|
Ayuda a difundir
la Verdad |
Reflexiones en torno a la "historia de los heterodoxos Españoles"
Magnífico artículo de Alejandro Gautier sobre la obra maestra de Marcelino Menéndez Pelayo, áquel que dedico toda su vida, con devoción ardorosa a esos sus dos amores: la Patria y Cristo. Transportado en ellos, guiado por su luz, ¿qué cumbre del pensamiento humano pasó desapercibida para él? Hoy es glorioso como la nueva España puede mañana ser grande: dando cara a Dios, buscando en él inspiración y guía y acometiendo la cimentación del Imperio, sin volverle la espalda.
No serán pocos los que se asombren
porque me dedique a profundizar un poco en el pensamiento
español y católico, muchas veces olvidado o dejado de lado con
indiferencia, como iremos viendo a lo largo de estas reflexiones.
Lo hago motivado por la impresión de una obra de gran
envergadura y profunda erudición como es el caso de la Historia
de los Heterodoxos Españoles, y también por la seriedad
intelectual de su autor, «católico, apostólico y romano.»1
Pienso que esta obra es una escuela de aproximación a la
historia y a la realidad en general.
El P. Alfredo Sáenz tiene un párrafo muy sugerente, comentando
la obra de Dostoievski en su libro El fin de los tiempos. Me
refiero a la relación entre la cultura rusa y la cultura
española que describe Sáenz: «...una de las características
de la cultura rusa, así como de la española, era la carencia de
filósofos en sentido estricto. Los filósofos de ambos países
fueron literatos, o mejor, la filosofía se expresó
adecuadamente a través de la literatura».2 El pasaje siembra no
pocas interrogantes...
Quizá el motivo de esta relación se deba a que la cosmovisión
rusa y la española tienen una nota muy ligada al realismo y a la
fe enraizada en ambas culturas, que es la visión holística, que
considera lo complejo de la realidad y su dinámica vital -entre
otros elementos- que se expresa mejor por la literatura, sin que
ésta sea el único tipo de expresión. Esta aproximación tiende
a no quedarse tanto en las abstracciones; viene de la vida, de la
experiencia concreta de personas situadas en un aquí y ahora.
Probablemente sea por esto que la literatura tenga tanta
importancia, dado que narra la vida misma de las personas. Lo
digo, porque en la complejidad de los hechos de la vida concreta
las cosas se dan así: todas unidas y relacionadas3. El punto es
que muchos pensadores españoles profundizan en aquello que los
cuestiona y esas reflexiones las ponen al servicio de su vida, de
su acción. Su pensamiento surge de la vida, de sus inquietudes
hondas, y se despliega en la vida.4
Esta visión de lo real como unidad compleja de significados, a
la cual hay que aproximarse con confianza y reverencia, es algo
que resalta Menéndez Pelayo cuando dice que una de las
características de la filosofía española es el espíritu
armónico5. Esta visión armónica la tienen personas inquietas
por conocer la realidad como una armonía global, una unidad de
sentido, sin compartimentos estancos ni opuestos entre sí. Como
buen católico, tiende a unir, a reconciliar las diversas áreas
del saber para aproximarse a la complejidad de lo real desde
variadas y ricas perspectivas. Como veremos, su amor y afán por
la verdad lo llevan a trascender visiones reductivas e
ideologizadas y tomar contacto sincero con la armonía y unidad
de lo real en sus diversos niveles y sin miedo a los hechos6.
En España hay ciertamente filósofos "de escuela",
literatos y científicos; pero no es lo más común que se
dediquen exclusivamente a su área del saber. En la Península no
florecieron tanto como en Alemania, Francia o Inglaterra los
pensadores abstractos y especializados. Pero existen también en
España -y no son pocos- representantes de esa raza poco común
que son los pensadores, los polígrafos, gente que sabe y escribe
de todo7; que se pregunta por la unidad compleja de las cosas y
busca en esa unidad el sentido de la realidad. Si divide y
abstrae en algún momento es para luego unir e integrar en su
aproximación a lo real.
Esto es, a mi modo de entender, lo que está como trasfondo a la
característica común que resalta el P. Sáenz, aunque de hecho
hay más vínculos entre el genio español y la cultura rusa, que
no viene al caso profundizar acá. Se puede conocer el ser de las
cosas, sí, pero la razón y la ciencia decimonónica no agotan
este conocimiento. La visión holística tiende a ver la realidad
como una unidad compleja, misteriosa e inagotable de
significados, que no se reduce a una sola área del saber8.
Menéndez Pelayo es uno de estos pensadores. Le interesaba mucho
la teología, la historia, la literatura y la filosofía, entre
otras cosas, y estudió y profundizó especialmente desde esos
puntos de vista en la realidad; en el ser de las cosas. Tal era
su inquietud por encontrar respuestas que a los 24 años terminó
esta gran obra, lo cual le valió el apelativo de "prodigio
humano". A lo largo de su vida plasmará esa inquietud por
conocer cada vez más en numerosísimos libros, estudios,
artículos y cartas9.
Entrando más de lleno a la obra que motiva este comentario no
deja de llamar la atención que para profundizar en estos temas
se vale nuestro autor de numerosísimas fuentes que van desde
escrituras públicas hasta hagiografías, pasando por decretales
pontificias, documentos conciliares, obras literarias, cartas,
así como traducciones diversas y obras de todo tipo de autores:
creyentes y no creyentes; católicos y protestantes de todo
rango; españoles en y fuera de España.
A estas fuentes históricas aplica el pensador español lo dicho
al inicio. Podríamos decir que es una obra que integra diversos
puntos de vista para enfocar los hechos del pasado. Su actitud
crítica y armonizadora se muestra con habilidad. Destacaría
también su profundidad teológica y densidad espiritual para
discernir las diversas corrientes que van suscitando el
pensamiento y forjando la cultura en España y Europa. Vemos
cómo la honda fe y el conocimiento en materias filosóficas e
históricas se ayudan en una aproximación sobria, sincera y
profunda a los diversos hechos y doctrinas que recorre el
polígrafo español.
Los temas en que se detiene la obra son, a grandes rasgos, los
mismos en las diversas épocas investigadas: doctrinas
teológicas heterodoxas y sus iniciadores y representantes;
supuestos espirituales (místicos e iluminados, magos y
hechiceros) y filosóficos (gnosticismo, panteísmo, averroísmo,
erasmismo, iluminismo, jansenismo, liberalismo...) por detrás de
aquéllas doctrinas heterodoxas; contexto socio-político de cada
época; y por último desarrolla Menéndez Pelayo la respuesta
ortodoxa a las doctrinas erradas.
Podría quedarnos una vaga sensación de desesperanza ante el
panorama, muchas veces sombrío, que vemos cernirse a lo largo de
la historia de la Iglesia y de España. Sin embargo, esta
conciencia dramática de la realidad no se opone ni rechaza la
virtud de la esperanza, la "niñita de nada" de Péguy.
Una esperanza que cede ante las crisis históricas, es una
esperanza mediocre y superficial. Así entendidas las cosas, la
historia humana nos remite al único capaz de darle sentido y
unidad; al Señor de la Historia. Las crisis humanas, tan comunes
en la historia, no son motivo para negar la existencia y acción
divinas. Él no es culpable de nuestros propios pecados. Las
crisis que nos acompañan a lo largo de nuestra historia son
momentos que entendidos al abrigo de la Fe nos mueven a confiar
más profundamente en el sentido sobre el cual no hay otro
sentido: Dios.
Hay muchísimos temas que desarrolla esta obra de los que se
podría hablar ampliamente. El criterio que uso para resaltar
algunos es la imperiosa necesidad de nuestros días de recordar
algunos puntos vitales de la historia de la Iglesia y de España
que más nos atañen desde un juicio sereno y fundamentado como
es el de Don Marcelino Menéndez Pelayo. Los temas que trataré
son aquellos comúnmente manipulados y complejos en los que el
autor aporta mucho con su sabiduría. No me detendré en los
datos históricos, sino en las líneas de fondo que se dilucidan
a través de los hechos particulares. Si alguien desea conocer
los datos mas precisamente lo remito a la obra misma y su bien
detallado índice.
En los dos primeros libros de la obra desarrolla el santanderino
la repercusión de las polémicas que preocupaban a la Iglesia en
la península Ibérica desde su origen el siglo I hasta el siglo
IX. Los errores doctrinales más extendidos surgían
especialmente en torno al tema de la humanidad y divinidad del
Verbo, y al tema de la unidad y trinidad de Dios10. No me voy a
detener en esta parte de la obra, puesto que son temas ya
aclarados y declarados dogmáticamente por los concilios que
definieron esas cuestiones, y que cualquier católico sincero
acepta con espíritu de fe.
Gnosis, panteísmo, magia
Intentaré dar un panorama sintético de la exposición que hace
el autor sobre las doctrinas del gnosticismo, panteísmo, artes
mágicas y astrología, dada la síntesis hodierna de estas
doctrinas que está tan de moda. Me refiero a las doctrinas -que,
como veremos, no son nuevas y ya han sido aclaradas por la
Iglesia- conjugadas en el fenómeno llamado New Age, que tienen
muchos elementos panteístas, gnósticos y mágicos, y que a lo
largo de la historia se vienen filtrando en el pueblo fiel por lo
confuso y sincrético de sus doctrinas y lo equívoco de su
lenguaje.
Opina el autor que el gnosticismo no es una doctrina clara, «es
un pandemonium de especulaciones teosóficas»11. Y es que hay
tantos tipos de gnosticismo como gnósticos y pseudomísticos
hay. Algunas notas generales bastarán para entender lo esencial
de esta doctrina. Tiene numerosas ramificaciones en torno a
especulaciones teosóficas que concuerdan en principios
pre-cristianos, especialmente orientales. Entre las
características de estos místicos se refiere Menéndez a la
poca lógica y falta de conocimientos serios en filosofía y
teología. Afirman axiomas a priori, al modo de los racionalistas
modernos. Si en la realidad algo no encaja con su doctrina,
entonces está mal la realidad. Dirá con razón Menéndez Pelayo
que: «Los gnósticos parten del racionalismo para matar la
razón».12 Se trata de una "sabiduría" reservada a
los iniciados quienes despreciaban a los que no creían como
ellos.
Afirma el polígrafo español el vínculo entre estas sectas y
los cátaros del siglo XIII, así como los alumbrados y
molinistas del siglo XVII por la común despreocupación de lo
terreno y algunos también de lo moral: «Si se llegaba a la
perfecta gnosis poco importaban los descarríos de la carne»13.
El hecho de que hoy en día se reediten estas formas de fuga o
"refugios" que alejan a las personas de la realidad
mediante la venta de ilusiones genera lo que algunos pensadores
han calificado de acedia cultural14. Las ilusiones no responden
al hambre profundo de Dios. Sólo el Dios verdadero y personal
puede responder. Cualquier ilusión, falsa esperanza, por hermosa
que sea, por bien elaborada que esté o aunque se autodenomine
cristiana, no trae sino mayor dolor y frustración, sumiéndonos
en la acedia, recordándonos el fatalismo de Prisciliano y de los
protestantes.
Los gnósticos no son cristianos verdaderos, piensa el autor. Y
explica que buscaban respuesta a tres problemas fundamentalmente:
el origen de los seres, el principio del mal y el tema de la
redención. En cuanto a lo primero dirán que el mundo es un
desarrollo eterno o temporal de la esencia divina, lo cual niega
la doctrina católica de la creatio ex nihilo y conduce al
panteísmo. Al segundo problema responderán que el principio del
bien y el del mal son coeternos. Esto niega la libertad de los
seres inteligentes creados. En cuanto al tercer problema, niegan
la unión hipostática del Señor Jesús al considerar Su cuerpo
como una especie de fantasma o eón supremo. Más allá de
doctrinas particulares y ocurrencias de diverso calibre, estos
son los puntos comunes que suelen tener, aunque cada secta o
iluminado a su estilo, como vemos también en nuestros días en
las numerosas iglesias y sectas de neo-iluminados que proliferan.
Al pasar revista a tales doctrinas heterodoxas podemos concluir
que en estos tres problemas se responde sin responder. Al negar
que Dios es un ser personal que nos llama personalmente se abdica
de la propia personalidad individual15 y la libertad para
entregarse con audacia al servicio de una empresa grande, digna
de una persona humana. Después de esto, ¿qué sentido tiene la
vida de la persona humana? ¿Qué esperanza de una vida
auténtica, que valga la pena se nos ofrece en este mundo? Son
aparentes respuestas que han optado por "adormecer" las
ansias profundas de los hombres y mujeres de hoy, y bajo la
máscara de un cuestionamiento religioso caricaturizan la
verdadera esperanza. La consecuencia a corto plazo es la
indiferencia, acedia, desprecio o indolencia ante el mundo que
gime quebrado por las rupturas y anhela la reconciliación y
comunión.
A estas doctrinas respondieron tempranamente los concilios
toledano a fines del siglo IV y bracarense hacia la mitad del
siglo V, defendiendo con radicalidad la fe de la Iglesia al
recordar el Credo Niceno.
El polígrafo español toca también el panteísmo. Esta
herejía, muchas veces ligada al gnosticismo, tuvo una agresiva
aparición en Europa en el siglo XIII por su fuerte influencia de
la filosofía árabe en la universidad de París. Entre otras
cosas sostenían que «todo es Dios, Dios es todo y que el
Creador y la criatura son idénticos»; que la ley antigua había
sido abolida por la nueva, que los sacramentos eran inútiles y
que cada cual se salvaba por la gracia interior del Espíritu
Santo, sin acto alguno exterior.16 Ya se vislumbran algunas
semillas del protestantismo. En el concilio de París (1209) se
condenó estas doctrinas. Algunos panteístas de estas épocas ya
llamaban a Roma Babilonia y al Papa anticristo, dejándonos con
su doctrina, su espíritu profético y su actitud rebelde muy
cerca de las orillas de albigenses, valdenses, begardos y
alumbrados; en suma de todos los predecesores y aliados de la
revuelta protestante17.
Muchos gnósticos asumían ideas y artes de hechiceros y
supersticiosos, lo que sumado a creencias arrastradas desde la
época visigoda va completando el cuadro de anarquía intelectual
y heterodoxia18. Menéndez opina que el influjo viene sobre todo
de corrientes persas y sirias que ingresan con árabes y judíos
entre los siglos VIII y XV a la Península, particularmente en
Toledo19. La Cábala, junto a nigromantes y astrólogos
judiciarios se extendieron considerablemente, incluso entre
algunos prelados «opacando la noción del libre albedrío»20 y
asumiendo un crudo fatalismo, actitud fomentada ya por
Prisciliano en el siglo IV.
Es lamentable ver tras estas doctrinas teológicas y
espirituales, la abdicación de la propia humanidad, que se
refleja en la crisis intelectual y cultural de aquéllas épocas.
Seguimos tan despistados en torno a nuestra identidad y destino
por estas respuestas reductivas que pareciera como si Dios no se
hubiera encarnado en el Señor Jesús y no nos hubiera revelado
nuestra vocación21. Después de repasar estas partes en la
monumental obra, va quedando en el fondo de mi mente aquello tan
repetido de que «La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la
verdad sobre el hombre»22. La Iglesia es la verdadera defensora
de lo humano. En medio de tanta duda, de tanta doctrina ilusoria
y desesperanza se alza la Iglesia de Jesucristo, portadora de la
única doctrina que es respuesta de Dios para el hombre, apuesta
por el hombre, por todo el hombre: cuerpo, mente y espíritu, y
no se cansa de ofrecerle la verdadera vida, que es la vida de
Cristo, Hombre pleno.
Pareciera hoy que algunos prefieren pasar por alto su propia
dignidad, y desentenderse de las exigencias hondas de su mismidad
y de las preguntas fundamentales que debemos hacernos en esta
vida, digo, si es que decimos que estamos vivos en verdad. Con
respuestas sentimentales y deterministas muchos se quedan
"tranquilos" -al menos así lo aparentan- y prefieren
no tomarse la molestia de reflexionar críticamente, preguntarse
por la verdad, con sinceridad ante sí mismos. Sobreentienden sus
dinamismos interiores y ya no se preguntan más por la vida,
creen haber agotado el misterio de la existencia humana. De esta
visión simplista e indiferente ante uno mismo se sigue la
reducción o negación de la realidad trascendente, del ser en
sus diversos niveles. Y es que es lógico: si no creo que existe
la respuesta, ¿para qué perder el tiempo buscándola? O si me
considero poca cosa, ¿qué puedo esperar de la vida? Es penoso
ver ambientes en los que muchos han dimitido de su humanidad.
Siguiendo con nuestro autor, hay que considerar que magos y
adivinos embusteros, alumbrados y sectarios místicos volvieron a
tomar forma en el siglo XVI y XVII. No todo era de oro en la
España de estos siglos, aunque esto no rebaja el nivel de
santidad y apogeo de la raza española en el mundo de entonces.
No volveremos sobre los magos y hechiceros, dada la brevedad de
este escrito. En lo esencial ya se expuso suficientemente este
tema.
Alumbrados y quietistas
Vale más la pena dedicarnos a lo que dice el autor respecto a
alumbrados y quietistas, muy relacionados por lo demás con la
gnosis. Como ya evidenció Menéndez, los gnósticos, magos y
hechiceros de los siglos anteriores vuelven a tomar fuerza en el
siglo XVI.
¿Cómo así? Parece ser que a las dudas sobre la capacidad
racional siguen las dudas en torno a la voluntad de la persona
humana. Seguimos hundiéndonos más en el desprecio de nuestra
humanidad. Si sé que voy a disolverme en la Esencia infinita de
todas maneras, ¿para qué me esfuerzo en el recto ejercicio de
mi voluntad? ¿Qué sentido tiene la vida ascética o ser
virtuoso si todos vamos a la misma disolución de nuestro ser
personal?
Dice Menéndez que a los alumbrados quietistas les bastó la idea
de la contemplación pura para promover la creencia de la
disolución de la individualidad en la infinita Esencia.
Reeditaron así las viejas ideas orientales de la
autoaniquilación. Todo esto nos recuerda a gnósticos y
panteístas habidos en la Península muchos siglos antes, incluso
anteriores a la Fe23. El pseudo-misticismo lo profesaban ya los
agapetas y priscilianistas en el siglo IV. Volvió con los
albigenses de Cataluña y León en el siglo XIII y no aniquilada
del todo salió a la superficie en el siglo XVI. Se repetía
aquello de la posibilidad de llegar a la impecabilidad de
pensamiento sin necesidad de ascética corporal. En este estado
de elevación cualquier deseo o acto carnal era considerado
lícito. Enseñaban la intuición de Dios en vista real y
condenaban la veneración de la hostia consagrada y la humanidad
de Cristo, porque apartaba de la pura contemplación y pasividad.
Tal es el caso de Miguel de Molinos24, entre otros. Florecieron,
pues, estas doctrinas heterodoxas alentadas por la revuelta
protestante que cobijó a todo tipo de ilusos, fanáticos y
"beatas".
Haciendo recto uso de nuestra razón, podemos sopesar algunas
cosas de lo dicho por el autor. Se evidencia la vuelta a la
actitud de indiferencia que ya veíamos en los gnósticos, y más
aún, de desesperanza en una vida en que valga la pena esforzarse
por algo. Más fácil es no esperar nada, y es menos exigente,
aunque sea triste. Pero los medios mundanos para no darnos cuenta
de la frustración y tristeza abundan y son cada vez más
ingeniosos. Ser consecuente con la indolencia cultural es
quedarse pasmado «viviendo como cosas en medio de cosas», como
dice Lepp.
La fuga del mundo, so pretexto de piedad, termina por anular todo
anhelo de vida intensa, incluso lleva a fugar del dolor; a no
asumirlo desde la Cruz redentora y superarlo cooperando desde
nuestra libertad con la gracia divina. Con unas cuantas teorías
se quiere saciar la nostalgia de Dios, cosa por demás imposible
y frustrante desde una perspectiva horizontal, y terminaremos
viéndonos vacíos y dubitativos en medio de los sucedáneos que
damos a esos hambres interiores que nos marcan tan profundamente.
Y es obvio: si de todas formas mi futuro es la disolución en la
Esencia, ¿para qué me esfuerzo por purificarme?
Volvamos a la obra. Otra razón que ayudó a la difusión del
quietismo fue -según Menéndez Pelayo- la corrupción de
costumbres dentro y fuera de muchos claustros que asumieron la
máxima protestante de "Peca fuertemente, pero cree más
fuertemente en Cristo". El protestantismo vio en el
quietismo un gran aliado, a lo que se sumaba la mala instrucción
de grandes sectores del clero y del pueblo cristiano.
Muchos malintencionados y racionalistas han afirmado que la
mística ortodoxa es la madre de las sectas quietistas.
Menéndez, con tanto apasionamiento como argumentos y pruebas,
atribuye esta afirmación a la impiedad moderna y explica que la
genealogía de Molinos va hasta el «Sakya-Muni y los budistas
indios, y que desde ellos desciende, pasando por la escuela de
Alejandría y los gnósticos, hasta los begardos y fraticellos y
los místicos alemanes del siglo XIV.»25 Si algo español hay en
estas sectas es fruto de la heterodoxia importada a la Península
de otros lados. Además de esto, Molinos fue recién leído y
seguido en España en el siglo XVIII. Antes que los españoles,
se apasionaron los franceses e italianos por tales creencias,
como es el caso de Fenelón y la corte de Luis XIV. En vida,
Molinos escribió y dogmatizó en Italia, donde tuvo mucha
acogida de algunos aristócratas.
Menéndez concluye con una simpática -y no poco irónica-
comparación entre Molinos y San Juan de la Cruz, dejando patente
la ignorancia de los que buscan una relación entre ambos.
Bastará recordar con Menéndez Pelayo la insistencia del
reformador del Carmelo en el ejercicio de las tres virtudes
teologales y la valoración sana de la inteligencia, dimensiones
despreciadas por los quietismos.
Judíos y judaizantes
Me detengo en este tema porque da algunas luces en lo que fue el
proceso inquisitorial en España y por el impulso que dieron los
judíos a las doctrinas heterodoxas, incluso dentro de la
Iglesia.
Judíos y mahometanos no sólo impulsaron mucho las artes de
adivinación, también hicieron proselitismo para sus causas
religiosas. Los primeros ya desde la época visigoda hicieron
propaganda, «aunque los historiadores modernos judíos lo
nieguen», dice Menéndez. Esto fue sembrando el recelo contra la
sinagoga por parte del pueblo cristiano y motivó la reacción en
defensa de la fe y del pueblo creyente. El rey visigodo Sisebuto
en el siglo VII26 y sus sucesores promulgaron durísimas leyes
contra ellos. Todo en vano. Los judíos conspiraron junto a los
mahometanos para dañar el reino cristiano visigodo, abriendo las
puertas al invasor musulmán de las principales ciudades -Toledo,
Córdoba, Híspalis e Ilíberis-, que luego quedarían bajo
custodia de los hebreos, según lo pactado con los muslimes.
Luego -dice el autor- las cosas cambian de rumbo y pedirán los
judíos protección de los abusos de fanáticos mahometanos al
rey Alfonso VII de Castilla. Aprovecharon esta protección los
hebreos para iniciar nuevamente el proselitismo. Hacia el siglo
XIV vuelven a cambiar de rumbo los vientos por la usura y la
larga prosperidad de los judíos: «Esto excitaba en los
cristianos quejas, murmuraciones y rencores de más o menos noble
origen»27. Aparte de pactar con mahometanos, los judíos
encontraron otra salida: la conversión rápida al cristianismo,
para conservar sus bienes y mezclar su sangre con nobles familias
locales, llegando a muy altos cargos en la Iglesia y el Estado.
Así se hacía cada vez más difícil distinguir al fiel y al
infiel. Con este caos religioso y ante un enemigo doméstico
capaz de pactar con el enemigo, «lograron los Reyes Católicos
bula de Sixto IV para establecer el Consejo de la Suprema, cuya
presidencia recayó en Fr. Tomás de Torquemada»28. Esto
sucedió en 1480.
Volveremos en el siguiente punto más largamente sobre la
Inquisición, pero queda claro que no fue la Iglesia la que tuvo
la iniciativa de dicho tribunal, ni fue específicamente por odio
a judíos o protestantes. Fue el poder político de la época el
que lo solicitó ante el caos y las matanzas que se generaban al
tomar el pueblo la justicia por sus manos. Es significativo el
llamado de la Iglesia a velar por el orden y la paz entre judíos
y cristianos. Las matanzas de judíos fueron condenadas
duramente, incluso con pena de excomunión, por la Iglesia y las
leyes anti-semitas extremas anuladas a petición de obispos
españoles y Papas. Si bien hubieron cristianos y sacerdotes que
perseguían a los judíos estos nunca fueron avalados por la
autoridad de la Iglesia. Lo hacían a título personal, y por
odios particulares. Lamentablemente esto no se considera
objetivamente y los judíos han sabido manipular las cosas para
aparecer como las grandes víctimas y la Iglesia la injusta
perseguidora y asesina. Aparte de lo ya dicho, hay que considerar
que los judíos "atizaron el fuego" del conflicto al
cometer sacrilegios y profanaciones, llegando a asesinar
inquisidores, sacerdotes y fieles29. Si bien hubieron injusticias
por parte de algunos eclesiásticos y políticos, cosa que acepta
Menéndez, los judíos no eran tan desprotegidos, buenos e
inocentes como se suelen autoretratar.
En Portugal, el rey don Manuel y su sucesor D. Juan III
persiguieron sanguinariamente a los judíos y nuevos cristianos,
como eran llamados los judíos conversos a la Fe. Vino a dar un
respiro a estos la anexión de Portugal al Imperio español
(1587) -comenta Menéndez- bajo el reinado de Felipe II, quien
les concedió permiso para vender sus bienes y marcharse del
reino en paz30. Terminaron de salir hacia el año 1670 y se
instalaron en toda Europa, sobretodo en Amsterdam donde hicieron
fortuna y derramaron sus apostasías. Los que se quedaron en
España, so pretexto de conversión, no conocían bien la nueva
fe ni las creencias de sus padres, y terminaron haciendo eco de
supersticiones o alimentando diversos tipos de ateísmo.
Sentencia Menéndez en este tema: «El odio popular contra los
judíos y sus descendientes no se amansó un punto en todo el
siglo XVII»31.
La Inquisición
Se tiene por fundador de la Inquisición a Inocencio III por una
declaración del concilio de Letrán III: «...es a menudo útil
al alma del hombre hacerle temer castigos corporales». En el
concilio IV de Letrán (1215) ya se especifica un proceso
jurídico de acusación y defensa. Surge más organizada en el
concilio de Tolosa (1229) bajo Gregorio IX y se ejecutó en este
mismo siglo contra albigenses y valdenses. Junto a la
Inquisición surgieron los dominicos para atajar a dogmatizadores
heterodoxos de las plazas públicas. Para ello se instruyeron en
las doctrinas heréticas y por ello aparecieron enlazados con la
historia inicial de la Inquisición. No traía ésta tanta
novedad como quisieran muchos historiadores: la doble punición
-eclesial y temporal- de la herejía en la Edad Media seguía lo
ya establecido mucho antes por el derecho romano.32
Antes de que exista la Inquisición, D. Pedro II de Aragón
había fulminado severísimas penas contra valdenses,
insabattatos y pobres de León. Dice la constitución de Pedro
II: «Sépase que si alguna persona noble o plebeya descubre en
nuestros reinos algún hereje y le mata o mutila o despoja de sus
bienes o le causa cualquier otro daño, no por eso ha de tener
ningún castigo: antes bien, merecerá nuestra gracia.» Concluye
Menéndez, como cualquier persona de juicio sano, que la
Inquisición era un evidente progreso al lado de semejante
legislación, entonces común en Europa.
La Inquisición de 1480 procesó a judaizantes exclusivamente
hasta 1525. No fue tan sangrienta como la pintan algunos como
Llorente, autor de la Historia crítica de la Inquisición, que
afirma hubieron 10,220 víctimas entre 1481 y 1498. Menéndez
pregunta: «¿Por qué no puso los comprobantes de ese
cálculo?» Hasta 1500, que es hasta donde calcula Llorente, el
Libro Verde de Aragón sólo trae 69 quemados con sus nombres. De
25 en toda Cataluña habla el Registro de Carbonell. Esto no
niega que hubieron injusticias, que con toda honestidad reconoce
Menéndez Pelayo: «Las tropelías de Lucero no tienen
explicación ni disculpa, y ya en su tiempo fueron castigadas,
alcanzando entera rehabilitación muchas familias cordobesas.»33
El autor no solo demuestra que no fue el cuadro de la
Inquisición tan sangriento como muchos lo pintan, sino que
considera digna de admiración la prudencia y misericordia de la
Iglesia, que no excluye con indiferencia al hereje sino después
de haberle hecho una y otra amonestación, siguiendo el consejo
de San Pablo. Y aún así no asesina a nadie, sino que lo entrega
al poder político que juzga al hereje por poner en peligro el
bien temporal de la Nación.
A muchos sonará "fanático" esto: «Ley forzosa del
entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia». Y
es que no se trata acá de fanatismo o tolerancia. Se trata de la
verdad, que es una sola. La tolerancia -como es entendida hoy- es
más bien la excusa para que una persona pueda decir cualquier
sandez, y el resto tengamos que "respetar" su error. Es
la cobija astuta del escepticismo, tan difundido hoy como ayer.
Una persona no tiene el derecho de dañar a otros difundiendo el
error, aunque tenga muy buena intención; que si la tiene
aceptará con serenidad cualquier corrección. Corregir a otra
persona de su error o ayudarla a acercarse a la verdad -lo cual
es verdadero y sincero respeto por el otro- tiene hoy una
connotación negativa muy difundida. Vale más la indiferencia y
dejar a personas en el error, en la mentira e infelicidad, que
guiarlas a la búsqueda sincera de la verdad, y por ende a su
felicidad34.
«Enfrente de las matanzas de anabaptistas, de las hogueras de
Calvino, de Enrique VIII y de Isabel, ¿qué de extraño tiene
que nosotros levantáramos las nuestras?», dice el autor, y
cualquiera que se acerque con honestidad a la historia
comprobará que así ha sido. No hay por qué defender la
Inquisición con timidez y soslayo, «bendiciendo los frutos y
maldiciendo el árbol». El fundamento jurídico de una medida
así es muy claro, y no lo comprende aquél que ha olvidado o
menosprecia las obras del espíritu y considera de poco valor al
hombre y a la sociedad35. Y es que cualquier disputa teológica
tendrá consecuencias en la vida social y política de la
Nación36. El error es, pues, fatal no solamente para la persona
que lo profesa, sino también para la sociedad toda. Así se
entendió esto desde que existe el Código Teodosiano (siglo V).
Esta visión de la sociedad como una unidad conduce, como condujo
desde siempre, a considerar las consecuencias sociales de la fe.
Y así fue desde la Iglesia naciente hasta nuestros días.
Por ejemplo de esta ruptura social suscitada por la herejía pone
el autor al «estandarte comunista, levantado por los Pobres de
León, que indicaba un malestar social, casi un conflicto. Y el
conflicto fue resuelto por los franciscanos, que inculcaron la
caridad y la pobreza evangélica, no el odio a los ricos, ni el
precepto de la pobreza, de que hacían ostentosa gala los
insabattatos. Con el amor, y no con el odio, podía atenuarse la
desigualdad social».37 Ya desde aquella época se tiene claro en
la Iglesia -y se aplican a los nuevos problemas sociales- los
antiguos criterios de la solidaridad y justicia evangélicas.
Otra entre tantas críticas que responde Menéndez se refiere a
lo intelectual. Se ha dicho que el Santo Oficio era un
conciliábulo de ignorantes matacandelas. Deja claro el autor que
esto es un argumento de ignorantes y de ociosos retóricos. Trae
a colación a inquisidores de la talla de Fr. Diego de Deza38,
Cisneros39, D. Alonso Manrique40, D. Fernando Valdés41, D.
Bernardo de Sandoval42, y muchos otros.43
«No sólo se combate a la Inquisición con retóricas
declamaciones contra la intolerancia, con cuadros de tormentos y
con empalagosa sensiblería. Hay otra arma, al parecer de mejor
temple: haber extinguido y aherrojado la razón con prohibiciones
y censuras; de haber matado en España las ciencias especulativas
y las naturales y cortado las alas al arte», dice Menéndez44.
El primer argumento contra esta teoría es ya contundente: son
bien pocos, casi ninguno, los que han alcanzado a ver los Indices
expurgatorios, porque son rarísimos. Y si no los han visto,
menos pueden juzgarlos.
Es verdad que existieron y que prohibían a los fieles lecturas
malas o sospechosas de herejías, así como traducciones
bíblicas con notas heterodoxas; cosa que ha hecho siempre la
Iglesia, desde que existen heresiarcas, dice el autor. Los
Indices no contienen las obras de los impugnadores de los textos
heréticos, lo cual permitía conocer qué pensaban los herejes y
cómo respondía la Iglesia. Estaban allí los libros
abiertamente hostiles a la religión cristiana, como el Talmud y
el Corán; libros de adivinaciones, supersticiones y
nigromancias; los que tratan a propósito de cosas lascivas, con
algunas excepciones siempre y cuando no se lean los pasajes
obscenos a los jóvenes. Aparte de esto, en teología se
prohibía también breves pasajes de Occam contra Juan XXII, de
Cano, de Suárez y de Mariana, considerando que habían condenas
por cuestiones de escuela luego aclaradas; en espiritualidad se
prohibían libros sospechosos de panteísmo, quietismo y
semipelagianismo. Algunas obras de autores como el Maestro Avila,
Fray Luis de Granada, San Francisco Borja, figuraron en los
Indices un tiempo y se recogieron de las imprentas por el terror
universal que inspiraban en una época llena de alumbrados y
místicos. Luego de corregidos -y literariamente muchos
mejoraron, a juicio del autor- se dejaron leer al pueblo de Dios.
En cuanto a trabas filosóficas y culturales atribuidas a la
Inquisición dice Menéndez: «Abro los Indices y no encuentro en
ellos ningún filósofo de la antigüedad, ninguno de la Edad
Media, ni cristiano, ni árabe, ni judío; veo permitida en
términos expresos la Guía de los que dudan, de Maimónides, y
en vano busco los nombres de Averroes, de Avempace y de Tofail;
llego al siglo XVI y hallo que los españoles podían leer todos
los tratados de Pomponanzzi, incluso el que escribió contra la
inmortalidad del alma, y podían leer íntegros a casi todos los
filósofos del Renacimiento italiano: a Marsilio Ficino, a
Nizolio, a Campanella, a Telesio (estos dos con expurgaciones).
¿Qué más? Aunque parezca increíble, el nombre de G. Bruno no
está, como no está Galileo, ni el de Descartes, ni el de
Leibniz, ni el de Hobbes, ni el de Benito Espinosa; y sólo para
insignificantes enmiendas el de Bacon». En cuanto a autores
españoles se permite íntegros Lulio y Sabunde (menos una
frase), Vives, León Hebreo (permitido sólo en latín). Aún es
mayor la falsedad y calumnia lo que se dice de las ciencias
exactas, físicas y naturales. Nunca se prohibió a Copérnico,
Galileo y Newton. En letras humanas era mayor la tolerancia: se
prohibieron alguna obra o pasajes de obras de Erasmo, Camerario,
Saclígero, Stéphano, Barthio, Meursio y Vossio (y que se ponga
auctor damnatus al comienzo de los ejemplares). Si nos
restringimos a literatura española presenta Menéndez Pelayo una
lista de once obras prohibidas; lo cual, comparado con la riqueza
total de lo que se escribió en la época en España, es
poquísimo.45
Dice el autor que es cuestión de amor patrio y de conciencia
histórica el deshacer esta leyenda progresista iniciada en las
liberales cortes de Cádiz, que pintan a España como un pueblo
de bárbaros, porque todo lo ahogaban las hogueras
inquisitoriales. Dicen las Cortes «Desde que se estableció la
Inquisición, no se ha escrito en España.» Es decir, ¡desde
los últimos años del siglo XV negaban estos legisladores la
literatura española!, remarca Menéndez y responde desde la
historia: «¿Y no sabían esos menguados retóricos, de cuyas
desdichadas manos iba a salir la España nueva, que en el siglo
XVI, inquisitorial por excelencia, España dominó a Europa aún
más por el pensamiento que por la acción y no hubo ciencia ni
disciplina en que no marcase su garra?». Acto seguido figura una
lista de obras y autores de cuatro páginas con nombres de
pensadores y obras en temas en los que España tuvo la iniciativa
y que no voy a reproducir.46 ¿Cómo negar estas grandiosas
realizaciones del genio español cuyo sello épico y religioso se
plasmó con fecundidad en obras de gran valor literario,
espiritual y moral, así como científico; lejos de la crisis que
envolvía al resto de Europa?
"La llamada reforma" y "Verdadera reforma"
El preámbulo de Menéndez Pelayo a su libro cuarto es
simplemente brillante. Reconozco que es lo que más impresión me
ha causado. Hace gala de moderación y claridad en las doctrinas,
así como de argumentos históricos. No entraré a la
sustentación histórica que sigue al preámbulo. Pienso que vale
más la pena detenerme en las tesis del autor. Si alguien quiere
comprobar los nombres y hechos, consulte las cuatrocientas
páginas que dedica el erudito autor a este tema.
En fin, vamos a lo nuestro. Parte el autor de una consideración
en torno a la historia. Piensa que son muy distintos el
protestantismo del s. XVI del actual, «que apenas conserva del
antiguo más que el nombre, y viene a ser las más de las veces
un racionalismo o deísmo mitigado, en que hasta cabe la
negación de lo sobrenatural, que hubiera horrorizado al más
audaz de los innovadores antiguos.»47 Ciertamente hoy, la unidad
en torno a alguna doctrina positiva en las iglesias protestantes
es casi nula, no así en su oposición a doctrinas católicas.
Si partimos de la historia es de justicia reconocer los abusos y
escándalos que habían en la Iglesia, piensa Menéndez. Pero es
un error grave pensar que la Reforma era una protesta contra
esto, porque viendo la historia nuevamente, no se puede negar que
lejos de atajar el vicio, el protestantismo lo acrecentó y trajo
mayores problemas.48 Piensa el autor que es un error achacar al
Renacimiento la culpa de esta corrupción, puesto que antes han
habido tiempos de muy malas, incluso peores costumbres en la
Iglesia -como el siglo X- y no había letras clásicas: «Los que
en la Edad Media sólo ven virtudes y en el Renacimiento sombras,
trabajo tendrán para explicar los pontificados de Sergio, de
León VI y Juan XI».49 Ciertamente el arte no es el que corrompe
a la sociedad, sino es la sociedad la que corrompe al arte,
puesto que ella lo produce. Y si hay crisis en la sociedad,
habrá crisis en el arte, tal como vemos hoy en día, y me siento
exonerado de tener que invocar mayores argumentos, aunque no es
mi intención aplicar este juicio a todo el arte actual. Los que
culpen al Renacimiento de la crisis del siglo XV no tienen claro
que la Iglesia nunca ha sido enemiga del arte y la civilización
y de nada que sea verdaderamente humano.
Otra cuestión que hablaba de
la necesidad de reforma era el debilitamiento de la autoridad
pontificia, debido a manipulaciones de la aristocracia, el
cautiverio de Aviñón, el cisma de Occidente, principalmente. La
crisis en la vida de muchos sacerdotes y órdenes religiosas era
grave. Y «si así andaba la cabeza, ¿cómo andaría el
cuerpo?»50, se pregunta Menéndez. Todo esto lo exageraron los
protestantes y lo tomaron como pretexto.
Dice Menéndez que de esta crisis nadie más que los católicos
esperaba reforma, y que ya desde los tiempos de San Bernardo se
clamaba por ella. Claro estuvo siempre para los doctores
católicos que reforma era en cuanto a la disciplina; nunca en
cuanto a los dogmas. Esto último sería alterar el depósito de
la Fe. Lutero no reformó nada en cuanto a la disciplina; más
bien alentó la corrupción con su ejemplo al romper sus votos.
En el fondo, no interesaban los abusos y la corrupción a Lutero
y compañía. Si no era la corrupción moral el motivo de
"reforma", ¿de dónde viene este afán de reforma? No
es consecuencia del Renacimiento -afirma el autor- aunque algunos
así lo digan51. Tampoco se trata de una reacción contra el
ascetismo del medioevo que habría desterrado de la vida todas
las alegrías: «Es un error, ya refutado por Ozanam, el de
considerar la Edad Media como época de flagelaciones y
martirios, siendo así que en lo profano tenía trovadores y
juglares, y costumbres caballerescas y rústicas de mucha
poesía, y leyendas épicas y devotas de extraordinaria belleza,
y fiestas y regocijos continuos; y en lo religioso, órdenes
mendicantes profesaron el más simpático y hondo amor a la
naturaleza»52.
Épocas difíciles han habido muchas para la Iglesia bimilenaria.
La ruptura entre fe y vida de los mismos católicos es problema
espiritual antiguo y típico de la lucha por la fe. Siempre
habrá que adecuar más la vida a lo que creemos. Y aunque sea
difícil, tenemos el testimonio de miles de santos que nos
muestran que es posible vivir según el Evangelio. Pero ante la
dificultad el protestantismo simplemente elimina el problema y
abdica en el combate espiritual. Si no se puede, o si es tan
difícil, entonces mejor lo negamos y ya no tenemos que
esforzarnos. Con este criterio, se acepta como algo normal la
ruptura entre la fe y la vida. La vida cristiana no existe ya. La
fe no tendrá por qué aplicarse en la vida pasando a ser una
cuestión totalmente subjetiva, y ausente de la vida cotidiana, y
eso pasará a ser el estado "normal" de las cosas.
Otra causa de la extensión del protestantismo está -para
Menéndez- en el odio de los pueblos del Norte contra Italia y
los pueblos latinos. Hay en los nórdicos una tendencia a la
división, que ha tropezado siempre con la unidad romana y con la
unidad católica. Y si la revuelta protestante logró sobrevivir
fue gracias a su enlace con intereses temporales de príncipes y
reyes53.
Dejando el aspecto más histórico y dedicándose a lo doctrinal,
describe Menéndez la doctrina protestante del pecado original y
la negación antropológica que conlleva suprimir el libre
albedrío: «Si Adán no tenía libertad, ¿en qué consistió el
pecado?», pregunta el autor sin hallar respuesta en ningún
protestante. Relaciona la negación de las fuerzas humanas y la
esclavitud de las concupiscencias con la liberación de toda
responsabilidad moral: «Toda acción del hombre después de su
caída es necesariamente pecado», concluye el autor en este tema
y recuerda con ironía a los que ven en el protestantismo una
consecuencia del humanismo, siendo éste tan anti-humano54.
En torno a la justificación recuerda el autor que los
protestantes todo lo atribuyen a la fe, nada a las obras. Todo es
mérito del Señor Jesús; el hombre nada puede hacer. Para el
catolicismo, la regeneración es obra divina y humana a la vez:
si el hombre no coopera con la gracia divina, ésta nada puede.
El mérito del hombre está en acoger la gracia y hacerla fecunda
en su vida por las obras. Negar esto es negar toda facultad
religiosa y moral en la persona y conduce a la supresión del
purgatorio, dado que ya todo está predeterminado por la
misericordia de Dios55. Recorre Menéndez Pelayo las doctrinas
protestantes en torno a los sacramentos, la Eucaristía y la
Escritura como única regla de fe. Todas acentúan la primacía
del subjetivismo en las creencias abriendo así las puertas a la
anarquía doctrinal.
Dentro de los mismos protestantes habían diversas creencias en
lo esencial de la fe. Como era lógico vinieron los conflictos.
El primer cisma dentro de la revuelta lo generó Zuinglio a quien
siguieron las iglesias helvéticas. El tema de disputa era la
presencia real de Cristo en la Eucaristía,56 defendido por
Lutero y negado por Zuinglio. El pastor de Zurich predicaba un
cristianismo naturalista, sin profundidades ni misterios, basado
en la negación del libre albedrío, suponiendo autor del mal a
Dios.57 A juicio del autor, Zuinglio se parece más a los herejes
panteístas del medioevo que a Lutero.
Las doctrinas protestantes aplicadas a rajatabla por algunas
sectas como los anabaptistas trajeron la rebelión de los siervos
contra sus señores,58 al punto tal que los príncipes que un
día dieron armas y prestigio a la reforma, ahora pedían su
exterminación inmisericorde.
Dice a continuación Menéndez Pelayo que Calvino se levantó
para eliminar el caos de las iglesias suizas. Envidioso y
mezquino, duro y vengativo de carácter, se convirtó en dictador
al imponer sus doctrinas en la iglesia de Ginebra. Su doctrina de
la justificación es más fatalista que la de Lutero, aunque
sostiene que el primer hombre estaba dotado de libertad. No cree
que Dios sea autor del pecado, como sí lo cree Lutero. Igual
afirma que toda obra humana es pecado. Radicalizó la doctrina
luterana de la predestinación llegando a afirmar la certeza de
la salvación eterna, que Lutero aplicaba sólo a la
justificación.
Al hablar de Enrique VIII deja claro el autor que éste negó
solamente la cuestión del primado al no obtener de Roma su
divorcio. En todo lo demás se mantuvo fiel a la doctrina y
práctica católica, sin excepción alguna. Los problemas
vinieron a su muerte. Siendo Crammer, arzobispo de Cantorbery, un
luterano disimulado, aprovechó entonces que Seymour, tutor del
hijo de Enrique, era zuingliano. Se sintió Crammer más libre e
implantó las nuevas doctrinas. Entonces -dice Menéndez- se
reformó la liturgia, se suprimió la misa y la oración por los
muertos, se atacaron la presencia real, las imágenes y el
celibato.59
Después de resumir lo que la humanidad debe a la llamada
Reforma60 pregunta el autor: «¿Quién que tenga en sus venas
sangre española y latina no preferirá aquella otra reforma que
hicieron los Padres de Trento, y que los jesuitas dilataron hasta
los confines del orbe? ¿Quién dudará, aun bajo el aspecto
artístico y de simpatía, entre San Ignacio y Lutero o entre
Laínez y Calvino? Dios suscitó la Compañía de Jesús para
defender la libertad humana; para purificar el Renacimiento de
herrumbres y escorias paganas; para cultivar todo linaje de
ciencias y disciplinas y adoctrinar en ellas a la juventud; para
extender la luz evangélica hasta las más rudas y apartadas
gentilidades». 61 A esta no llama Menéndez contrarreforma, como
si fuera una reacción ante el embate protestante. Llama
verdadera reforma62 a la que se había iniciado, mucho antes que
la revuelta de Lutero, con las órdenes mendicantes y la Devotio
Moderna63. Ya desde tiempos del rey Juan I de Castilla, hacia
fines del siglo XIV, se habían alentado reformas y austeras
observancias, que con los Reyes Católicos pasan a ser
estrategias más elaboradas e impulsadas con energía.
Los católicos buscamos la unidad de fe y vida, aunque no siempre
sea esto lo que vivimos, debido a nuestras debilidades y pecados.
Pero sabemos que esa es la meta y nos consideramos en falta
cuando no actuamos como creemos. No todo el que dice: ¡Señor,
Señor!, entrará en el Reino de Dios. No basta, pues decir que
creemos. También los demonios creen en Dios, dirá la carta de
Santiago, llevándonos a reflexionar en una fe auténtica, unida
a la virtud, a la acción según lo que se cree, según lo que
cada bautizado ya es. El protestantismo sentencia: "cree en
Dios, pero no actúes como Él quiere que lo hagas, porque es
imposible; cree pero no te esfuerces por vivir como crees",
como si bastara la sola fe en un sentido reducido a la mente o al
sentimiento. El católico, como siempre, tiende a lo integral y
entiende la fe como un don y también una respuesta a la
Revelación, pero una respuesta de mente, corazón y acción;
respuesta del hombre completo. Esta fe vivida, integral, se ataca
mucho hoy en día bajo el difundido lema: la Iglesia a la
sacristía.
Modernidad y liberalismo64
Arribamos pues a la síntesis compleja y amorfa de tantas
doctrinas heterodoxas. Ya se había negado la capacidad humana de
conocer la verdad, conocer los valores auténticos y también la
capacidad del hombre de vivir según esos valores. Se da ahora un
paso más: el hombre es incapaz de vivir en sociedad. Alegando
como pretexto las guerras de religión y todas las tendencias
egoístas, como si estas tuvieran cautivo nuestro destino
solitario, se aprobó explícitamente con leyes el
individualismo, haciendo eco de antiguos nominalismos y visiones
deterministas, no menos rancias.
A juicio del autor, la gran herejía moderna es la negación de
la divinidad de Cristo, cosa antigua, pero hoy fortalecida por la
aplicación del libre examen y la consiguiente negación del
carácter divino de la Iglesia. Como ya antes ha dejado ver
Menéndez, el origen del problema es una cuestión religiosa y
espiritual, cuyas consecuencias se plasmarán en filosofías
(escepticismo, materialismo, deísmo, naturalismo, idealismo...)
y políticas concretas (liberalismo, regalismo, marxismo,
comunismo...). El autor se remonta a los tiempos anteriores al
cristianismo en que ya existían las líneas básicas de estas
doctrinas heréticas que a lo largo de la historia cristiana
vivieron encubiertas junto a la Fe, surgiendo de cuando en
cuando.
En esta historia tiene Averroes un papel muy importante, opina el
polígrafo santanderino. Averroes influyó desastrosamente en el
pensamiento europeo, especialmente «en Bolonia y Padua, foco de
los estudios jurídicos, y en la mercantil y algo positivista
Venecia»65. Maquiavelo y su inmoralidad política entran
también en esta corriente de crisis al destruir el fundamento
metafísico de la justicia dando rienda suelta al utilitarismo.
«Todo sistema sin metafísica está condenado a no tener moral»
afirma el autor, explicando la crisis de valores consiguiente a
la negación metafísica iniciada con fuerza en el siglo XVIII.
El protestantismo contribuyó de manera indirecta al desarrollo
del germen liberal, cuando algunos de sus seguidores resucitaron
las olvidadas herejías arrianas y macedonianas, panteístas,
deístas y otras reediciones heréticas. En el siglo XVIII,
Francia se contagió de las ideas protestantes y del desaliento y
duda por efecto de las luchas de religión. La literatura
francesa del siglo XVI muestra la decadencia moral e
intelectual66 y aunque luego Luis XIV, rey católico, oscurece
con su reinado esta decadencia literaria y logra sostener el
pensamiento de los embates del cartesianismo, no terminaron estas
doctrinas ahí, sino que volvieron con más fuerza en el siglo
XVIII. En Inglaterra surgió una filosofía que se adecuó al
carácter práctico y antimetafísico de la raza inglesa,
retomando a Occam y siguiendole Hobbes, Locke y los atacantes del
dogma cristiano Toland, Collins, Shaftesbury y otros deístas que
fueron el alimento de Voltaire. Éste era muy pobre a nivel
filosófico. Más significó su actitud de destructiva y la
gracia de estilo de la que hacía gala. Se creía poeta y
exegeta. Sus panfletos burlescos y reclamaciones contra
verdaderos abusos sociales, jurídicos y económicos, se
difundieron en toda Europa bajo el auspicio de élites corruptas.
Todo lo que sea grandeza de espíritu, anhelo profundo, nobleza y
rectitud, cae en el saco de sus burlas67. Menéndez lo llama
«epicúreo práctico, cortesano y parásito de reyes, de
ministros y de favoritas reales». Pero Voltaire no hubiera
llevado a cabo su empresa de anticristo si no fuera por concurso
ciego de las fuerzas de su siglo. Reyes, ministros, magnates y
nobles se dedicaron a seguirle en su revolución68.
Es la época del individualismo de Hobbes y del optimismo rosa y
la sensibilidad fomentados por Rousseau con sus escritos
afectados y ficticios. Todo esto muy lejos de la fe y del
ejercicio de la virtud. Siguiendo esta "sensibilidad",
se guiaron por el criterio de pensar es sentir, reduciendo la
filosofía a una quimera sentimental o a sensaciones físicas.69
En cuanto a la Enciclopedia, califica el autor a Diderot de lo
que hoy sería un periodista y de D´Alembert que «ordena y
clasifica las ciencias conforme al método de Bacon, y hace breve
historia de sus progresos con relativa templanza y aun timidez de
juicio, con académica elegancia de frase y con infinitas
omisiones y errores de detalle»70. Se difundió el germen
francés a Italia, Inglaterra y España. Filósofos, fisiócratas
y economistas fueron acumulando el combustible para el gran
incendio, que sucedió al favorecerles el estado crítico de la
sociedad sin fe ni virtud, y la decaída fuerza moral de la
Iglesia. Esta crisis moral infundió fácilmente en las
multitudes odios, envidias y feroces concupiscencias que no
dejaban otra salida que la revolución.
Después que las aguas revolucionarias, sanguinarias como pocas
corrientes revoltosas, se dio en Europa una reacción
antifrancesa, pero no siempre con espíritu católico;
simplemente se trató de un vago espiritualismo contra el
materialismo y bajeza de la revolución, lamentándose de una
enfermedad tan triste como era el grosero ateísmo de la
Enciclopedia. El sensualismo iba perdiendo terreno en favor de
ideas más elevadas, pero no bien orientadas: cristianismo
progresivo, social y humanitario, «monstruosa confusión de lo
terreno y lo divino».71 Finalmente estos gérmenes de reacción
cristiana cayeron en tierra mala perdiéndose ante el
eclecticismo «ahogando pocas y no bien aprendidas ideas en un
mar de palabras elegantes y discretas aproximaciones».
El cetro intelectual pasó a Alemania con Kant y su idealismo
escéptico, seguido de Fichte, Schelling y Hegel. Y no hay parte
del saber humano donde Hegel no haya impreso su garra, piensa
Menéndez Pelayo, y continúa denunciando la falta de
originalidad y profundidad en el pensamiento posterior a Hegel:
«Parece imposible que en menos de treinta años se hayan
disipado aquellas grandezas intelectuales; la soberana
abstracción del ser y el conocer, la lógica y la metafísica,
lo racional y lo real, se reducían a suprema unidad,
desarrollándose luego en áurea cadena y variedad
fecundísima».72 Dice el autor que esto es un ejemplo de cómo
se suicidan los errores, y lo hacen tanto más rápido cuanto
más en contradicción están con el sentido común. Se lamenta
diciendo: «¡Tanta descarriada peregrinación por el mundo del
espíritu, tanto fabricar ciudades ideales, tanto endiosamiento
del yo humano, tantas epopeyas de la idea, tanta orgía
ontológica y psicológica, para volver, por corona de todo al
sistema de la naturaleza y al hombre máquina! ¡Qué amargo
desengaño!»73
Después de esto, dice el autor, la batuta intelectual pasa a los
ingleses, "la raza práctica y experimental por
excelencia", invadiendo todo con su mentalidad positivista,
materialista y utilitaria. Y de los ingleses «pasará a sus
hijos, los yankees, que harán la ciencia aún más carnal,
grosera y mecánica que sus padres»74.
Así, vemos hoy que el progreso enceguece a muchos, que
prescindiendo de los criterios metafísicos y teológicos de
fondo los reemplazan por el criterio de la utilidad y el
progreso. Es la nueva religión sin Dios, con sus propios cultos
e idolillos para adorar. Por todas partes se rebuscan soñados
conflictos entre la ciencia y la religión. Se lamenta el autor
de que «en vano se escriben refutaciones serias, porque no se
leen, y menos son los que estudian la ciencia por la ciencia,
sino por apañar piedras para arrojar al santuario. Lo
hipotético se da por averiguado; se confunde lo que es dogma con
las posiciones de tal o cual Padre de la Iglesia o comentador,
que no tenía obligación de saber cosmología ni física, tal
como hoy las entendemos; se fingen y fantasean persecuciones
contra el saber, mintiendo audazmente contra la historia, y se
construyen sistemas exegéticos de pura fantasía, acabando por
creerlos o por aparentar que los cree el mismo que los ha
fabricado»75.
Recordando lo dicho antes en torno a que es la sociedad la que
corrompe el arte, comenta el polígrafo español que el arte
«anda sin Dios, ni ley, ni luz de ideas superiores, todas las
cuales arrastra y envuelve el positivismo en la ruina de la
metafísica, se ha arrojado en brazos de un realismo o
naturalismo casi siempre vulgar y hediondo, alimento digno de
paladares estragados por tales filosofías. No podía esperarse
más vistosa flor ni más sabroso fruto de este moderno
paganismo»76. Se alza la voz del autor para denunciar una
sociedad herida de muerte, con anhelos de aniquilación, al modo
budista, y hasta de suicidio colectivo con Hartmann como
portavoz. ¡Qué retroceso respecto al cristianismo y a la
civilizaicón greco-latina!
Me llama la atención el paso desde las posturas escépticas de
lo humano -tan propias de gnósticos, quietistas y de la
síntesis protestante de ambas doctrinas- a una apuesta desmedida
por la acción humana, pero esta vez sin Dios. Algunos lo llaman
con acierto agnosticismo funcional. Se trata de la acción
desentendida de toda metafísica, de todo valor moral, de toda
creencia en otro dios que no sea el hombre.77 ¿Cómo explicar
esto? Sólo encuentro explicación en la reducción utilitarista
tan en boga actualmente y en la incoherencia protestante que
denuncia Menéndez Pelayo entre lo que se cree y lo que se vive,
entre la fe y la vida, tema que ya mencioné en la sección
correspondiente. Por un lado muchos dudan del hombre, de su
bondad y religiosidad; de la posibilidad de respuesta a las
preguntas esenciales que todo hombre se plantea. Por otro lado se
endiosa al hombre, se le hacen altares y se le llenan los ojos y
oídos con sus grandes logros, impidiéndole ver más allá de
todo ello, su contingencia, su hambre de infinito y su necesidad
de Dios. Se nos estimula e ilusiona con nuestras capacidades de
manipulación de lo creado mediante la técnica que muchas veces
parecemos olvidar los límites morales y el fin querido por Dios
para la creación.
Acusando las políticas liberales concluye el autor que sólo la
Iglesia, columna de la verdad, permanece firme y entera en medio
del naufragio cultural. En vano es atacada en sus ministros y sus
fieles asesinados, y en vano es reducida mediante leyes a ser una
oficina del Estado. Y es que no ven que todo ataque a la Iglesia
hace temblar el edificio político y que, cuando la revolución
social llega y lo arrasa todo, las monarquías, y las
repúblicas, y los imperios suelen hundirse para no levantarse
más. Y así, en medio de este caos, la Esposa de Cristo sigue
resplandeciendo tan hermosa como el primer día78. Este párrafo
resume el pensamiento de Menéndez Pelayo respecto a la esencia
del espíritu liberal y sus relaciones con la religión y la
Iglesia de Cristo.
Y no le faltó razón al autor. La tendencia liberal es reducir
la Iglesia a una institución más del estado y a su autoridad no
mayor que la de cualquier ONG. Si así fuera, la Iglesia no
tendría autoridad para enseñar la verdad universal del
Evangelio. La Iglesia es quien mejor puede defender al hombre en
toda su dignidad de todo atropello, dada su autoridad divina para
custodiar y enseñar el depositum fidei.79
Se llevaron a la práctica las máximas liberales en España80
desde la entrada de la dinastía borbónica y el regalismo que
llevaba en su seno liberal, «guerra hipócrita, solapada y
mañera contra los derechos, inmunidades y propiedades de la
Iglesia, ariete contra Roma, disfraz de jansenistas y
enciclopedistas y volterianos para el más fácil logro de sus
intentos, ensalzando el poder real para abatir el del sumo
pontífice, y, finalmente, capa de verdaderas tentativas
cismáticas. A la sombra del regalismo se expulsó a los
jesuitas, se inició la desmortización, se secularizó la
enseñanza y hasta se intentó la creación de una iglesia
nacional y autónoma; todo desfigurando y torciendo y barajando
antiguas y veneradas tradiciones españolas»81.
Esto dio paso a "marchas y contramarchas" en cuanto a
violaciones de los derechos eclesiásticos y respuestas por parte
de los pontífices romanos y miembros del clero que denunciaban
los abusos, proponían leyes más justas y evidenciaban la labor
de sociedades secretas. Lamentablemente más pudieron los reyes,
ministros o consejeros corruptos y sociedades secretas, que la fe
de pueblos tan cristianos como Portugal, España y Francia. Sus
élites políticas impusieron las consignas antieclesiales de
moda82. Triste ejemplo de esto es la trama que se urdió para
expulsar y luego lograr la supresión de la Compañía de Jesús,
siguiendo la máxima volteriana de que "para matar a la
madre, hay que matar primero a la hija". Todas las fuerzas
masónicas, liberales y judías se aliaron para alzar calumnias83
contra la Iglesia manipulando reyes y eclesiásticos rebeldes y
corruptos, y a punta de mentiras y odio dieron este duro golpe a
la Iglesia.
Asegura Menéndez que esta expulsión trajo la ruina de España.
Numerosísimos colegios y universidades quedaron sin profesores
de talla. Se reemplazaron por oportunistas, clérigos jansenistas
y gente de escasa cultura. Estos educaron a las siguientes
generaciones en las costumbres y criterios liberales y
anticlericales. No extraña que en las páginas siguientes de la
obra de Menéndez veamos a obispos favorables al cisma84. Otra
consecuencia de este acto fatal, opina el autor, fue la pérdida
de las colonias americanas suscitada por los abusos de rapaces
colonos que ocuparon el lugar que con justicia regentaba la
Compañía de Jesús85.
Una vez descristianizado el pueblo fiel mediante la mediocre
educación y el mal testimonio de las autoridades y élites, de
clérigos corruptos y afectos al régimen político y por la
difusión, apoyada desde Francia, de sociedades masónicas,
ingresó el enciclopedismo a España con sus vicios ya comentados
más arriba. Otras manifestaciones del espíritu moderno en
España se dejan ver en la heterodoxia de las Córtes de Cádiz y
los reinados de Fernando VII e Isabel II. Quien quiera puede leer
la sección que dedica nuestro autor a tales períodos en España
tan llenos de políticos antireligiosos rebosantes de ideas
progresistas y regalistas. Yo lo sintetizo en persecuciones a la
Iglesia fiel a Roma, abolición del Santo Oficio -ya totalmente
inútil y corrupto-, confiscaciones de bienes eclesiásticos,
saqueos y matanzas en monasterios, calumnias, revoluciones.
Fueron también éstos los años que vieron a apologistas
católicos tan ilustres como Balmes y Donoso Cortés, incansables
defensores de la Fe y la cultura cristiana.
Llega la Historia de los heterodoxos españoles hasta 1882. Basta
ver el índice del último capítulo de la obra para ver la
magnitud de la crisis española: Luego del reinado de Isabel
sobrevienen en España toda suerte de sistemas políticos y
anarquías. Gobiernos todos con hostilidad a la Iglesia. Época
de impiedades y blasfemias, espiritismo86 y artes mágicas,
filosofía heterodoxa y propaganda protestante.
Hay respuestas por parte de la Iglesia a toda esta avalancha de
ataques. Dice nuestro autor que la literatura católica española
ha tomado en aquéllos años -hacia 1880- «un carácter más
escolástico, lo cual, si por una parte es síntoma de mayor
solidez y fortaleza en los estudios y nos libra para siempre de
los escollos del tradicionalismo de Donoso y del eclecticismo de
Balmes, puede, en otro concepto, llevarnos a exclusivismos e
intolerancias de escuela, máxime si no se interpreta con alta
discreción y en el sentido más amplio la hermosísima
encíclica Aeterni Patris, en que el sabio pontífice nos ha
señalado el más certero rumbo para llegar a las playas de la
filosofía cristiana»87. Acto seguido trae Menéndez a colación
numerosos autores españoles -sacerdotes y laicos- que defienden
la fe de la Iglesia en todos los campos: literatura, filosofía,
teología, historia, espiritualidad y hasta ciencias positivas,
probando la armonía entre la ciencia y la fe, entre la fe y la
razón. Reconoce nuestro autor que en exégesis no hay más que
un estudioso: D. Francisco Xavier Caminero, polemista contra el
racionalismo aplicado a la Sagrada Escritura. Apologistas ante
doctrinas protestantes también los hay en España. Defensores de
la filosofía social católica, periodistas, arqueólogos,
filólogos y hasta pintores católicos. Lamentablemente el
pensamiento y el arte español son poco conocidos y si bien
tienen valiosos estudios y obras, han sido poco difundidos e
inclusive rechazados por la indiferencia de aquéllos y de éstos
días ante lo español y católico.
Finalmente, en el epílogo, recuerda Menéndez Pelayo que la
unidad española en la lengua, en el arte y en el derecho es
debida al latinismo, al romanismo. Pero esto no bastaba. Faltaba
una unidad más profunda: la unidad de creencia lograda con el
cristianismo. Y esto es lo que hace grande una nación e hizo
grande a España88. Recuerda las epopeyas históricas de España
contra las invasiones turcas y las conquistas en ultramar. Trae a
la memoria la gloriosa evangelización de la mitad del orbe por
sus santos misioneros. Alienta así la memoria histórica del
pueblo español y las riquezas sociales y culturales que le trajo
la evangelización, pero su conciencia de la realidad no lo deja
enceguecido por las glorias pasadas ante la dramática situación
de sus días. Menéndez acepta con dolor y pena la crítica
situación espiritual e intelectual de su nación a finales del
siglo XIX por el rechazo de su pasado e identidad89. La
imposición de la revolución, artificial en España, a lo largo
de los dos últimos siglos es causa de esta crisis. Han viciado
el ser nacional de España: «Todo lo malo, todo lo anárquico,
todo lo desbocado de nuestro carácter se conserva ileso, y sale
a la superficie cada día con más pujanza. Todo elemento de
fuerza intelectual se pierde en infecunda soledad o sólo
aprovecha para el mal»90. Aún así no pierde el autor la
esperanza en España: «Los esfuerzos de nuestras guerras civiles
no prueban falta de virilidad en la raza; lo futuro ¿quién lo
sabe? No suelen venir dos siglos de oro sobre una misma nación;
pero mientras sus elementos esenciales permanezcan los mismos por
lo menos en las últimas esferas sociales; mientras sea capaz de
creer, amar y esperar...aun puede esperarse regeneración»91.
La publicación de la Historia de los heterodoxos españoles fue
acogida con silencio. La prensa liberal y los
"intelectuales" de la época callaban, «porque eran
demasiado sectarios para aplaudir y demasiado ignorantes para
morder con algún fundamento», dirá el arzobispo de Granada92.
Igual opinión sostenía la escritora Pardo Bazán. Recién hacia
el final de su vida, despejado un tanto el espíritu de 1880,
confesaba el autor su satisfacción por el éxito muy superior a
sus esperanzas que había tenido su obra. Y creo que los frutos
se seguirán dando en la medida en que aprendamos de Menéndez
Pelayo su intensa fe y profunda sabiduría, y nos dediquemos a
pensar con todas las luces que nos da el sabio español. De esto
pienso hablar un tanto en la conclusión.
Conclusión
No podría terminar sin sacar algunas conclusiones. Estas van en
torno a algo que comenté brevemente en la introducción y que se
esclarecen más después de repasar los puntos clave de la obra
de Menéndez Pelayo. Se trata de una serie de notas que vemos en
el autor en cuanto a su aproximación a la realidad, y que tienen
-o deberían tener- plena vigencia hoy en día para aproximarnos
a la realidad.
1. Búsqueda sincera de la
verdad:
Juan Pablo II dice en su más reciente encíclica que «se puede
definir, pues al hombre como aquél que busca la verdad»93. En
el hombre hay una serie de preguntas esenciales a las cuales se
puede responder sólo con la verdad94, y esta es la respuesta que
busca Menéndez Pelayo. No se detiene en abstracciones que lo
alejan de la verdad y de la vida. Va a lo esencial que responde a
su hambre de verdad, hambre de conocer el pasado y en el fondo,
hambre de conocerse a sí mismo y profundizar en la situación
cultural de su entorno, ejercitando aquél espíritu crítico que
considera nota típica del pensamiento español ortodoxo.
Era conciente que era difícil esta lucha por acercarse a la
verdad, y en medio de las críticas y un ambienta agresivo de
positivismo, ateísmo e indiferencia. Sufrió en carne propia
esta realidad hostil a la Iglesia y a la fe y responde con su
nostalgia por el pasado de España a los que lo critican y hasta
se avergüenzan por su pasado católico, anhelando haber sido
más libres, quizá como la iluminada Francia o la agnóstica
Inglaterra: «Yo, a falta de grandezas que admirar en lo
presente, he tomado sobre mis flacos hombros la deslucida tarea
de testamentario de nuestra antigua cultura. He escrito en medio
de la contradicción y de la lucha, no de otro modo que los
obreros de Jerusalén en tiempo de Nehemías, levantaban las
paredes del templo, con la espada en una mano y el martillo en la
otra»95.
2. Humildad
Y en esa búsqueda de respuestas acepta que se puede equivocar y
que habrá de ser corregido. Lo dice con toda naturalidad al
inicio y al final de su obra96 con un espíritu de fe y confianza
en la autoridad de la Iglesia, que desearíamos ver hoy en muchos
autodenominados teólogos.
Lejos de envanecerse y darse a sí mismo la gloria de su obra,
critica algunas partes: Decía de ella que era fragmentaria y
heterogénea en muchos capítulos, pero que en lo sustancial
cierta unidad los entrelazaba. Y esta unidad es lo que he buscado
al escribir este texto, y ciertamente hay unidad, más allá de
los datos y anécdotas que no son pocas en la obra comentada.
3. Honestidad y realismo
Fue siempre sincero, nunca con afán de agredir o faltar el
respeto. Llevar al hermano a la verdad es el mayor respeto por la
persona humana y su dignidad. Muchos contrincantes suyos le
reconocieron su sencillez, su bondad, inteligencia y amplitud de
miras, criterio amplio y generoso, genial patriota, poeta.97
Tiene la honestidad serena que se vale del sentido común para
acercarse a lo real. Sintonizando con su hambre de verdad se
lanza a conocer la verdad. Y obviamente confía en que esta
verdad trascendente y objetiva se puede conocer. Qué cachetada
al escepticismo tan difundido de hoy, y a su hijo natural: el
relativismo, que pretenden marcar el fin de la metafísica98.
Consciente de sus limitaciones, como ya vimos, se sabe capaz de
conocer la verdad.
Con toda franqueza sabe trascender las discusiones vanas, cuando
ve que el problema está en la persona misma y es de índole
espiritual. Y si el problema de algún contrincante es
espiritual, entonces hay que responder ahí ante todo, porque
sino cualquier otra respuesta será inútil.
Su realismo, aunque muchas veces duro, no es para caer en
desesperanza; todo lo contrario. Ciertamente la Historia de los
heterodoxos españoles es una obra que a fuerza de hablar de
herejías, revoluciones y decadencia moral y espiritual, podría
sumirnos en la desesperanza. Sin embargo, nos debe mover a no ser
ingenuos y a esperar con mayor fe y caridad. Hay dificultades,
hay muchas crisis, y ellas nos mueven a confiar más fuertemente
en el Señor de la Vida y de la Historia. Así es como lo
entendió Menéndez Pelayo. Esperanza conciente de las grandes
luchas espirituales que agitan a la humanidad, esperanza que no
teme ver la realidad, esperanza que no se construye sobre
ilusiones o mentiras; la verdadera esperanza que nace de la
verdad asumida con todas sus consecuencias y que espera sólo en
Aquél que puede darle sentido a la historia y a nuestras
existencias.
4. Unidad de fe, razón y vida
«Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se
convierte por ello en parte de nuestra vida», dice el Papa99.
Vemos en Menéndez Pelayo el constante auxilio entre la fe y la
razón para acercarse a la vida. Ambas le sirven como las dos
alas para alcanzar la verdad. Pero esta verdad no es algo
abstracto. La verdad es para Menéndez Pelayo algo vivo. Su
apasionamiento en varias partes del libro es fruto de una
aproximación viva, existencial. Desde su vida, que es vida de
fe, se aproxima al ser. No pretende hacer una ciencia
"aséptica" al modo de los que siguen la corriente
empirista o positivista, como si la objetividad absoluta fuera la
de una ciencia desencarnada de la realidad concreta,
independiente de toda valoración moral y cultural.
No duda de su capacidad cognoscitiva, de modo que cuando ha
comprobado algo afirma, sin temor ni respetos humanos, alto y
fuerte la verdad. Tampoco renuncia a su fe. Sabe que ésta no es
nunca obstáculo para el estudio. El hombre es «Aquél que vive
de creencias», como dice JP II en FER 31, y no por ello manipula
los hechos según su conveniencia, enseñandonos con su ejemplo
que la fe nunca obstruye el camino a la verdad; sino que nos
ayuda a darle un sentido y una mayor profundidad.
5. Aproximación holística
De esto ya hablé en la introducción a este trabajito, por lo
cual no me detendré nuevamente en esto.
6. Aproximación histórica
Es la historia una parte de la aproximación holística y pienso
que no es necesario demostrar esto en la obra comentada. Bastará
ver el calibre de los argumentos históricos probados y
comprobados de los que hace gala el autor. No parte de ideas
preconcebidas o de un sistema filosófico particular. Parte de
los hechos, de la realidad concreta y luego reflexiona sobre
ella, ayudado por su fe y su inteligencia. No teme reconocer las
crisis de la Iglesia, pero critica a los que exageran o hacen de
ellas caballitos de batalla para el disenso.
Alejandro Gautier
NOTAS
1 «Soy católico, no nuevo ni viejo, sino católico a
machamartillo, como mis padres y abuelos, y como toda la España
histórica, fértil en santos, héroes y sabios bastante más que
la moderna. Soy católico, apostólico, romano, sin mutilaciones
ni subterfugios, sin hacer concesión alguna a la impiedad ni a
la heterodoxia, en cualquier forma que se presenten, ni rehuir
ninguna de las lógicas consecuencias de la fe que profeso.»
(Mr. Masson redimuerto, 22 de setiembre de 1876: La Ciencia
Española, I 200).
2 P. Alfredo Sáenz, S. J., El fin de los tiempos y seis autores
modernos, Gladius, p. 47.
3 A. de Saint Exupery considera que «El objeto pensado no es una
imagen fija ordenada en un cajón, sino un sistema de
relaciones» en Carnets, Goncourt, Buenos Aires 1967, p 1113.
4 Manuel García Morente dice en una Conferencia pronunciada en
el Club Español de Buenos Aires el día 21 de octubre de 1934:
«El alma española no es apta para el tipo de filosofía que
hasta ahora ha venido haciéndose en Europa, y no es apta para
ese tipo de filosofía porque el alma española adora otros
ídolos que no la pura inteligencia. El alma española pone por
encima de la contemplación teórica especulativa intelectual la
acción; pone por encima de la teoría la vida; pone por encima
de la especulación la moral, la ética, la nobleza de carácter.
El español, en la tabla de valores que constituyen la esencia de
su alma ha puesto en los primeros lugares, no al sabio recluido
en su laboratorio, no al matemático inclinado sobre la hoja de
papel y haciendo sus figuras geométricas, no al filósofo
meditando sobre la contextura del mundo y de las cosas, sino que
ha puesto al hombre que lleva a cabo su propia vida con la pureza
y la belleza de una parábola descripta por un proyectil. El
español ha preferido siempre vivir a pensar, o mejor dicho, el
español ha puesto al pensamiento al servicio de la vida, lejos
de poner la vida al servicio del pensamiento.» Esta apreciación
-que no tiene poco de cierto- nos ilumina en la tendencia
hispánica hacia una visión integral de la realidad.
5 Raimundo Lulio. Discurso en el Inst. de las I. Baleares, 1884;
La Ciencia Española, II 385: «Cuando, hace tiempo intenté
fijar las notas características de la filosofía española,
advertí en ella dos corrientes casi en igual grado poderosas,
pero que nunca han llegado a confundir sus aguas: el espíritu
crítico y el espíritu armónico, el espíritu de Luis Vives y
el espíritu de Raimundo Lulio.» También en De las vicisitudes
de la filosofía platónica en España. Disc. en la Univ.
Central, 1889: Ensayos de Crítica Filosófica, 79: «¡Siempre
la misma tendencia al armonismo en todos los grandes esfuerzos de
la metafísica española, lo mismo en Aben Gabirol que en
Raimundo Lulio, lo mismo en Sabunde que en León Hebreo¡» En un
discurso titulado La Iglesia y las escuelas teológicas en
España dice: «...la conciencia individual, cuyo sentimiento ha
sido siempre tan enérgico en nuestra raza, así como tampoco
puede ocultarse a ojos atentos cierto sentido armónico, cierta
aspiración a conciliar los dos capitales términos del problema
metafísico...» (Discurso en el I Congr. Cat. Nac., 1889:
Ensayos de Crítica Filosófica, 289).
6 «Yo juzgo -dice- los hechos con mi criterio católico, pero ni
los altero ni los falsifico. Y creo que en esto puedo preciarme
de haber sido imparcial y verídico.» (Carta a Morel-Fatio, 30
de enero de 1889). Y en su Carta al presentarse a diputado por
Zaragoza: «Profeso íntegramente la doctrina católica, no sólo
como absoluta verdad religiosa, sino como perfección y
complemento de toda verdad en el orden social y como clave de la
grandeza histórica de nuestra Patria. Los intereses de la
Iglesia serán, pues, defendidos por mí antes que otros
ningunos, con independencia de toda doctrina política....» (23
de enero de 1891).
7 Además de Menéndez Pelayo figuran, entre otros
contemporáneos: J. Balmes, Donoso Cortés, Ortega y Gasset,
Laín Entralgo, Unamuno, García Morente, Zubiri, Eugenio D´Ors,
entre otros.
8 Ortega y Gasset en su conocida obra La rebelión de las masas
habla de "la barbarie del especialismo". Critica Ortega
la visión segmentada y reducida de la realidad que ingresó en
las ciencias en el siglo XVIII. Dice: «Pero (el progreso de la
ciencia empujado por científicos encerrados en la celdilla de su
laboratorio) crea una casta de hombres sobremanera extraños. El
investigador que ha descubierto un nuevo hecho de la naturaleza
tiene por fuerza que sentir una impresión de dominio y seguridad
en su persona. Con cierta aparente justicia, se considerará
"un hombre que sabe". Y, en efecto, en él se da un
pedazo de algo que junto con otros pedazos no existentes en él
constituyen verdaderamente el saber. El especialista sabe muy
bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el
resto. Habremos de decir -concluye- que es un sabio-ignorante,
cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual
se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un
ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión
especial es un sabio.»
9 Obras principales de Marcelino Menéndez Pelayo son, además de
su célebre Historia de los heterodoxos españoles (8 tomos), sin
considerar muchos discursos, artículos y cartas: Historia de las
ideas estéticas en España (5 tomos), Estudios y discursos de
crítica histórica y literaria (7 tomos), Orígenes de la novela
(4 tomos), Antología de poetas líricos castellanos (10 tomos),
Historia de la poesía hispano-americana (2 tomos), Estudios
sobre el teatro de Lope de Vega (6 tomos), Ensayos de crítica
filosófica, Bibliografía hispano-latina clásica (10 tomos),
Biblioteca de traductores españoles (4 tomos), La ciencia
española (3 tomos), Poesías (2 tomos). El promedio aproximado
de cada tomo es de 400 pp.
10 Donatismo, origenismo, priscilianismo, arrianismo,
maniqueísmo, antropomorfismo, muzárabes, iconoclastas y
doctrinas antitrinitarias del siglo IX.
11 HHE, BAC, tomo I, p. 119
12 Ahí mismo, p. 119
13 Ahí mismo, p. 119
14 Joseph Pieper, Aldous Huxley, Card. Joseph Ratzinger.
15 «La despersonalización de Dios conduce necesariamente a la
despersonalización del hombre» piensa D. Von Hildebrand,
Nuestra transformación en Cristo, Encuentro 1996, p. 115.
16 HHE, t. I, p. 440
17 Ahí mismo, p. 444
18 Ahí mismo, p. 584 ss.
19 Hablamos más específicamente de nigromancia, geomancia,
piromancia, cercos mágicos, filtros amorosos y todo tipo de
anécdotas y leyendas extravagantes, cuevas mágicas, casas con
poderes, piedras y amuletos protectores; de todo. Ya en el año
1335 condena un sínodo complutense consultar a agoreros y
ejercer las artes mágicas y los obispos denunciaban los abusos
al pueblo fiel de estos "magos". Se reducen
considerablemente estas doctrinas con la reconquista y expulsión
de judíos y moriscos, pero el mal persistía porque estaba muy
hondo y porque nunca falta quien siga teniendo disvaríos
místicoides.
20 Ahí mismo, p. 601.
21 Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et Spes 22.
22 GS 12.
23 Ahí mismo, t.II, p 145. Eran tales doctrinas provenientes del
panteísmo de yoguis hindúes.
24 Ver DZ 1221-1288.
25 Ahí mismo, t.II p. 197.
26 Ahí mismo, t.I, p. 632. Sisebuto mandó manumitir esclavos
cristianos y veda el circuncidar a cristiano alguno libre o
ingenuo y hasta condena a decapitación al siervo que, habiendo
judaizado, permaneciese en su error. Menéndez dice que Sisebuto
fue poco prudente, porque promulgó un edicto lamentable, que
ponía a los judíos en la alternativa de salir del reino o
abjurar su creencia. Esto motivó falsas conversiones y muchos
sacrilegios. Esta medida fue condenada por el concilio IV
Toledano.
27 Ahí mismo, t. I, p. 635-636. Las persecuciones y matanzas
contra los judíos comenzaron en Aragón y Navarra. Clemente V
excomulgó a los asesinos, pero esto no sirvió de nada ante las
hordas de bandidos. El problema estaba más allá de las
creencias religiosas.
28 Ahí mismo, t. I, p. 640.
29 Un grupo de conversos que presenciaron un auto de fe en Toledo
en 1499, se apoderaron de una criatura llamada Juan de Pasamontes
o Niño de la Guardia y ejecutaron en él terribles tormentos
hasta crucificarle. Se niega esto, pero las pruebas son
incontestables. Las venganzas no se hicieron esperar.
30 Ahí mismo, t. II, p. 204.
31 Ahí mismo, t. II, p. 205.
32 Ahí mismo, t. II, p. 453.
33 Ahí mismo, t. II, p. 644.
34 Menéndez dice que: «La llamada tolerancia es virtud fácil;
digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o
de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y
acongoja por la salvación o perdición de las almas, fácilmente
puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de carácter no depende
sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento». Ahí
mismo, t. II, p. 290-291.
35 Ahí mismo, t. II, p.293.
36 El matrimonio y la familia, el origen de la sociedad y del
poder, el respeto a la libertad y dignidad de la persona humana
por sí misma, incumben tanto al teólogo como al político.
37 Ahí mismo, t. II, p. 453.
38 Protector de Colón.
39 Larga es la lista de obras de Cisneros: restaurador de los
estudios de Alcalá, editor de la primera Biblia poliglota y de
las obras de Lulio, protector de Nebrija, de Demetrio el Cretense
y de todos los helenistas y latinistas del Renacimiento español.
40 Era Manrique amigo de Erasmo y no todos sus actos en favor de
éste son justificables.
41 Fundó la universidad de Oviedo.
42 Alivió la pobreza de literatos como Cervantes y Vicente
Espinel.
43 Ahí mismo, t.II, p. 298. Los mismos que propugnan la
ignorancia de inquisidores, con una una ignorancia verdadera
llaman a Felipe II opresor de toda cultura, habiendo costeado
éste la Poliglota de Amberes, habiendo mandado a hacer la
descripción topográfica de España, y levantar el mapa
geodésico, cuando nada de esto tenía nación alguna; y formó
en su palacio una academia de matemáticas, y comisionó a
botánicos y linguistas.
44 Ahí mismo, t. II, p. 299.
45 Ahí mismo, t. II, p. 310-312.
46 Ahí mismo, t. II, p. 312-316. Dice el autor con ira e
impotencia después de lista tan larga: «Nunca se escribió más
y mejor en España que en esos dos siglos de oro de la
Inquisición. Que esto no lo supieran los constituyentes de
Cádiz, ni lo sepan sus hijos y sus nietos, tampoco es de
admirar, porque unos y otros han hecho vanagloria de no pensar,
ni sentir, ni hablar en castellano. ¿Para qué han de leer
nuestros libros? Más cómodo es negar su existencia». (p. 316)
47 Ahí mismo, t. II, p. 655.
48 Ver Ahí mismo, t. II, p. 656.
49 Ahí mismo, t. II, p. 657. Y dice más: «Con Renacimiento o
sin Renacimiento hubiera sido el siglo XV una edad viciosa y
necesitada de reforma». p. 658.
50 Ahí mismo, t. II, p. 659.
51 Los que así piensan tendrían que probar que los artistas y
pensadores renacentistas estaban a favor de la doctrina de la fe
que justifica sin las obras, cosa imposible de probar, porque no
fue así, y además porque siendo coherentes negarían el valor
de las mismas obras aunque sean de arte y de toda obra humana en
general incluyendo el sano pensamiento. Dice Menéndez que llama
la atención cómo no se ha detenido la civilización de los
países protestantes, dada la negación del libre albedrío.
Piensa el polígrafo que esto se debe a una incoherencia de los
que así creen con las consecuencias de esta negación, y se ha
impuesto el sentido común a la doctrina, obrando los
protestantes como si no tuvieran tal principio. p. 662. Aceptada
por la corriente protestante la ruptura entre fe y vida, se
entiende perfectamente esta incoherencia entre lo que se cree y
lo que se vive como algo totalmente normal.
52 Ahí mismo, t. II, p. 662.
53 Habla acá Menéndez del elector de Sajonia y el landgrave de
Hesse, los reyes de Inglaterra, los cantones suizos y los Países
Bajos: «Unos querían resistir a la prepotencia del emperador,
otros a la de España; otros a la del duque de Saboya; los más,
echarse sobre los bienes de iglesias y monasterios». Ahí mismo,
t. II, p. 662.
54 Ahí mismo, t. II, p. 664.
55 Los luteranos enseñan con Melanchton que «debemos estar
certísimos de la remisión de los pecados, de la justificación
y de la gloria del cielo». Ya antes hemos hablado de la supuesta
incapacidad humana a nivel cognoscitivo y moral tan defendida por
gnósticos, panteístas y quietistas.
56 Pero Lutero negaba la transubstanciación.
57 Zuinglio, De Providentia, c.5.
58 Recuerda Menéndez Pelayo las prédicas comunistas de
anabaptistas soliviantando a campesinos y mineros contra sus
señores. La represión de los señores feudales fue atroz.
59 Ahí mismo, t. II, p. 671
60 En filosofía, la negación de la libertad humana. En
teología, el principio del libre examen, absurdo en boca de
quien admite la revelación, puesto que la verdad no puede ser
más que una y una la autoridad que la interprete. En artes
plásticas, la iconomaquia, que derribó el arte de la serena
altura del ideal religioso para reducirle a presentar lo que en
la pintura holandesa y en su más eximio maestro se admira:
síndicos en torno de una mesa o arcabuceros saliendo de una casa
de tiro, obras donde el ideal se ha refugiado en los efectos del
claroscuro. En la literatura, baste decir que Ginebra rechazaba
todavía en el siglo XVIII el teatro y que ni Ariosto, ni Tasso,
ni Cervantes, ni Lope, ni Calderón, ni Camoens fueron
protestantes, y que hasta es dudoso que Shakespeare lo fuera. Ni
la libertad política de Inglaterra es obra del protestantismo,
sino que venía elaborándose desde los tiempos medios, ni los
progresos de las ciencias exactas y naturales, de la población y
la riqueza, del comercio y la náutica, pueden atribuirse a una
causa tan diversa de ellos, so pena de incurrir en el sofisma:
post hoc, ergo propter hoc. Ni la decantada moralidad relativa de
ciertos pueblos septentrionales, en la cual mucho influye el
clima, tiene que ver con el protestantismo, antes riñe con sus
principios, los cuales, entendidos como suenan y como los
explican sus doctores, no hay aberración moral que no
justifiquen. Dice que Lutero creó o fijó la lengua alemana y la
patria alemana; pero aunque esto fuera cierto, que no lo es,
¿por qué los meridionales, que ya teníamos lengua y patria,
hemos de extasiarnos ante esas creaciones y participar del
entusiasmo fanático de los perpetuos enemigos de nuestra raza?»
Ahí mismo, t. II, p. 672.
61 Ahí mismo, t. II, p. 672-673.
62 Ahí mismo, t. II, p. 673.
63 Fecundo movimiento espiritual que surge en Europa durante el
siglo XIV y se proyecta hasta el siglo XVI cuyo acento es la
intensa devoción a la vida y la humanidad de Jesucristo. Se
considera como iniciador de esta escuela espiritual al flamenco
Gerardo Groote (1340-1384), discípulo cercano del Beato
Ruysbroeck.
64 Ahí mismo, t. II, p. 318 ss.
65 Ahí mismo, t. II, p. 319.
66 Son los llamados lucianistas por su espíritu burlesco:
Rabelais, Desperier, Estéfano, Montaigne, Charron. Ahí mismo,
t. II, p. 322.
67 «Envidió a Montesquieu; persiguió y delató a Rousseau,
destrozó indignamente la Merope de Maffei, después de haberla
plagiado; calumnió a adversarios y amigos; mintió sin cesar y a
sabiendas...» Ahí mismo, t. II, p. 326.
68 Cita Menéndez los casos de Federico en Prusia; Catalina en
Rusia; José II en Austria; Pombal en Portugal y los ministros de
Carlos III en Castilla. Ahí mismo, t. II, p. 326.
69 «Ni las bestias, si Dios les concediese por un momento la
facultad de filosofar, habían de hacerlo tan rastreramente como
los comensales de Federico II o del barón de Holbach». Ahí
mismo, t. II, p. 328.
70 Ahí mismo, t. II, p. 329.
71 Ahí mismo, t. II, p.332.
72 Ahí mismo, t. II, p. 333.
73 Ahí mismo, t. II, p. 334
74 Ahí mismo, t. II, p. 334.
75 Ahí mismo, t. II, p. 335.
76 Ahí mismo, t. II, p. 336.
77 Nietzsche y sus seguidores.
78 Ahí mismo, t. II, p. 336.
79 Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum 9 y 10.
80 Hay que considerar que en otras naciones se valieron los
enemigos liberales de la Iglesia de modos muy parecidos para
consumar sus ataques.
81 Ahí mismo, t. II, p. 341. Regalías son derechos que el
Estado tiene o se arroga de intervenir en cosas eclesiásticas. A
veces son concedidas por el Papa; otras son usurpaciones y
desmanes del poder político.
82 Ya con Fernando VI se había comenzado la guerra contra los
jesuitas. Wall y los suyos con ayuda del embajador inglés M.
Keene y de Pombal sembraron la desconfianza. Los consejeros de su
sucesor no eran más amigos de la Iglesia ni de la Compañía:
los extranjeros Wall, Esquilache y Grimaldi, a los que se sumaron
el duque de Alba y el famoso Roda, que llenó consejos y
tribunales de abogados dados a regalías y novedades con las que
entonces se hacía carrera.
83 En 1762 da el Parlamento de París un decreto que condena a
los Padres de la Compañía como «fautores del arrianismo, del
socinianismo, del sabelianismo, del nestorianismo..., de los
luteranos y calvinistas..., de los erroes de Wicleff y Pelagio,
de los semipelagianos, de Fausto y de los maniqueos..., y como
propagadores de doctrina injuriosa a los Santos Padres, a los
apósotoles y a Abrahám». Ahí mismo, t. II, p. 434.
84 Ahí mismo, t. II, p. 466 ss.
85 Cita Menéndez la Colección de documentos relativos a la
expulsión de los jesuitas de la república Argentina y del
Paraguay donde figuran unas frases del obispo de Tucumán,
enemigo de la Compañía a Aranda: «No sé qué hemos de hacer
con la niñez y la juventud de estos países. ¿Quién ha de
enseñar las primeras letras? ¿Quién hará misiones? ¿En
dónde se han de formar tantos clérigos?» Y una carta a Aranda
dice: «No se puede vivir en estas partes; no hay maldad que no
se piense, y pensada, no se ejecute». Ahí mismo, t. II, p.
443-444.
86 Respecto al espiritismo dice el autor: «No lo creerán los
venideros, pero bueno es dejar registrado que esta aberración de
cerebros enfermos ha cundido en España mucho más que ninguna
secta herética y cuenta más afiliados que todas las variedades
del protestantismo juntas y que todos los sistemas de filosofía
racionalista». Ahí mismo, t. II, p. 1026.
87 Ahí mismo, t. II, p. 1027.
88 «No elaboraron nuestra unidad el hierro de la conquista ni la
sabiduría de los legisladores; la hicieron los dos apóstoles y
los siete varones apostólicos; la regaron con su sangre el
diácono Lorenzo, los atletas del circo de Tarragona, las
vírgenes Eulalia y Engracia, las innumerables legiones de
mártires cesaraugustanos; la escribieron en su draconiano
código los Padres de Ilíberis; brilló en Nicea en Sardis sobre
la frente de Osio...». t. 2, p. 1037.
89 Dice de los librepensadores españoles de su época que son de
la peor casta de impíos que se conocen en el mundo, porque el
español que no es católico es incapaz de creer en otra cosa,
como no sea un cierto sentido común y práctico que ha nutrido a
políticos y economistas. t. 2, p. 1038
90 Ahí mismo, t. II, p. 1038.
91 Ahí mismo, t. II, p. 1039.
92 Ver Menéndez Pelayo y su "Historia de los heterodoxos
españoles", por Rafael García y García de Castro,
arzobispo de Granada. Ahí mismo, t. II, p. 1045.
93 Juan Pablo II, FER 28.
94 «...preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la
existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde
voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida?
... Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de
sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre.» Juan
Pablo II, FER 1.
95 Ahí mismo, t. II, p. 1039.
96 Al principio de su obra, en la advertencia preliminar: «El
primer deber de todo historiador honrado es ahondar en la
investigación cuanto pueda, no desdeñar ningún documento y
corregirse a sí mismo cuantas veces sea menester.» Era
conciente de lo fragmentario y heterogéneo de muchos capítulos,
pero sabía que en lo sustancial cierta unidad los entrelazaba.
En la protestación, dirá Menéndez, con profundo espíritu de
fe que a veces no vemos siquiera en algunos teólogos actuales:
«Todo lo contenido en estos libros, desde la primera palabra
hasta la última, se somete al juicio y corrección de la santa
Iglesia católica, apostólica, romana y de los superiores de
ella con respeto filial y obediencia rendida»
97 Ver Menéndez Pelayo y su "Historia de los heterodoxos
españoles", por Rafael García y García de Castro,
arzobispo de Granada. Ahí mismo, t. II, p. 1048-1053.
98 FER 55.
99 FER 1.
.
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
La reproducción total o parcial de estos documentos esta a
disposición de la gente siempre bajo los criterios de buena fe y
citando su origen.