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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Libertad, hoy nombre para la mentira.

«El liberalismo se alimenta de abstracciones, pues cree posible la libertad sin individuos libres»
Amiel

Puedo hacer un mínimo introito basado en la autoridad de grandes hombres, si bien el argumento de autoridad hoy no es un argumento, amigo que lees: Cicerón decía que ser libre era ser esclavo de la ley. Y Justiniano, su código, define que es la facultad natural de hacer cada uno lo que quiere, salvo que se lo impida la fuerza o el derecho (naturales facultas eius, quod cuique facere libet, etc.). En estas versiones y muchas otras antiguas y modernas, sobre todo en las surgidas de las filosofías cristianas, queda claro que la libertad, libre albedrío para escoger el bien o el mal, tiene que ver con la voluntad y con la inteligencia o entendimiento. De ahí que las sectas reformadas no crean en la libertad fundamental, que es la de salvarse o condenarse por sus actos: todo está ya escrito desde el nacimiento. Nota de humor: eso se creían al menos los Sublapsarianos que cita Chesterton en La Hostería Volante.

Pero es palabra muy polisémica, y el hecho de que La Libertad se nos llegue con apellidos (de prensa, de pensamiento, religiosa, política, etcétera), haría sospechar que andamos muy lejos de La Libertad a secas. Para nuestros magníficos gobernantes de hoy (y de mucho antes), Libertad (política, claro), consiste en la existencia de partidos, es decir de opiniones entre las que elegir (de nuevo la voluntad), si bien opinión, según Sócrates, es prácticamente lo contrario de la sabiduría, de lo que se sabe seguro. También la llaman derecho cuando, más bien, es una facultad. El Ginebrino Amiel, que no la define del todo, llega a decir que «El liberalismo se alimenta de abstracciones, pues cree posible la libertad sin individuos libres». O sea, como ahora. Y Balmes se va con Cicerón: «Sin orden no hay obediencia a las leyes, y sin obediencia a las leyes no hay libertad, porque la verdadera libertad consiste en ser esclavo de la ley». Juan Luis Calleja (premio Mariano de Cavia) simplifica más esto: «Sólo hay orden o desorden». Y en privado me ha dicho a menudo que cuando hay desorden no hay libertad posible.

Pero no quiero hacer un libro de citas. Volemos por nuestra cuenta y vayamos donde empecé este asunto: La Libertad de Pensamiento, el sobre qué pensar es libre; el cómo hacerlo, no: tiene el pensamiento también sus leyes, empezando por la lógica y terminando por la búsqueda de la verdad y el bien común. Pensar y pensar bien, con arreglo al arte, sigue exigiendo el uso de la voluntad y del entendimiento.

Del mismo modo, La Libertad, considerada desde la filosofía, es sobre el cómo se es libre y no sobre el qué ser libre. Y siempre exige actuar en justicia, porque básicamente La Libertad es la facultad del hombre de llegar a una situación cualquiera, no engañado ni engañando. Es su vertiente moral, como la del tomismo, que no consideraba lícita la libertad (ni libertad siquiera) como actuación contra el bien común. Cerca le ronda mi buen amigo Platón, en La República, cuando se pregunta dos cosas fundamentales que hoy, al lado del III Milenio, descuidamos: ¿Cuál es el fundamento de una comunidad? ¿La Libertad? No: La Justicia. Ninguna comunidad humana puede subsistir sin la Justicia (no habla del derecho) y sus virtudes son la Prudencia, la Fortaleza y la Templanza. La Justicia, llega a decir, aunque yo lo reduzco, no es sólo la unidad del estado en sí mismo y del individuo en sí mismo; es, al mismo tiempo, la unidad del individuo y del estado, y, por lo tanto, el acuerdo del individuo con la comunidad.

Y ya hemos llegado al abismo. En mi juventud juré respetar la libertad que hay en cada hombre y someter la mía propia a la norma justa y al respeto de mis superiores, que es una visión más del comportamiento ante la Libertad, que es, todos insisten en ello, capacidad para elegir (lo bueno, añaden los católicos), y elegir sólo es posible bajo el influjo del conocimiento, lo que indica que cuanto más culto y observador eres, más libre. Para los hombres sometidos a las mismas leyes no es posible ser igualmente libres aunque sean igualmente titulares de los mismos derechos, porque Libertad es cosa que depende de la inteligencia de cada uno (no siempre repartida con equidad), de su formación, de sus necesidades y de la independencia de su Patria. Factores de las decisiones.

Pero hay que seguir vigilando a Platón que de la Justicia, madre de la Libertad, hace a la vez asunto individual y del estado y de su relación. Y de ahí saltar al Ortega casi tópico de ser el Hombre él y su circunstancia: lo interno, él, y lo externo, su circunstancia: el estado formado por la sociedad, que incluye las costumbres y la ley. O sea, ¿es libre el hombre titular de todos los derechos que conocemos, si su patria no es libre, es decir, Independiente? Así que, en una primera aproximación, estamos acercando la libertad a la independencia, posición histórica muchas veces defendida como cuando la invasión de Breno a Roma o de Napoleón a España.
Pero, para saber esto, para saber si la Patria es libre o no, hace falta una capacidad de juicio y esa capacidad, o acompaña siempre a la libertad o no hay libertad posible. Enjuiciar; pero en nuestras sociedades liberalistas lo que se intenta y se consigue es que la gente acepte, sin juicio, la opinión que el poder transmite, de modo que estamos frente a una contradicción entre los términos: si la democracia está basada (como tantos han dicho) en la opinión de los ciudadanos, pero la Libertad exige el juicio, el razonamiento individual, las democracias liberales no tienen libertad (ni la dan más que de palabra) porque dependen de la opinión (doxá) y no de lo que se sabe tras enjuiciar: sofía.

Ortega es probable que, de vivir y no hallarse tanto contra la vida nueva española, hubiera llegado a esa síntesis de la comunicación profunda entre lo interno del hombre y lo externo: es libertad si la relación entre ambos es benéfica. Tú y yo, y tantos, podemos ser muy libres a la hora de considerar el universo mundo; pero si nuestra Patria, como es el caso, no es libre, no es independiente, tampoco lo somos nosotros. O, como dijo José Antonio, no hay libertad en casa del pobre: la circunstancia externa a él, la pobreza, la devora.

Hagamos una primera definición de urgencia: Libertad es saberse en sus circunstancias, lo que equivale a actuar tras conocer el mundo, y el mundo del hombre es la sociedad. Una capacidad de hacer la propia voluntad regulada por la inteligencia, sucediendo en un medio social determinado. En otras palabras: capacidad de ser hombre o de llegar a serlo; el deseo y la fortaleza (atributos platónicos de la Justicia) y la templanza, sujetándose para que la libertad no devenga en tiranía. Si se prefiere, disponer de los medios personales y sociales para ejercer el albedrío.

Libertad es actuar en justicia: por eso suelo decir siempre que donde hay justicia no hace falta pedir libertad: viene de regalo. Pero más prefiero una vieja definición que satisface a muchos: libertad es el derecho de cada hombre a saber todo lo que le concierne. Ya vemos, pues, si somos libres, si nos dejan serlo y si la Libertad no es asunto de memoria, entendimiento y voluntad. El olvido en cambio, tan propiciado por la acumulación de informaciones o por el «pasar página» es más contrario a ella que la esclavitud.

Por supuesto, por este camino, encontraríamos nuevas y mejores definiciones de la libertad, que no es, porque no puede serlo, individual, porque sucede en un ambiente, en una circunstancia que todos compartimos. Sólo la Patria Libre podrá tener hombres libres.

Y, por supuesto, sin Justicia ni Libertad, no hay honor. Si hay gente que no tiene honor, es que no tiene libertad.

Por Arturo Robsy (Risco de la Nava).

 



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