando de Magallanes, propone a la Corona
española navegar a lo largo del Continente recién descubierto,
hasta encontrar el paso hacia Oriente.
Carlos I, entusiasmado por el éxito de esta expedición, pone al
servicio de Magallanes, cinco naves y 230 hombres que salen de
Sevilla el 10 de agosto de 1519.
Tras una serie de calamidades, llega al Archipiélago en marzo de
1520, desembarcando en la Isla de Butuan. Una de las cinco naves,
la "Victoria", mandada por Juan Sebastián Elcano, es
la única que regresa a España llegando a Sanlúcar de Barrameda
el 6 de septiembre de 1522, con sólo 18 tripulantes. Magallanes
muere en el Archipiélago víctima de las intrigas de ciertos
jefes indígenas.
Posteriormente, Legazpi, en nombre de la Corona española va
ocupando sucesivas islas, y funda en 1571 la ciudad de Manila,
haciendo extensivo el nombre de Filipinas a todo el Archipiélago
en honor del Rey Felipe II.
Veamos brevemente lo ocurrido con motivo de la independencia de
aquellas tierras, y más concretamente lo que se conoce como
Sitio de Baler.
Un levantamiento como el que estalló allí, en agosto de 1896,
sólo es atribuido a diferentes causas, y se puede considerar
dentro del modelo típico de insurrección colonial.
El sentimiento separatista venía gestándose desde tiempos
atrás, fundamentalmente, por la deficiente administración
colonial española, agudizada por la inestabilidad política de
la España isabelina, y el apoyo norteamericano a dichos
movimientos separatistas, encabezado por el rebelde Datto Utto.
Estas rebeldías fueron resueltas en principio por el entonces
Capitán General de Filipinas en 1886, el sevillano, General
Terrero Perinat, pero no pudo evitar que algunas sociedades
secretas se encargaran de canalizar el descontento hacia acciones
revolucionarias.
El ejército en Filipinas estaba compuesto en su mayoría por
indígenas, excepto los mandos. Cuando comienzan las deserciones,
aquel ejército ve sus filas reducidas, y al adversario más
fuerte y peligroso.
A partir de 1890, el nacionalismo filipino fue tomando gran auge.
Los más radicales, encabezados por Andrés Bonifacio, fundan
Katipunan, que significaba en español "Suprema y Venerable
Asociación de los Hijos del Pueblo", y lo constituían una
sociedad eminentemente revolucionaria, adaptada al ideario
indígena, cuya finalidad era luchar con métodos violentos
contra el régimen español. La influencia del Katipunan, fue
decisiva en la sublevación tagala.
La revolución da comienzo en agosto de 1896. Era a la sazón
Capitán General de las islas D. Ramón Blanco, Marqués de Peña
Plata. El primer combate serio se llevó a cabo en Malbón y
triunfaron los sublevados.
Ante el cariz de los acontecimientos, el Capitán General Blanco,
telegrafía el 29 de agosto de 1896 al Ministro de la Guerra,
pidiéndole mil hombres y permiso para crear un Batallón de
Voluntarios.
Entre los meses de septiembre y diciembre se extiende la
insurrección sin que el General Blanco pudiera hacerla
retroceder. Ante esta situación, el Gobierno de Madrid sustituye
al mando de Filipinas y lo entrega al General D. Camilo
Polavieja, que toma posesión el día 13 de diciembre de 1896.
Los éxitos y los fracasos cambian de mano continuamente aunque
los españoles llevan la iniciativa. Con la toma de Noveleta
queda toda la costa y caminos, desde Manila a Cavite, en poder de
los españoles. Polavieja, que tiene rodeados a los rebeldes en
los pueblos altos de Cavite, pide refuerzos a Madrid. Ante la
negativa de Cánovas, que no lo considera necesario, el general
presenta la dimisión alegando problemas de salud.
Le sustituye el General D. Fernando Primo de Rivera, que toma el
mando en abril de 1897. Nombrado por un gobierno que le había
negado los refuerzos a Polavieja, tuvo que buscar nuevas
fórmulas que no necesitaran refuerzos de la Península. A los
pocos días de su llegada, Primo de Rivera tras conquistar
algunos pueblos de la provincia de Cavite, comienza a aplicar lo
que sería llamado "Política de atracción". Tras el
asesinato de Cánovas en agosto de este año, el gobierno de
Sagasta confirma a Primo de Rivera en el cargo. Por fin, a
través de una serie de negociaciones, se llega al convenio
conocido como la "Paz de Biacnabato", en diciembre de
1897, que obligó a exiliarse al general filipino Emilio
Aguinaldo en la colonia inglesa de Hong-Kong. Pero en marzo de
1898 estalla la guerra entre España y EE.UU. y el 1 de mayo,
Dewey, comodoro de la escuadra norteamericana, destruye a la
española.
A partir de entonces los norteamericanos ayudan a los filipinos y
ofrecen al general Aguinaldo volver a Filipinas en condiciones de
generalísimo.
Finalmente, el gobierno español envía a Manila al General de
División Diego de los Rios, para que se haga cargo de los restos
de la Capitanía General y resuelva la liberación de los
prisioneros españoles, que alcanzaban la cifra de 9000 personas.
El general envía emisarios a Aguinaldo y le propone una
entrevista para resolver la cuestión. Pero la ruptura de
hostilidades entre americanos y filipinos obligó al General
Ríos, a tomar la decisión de infiltrar personas de su confianza
en el campo revolucionario.
Pero esto ya es la historia de la independencia de Filipinas, que
no pensamos abordar. Nos limitaremos al Sitio de Baler.
El 27 de junio de 1898, da comienzo la sublevación en la zona
que abarcaba la comandancia militar de Baler, situada en lo que
era provincia de Nueva Écija, comprendía parte de la costa
oriental de la isla de Luzón. El contrabando de armas para la
insurrección en aquellas playas provocó que, el Comandante
Militar Capitán D. Antonio López Irizarri, solicitara
refuerzos, ya que la guarnición normal de Baler, eran un cabo y
cuatro guardias civiles. Fruto de aquellas gestiones fue, la
llegada de 50 hombres al mando del Teniente José Mota. Pero una
noche, con motivo de la declaración de guerra entre EE.UU. y
España, estando descuidado el servicio de vigilancia, fue
atacado y destruido el destacamento.
En vista de ello, pasados unos meses, llegaban a Baler en vapor
"Compañía de Filipinas", el Capitán de Infantería
Enrique de las Morenas y los Tenientes Juan Alfonso Zayas y
Saturnino Martín Cerezo, así como el Teniente médico
provisional, Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro, con una
enfermería de diez camas. Además se reintegraba a su destino el
párroco del pueblo, Fray Cándido Gómez Carreño, que había
estado prisionero de los tagalos, y a los que dijo le dejaran ir
a convencer a los españóles que se rindiesen.
El destacamento constaba de 55 hombres pertenecientes al
Batallón de Cazadores nº 2. Cuando se inician los combates, son
tan numerosos los adversarios, que se hace casi imposible el
enfrentamiento. Ante esta situación, el capitán de las Morenas,
acuerda refugiarse con su tropa en la iglesia del pueblo,
edificio de más fuerte construcción, donde almacenaron víveres
y municiones, y abrieron un pozo, que al principio dio resultado.
Es entonces cuando comienza el definitivo Sitio, que significaba,
que la España colonizadora y misionera quedaba representada por
media compañía de infantería, constituida casualmente por
individuos de casi todas las regiones de España.
El asedio se intensifica y también se endurece el régimen
interior de la tropa a consecuencia de la actitud del Cabo
González y un soldado, que protestaban y se negaban a comer
carne de carabao, especie de búfalo, que utilizado como animal
de arrastre, proporcionaba carne y leche.
Pronto se comprobó como la escasez de alimentos frescos, hacían
enfermar de la mortal enfermedad del beriberi, consistente en la
inflamación de los nervios periféricos. La base de la
alimentación era de arroz descacarillado, debido a que el
avituallamiento que realizaron antes de encerrarse en la iglesia,
fue principalmente el dc 4500 kg. de "Pelay", que era
un arroz autóctono del Archipiélago.
Aunque el médico Vigil de Quiñones había conseguido construir
una pequeña huerta próxima a la iglesia, plantando pimientos,
tomates y calabazas silvestres, el estrago mortífero del
beriberi no se hizo esperar. En pocos meses fallecieron además
de algunos soldados, el Capitán Enrique de las Morenas, el
Capellán Fray Gómez Carreño y el 2º Teniente Alonso Zayas.
Todos fueron enterrados en la propia iglesia.
Llegada la Navidad de 1898, se estimó conveniente celebrar la
festividad. A pesar de las difíciles circunstancias en que
vivían, se festejó la Nochebuena con el rezo de algunas
oraciones, un improvisado concierto de villancicos, y una
"opípara cena", a base de habichuelas picadas
revueltas con arroz en manteca rancia, y como postre, un plato de
calabazas endulzadas y café de puchero.
A finales de año un parlamentario filipino pidió lugar y fecha
para celebrar un parlamento con el jefe español.
Aunque fue señalado el día y la hora, llegado el momento, nadie
se presentó convenciendo una vez más a los españoles de que
eran estratagemas para debilitarles la moral.
El 14 de enero de 1899 la trompeta de los filipinos toca a
parlamento. El Teniente Martín Cerezo sube a la torre de la
iglesia y observa a lo lejos un hombre portando bandera blanca.
Avanzó el paisano identificándose como el Capitán español
olmedo Calvo, y asegurando traer noticias del Capitán General.
Aunque sus deseos eran entregar un documento personalmente al
Capitán de las Morenas, el Teniente Martín Cerezo que no quiere
dar a conocer la muerte del Capitán, le responde que el Capitán
no puede salir y que él le entregaría el documento. A ello
accede el parlamentario. El escrito decía: "Habiéndose
firmado el Tratado de Paz entre España y los EE.UU. y habiendo
sido cedida la soberanía de estas Islas a la última nación
citada, se servirá Ud. evacuar la plaza, trayéndose el
armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a las
instrucciones verbales que de mi orden le dará el Capitán de
Infantería D. Miguel de Olmedo Calvo. Dios guarde a Ud. muchos
años. Manila, 1 de febrero de 1899. Diego de los Ríos".
Pero dado el castigo psicológico al que se encontraba sometido
el ánimo del Teniente Martín Cerezo, por el prolongado sitio, y
haber sido engañado en varias ocasiones, aquel escrito le
produjo más desconfianza que esperanza. En primer lugar,
figuraba la frase "las arcas del tesoro". ¿Cómo era
posible que la superioridad le exigiera esa entrega, cuando
tenía que saber la pobreza en la que se encontraba?. Otra duda
era, que el escrito no llevaba la numeración oficial de todo
documento clasificado. Por último, que el parlamentario llegaba
de paisano siendo oficial y hubiese preguntado al Teniente si era
el Capitán de las Morenas, tras haber alegado ser condiscípulo
suyo en la academia. Todas estas dudas comentadas con el Teniente
médico Vigil de Quiñones hicieron que Martín Cerezo no hiciera
caso del documento y diera continuidad a la resistencia.
Tras siete meses de encierro se intensifica el agotamiento y la
desesperanza, traduciéndose en alguna deserción entre los más
pusilánimes. En realidad desertaron seis españoles y dos
indígenas pudiendo evitarse otras deserciones al ser detenidos
antes de que la realizaran. Los tres fueron juzgados de acuerdo
con el Código de Justicia Militar, y aunque la pena que le
correspondía era la de fusilamiento, el Teniente Martín Cerezo
determinó encerrarlos en la habitación que correspondía al
baptisterio, asegurándolos con grilletes.
Tras este amargo suceso, otro nuevo fue motivo de alegría, al
comprobarse como unos carabaos, bovinos de las región, pastaban
próximos a la iglesia. Pronto cazaron uno y en pocas horas
estuvo incluso cocinado.
Llevaban varios meses sin comer carne, y en tres días dieron fin
al bovino, no sin que la mayoría sufriera un cólico. Era
lamentable el no poder conservar la carne, ante la falta de sal y
en un clima tropical.
Para hacer más comestible el arroz autoctono, se continuó
descascarillándolo, cometiéndose un grave error, entonces
comprensible, al desconocerse que la cascarilla contenía la
vitamina B, que no sería descubierta hasta 14 años más tarde.
Los intentos de asalto de los filipinos eran intermitentes. El 30
de marzo de 1899 se produjo uno muy fuerte con denso fuego de
fusilería e incluso algunos disparos de cañón de 75mm. que
aunque no hacían mella en los gruesos muros de la iglesia
resultaban peligrosos cuando entraba un proyectil por un hueco de
ventana.
A este respecto hemos de recordar lo ocurrido, al decidir el
Teniente Martín Cerezo utilizar uno de los cañones que
encontró dentro de la iglesia. Aunque sólo era un tubo de
cañón de avancarga, decidió utilizarlo. Para ello, reunió
pólvora suficiente de los cartuchos de fusil y de las bengalas.
Colocó el tubo en un hueco que hizo en el muro, amarrando
fuertemente la culata a una de las vigas del techo. Por medio de
una mecha que colocó en el oído del cañón y tras cargar la
recámara con la pólvora y muchas piedras, le dio fuego. Se
produjo el disparo, pero al retroceso, el cañón hizo de
péndulo, rompiendo algunas tejas del techo y chocando
violentamente contra el muro de la iglesia. Comprendiendo, que
los resultados eran poco eficaces y muchos los trastornos
ocasionados, suspendió el fuego de cañón.
A los 282 días de sitio, se acabaron los últimos restos de
arroz, las habichuelas y el rancio tocino, pero los heróicos
defensores de Baler continuaron en sus puestos, manteniendo la
resistencia al estar convencidos que defendían territorio
español. En vista de ello, los sitiadores hicieron más
violentos los ataques, intentando incluso incendiar la iglesia.
La actividad del Teniente médico es increíble. Enfermo de
beriberi, incluso herido, se hacía trasladar en un sillón,
allí donde su presencia es necesaria para ayudar a su
compañero, jefe de la posición.
Vigil de Quiñones, como buen médico, intuye lo que años más
tarde serían conocidas como las vitaminas. A tal fin, instruyó
al Cabo Olivares para que con 10 soldados se acercaran al campo
enemigo a requisar víveres frescos. Logrado el objetivo, ello
permitió mejorar a los enfermos del beriberi al menos por
algunos días.
Cierta mañana, los sitiados escucharon cañonazos al Oeste de su
posición, haciéndoles pensar en la llegada de socorro. Por la
noche un potente reflector les busca. La alegría invadió el
corazón de todos.
A la mañana siguiente perciben un intenso tiroteo sobre la
playa, pero al llegar la noche, el reflector dejó de alumbrar y
el buque desde donde emitía el reflector, se alejó
definitivamente.
El desconcierto y el desánimo invadió a los sitiados, teniendo
que actuar el Teniente Martín Cerezo con grandes dotes oratorias
para elevarles el ánimo. Lo ocurrido fue lo siguiente: El buque
de guerra americano Yortown llegó a la playa con la intención
de rescatar a los españoles, pues entonces también ellos eran
enemigos de los filipinos al establecerse la Paz de París entre
España y los EE. UU. La tropa americana desembarcada, fue copada
por tropas tagalas, que parapetadas en la selva dominaban la
playa. El desastre fue total. el oficial que los mandaba y 15
marines fueron muertos, obligando al resto a retirarse,
alejándose el buque y dejando abandonados a los esperanzados
españoles.
A partir de entonces, los tagalos deciden atacar la iglesia
diariamente para agotar a los sitiados. Pero no era el ejéréito
tagalo el que podría rendirlos, sino la falta de alimentos. La
hambruna era tan grande, que toda hierba, ratas, caracoles o
pájaros que estaban a su alcance, por repugnante que fueran,
eran comidos por aquellos valientes.
A finales de mayo del 99, persistiendo los ataques, los filipinos
llegan hasta las mismas paredes de la iglesia, siendo rechazados
en un cuerpo a cuerpo, dejando el enemigo 17 muertos y logrando
algunos heridos regresar a sus posiciones.
Los continuos ataques, cada vez mejor organizados, pretendían
acabar definitivamente con el punto de resistencia español.
Pero un nuevo parlamentario llega hasta la iglesia, se identifica
como el Teniente Coronel Aguilar Castañeda, perteneciente al
E.M. del General de los Rios. Pequeños detalles hicieron dudar a
Martín Cerezo de la autenticidad del nuevo parlamentario: su
raro uniforme, sus pocos expresivos documentos de acreditación;
e incluso el barco que, visible en la ensenada, aseguraban era
para repatriarlos, pensaron, o creyeron ver, era un lanchón
tagalo enmascarado como un barco real. Ciertamente los aparatos
de observación que poseían no eran de gran calidad y para
Martín Cerezo era increíble, que España hubiese abandonado
Filipinas como insistentemente le decían. Esto era el factor
base de su incredulidad.
Rechazados los argumentos del Teniente Coronel Aguilar, el jefe,
perplejo y aburrido, hubo de retirarse sin antes decirle al
Teniente: "¡Pero hombre! ¿qué tengo que hacer para que
Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?"
A ello le contestó el Teniente: "Si viniera, entonces sí
que obedecería las órdenes".
Tras once meses de férreo sitio sin prácticamente nada que
comer, el Teniente Martín Cerezo, organizó una salida nocturna
que acercándolos a la costa, les permitiera montar un punto
fuerte en espera del paso de algún buque en dirección a Manila;
cuando todo estaba dispuesto, al releer los periódicos que le
dejó el Teniente Coronel Aguilar, encontró una noticia que le
dejó perplejo, y a la que sólo podía tener acceso él. La nota
decía que su amigo y compañero el Teniente Francisco Díaz
Navarro pasaba destinado a Málaga a petición propia. Esta
noticia se la había contado en secreto el propio Díaz Navarro.
Según se expresaría el mismo Martín Cerezo, "Aquella
noticia fue como un rayo de luz que lo iluminara de
súbito". Entonces reunió a la tropa, les relató cuál era
realmente la situación y les propuso una retirada honrosa, sin
pérdida de la dignidad y del honor depositado en ellos por
España.
Los heróicos defensores como tropa bien disciplinada, le dijeron
a su Teniente que hiciera lo que mejor le pareciera. Ante el
asombro de los filipinos, vieron izar en la iglesia la bandera
blanca y oír el toque de llamada. Seguidamente, hizo acto de
presencia el Teniente Coronel jefe de las fuerzas sitiadoras,
Simón Tersón, que escuchó a Martín Cerezo y le respondió que
formulase por escrito su propuesta, añadiéndole, que podrían
salir conservando sus armas hasta el límite de su jurisdicción,
y luego renunciarían a ellas para evitar malos entendidos.
El escrito que entregó el Teniente Martín Cerezo decía:
"En Baler a 2 de junio de 1899, reunidos jefes y oficiales
españoles y filipinos, transigieron en las siguientes
condiciones: Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las
hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las
armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora,
como también de los equipos de guerra y demás efectos del
gobierno español; Tercera: La fuerza sitiada no queda como
prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas
republicanas a donde se encuentren fuerzas españoles o lugar
seguro para poderse incorporar a ellas; Cuarta: Respetar los
intereses particulares sin causar ofensa a personas".
Y así, honorablemente, dio fin tras 337 días de asedio el
"Sitio de Baler". Una vez arriada la bandera, el
corneta tocó atención y aquellos valientes se aprestaron a
abandonar su reducto. Los Tenientes Martín Cerezo y Vigil de
Quiñones, enarbolando la Bandera Española, encabezaban una
formación de soldados agotados, que de tres en fondo, y con
armas sobre el hombro, abandonaban el último solar español en
el Pacífico, desde marzo de 1521. Le hacían pasillo soldados
filipinos en posición de firmes, entre asombrados e incrédulos,
sin intuir que aquellos soldados de rayadillo, serían los
precursores de los otros héroes del Alcázar de Toledo y de
Santa María de la Cabeza.
Al cabo de cien años de este asombroso acontecimiento, no se
sabe qué valorar más; si el ofuscamiento de Martín Cerezo
sobre la realidad, actitud disculpable por los numerosos engaños
recibidos, o la tenacidad en cumplir fielmente y hasta el final
las órdenes de defender a España en sus posiciones del
Pacífico.
Una vez que los últimos de Baler se hubieron repuesto del
tremendo agotamiento y con la ayuda de los filipinos, que
cumplieron fielmente su compromiso, el Teniente Martín Cerezo y
sus hombres hicieron el largo viaje en dirección a Manila,
atravesando poblados y lugares tan conocidos como San José de
Casiñán y San Fernando. No faltaron los atentados de algunos
mal nacidos que fueron repelidos por los soldados tagalos que les
escoltaban. Al fin llegaron a Manila el 6 de julio del 99.
Durante el viaje, al pasar por Tarlak, cuartel general del
Presidente filipino, este acogió a los españoles ofreciéndoles
obsequios y alojamiento. Lo que más agradeció Martín Cerezo
del Presidente Emilio Aguinaldo, fue la entrega de un periódico
en el que se publicaba un elogioso relato de los españoles y el
Decreto, en un artículo único que decía:
"Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de
las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler,
por el valor, la constancia y heroísmo con que aquel puñado de
hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, han defendido
su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan
gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y
de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e
interpretando los sentimientos del ejército de esta República,
que bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario
de Guerra, y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en
disponer lo siguiente: Los individuos de que se componen las
expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino
por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les
proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios
para que puedan regresar a su país".
En Manila la comisión española encargada de recibirlos, los
alojó en el Palacio de Santa Potenciana, antigua Capitanía
General. La colonia española los colmó de homenajes y regalos.
En una de las recepciones, el Teniente Martín Cerezo recibió el
abrazo del Teniente Coronel Aguilar que en son de broma le dijo:
"Y ahora, ¿me reconoce Ud.?". A lo que contestó el
teniente "Si, señor. Y más me hubiera valido haberlo hecho
entonces".
Por fin, el 29 de julio del 99 embarcaron en el vapor
"Alicante" camino de España, llegando a Barcelona el 1
de septiembre, siendo recibidos por las autoridades civiles y
militares. Los llamados "Los últimos de Filipinas" lo
formaban 1 Teniente de Infantería, 1 Teniente médico, 2 Cabos,
1 Trompeta y 28 soldados.
Así terminó la gesta, que cerraba el ocaso de un Imperio de 400
años, defendido con el esfuerzo y la sangre de tantos españoles
que dieron su cultura y su religión.
Aunque el recibimiento fue muy efectivo, Martín hubo de soportar
un fuerte interrogatorio en aclaración a su actuación, durante
el cual, la pregunta más repetida era: ¿Por qué no obedeció
Ud. las órdenes de rendición que recibía por parte del
Capitán General? A ello contestaba el oficial con un
contundente: "Siempre creí que eran falsas, y nunca pensé
que el ejército español se rindiera".
El Teniente Saturnino Martín Cerezo fue propuesto para la Cruz
Laureada de San Fernando, la que le fue concedida tras el
expediente reglamentario.
En dicha condecoración fue instituida por las Cortes de Cádiz
el 31 de agosto de 1811, para premiar un hecho heróico
sobrehumano.
En el siglo XIX se concedieron pocas laureadas. No así en el
siglo XX con las guerras de África y la de 1936-39, en la que se
hizo más patente el impulso heróico de nuestra raza.
Queremos recordar la anécdota que protagonizó en Madrid el
Teniente Martín Cerezo cuando vió en un escaparate una gran
foto de los defensores de Baler. Entró en el local y exigió que
la retiraran. "Esa foto dijo -puede herir a los que no
hicieron lo mismo. Porque si lo hubieran hecho, todavía Cuba
sería de España". Demostrando una vez más su recia
personalidad.
El recuerdo que nos queda de los Últimos de Filipinas suele
estar unido, a valorar la altura moral de cada personaje, y a la
prestancia épica de su actuación. Afortunadamente, en aquella
época, aún se sabía valorar en España la abnegación y el
idealismo.
Por todo esto, Las Morenas, Alonso Zayas, Mártín Cerezo, Vigil
de Quiñones y tantos anónimos, fueron héroes.
Los defensores de Baler consiguieron realizar dos descubrimientos
de una sublime simplicidad: la resistencia en defensa de la
Patria y la conformidad con los sufrimientos. Heróicas y
cristianas virtudes, que por desgracia van perdiendo su
importancia social.
Aún podemos aportar otro recuerdo a esta gesta. Nos referimos a
cuando en octubre de 1954, con motivo de la visita del Teniente
General Muñoz Grandes como Ministro del Ejército Español al
Pentágono. El jefe de E.M. del Ejército Norteamericano, Ridway,
recordando el heroísmo de la guarnición de Baler dijo al
General Español: "La resistencia de aquella guarnición
inerme y destrozada, es un ejemplo admirable de la capacidad de
heroísmo y de la fuerza, de las condiciones del soldado
español". añadiendo, que, recomendaba a sus oficiales, la
lectura de la famosa hazaña de Baler, como símbolo de un gran
espíritu.
ENRIQUE DE LA VEGA Real Academia Sevillana de Buenas Letras..
APÉNDICE
La procedencia de cada uno de los supervivientes era la
siguiente: El Capitán de las Morenas, de Chiclana (Cádiz); el
Teniente Martín Cerezo, de Miajada (Cáceres); Alonso Zayas, de
Puerto Rico y el Teniente médico Vigil de Quiñones era de
Marbella (Málaga). Su nombre es el que da título al Hospital
Militar de Sevilla. El personal de tropa se distribuía entre
pueblos de Canarias, Murcia, Sevilla, Castellón, Valencia y
Lérida, con dos soldados cada una, y con un solo soldado las
provincias de Albacete, Zaragoza, Málaga, Orense, Mallorca,
Palencia, Ávila, Granada, Castellón, Jaén, Barcelona, Huelva,
Coruña, Teruel, Salamanca, Gerona, Guadalajara, Cuenca, Burgos y
Lugo. Lo que puede justificar lo anteriormente dicho de que los
defensores de Baler, "Ultimos de Filipinas", fueron una
representación genuina de todo el pueblo español.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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